Los problemas están compuestos por complejos elementos insertos en el espacio y el tiempo. Sus relaciones causales son intrincadas, y su dinámica tiene efectos nocivos en el estado emocional. Y dado que la única forma eficiente de interactuar con ellos radica en abordarlos desde la racionalidad, el estado mental y físico de las personas es muy importante.
El aspecto mental se trata siempre con mayor atención
que la dimensión física cuando se hace referencia a problemas. Son extensos los
métodos, técnicas y recomendaciones. Se presume que la respuesta a las
dificultades es principalmente producto de procesos mentales y por ello se
enfatiza aquello que ayude a entenderlos e interpretarlos.
Sin embargo, al no abordarse el factor físico con la
misma atención, se ignora que el hombre es una entidad indivisible.
(Temática tratada en el libro: “Cómo enfrentar y resolver
problemas en los emprendimientos y en la vida” de Carlos
Nava Condarco)
Las dos dimensiones se condicionan mutuamente y no
pueden entenderse por separado. La salud mental no solo depende del bienestar
físico, es por sobretodo un producto de éste. En realidad la dependencia del
estado mental con respecto al físico es más determinante que la relación
inversa. Son menores los casos de quienes alcanzan un nivel de fortaleza mental
que condiciona el estado físico que aquellos que tienen su rendimiento mental
afectado por condiciones físicas.
Ahora bien, las condiciones físicas no deben ser
entendidas solo desde el ámbito de la enfermedad. De la misma forma que el
entendimiento de las condiciones mentales no transita por la existencia de
salud mental. Estas aproximaciones no ayudan en el análisis.
Las condiciones físicas están asociadas al agotamiento
y estado del cuerpo en general.
La mente precisa ciertas condiciones para
desenvolverse apropiadamente.
El medio ambiente en que se llevan a cabo los
procesos mentales es importante para los resultados. Mucho más si estos se
encuentran vinculados a la solución de un problema y no solo al ejercicio
creativo (aunque la propia creatividad esté relacionada con la resolución de
problemas).
Para entender esto basta imaginarse situaciones como
las siguientes: ¿qué nivel de productividad, en la evaluación de un problema,
puede alcanzar alguien que se encuentra al cuidado de un grupo de niños en un
jardín de infantes? O ¿qué nivel de enfoque alcanza el piloto de un avión
(dígase para resolver un problema financiero personal, por ejemplo), mientras
comanda su nave con 200 pasajeros?
Las condiciones físicas relacionadas con el ambiente
privan de enfoque para el abordaje de un problema.
Por otra parte, ¿qué tan eficientes pueden ser estas
mismas personas inmediatamente después de concluir sus labores? Hay un factor
de desgaste que también influye. ¡Lo físico condiciona lo mental!
El esfuerzo mental para abordar los problemas se
aplica en dos etapas distintas:
1.
Análisis del problema.
2.
Identificación de soluciones.
Los factores que hacen a un problema ameritan
tratamiento profundo e individualizado. Esto demanda enfoque. La
solución por otra parte, emerge de la habilidad de sintetizar y conciliar
conexiones entre aspectos que parecen dispares entre sí. Y para ello hace
falta lucidez e inspiración.
El ambiente en el que la persona se encuentre y el
nivel de fatiga que tenga, determinan el enfoque. El grado de distensión y
tranquilidad definen la capacidad de conectar todos los elementos y alcanzar
respuestas.
El enfoque se alcanza trabajando sobre el problema con
energía concentrada. La síntesis que lleva a la solución se alcanza, muchas
veces, “alejándose” de la problemática. Para enfocarse, el medio ambiente
físico en el que se efectúe el trabajo importa, y mucho, pero es de igual
significancia un cuerpo descansado y bien dispuesto.
Si esto no existe, el nivel de energía no es apropiado
para la tarea.
Por eso es recomendable analizar los problemas
independientemente de otra actividad y en ambientes que propicien la
contemplación. De igual forma es importante elegir “el momento”. Uno que no
esté influido por otras demandas y que no produzca disipación. En tanto mayor
la dificultad, más necesaria la recomendación.
Cada quien conoce “lugares y momentos” apropiados para
enfocarse en el análisis de un problema. Favorece que estos sean ajenos a la
rutina y responsabilidad cotidiana. Existirá quien prefiera un jardín a la luz
de las lámparas y otro las graderías de un estadio lleno de gente.
La fatiga no es buena consejera.
Mientras más se piense que la interacción con los
problemas responde al oficio intenso, mayor es la posibilidad de equívoco e
ineficiencia. La fatiga es aliada íntima de la problemática, se nutre de ésta.
Los problemas deben abordarse con el cuerpo
descansado.
Por otra parte, la habilidad de sintetizar la conexión
entre todas las variables de un problema y su solución, se fortalece cuando la persona no está
pendiente del dilema.
Las probabilidades de esos momentos de “Eureka”
aumentan fuera del análisis de la problemática. Cuando la mente no está
concentrada en el tema y se encuentra lúcida. Es conocida la anécdota de
Arquímedes que entiende el desplazamiento del volumen de agua mientras se
encuentra en una bañera y establece el principio del “empuje hidrostático”. O
las siestas vespertinas de Einstein.
La presión que imponen las dificultades no es propicia
para “combinar” reflexiones en nuevas y diversas formas, lo que de hecho
compone la creatividad.
En un cuerpo descansado el cerebro se activa para
esclarecerse y se “reinicia” formando nuevas conexiones y asociaciones,
alcanzando así el nivel de creatividad que hace falta para encontrar
soluciones.
Estas “respuestas” llegan de forma repentina y pocas
veces se ajustan a las expectativas. Es más, precisamente la “programación”
equivocada de ésa búsqueda es causa que la solución se distancie del problema.
Es usual que una mente saturada termine por
encontrar un problema adicional para cada solución. Porque precisamente eso
efectúa el “análisis”: distingue y separa las partes de un todo hasta llegar a
conocer sus principios, sus elementos.
La solución es habitualmente simple. Y curiosamente
más simple mientras más complejo es el propio problema.
Esta sencillez se pierde por la presión mental del
análisis interminable y la falta de sosiego.
Cuando el cuerpo descansa, el cerebro descansa… y hace
su trabajo.
Las personas que desempeñan oficios en los que se
interactúa de forma permanente con conflictos deben administrar bien las
pausas. Para que el enfoque sea efectivo no puede prolongarse por periodos
largos de tiempo. La dicotomía de los estados activo e inactivo tiene que
respetarse.
Cuando el cuerpo y el cerebro estén “activos”, todo
empeño se justifica (el ambiente en el que se lo haga ayuda mucho, de todas
formas). Pero cuando se pase al estado “inactivo” debe pararse todo con el
mismo empeño.
Es habitual que la pausa se produzca en términos
físicos pero no siempre involucre la parte mental. Por ello los problemas
acompañan a las personas donde van, y afectan su calidad de vida.
La dificultad de respetar el estado de “inactividad”
está explicada por la percepción equivocada de “lo urgente”. Cuando se
interpreta un problema como “grave” las personas lo entienden como imperativo y
no asimilan que la “inactividad” pueda representar camino efectivo para la
solución. Por el contrario, se asocia “inactividad” a descuido e
irresponsabilidad. Esto es producto del desconocimiento de las mecánicas de
trabajo que tiene el cerebro. Porque éste precisamente “comienza” su trabajo
cuando las personas dan por concluido el suyo.
Si de problemas se trata, la pausa en las tareas
habituales debe efectuarse con rigurosidad. Pausa completa: cuerpo y mente.
Esta es la señal que el cerebro toma como “inicio de trabajo”.
La explicación de la mayoría de problemas no resueltos
se encuentra en la administración de ambientes, cortes y pausas en el abordaje
reflexivo. Esta gestión no es sencilla, de la misma forma que no es fácil
para un soldado cumplir sus tareas haciendo abstracción del estruendo de los
proyectiles. No solo se requiere habilidad, también carácter.
En tanto que un problema no está resuelto agobia,
confunde, angustia, y en medio de ello programar pausas, cortes, abstracciones
y descansos no es fácil. Hace falta temple, confianza en uno mismo y
conocimiento de las dinámicas que soportan los conflictos. Mientras que el
mundo llama a esto actuar con “cabeza fría”, para el entendido se trata de
“resolver problemas como corresponde”.
Winston Churchill, que fue de las personas que más
problemas tuvo que enfrentar y resolver, despachaba el trabajo matutino desde
su cama y con un buen desayuno. Ése era el entorno físico que lo favorecía y el
descanso que privilegiaba. Es posible que la genialidad de Churchill esté en
debate, pero no su carácter y dominio de los métodos de gobierno. Por otra
parte Napoleón, aquel que se reconoce como un genio, tomaba descansos pequeños
a la grupa de su caballo y allí emergían sus decisiones. A Churchill su método
lo ayudó en la consecución última de resultados exitosos, y a Napoleón el genio
no le pudo evitar la derrota final.
La resolución de problemas no tiene nada que ver con
el genio, y todo con el conocimiento, método y disciplina.
Todo esto no es un llamado a laxitud. Esa es una
consideración que sale de contexto. Personas laxas no solo están
inhabilitadas para enfrentar problemas con efectividad, más bien son en sí
mismas un problema.
Estas orientaciones están dirigidas al luchador, al
viajero impenitente de los caminos que llevan a la victoria. Ése hombre
fatigado que se desespera por proseguir en medio de lucha dura contra
adversidades.
A él se le hace destinatario de la máxima que existe
para resolver los problemas más grandes: detenerse, para avanzar.
(Libro: “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos
y en la vida” de Carlos Nava Condarco)
Fuente: https://elstrategos.com/descanse-y-resuelva-sus-problemas/
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