Solemos decir con frecuencia, y casi por inercia,
“quiero pasar más tiempo de calidad” con los amigos, la familia, los hijos o
conmigo mismo. Anhelamos “ése tiempo distinto, distinguido”. Invertimos
esfuerzo y dinero para obtener “momentos especiales”.
Hacemos planes, pagamos por ellos y esperamos ansiosos que nada pueda
interrumpirlos.
Aunque estos anhelos son sanos y naturales,
frecuentemente provocan una desconexión en nuestros cerebros: su lado
perfeccionista, alimentado por fantasías cinematográficas e ideales de
Instagram, quiere que esos “momentos” sean completamente especiales y
“correctos”.
Pero ése es un ideal que las versiones ocupadas y
ordinarias de nosotros mismos no siempre pueden cumplir.
¿El resultado? Una inevitable sensación de pesar y
decepción.
Sentimos que otras personas lo hacen mejor que
nosotros, y eso provoca frustración y culpa. Entonces pensamos que “si tan solo
tuviéramos más dinero, o un mejor trabajo, o viviéramos en Francia…, entonces
las cosas estarían bien.”
Pero pensar así no es justo ni útil, por el contrario,
es perjudicial.
La razón es simple: no existe el “tiempo de
calidad”.
Jerry Seinfeld, padre de
tres hijos, lo dice muy bien:
“Soy un creyente en lo ordinario y mundano. Esos tipos
que siempre hablan de “tiempo de calidad” me parecen un poco tristes. Yo no
quiero tiempo de calidad, quiero el tiempo mundano, ése que los demás no
aprecian: el “tiempo basura”. Eso es lo que me gusta. Ese tiempo emerge con
sencillez, a veces en la habitación de la casa, cuando se lee un cómic o se
come un plato de Cheerios a las 11 de la noche, un horario en el que ni
siquiera se supone que estemos despiertos. Ésos son los momentos mundanos, el
“tiempo basura”, y eso es lo que me encanta”.
Ciertamente Seinfeld es un maestro de lo mundano. La
banalidad lo ha convertido en millonario. Pero hay una verdad profunda en lo
que dice. ¿Días especiales? No. ¡Cada día es especial! Cada minuto
puede ser un “tiempo de calidad”.
Los budistas abrazan este criterio. Ellos afirman que
la felicidad igualmente puede ser encontrada en la tarea de lavar los platos o
en las labores del campo. La “iluminación”, dicen, se trata de quién eres
mientras haces lo que haces y qué tan presente te encuentras mientras lo haces.
Cuando alguna vez le preguntaron a Pete Carroll, entrenador en jefe del equipo de fútbol americano de
los Seahawks, cómo se las arreglaban los entrenadores para hacer que su vida
personal funcione con un trabajo y una agenda tan caóticas, Carroll, que ha
estado casado por más de 40 años, respondió: tienes que encontrar
momentos entre los momentos”.
Otra forma de decirlo es: simplemente aprovecha cada
instante que puedas.
Habitualmente desperdiciamos, o menospreciamos, los
“momentos que existen entre los momentos”.
Nos quejamos por tener que hacer de “chofer” para los
hijos, por ejemplo. “¿Qué soy yo, su conductor privado?” preguntamos.
Ciertamente puede ser un fastidio llevar a los hijos de un lado a otro: a la
guardería, la escuela, a la casa de un amigo, a una cita con el médico, a la
práctica de fútbol, etc. A veces parece que ser padre se resume a esto:
conducir a una pequeña persona de un lado a otro, y gratis.
Pero en lugar de ver la conducción como una obligación
o inconveniente, ¿por qué no optar por verlo como un regalo? Un momento entre
momentos. De hecho, ¡muchos momentos! Un tiempo cautivo. Estar juntos, casi
pegados. Esto puede ser maravilloso. Una oportunidad para conectar, enlazar,
divertirse.
Como bien afirman muchos padres con hijos mayores,
algo cambia cuando los niños están en el automóvil con nosotros. De repente uno
no es el padre, es solo un compañero, un ser humano igualado por el tráfico.
Los niños compartirán cosas allí que no dirán en ningún otro lugar. Más aún
cuando están con sus amigos. Te desvaneces en el conjunto y de repente puedes
ver cómo es tu hijo con otras personas. Es como si fueras un detective mirando
a través de un cristal unidireccional. Aprendes cosas sobre tu hijo o hija que
nunca sabrías de otra manera.
Esto no solo es cierto para los niños. Algunos de los
mejores recuerdos se gestan en el automóvil. O cuando se está sentado en la
puerta de embarque de un aeropuerto esperando un vuelo atrasado. A veces
estos incómodos momentos propician conversaciones que nunca habrían tenido
lugar de otra manera. Incluso, algunas de las mejores ideas y pensamientos
surgen cuando se está atrapado en lugares donde no se quiere estar o se está
haciendo algo que no se quería hacer.
Cuando no hay excusas para estar ocupado y no se puede
planificar un futuro “ideal”, surge la obligación de conformarse con lo que
está al frente. Entonces la distinción entre tiempo de “calidad” y tiempo
“basura” desaparece, y queda lo que simplemente es.
Lamentablemente, buena parte de estos momentos se
desperdician, porque vence el fastidio, la impaciencia y la insatisfacción con
lo que pasa. Dejamos que el vuelo atrasado afecte nuestro ánimo y pasamos el
tiempo caminando nerviosos, irritados o algo peor. Tan ansiosos por llegar
adonde vamos que no percibimos que ya estamos haciendo algo que puede ser
divertido. La incapacidad para aceptar los planteamientos de la vida, impide
disfrutar los tiempos de calidad que están siempre allí, a cada momento.
Cuando nos esforzamos un montón por lograr algo,
terminamos incapacitados de ver que lo hemos tenido en nuestras manos todo el
tiempo.
Todo momento compartido con tus hijos, o con cualquier
persona que amas, es igualmente ordinario. Lo que haces con esos momentos es lo que los vuelve
especiales. No es cuestión de dónde, cuándo o a qué precio.
Piensa en tu propia infancia. Correr para llegar a
algún lugar a tiempo. Empacando para ese viaje de vacaciones. Vistiéndose para
esas ridículas fotos grupales. “¿Por qué estamos haciendo esto?” preguntaste
cuándo tenías la edad suficiente para darte cuenta de que era estresante y poco
divertido. La respuesta siempre era algo así: “porque somos una familia”. Como
si no pudieras serlo en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa. Como si no
pudieras hacerlo aquí y ahora.
Vale la pena recordar esto en todas las facetas de la
vida: se puede ser una familia sin vestirse y sin salir de casa. Puedes estar
enamorado en el autoservicio de un restaurante, o ser romántico cerca del
estante de huevos en un supermercado. Puedes ser escritor mientras bajas en el
elevador para sacar la basura. Y puedes ser una buena persona en la forma en
que contestas el teléfono o envías correos electrónicos.
Una gran cita de Tolstoi dice: “no hay pasado ni futuro; nunca nadie ha entrado en esos
reinos imaginarios. Sólo existe el presente”.
Aquí, ahora, en este preciso momento, sucede la vida.
Sin vacaciones o experiencias especiales, ni siquiera una salida familiar.
Simplemente por lo que ocurre.
Se pueden hacer planes, por supuesto, programar los
momentos fuera del trabajo y gastar dinero en experiencias poco “ordinarias”.
Las intenciones siempre son maravillosas y deben celebrarse cuando se
convierten en una realidad. Pero no hay que otorgarse mucho crédito por haber
reservado un viaje a la playa o despertado el entusiasmo con un gran helado en
el cine.
Porque de alguna manera, ésta es en realidad la opción
más fácil. Cualquiera puede sorprender a sus hijos con un postre o un viaje a
Disneylandia, pero ¿puedes hacerlos sentir especiales jugando Lego en el piso?
¿Simplemente sentado y hablando de la vida?
Cada momento puede ser un tiempo de calidad si eliges
que así sea.
No dejes que esos planes futuros de pasar un buen
rato, estar juntos o realizar algo “especial”, anulen estos momentos, donde
también están juntos, en la sala de estar, en el consultorio médico o en el
jardín de la casa.
Este momento que está frente a ti es un regalo. Es
todo lo que necesitas, es todo lo que deseas. Solo se precisa aceptarlo y
abrazarlo.
Basado en la publicación de Ryan Holiday “When You’re Too
Busy Aiming For It, You Miss The Moments In Front Of You“.
Traducción y contextualización de Carlos Nava Condarco
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