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Emprendedor: su romance con el fracaso

 El emprendedor sostiene finalmente un romance con el fracaso. A ello lo conduce el imperioso afán de extraer de él las cosas de valor que desea. Sólo en un sutil cortejo con el fracaso se alcanza y conquista la victoria.

La persona que no tiene capacidad de coexistir con las pérdidas y la frustración, no está habilitada para desenvolverse como emprendedor.

En el mundo del emprendimiento las victorias constituyen gramos de oro entre toneladas de lodo y arena. Y hace falta colosal esfuerzo para separar una cosa de la otra.

Si el minero lucha cada día con el lodo y el frío, lo hace porque reconoce que el premio supera todo costo y porque aquél es el ambiente natural donde se esconde el tesoro. Cada tonelada de lodo es materia prima que aloja el dorado metal. Si el oro no fuese escaso y difícil de encontrar tampoco sería valioso.

Este ambiente es parecido al del emprendedor. El resultado esperado es como ésa elusiva pepita de oro en el muladar.

Muchos emprenden con un espejismo como norte. Visualizan el premio sin apenas tomar cuenta de las dificultades que saturan el camino. Están dispuestos a empeñar esfuerzo para alcanzar sueños pero ignoran que la meta no se alcanza sólo con trabajo, más bien por la capacidad de procesar el fracaso y la frustración. Toneladas de ambos por cada gramo de beneficio.

Si el emprendedor no sabe perder no está habilitado para ganar. Porque el triunfo es apenas una de las contiendas que no se ha perdido. Y el mérito jamás se encuentra entre los “ganadores” sino en quienes saben perder.

Los hombres grandes no son los estereotipos asociados con genialidad y astucia para alcanzar sus metas. Son personas con admirable capacidad de encajar adversidades, procesarlas y utilizarlas para sus fines. Como muestra viva del dictamen del Edén, estos hombres alcanzan sus objetivos secando sangre, sudor y lágrimas.

Esto no quiere decir que otras tareas de la vida no demanden lo mismo o sean menos “dignas”, puesto que está claro que nada se consigue sin esfuerzo. La diferencia radica en que el emprendedor tendrá que procesar todo esto esencialmente SOLO. Carece de ésa “red de seguridad” que proporciona la responsabilidad colectiva.

Si algo caracteriza su  trabajo es el peso de encarar todos los “costos”. En esencia no existe quién comparta la frustración y pena. La simpatía y “solidaridad” pueden poblar su entorno, pero la responsabilidad del resultado es solo suya.

El emprendedor debe darse cuenta que maestros y orientaciones no provendrán de ése “entorno solidario”. Éste carece de la empatía para identificarse con sus vivencias. Son los problemas, frustraciones y pérdidas quienes no le mentirán nunca y enseñarán soluciones y remedios. Por esto debe el emprendedor debe mantener un romance con el fracaso.

Porque el fracaso es maestro de más valor que el éxito. Las adversidades forjan el carácter como pocas cosas, y la resolución de los problemas conduce a la sabiduría.

Mientras para el resto de las personas los contratiempos llaman a condenación, para el emprendedor deben ser aliados decisivos. Por una parte porque de ellos puede extraerse provecho, pero por otra porque son INELUDIBLES. Los problemas y la adversidad son inevitables. Por lo tanto se asumen como piedra de tropiezo o como fundamento.

En la vida del emprendimiento el fracaso es rutinario y el éxito extraordinario. Los problemas una constante y lo positivo excepción.

No es necesario pensar que el emprendedor “desee” o disfrute pruebas y contratiempos. Ellos aparecen, con la misma certidumbre de la luz que rompe las sombras cada amanecer, como el lodo, la arena y el agua que esperan al minero. Jugarán el rol de privarle de su premio, de hacer difícil la tarea. Lo seducirán para que abandone la lucha. Y muchas veces lo conseguirán.

De esto se trata el fracaso, y de ello el romance que sostiene con el emprendedor.

Resistir con el puño levantado y el pecho descubierto tiene poca probabilidad de alcanzar buen resultado. Poner a prueba hombría y coraje no es lo más inteligente. Aquello de tener  “estómago” o “nervios de acero” aplica mejor para un bombero, porque nadie quiere tener resistencia para enfrentar la adversidad por periodos largos de tiempo. Y el emprendimiento no es asunto de una jornada.

Para interactuar con los problemas y el fracaso se necesita más inteligencia que carácter, habilidad que fuerza, energía que poder.

El poder de la adversidad nunca podrá enfrentarse con fuerza equivalente. El hombre carece de ése alcance, pero tiene a mano inteligencia, capacidad de discernir e interponer fe, paciencia, buen ánimo y perseverancia.

La vida de un emprendedor no es fácil cuando esto no se entiende y asimila.

De la misma forma que no fue fácil la vida de los primeros hombres sujetos a la rigurosidad de la naturaleza. ¿Qué hubiera sido de la especie si ellos solo se hubieran dedicado a “soportar” o enfrentar “por fuerza” los elementos que los castigaban? ¿Cómo se gana la partida al rayo o la lluvia, al frío y al calor? Primó la inteligencia para adaptarse a los fenómenos y utilizarlos. En ello nada tuvo que ver la fuerza o el poder. Hoy se puede observar desde la agradable calidez de una casa moderna la nieve cayendo y el sol produciendo energía eléctrica. El hombre ha llegado a conquistar los elementos para utilizarlos a su favor, y lo ha hecho recurriendo a su intelecto.

Ante las perdidas, fracasos, problemas y adversidad, el emprendedor tiene también un desafío de conquista, no uno de estoica resistencia. Un desafío que no implica sometimiento, más bien conseguir que lo opuesto juegue en beneficio.

Se arriesgan muchas cosas de valor en la interacción con el conflicto, el éxito entre ellas, o el hecho de alcanzar los resultados. Pero sobre todo la posibilidad de estar en PAZ y equilibrio emocional. Esto sufre cuando el emprendedor no “conquista” la adversidad. Cuando el hombre se quiebra, el emprendimiento también y allí acaba la historia.

Nadie ofreció flores en esta fiesta y hace mal quien porta macetas.

El camino del emprendedor no es sencillo y poco aprovecha “adornarlo”. Las pérdidas existirán, el fracaso tocará las puertas y la frustración será parte del juego.

Lo importante es no oponer resistencia sino inteligencia. Entender que las pruebas son maestros que no mienten y que la adversidad puede ser conquistada para bien. De esto se trata que el emprendedor sotenga un romance con el fracaso.

Por último, todo esto también servirá para que el emprendedor se coloque ante el espejo y determine si tiene “uñas para la pelea”. Pues siempre vale darse cuenta si la convocatoria fue un error.

Quién en su momento decidió emprender viaje puede percatarse que las demandas del trayecto no coinciden con sus expectativas o capacidad. Y en éste caso mejor es detenerse o cambiar de senda. Esto es prueba de coraje.

  • Si quien emprendió no procesa apropiadamente el hecho de perder, debe detener viaje.
  • Cuando se tienen en alto precio rutinas tranquilas de vida, es mejor cambiar de camino.
  • Quien crea que el éxito es una nave que se aborda a cañonazos, es mejor que canalice esa energía por otra parte.
  • Aquel que cree que la genialidad es prima mayor de la inteligencia, está llamado a otro juego.
  • Si lo está haciendo sólo por ganar dinero es mejor evaluar otra opción. Porque en este viaje también perderá dinero.

Es cierto que el minero hace lo que hace por amor al oro. Pero ésa pasión lo conduce a desarrollar un romance con los otros elementos. Aquellos que debe conquistar para tomar su premio. Comprende que entre lodo y arena se halla lo que más quiere y por eso los trata con cuidado. De ellos extrae el oro, con paciencia y habilidad.

El emprendedor debe sostener un romance con el fracaso para extraer de él aquello que quiere: la victoria, el sueño realizado, la visión alcanzada.

Cuando vea la íntima relación que existe entre fracaso y victoria llegará a tratarlos por igual. Y probablemente detrás de este detalle no sólo encuentre una ventaja comparativa, también PAZ.

Porque quien no valora de igual forma fracaso y éxito, es como aquel que inicia un viaje interminable para encontrar el tesoro que supuestamente existe al pié del arcoíris.

Fuente: https://elstrategos.com/emprendedor-romance-con-el-fracaso/

El protocolo en la atención al cliente

 Asistir a los clientes es importante en cualquier empresa. Escuchar sus necesidades y tratar de resolverlas de la mejor forma posible de atender a un cliente

La importancia de atender de forma correcta a los clientes

Cada vez las organizaciones introducen modernas estrategias para maximizar sus ventas, a partir de exhibir elevados niveles de atención al cliente. Lograr la ansiada fidelidad se traducirá en una mayor confianza a la empresa; incrementará la rentabilidad; aumentará las transacciones gracias a los clientes contentos dispuestos a adquirir otros servicios o bienes; consumidores nuevos captados por referencias de los usuarios; disminución de costos en marketing, reclamaciones y acciones legales; reducción de quejas y gastos; sobresaliente reputación de la organización, etc.

Al respecto, reitero la necesidad de enmarcar con profesionalismo la selección del personal encargado de la atención al cliente y todos los lineamientos inherentes a esta función. No siempre las compañías brindan la preparación, el soporte, los recursos y los mecanismos para asegurar un desempeño asertivo, eficiente y análogo con su identidad corporativa y, especialmente, con los estándares anhelados.

Dentro de este contexto, tengamos en cuenta que el "protocolo" -entendido como una herramienta de gestión encaminada a posibilitar el cumplimiento de determinado objetivo- se orienta al acatamiento de fines específicos y, por lo tanto, se incorpora con gradualidad para hacer eficaz el trato con la clientela.

¿Tiene importancia el protocolo en la atención al cliente?

Cabe preguntarnos ¿Tiene importancia el protocolo en la atención al cliente? Su trascendencia es indudable e incluso concluyente para asegurar su calidad, sostenibilidad y éxito. En tal sentido, coincido con lo aseverado por el experto internacional en ventas Alvaro Arismendy Valencia: "Un protocolo de atención es la forma de plasmar, para toda la organización, el modo de actuar deseado frente al cliente, buscando unificar los criterios, conceptos, creencias e ideas diversas que se puedan tener respecto a qué es una buena atención".

Este "protocolo" debe estar organizado y materializado en un "Manual de Protocolo en la Atención al Cliente" que describa reglas, procedimientos, etapas, acciones y criterios dentro de los que se encamina el vínculo con el público. Garantiza seguir una misma línea de intercambio para responder interrogantes y reclamos sin contratiempos; será sencillo y aplicable en cada canal de comunicación (presencial, electrónico, telefónico e impreso).

Uno de los elementos inspiradores en su elaboración está referido a la visión, misión, valores, políticas y otros componentes de la identidad corporativa. Tengamos presente: en el servicio deben reflejarse, de forma continua y sin ambigüedades, estos pormenores. Seguidamente comento varios aspectos para su preparación y puesta en vigencia.

¿Quién y cómo se elabora? Aconsejo que sea un especialista en esta temática y que, al mismo tiempo, esté informado del funcionamiento de la organización. Es necesario que su confección sea antecedida de una amplia y minuciosa recopilación de documentación, consultas, discusiones y recojo de opiniones de quienes laboran en las áreas afines al cliente.

Algunos de los pasos necesarios a seguir son:

- especificar la visión y misión del negocio;

- enumerar las funciones de los empleados;

- definir en qué consiste un óptimo servicio;

- establecer las normas de un representante de atención al cliente;

- describir las pautas de interacción en cada canal de comunicación y mostrar un plan de contingencia.

Las etapas del servicio en la atención al cliente

El "Manual de Protocolo en la Atención al Cliente" especificará las etapas del servicio, las que guardarán relación con las características empresariales, el público, etc. Habitualmente el proceso engloba tres etapas básicas.

Apertura: una bienvenida y saludo que lo haga sentirse tratado con respeto y consideración;

análisis y comprensión: escuchar sus necesidades y peticiones;

solución: buscar resolver sus inquietudes y lograr su satisfacción.

Éstas deben cumplirse independientemente de los conductos utilizados.

Contar con este documento tiene visibles ventajas.

- Primero, uniformización de los procesos: se refleja en la ejecución de las operaciones dentro de un marco de coherencia establecido;

- segundo, atención eficiente y continua: certificar que la calidad de la atención sea constante y permanente en todos los colaboradores;

- tercero, modelo de capacitación: facilita usarlo como guía en el entrenamiento del personal y reforzar su vigencia mediante actividades de mejora;

- cuarto, fortalece a los representantes de atención al cliente: permite reforzar sus conocimientos y los procedimientos, por contener información útil para resolver situaciones de conflictos;

- quinto, soslaya pérdidas económicas: se evitarán los costos que conllevan las negativas acciones en la atención.

Al concluir su redacción se recomienda desplegar un programa de inducción y capacitación con la finalidad de acreditar su cabal aplicación, supervisar su ejecución, instituir estímulos por su acatamiento e introducir modificaciones en función de nuevas realidades internas o externas. Un ejemplo visible está referido a lo acontecido con la pandemia.

Brindémosle una actuación seria y conexa con las expectativas del público. Evoquemos la conveniente e ilustrativa expresión del escritor, filósofo y teólogo suizo Johann Caspar Lavater, coincidente para el ámbito de la atención al cliente:

"Si quieres ser sabio, aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir".

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/el-protocolo-en-la-atencion-al-cliente.html

Las diferentes clases de visitas. Tipos de visita: sociales y familiares

 

Se conocen muchas clases de visitas y aquí nos limitaremos solamente a enumerar las principales que son las más comunes

Cuáles son los tipos de visitas más comunes. Visitas familiares, sociales y de compromiso

Las visitas forman una parte muy importante de las relaciones sociales; son más que simples medios de comunicación establecidos por la necesidad. Las visitas tienen a la vez por objeto el deber y el recreo, interviniendo en casi todos los actos de la vida.

Se conocen muchas clases de visitas y aquí nos limitaremos solamente a enumerar las principales, pues respecto a aquellas, que no tienen lugar sino por circunstancias especiales, el comportamiento y 'protocolo' en estas visitas será muy similar.

Principales tipos de visitas

1. Visitas de Santos o natalicios. Visitas para felicitar y, en algunos casos, celebrar y festejar.

2. Visitas de amistad y las de ceremonia. Visitas para charlar y para saber cómo se encuentran y algunos otros detalles.

3. Visitas generales. Son las que hacen al establecer en una población.

No hablaremos aquí de las visitas de negocios, porque no tiene el componente social que tratamos en las clases de visita de este artículo.

Al principio de cada año se deben visitar a los parientes, después a los superiores y a los jefes respectivos según su clase, sus protectores, amigos, y todas las personas con quien se está en relación.

No haremos mención de las visitas de amistad, sino para recordar que prohíben todo ceremonial y etiqueta. Se pueden hacer a todas horas, sin preparativos ni adornos; un vestido o traje lujoso estaría fuera de lugar, y si la calidad y circunstancias de las visitas que hubieseis de hacer en el resto del día , os obligan a presentaros así en casa de una amiga, debéis excusaros manifestando la causa. Si no la encontráis en casa no le dejéis tarjeta, pues extrañaría semejante extemporáneo cumplimiento; limitaos a encargar a sus criados, le hagan presente que habéis estado a verla, y únicamente debéis dejar tarjeta cuando no encontraréis tampoco a sus domésticos. En este caso es conveniente no dejar pasar mucho tiempo sin repetir la visita.

Con un pariente y amigo a quien se tiene y aprecia como tal, no se cuentan las visitas; el que tiene más tiempo desocupado visita al que está más atareado, sin abusar de este privilegio. Es preciso guardar algún intervalo aún en esta clase de visitas, evitando la demasiada frecuencia, recordando aquel feliz pensamiento de un célebre autor: "molestamos frecuentemente a los demás, cuando creemos imposible que esto suceda". Las visitas de ceremonia no se hacen jamás sin tener en cuenta el tiempo que han tardado o dejado pasar para devolveros el cumplido, y es muy prudente dejar un período semejante entre visita y visita. El tiempo transcurrido sin pagaros la visita es una indicación de la conducta que debéis seguir en vuestras relaciones con la persona en cuestión. Hay personas a quienes se visita una vez cada mes, otras cada quince días y algunas aún con menos frecuencia.

Las personas de muchas relaciones sociales deben llevar una nota de las visitas que hacen, para evitar las equivocaciones, ya sea por exceso o por falta.

Para hacer de un modo conveniente las visitas de ceremonia debe evitarse el practicarlas cuando os halléis con alguna indisposición que perjudique temporalmente a la figura o la voz; que embarace el discurso, tal como una fluxión, reuma o cosa parecida, pues correríais el riesgo de pasar por demasiado familiar. En este estado hacer solo visitas de confianza y estaréis, por el contrario, muy oportunas y amables.

También es indispensable elegir las horas a propósito para hacer las visitas. Hay que tener en cuenta los usos y costumbres de las personas a quien se va a ver para no embarazarlas o hacerles alterar la hora de comer, sus ocupaciones o paseo de costumbre, No se puede asentar una regla absoluta sobre el particular, pero se puede señalar como una regla muy acertada que las visitas de ceremonia no deben hacerse ni antes de las dos de la tarde ni después de las cinco. Obrar con esta advertencia es exponerse a ser inoportuno presentándose en una casa demasiado temprano, o alterando las costumbres que tenga una familia por la noche.

No obstante, entre las personas que tienen el día destinado a los negocios están admitidas las visitas por la noche.

Después de prepararse con el traje y adornos a propósito para la clase de visitas que se van a hacer, se debe proveer de tarjetas las que deben llevarse dentro de un tarjetero. Variada ha sido durante algún tiempo la forma y matices adoptados en las tarjetas, pero hoy han prevalecido de una fina cartulina, litografiadas y con caracteres de una letra inglesa. Las tarjetas de luto llevan una faja o van en cartulina negra.

Las personas distinguidas y de importantes negocios, que tienen al propio tiempo muchas relaciones, está admitido que puedan mandar tarjetas por medio de sus criados, y en el caso de que hagan alguna visita personalmente suelen poner estas iniciales debajo de su nombre: "E.P.", es decir "en persona", o doblar por el medio la tarjeta. Más a menos que una alta posición no prescriba o justifique la primera práctica, sería muy ridículo adoptarla.

Es de muy mal tono conservar en el borde o marco de las lunas o espejos, las tarjetas que se reciben; esto parece dar a entender que se quiere hacer ostentación de las relaciones que se tienen.

Si el que va a hacer una visita, lleva carruaje, el lacayo sube a la casa a informarse si está la persona a quien se va a visitar; caso que se vaya a pie se debe hacer por si propio.

Los criados deben ser reputados a manera de soldados que tienen su consigna y así, cuando contestan que sus amos no están en casa, no se debe insistir aun cuando conste lo contrario, y aunque por azar se les oyese hablar, se les debe dejar una tarjeta y tomar tranquilamente la escalera.

Cuando un criado responde que su amo o persona por quien se pregunta está indispuesta, ocupada o comiendo, debe hacerse lo mismo que en el caso anterior, manifestando su sentimiento. Deben darse tantas tarjetas como personas principales hay en la casa que se visita.

Al ser introducidos en una casa debéis dejar en la antecámara los chanclos, el paraguas y la capa; las señoras también dejan sus abrigos. Enseguida es preciso hacerse anunciar por un criado si está así establecido en la casa, o al menos aguardar que sin anunciarnos abran la puerta de la sala o el gabinete. En caso de ausencia de los criados, no debéis entrar inmediatamente, sino herir ligeramente la puerta con la mano, y aguardar que se os abra, o que os den permiso para entrar. Si no sucede lo uno ni lo otro, abrid lenta y suavemente la puerta, y si no encontráis persona alguna, guardaos de penetrar más adelante y volved por el mismo camino a la antesala, aguardando a alguien que os introduzca. Si la detención se prolonga demasiado, dejaréis vuestra tarjeta sobre una mesa o bien al portero. Estos casos se presentan muy rara vez, más es conveniente preverlo todo para que no coja de sorpresa.

Respecto a los caballeros, al ser admitidos o presentarse en una visita lo hacen con el sombrero en la mano, saludando con gracia y respeto. Debe anticiparse a tomar una silla para evitar esta molestia a las personas de la casa, y colocarla cerca de la puerta de entrada y a cierta distancia de los dueños de la casa. No debe sentarse hasta tanto que ellos no lo hagan, teniendo el sombrero en la mano apoyado sobre las rodillas, sin balancearse ni hundirse en su asiento, sino guardando una postura a la vez cómoda y decente. Sería familiar y de mal tono desembarazarse del sombrero y bastón antes que el dueño y, sobre todo, la dueña de la casa nos haya invitado a hacerlo y aún entonces será bien ofrecer alguna resistencia y no ceder sino a la segunda o tercera insinuación; debe colocarse sobre alguna consola o velador que se encuentren cercanos; muchas personas de buen tono colocan el sombrero sobre el pavimento, lo cual no debe permitir el dueño de la casa. Por otra parte, la invitación a dejar el sombrero, no se hace sino a personas que se quiere tratar con cierta familiaridad, pues en las visitas de ceremonia, se conserva el sombrero en la mano.

Estos consejos se refieren también a las señoras. Está admitida entre ellas la costumbre, al hacer algunas visitas, de dejar el sombrero y el chal, más esto supone mucha intimidad para que se permitan hacerlo en casa de personas que le son poco conocidas. Si se les invita a ello deben rehusarlo. Los pocos momentos destinados a una visita de ceremonia, la necesidad de consultar un espejo al volver a ponerse el sombrero y de ser ayudada para arreglarse el chal se oponen a que acepten esta invitación. Si tienen alguna confianza con las personas que visitan y desean desembarazarse de estos objetos deben pedir su permiso. Deben depositarse estos objetos sobre una butaca o mueble apartados y jamás se deben colocar sobre las camas, a no ser que lo haga así la dueña de la casa. Cuando se está de visita en una casa adonde se va con mucha frecuencia, se puede hacer esto sin decir una palabra y aún también arreglarse el cabello delante de un espejo con tal que esta operación dure pocos momentos.

Si aquel a quien visitáis, se prepara para salir o sentarse a la mesa, aunque os ruegue os detengáis debéis retiraros lo más pronto posible; por su parte la persona interrumpida no debe dejar entrever un deseo demasiado pronunciado porque la visita se concluya prontamente.

Se debe tener la mayor amabilidad siempre al recibir una visita y cuando las circunstancias que acabamos de mencionar concluyan en breve rato, se debe manifestarles sentimiento por disfrutar tan poco tiempo de su amable compañía.

Las visitas de ceremonia deben ser cortas y si la conversación se encuentra cortada por las personas a quien vais a visitar, si se levanta bajo un pretexto cualesquiera el uso exige saludar y retirarse.

Si antes de esta invitación tácita para que os retiréis, se anuncian otras visitas, no por eso debéis dejar de salir. En el caso en el que el dueño de la casa os instase a quedaros por más tiempo ofreciéndose a acompañaros, debéis responder en pocas palabras que un negocio indispensable os llama y le rogareís con instancia no se moleste por vos.

Cuando sobreviene o se presenta alguno de vuestros amigos sería impolítico separaros de esto modo. En todo caso se debe saludar a los recien llegados y cuando se trata de una señora todo el mundo se levanta a su entrada. Respecto a los caballeros, solo entre ellos se levantan y las señoras saludan ligeramente con la cabeza devolviendo el saludo.

Si al entrar en una visita encontráis que personas extrañas que tienen entrablada una conversación, contentáos con las palabras que os dirijan los dueños de la casa; no os detengáis más que algunos instantes, haced un saludo general y conducíos como en el caso anterior.

Si alguna vez acontece que los recién llegados, bien porque os conozcan de vista, bien por otra razón se unan con los dueños de la casa para insistir que no os vayáis, respondedles algunas palabras políticas y aún lisonjeras, más no desistáis por eso de retiraros.

Si estando en visita traen una carta para la señora o dueño de la casa, está en el orden que no la abra, más de vuestra parte está el rogarle, lo haga y se entere del contenido, y caso que no acceda, estáis en el caso de abreviar vuestra visita.

Cuando en una visita de media etiqueta insisten vivamente porque os quedéis, conviene ceder al pronto y luego que pase algún tiempo levantarse; si aun así y todo insisten cogiéndoos de las manos y obligándoos casi a sentaros, sería impolítico retiraros, pero es preciso que pasado un intervalo que creáis suficiente os levantéis definitivamente.

Al subir una escalera es de uso riguroso ceder el paso a las personas de más respeto y dejarles el lado de la pared que es el más cómodo. Esta precaución debe tenerse muy en cuenta cuando se trata de una señora, a más de ofrecerla el brazo, cuya distinción corresponde a la de más edad cuando se encuentran varias mujeres reunidas.

Sería enojoso y extemporáneo ocuparse en interminables ceremonias para cuestionar quien debe entrar o ser anunciado primero. La prioridad en estos asuntos guarda la regla del sexo, después la edad y en último lugar las cualidades personales.

Cuando muchas señoras de la misma edad y categoría están juntas, no se deben prolongar las etiquetas acerca del orden que han de llevar en la introducción; solamente si hay muchas habitaciones que atravesar, la persona que ha pasado la primera al entrar, debe pasar la última a la primera puerta que haya que atravesar. En todas ocasiones las señoritas ceden la preferencia a las señoras. Llevar consigo a las visitas niños, o perros, es una cosa muy provincial, y aún en las visitas de poco cumplido o etiqueta, es preciso dejar el perro en la antesala, como también la niñera o ama de cría, en su caso.

Se reprende con razón a los provincianos el prodigar demasiado las reverencias y fórmulas consagradas para saludar a las personas o para despedirse. Esta costumbre, que puede hacer nacer o adquirir el embarazo o una extremada atención, es en extremo ridícula. No es fácil conservar la formalidad al ver una de esas buenas gentes, saludar todos los muebles, volverse veinte veces cuando se le despide y hacer a cada estación una triple salva de saludos y de adiós. Nuestros lectores evitarán tan singular atención; saludarán una vez en el momento de despedirse y otra en el instante en que la persona que los acompaña se retira de la puerta.

Hemos dicho anteriormente que cuando no se encuentra en casa a una persona, o se teme molestarla, se le deja una tarjeta; pero estas no son las visitas especiales que se denominan "por tarjetas". En estas últimas no se tiene el objeto de ver a las personas, sino que se limita a dar una tarjeta al portero o criado sin enterarse si quiera de si está o no en casa el dueño.

Este uso, que ha sido introducido por la necesidad entre las personas de muchos quehaceres y relaciones, no es ridículo, más puede serlo con exceso por la extensión que se le ha dado. Esta extensión consiste en hacer las visitas sin salir de casa, enviando solamente una tarjeta por medio de un criado. Este sistema de visitas por tarjetas se presenta a las gentes de buena sociedad como la cosa más impertinente y más trivial que se pueda imaginar. No debéis permitíroslo, sino para pagar visitas hechas de este modo.

En las obras consagradas a la enseñanza de la buena educación, no se tiene presente sino las personas distinguidas, olvidándose totalmente de las gentes de condición más modesta, y cuando se está en contacto con ellas se lamenta su incivilidad. Esto es a la vez una injusticia y falta de cálculo; injusticia porque la verdadera urbanidad se dirige o se hace relación menos a la clase que a la rectitud de espíritu y bondad del corazón; mal cálculo, pues rehusar el iniciar a las personas en lo que hace fáciles y agradables las relaciones sociales, es procurar extrañezas y enojos; es, en una palabra, retardar en cuanto es posible la práctica de las buenas formas de la civilización.

Esta digresión nos conduce naturalmente a la segunda parte de nuestro propósito, relativamente a las visitas, concerniente a los deberes que impone la urbanidad para recibirlas, pues no es menos importante acoger bien a las personas que presentarse bien ante ellas.

Antes de pasar a esta relevante materia parecería del caso que concluyamos lo relativo a las visitas haciendo algunas indicaciones acerca de las de audiencia, felicitación, pésames, invitaciones, etc., más fuera de las primeras a las que consagraremos algunos renglones.

No se debe presentar en casa o despacho de un ministro o jefe de administración pública sin antes haber solicitado audiencia por escrito, indicando al propio tiempo el objeto que en ella se propone; debe concurrirse a la hora señalada, y no detenerse a informarse del estado de salud, limitándose únicamente a los estrictos cumplidos oficiales. Estas visitas que son el apogeo de la etiqueta deben ser muy cortas.

Fuente: https://www.protocolo.org/familiar/visitas/las-diferentes-clases-de-visitas.html

Las dos decisiones que te convierten en un emprendedor

 

Existen esencialmente un par de decisiones que te convierten en un emprendedor. Hay por supuesto otros requisitos: ideas de negocio, aptitudes personales, disposición de ordenar la vida de una manera diferente, deseo encendido, visión, inclinación competitiva, destreza estratégica, una poderosa confianza, etc., pero en términos de decisiones, son fundamentalmente dos.

Dos factores convierten a una persona en emprendedor. O dicho de otra manera, le otorgan el título que lo distingue. Son dos decisiones que dependen del coraje y la envergadura del carácter:

1.- La decisión de “lanzarse a la piscina” y,

2.- La decisión de “quemar naves” una vez hecho lo anterior.

Estas son las dos decisiones que te convierten en un emprendedor.

Por un afán de pulcritud correspondería decir que la primera es la decisión de hacerlo, y la segunda la de dedicarse con exclusividad a ello. Pero la pulcritud en este caso no ayuda. No existe una forma simple de describir la naturaleza extendida de estas dos decisiones.

Los “términos académicos” pueden abordar nominalmente el hecho, pero son incapaces de transmitir la experiencia inherente a estas decisiones. Y menos aún la sinergia fundamental que existe entre ambas.

Si la persona no se lanza  a la “piscina” donde se encuentran las inquietudes e ideas del emprendimiento, éste NUNCA se hace realidad. Y por otra parte, sin la decisión de quedarse allí, enfrentando contratiempos y sinsabores hasta llegar a los objetivos, NUNCA se perfecciona.

Un emprendedor funge como tal de manera sostenida en el tiempo.

Lo circunstancial no representa para él algo diferente de lo que significa para un empleado. Es decir NO lo define. Si el empleado tiene circunstancias favorables o adversas en su labor no por ello deja de ser un empleado. Lo mismo se aplica al emprendedor.

Es interesante analizar cómo estas decisiones de convertirse en un emprendedor son completamente distintas cuando  se trata de un empleo. En éste último caso la definición cuesta menos. Carece de las inquietudes, temores y vacilaciones que tipifican el primero. El acto de decidir sobre un empleo es menos emotivo, los pasos se dan en función de consideraciones más elementales.

Los fundamentos que hacen diferentes ambas decisiones son eminentemente psicológicos. La persona promedio asocia el empleo a niveles mayores de seguridad. En esto no existe ningún fundamento técnico, es una asociación mental. Las estadísticas son claras al respecto: existe un número menor de personas que emprenden que aquellas que se refugian en un empleo. La relación es al menos de  1 a 20.

Esto reafirma una tendencia natural del cerebro humano: privilegia seguridad sobre libertad. Al menos mientras esta última no se encuentra en límites intolerables.

Nadie puede afirmar, con base racional, que el emprendimiento termine proporcionando menos seguridad que el empleo, en realidad ello puede ser hasta filosóficamente inverso, en tanto la “seguridad” que proporciona la disposición de otros, nunca debiera ser equiparable a la seguridad que uno mismo construye para precautelar sus intereses.

La decisión de “lanzarse a la piscina” constituye ése salto desde la “zona de confort” a la hipotética “zona de riesgo”. Por esto mismo no puede calificarse solamente como la decisión de hacer algo, puesto que involucra mucho más.

Se deben vencer temores y romper paradigmas de conducta.

Hay que trasladarse de un ambiente a otro, ajeno y diferente.

Cuando una persona “salta” por primera vez a una piscina la experiencia es justamente ésa: un cambio de ambiente natural. En la mayoría de los casos la vivencia termina siendo agradable y motivadora. Rápidamente se olvida la aprehensión y se descubre la gracia. Más allá que alguien sea gran nadador, la experiencia en una piscina es un acto seguro.

¡Exactamente lo mismo ocurre con el emprendedor!, aunque esto parezca una cómoda simplificación. Cuando “salta a la piscina” se da cuenta que el “tigre no es como se lo pintaba”, y que el emprendimiento es una labor profesional como cualquier otra.

Esta primera decisión CALIFICA al emprendedor. En ella yace su significado distintivo. El salto a la piscina lo dan pocos.

La filósofa ruso-americana Ayn Rand afirma que las personas de una sociedad se dividen entre creadores y parásitos (Makers y Takers en el idioma original). Los primeros son los que dan forma y sentido al proceso evolutivo del bienestar humano creando cosas, estructuras, sistemas. Y los segundos son quienes se nutren y viven de lo creado.  En el mundo no hay  más de 3 creadores por cada 97 “parásitos”. Y al dar el “salto”, el emprendedor se incorpora al primer grupo. De allí que la decisión lo CALIFIQUE.

No es apropiado suponer que el emprendedor se encuentra detrás de una idea de negocios, un deseo ardiente de independización o una visión que nadie más tiene. Todo eso puede existir, pero aquello que lo califica definitivamente es el paso que da entre lo imaginario y lo físico. Entre lo que piensa y la acción, el dicho y el hecho.

Detrás de un emprendedor no hay una idea o un proyecto, detrás de un emprendedor hay una DECISIÓN DE HACERLO.

Luego de dar el “salto”, el emprendedor debe tomar una segunda decisión trascendental: hacer de la victoria la UNICA opción. Si no enfoca toda su capacidad, recursos y tiempo en hacer del emprendimiento una forma de vida, el proceso corre riesgo de convertirse en una anécdota.

Únicamente la persona que “quema naves” tras la determinación, está tomando decisiones que lo convierten en emprendedor.

Si habilita, consciente o inconscientemente, “puertas de salida” para la tarea que inicia, existe enorme posibilidad que el emprendimiento concluya por ser sólo una buena intención, de ésas que pavimentan los accesos que llevan al fracaso y frustración.

El emprendimiento es una forma de ver y hacer las cosas en la vida, no es un oficio que depende de los resultados. 

Las cosas saldrán bien o mal muchas veces. Una idea funcionará mejor que otra y existirán periodos favorables y desfavorables. En cada una de estas situaciones el emprendedor debe permanecer firme detrás de sus decisiones. Solo de ésta manera concluirá la tarea.

Es tan notorio el cambio que se produce al tomar la decisión de “lanzarse a la piscina” que si no viene acompañado por una igualmente firme de no retroceder o desmayar, fracasa. El mero hecho de asumir que se “queman las naves” proporciona poder, enfoque. Para el emprendedor no debe existir “retaguardia”. Nada a derecha o izquierda. El premio está siempre adelante, sujeto a conquista.

El momento que entra en la “piscina” se cierran periódicos para buscar trabajo, llamadas para referencias laborales. Lo único que existe es el emprendimiento, y la necesidad de crecer a su lado.

La decisión de “quemar naves” no tiene nada que ver con la bondad de las ideas o los proyectos.

Ellos no son los que se ponen a prueba, es el hombre. Si una idea no funciona, otra lo hará. Si un proyecto termina por ser inapropiado otro saldrá mejor.

Edison no fabricó el bombillo de luz en el primer intento, García Marquez quemó cientos de hojas por cada una que le dio forma a su obra maestra. No importan las ideas ni los proyectos. Importa el hombre que les da vida y permanece consecuente detrás de ellos, en buenos y malos momentos.

Son más los emprendedores que retornan a “zonas de seguridad” luego de haber tomado la decisión de “saltar” que aquellos que finalmente nunca  se animan a dar el paso.

“Quemar naves”, hacer de la victoria la única opción, son parte de las dos decisiones que te convierten en un emprendedor, actos indispensables para coronar la tarea del emprendimiento.

Con referencia a la dificultad obvia de todo esto, Napoleón pensaba de la siguiente manera: “No hay hombre más pusilánime que yo cuando preparo un plan militar. Aumento todos los peligros y todos los males posibles según las circunstancias. Me hundo en una agitación penosa. Soy como una joven que da a luz. Sin embargo, esto no me priva de aparecer bastante sereno ante las personas que me rodean. Cuando he tomado mi decisión, todo queda olvidado, menos lo que pueda hacerla triunfar”.

Todas las dudas y vacilaciones están justificadas antes de dar “el salto”. Las precauciones obran a bien. Pero luego que esto se ha hecho todo debe quedar en el olvido, menos aquello que sea necesario para triunfar.

“Saltar a la piscina y quemar naves” luego de hacerlo. Estas dos las dos decisiones que te convierten en un emprendedor.

Fuente: https://elstrategos.com/dos-decisiones-para-ser-emprendedor/