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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

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Valores Humanos: fundamento para la buena vida


Los valores humanos son una de las pocas cosas en que las personas coinciden con carácter universal. Igualmente en el hecho que su práctica conduce a una buena y próspera vida.

En relación a la conducta de las personas, poco puede inscribirse en una fórmula específica o en la aplicación de una “receta”. La complejidad del ser humano impide pensar que existan remedios sencillos para resolver los problemas que lo aquejan.

La idea de lo simple no pertenece al pensamiento contemporáneo. La dificultad es parte de la arquitectura mental que condiciona la forma de hacer y ver las cosas en este mundo. Los problemas, conflictos y adversidades siempre se consideran complejos, y las soluciones sencillas, “sospechosas”.

No hay falla en destacar las evidentes dificultades que presenta la vida, pero asumir que no existe lo simple, sano y puro, es un error. Es razonable plantearse que la vida no es fácil, pero absurdo suponer que toda solución deba ser difícil.

¡Existen fórmulas y “recetas” maravillosamente simples para prevenir y actuar sobre la adversidad!

Hay ejemplos concretos de formas de vivir que evitan problemas: el hombre que no cae en vicio o tentación, elude contrariedades en su vida. Así de sencillo. ¿Alguien podría objetar esto? ¿No es verdad que la conducta recta tiene menos probabilidades de enfrentar dificultades que la vida disipada?

Lo simple no sólo existe, es además muestra de belleza y efectividad.

La muestra mas representativa de ello son los valores humanos. Condicionamientos morales profundamente arraigados en el espíritu.

No hay atisbo de complejidad en ellos como elementos directrices de los actos en la vida, no tienen doblez. Su aplicación previene la adversidad.

Posiblemente el único aspecto débil relacionado a los valores humanos es que su determinación tiene correspondencia con la libertad de los individuos. Ellos son quienes pueden equivocarse.

Puede argumentarse que estos valores responden a consideraciones de cultura, ambiente, tiempo, dogma, filosofía aplicada, psicología social, etc. Pero ante ello también corresponde ser práctico, dado que responden primero a una íntima consideración personal. En lo profundo de la conciencia, el llamado a ciertos valores alcanza respuesta natural. El mismo Ser reconoce su validez.

El conjunto de valores humanos descrito a continuación ha pasado las pruebas de la historia. Todos los rigores del tiempo, circunstancias y eventualidades. Su eficacia permanece incólume, su sabiduría poderosa, su poder inalterable, más allá de consideraciones de dogma o fe.

Hace más de dos mil años, Pedro, el apóstol y piedra angular de la futura iglesia cristiana, le planteaba a la humanidad estos valores humanos: fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal, amor.

1.- La caminata exitosa por la vida precisa, primero, fe.

El hombre victorioso debe tener CERTEZA de aquello que espera y CONVICCION por el resultado que aún no ve. Debe CREER más allá de las circunstancias y tener seguridad por aquello que aguarda.

En medio de acontecimientos inciertos, la fe en la tarea y las posibilidades no debe menguar.

Gran proporción de los fracasos se explican por abandono.

El éxito no se alimenta del tiempo, vence al tiempo, lo domina. El éxito no es una prueba de velocidad, es una carrera de fondo. La capacidad de resistir adversidades, la fortaleza para caminar en medio de ellas, convencido de las posibilidades de vencer, sólo puede encontrarse en una fe inquebrantable.

Y ésta no debe confundirse con esperanza. La fe establece completa seguridad en el empeño. Tampoco debe confundirse con falta de flexibilidad o sentido práctico, puesto que esto ya es algo funcional.

La fe debe estar puesta en el objetivo.

Este primer ingrediente es insustituible. La persona que no tiene fe en sí misma, en lo que hace y puede conseguir, no supera pruebas. Y la victoria le está vedada.

2.- El camino se encuentra añadiendo a la fe, virtud.

La virtud es una cualidad personal. Se demuestra en la buena conducta y en un comportamiento ajustado a normas y leyes morales.

El hombre debe ejercer acción virtuosa y recto modo en su proceder. Sin esto la fe no se consuma. Porque como consecuencia se presentan caminos tortuosos, llenos de obstáculos y contrariedades.

Muchos dejan de tener fe ante la magnitud de los problemas que enfrentan. Pero la propia fe no puede evitar el surgimiento de problemas si el hombre que la profesa no hace de lo virtuoso un código de conducta.

3.- Las dificultades del camino se evitan añadiendo a la virtud, conocimiento.

Esta es la facultad de comprender y juzgar las cosas.

El conocimiento es entendimiento, inteligencia. Aquí se premia el esfuerzo por aprender y saber, por experimentar y crecer. Cuando el conocimiento se suma a la fe y la virtud, trasciende la erudición.

Es conmovedor apreciar cuántas personas fundamentan su recorrido por la vida solo en su capacidad intelectual. Ello es muestra de pobreza. Pero también es triste ver gente de fe y virtud sin alcanzar fruto precisamente por carecer de conocimiento.

Por ello esta receta sabia “añade” valores humanos. Los suma unos a otros, puesto que sólo en su sinergia y combinación se alcanza beneficio.

Si el ser humano no se entiende de forma integral, poco aprovecha el afán de conocerlo. El hombre es criatura de complejidades fantásticas y no ocupa una sola dimensión.

Los apologistas del conocimiento, la técnica y la ciencia como elementos que sostienen el bienestar humano, no están habilitados para entender al hombre. Tienen un complejo de inferioridad ante los elementos y fenómenos que rigen el universo. Y como el humilde ser que hace un par de siglos sintió alivio al presenciar las primeras máquinas de vapor, se reconocen más seguros encomendando su destino al conocimiento.

Pero el destino humano se encuentra en la capacidad de entender y aplicar valores a la vida, de los cuales el conocimiento es solo uno.

4.- La libertad procede de añadir al conocimiento, dominio propio.

¡Cuántas  personas eluden la victoria por carecer de dominio propio!

El problema mayor del ser humano lo constituye él mismo, la pelea principal se desarrolla en su interior. No existe enemigo más peligroso, juez más inflexible, o carcelero más eficaz.

El dominio propio le exige al hombre templanza, control de sus emociones, miedos y angustias. Serenidad de quien posee fe en sus posibilidades, virtud para sostenerlas y conocimiento para llevarlas a buen fin.

El dominio propio es indispensable para el ejercicio de todo acto en la vida.

El control de las emociones es factor de equilibrio vital para enfrentar la adversidad, pues ella llega con intensidad.

Cuando los problemas no son tratados con dominio propio, desaparece el equilibrio, se combate fuego con fuego, y se avivan las llamas.

Si el hombre no tiene capacidad de controlarse a sí mismo, entonces no tiene capacidad de tomar control sobre sus problemas.

En la lid cotidiana con las contrariedades la razón debe imponer buenos argumentos. Sin ello no existe posibilidad de victoria. La  convocatoria se dirige a la razón porque la lid está plagada de emotividad. Y si bien el objetivo no es eliminar emociones o desconocerlas, es imperativo impedir que dominen los actos.

Los conflictos están revestidos de sentimientos intensos, las emociones se filtran por todas partes, por cada resquicio que establece la adversidad.

Las emociones deben controlarse. Es necesario equilibrar su impulso con una fuerza que modere sus efectos y  encauce sus energías. Eso es la razón. Ella llega con un vasto instrumental de lógica, sentido común, urgencia, conveniencia y convicción. Todo esto se antepone a la emoción desbocada en la forma de pensamientos y argumentos claros.

El afán de hacer prevalecer la razón ante la adversidad, se convierte luego en una emoción que sostiene el proceso. Construyendo con ello cauce útil para el flujo de energía.

Napoleón confesaba que el momento de sus aprontes militares, se hundía en agitación penosa. Parecía una joven que da a luz. Pero ello no le privaba de mostrarse sereno ante la gente que lo rodeaba. Y cuando tomaba una decisión todo quedaba en el olvido, menos lo que era necesario para alcanzar la victoria.

Esto es dominio propio. Uno de los grandes valores humanos. Sentir ardientemente, allí en lo profundo, y sin embargo tener la capacidad de mantenerse sereno ante los demás. Luego, el momento de actuar, olvidarlo todo, menos el pensamiento claro y el argumento que conduce a lo que se quiere.

De esta forma el ser humano trabaja como esas máquinas de ebullición interna que canalizan energía a un punto preciso para generar movimiento. En el hombre la ebullición se consigue por las emociones. Pero el control permite que ésa fuerza se dirija a un punto preciso y mueva lo dispuesto para alcanzar los objetivos.

Si este “vapor interno” no es controlado, sale por cualquier lado. No mueve nada, quema todo a su alrededor y termina por hacer una víctima de su creador.

5.- Los frutos que depara la caminata se alcanzan añadiendo al dominio propio, paciencia.

La mejor definición que existe de Paciencia es “tranquilidad para esperar”.

Sin embargo, ¿hay algo más difícil que eso?

Una cosa es por supuesto esperar, pero una diferente hacerlo con tranquilidad. Esto último es solo posible en la serenidad de espíritu que otorga la fe. La seguridad de estar haciendo lo correcto. La confianza de saber lo que se está haciendo y el sosiego que otorga el control de las emociones.

La paciencia es uno de los valores humanos que se encuentra en riesgo de extinción.

Los sinónimos de eficiencia son hoy la premura, sentido práctico y agilidad.

Los niños se forman en una cultura que ensalza “lo fácil e inmediato”. La dinámica del entorno ha convertido a la gente en seres “reactivos” que tienen poca posibilidad de hacer prevalecer su propio ritmo. Mafalda, el hermoso personaje del dibujo, pedía que se “pare el mundo para poder bajar…”

Parece que existen pocas condiciones para la paciencia.

Sin embargo, es precisamente la “enfermedad” la que da valor al remedio. Y la paciencia es hoy más que necesaria para enfrentar el conflicto y la adversidad.

Quien ejercita estos valores humanos es alguien seguro de sí mismo, no un producto de las circunstancias. Sabe qué esperar, y puede hacerlo con la tranquilidad de quien tiene certeza que a la penumbra de la noche SIEMPRE le sigue la luz del nuevo día.

Un hombre seguro es un hombre tranquilo; un hombre tranquilo encuentra paz en la espera.

6.- La compañía en el camino se consigue añadiendo a la paciencia, piedad.

Entre los valores humanos, éste y el posterior, se vinculan al carácter social del individuo.

La piedad está inspirada en la consideración a los demás, y se manifiesta en actos de abnegación y compasión. Es el marco grande de la empatía.

A veces resulta más productivo entender éste valor como aquel que establece la necesidad de dar.

En tanto que el hombre no está concebido como una criatura que se perfeccione en soledad, su relacionamiento con los demás debe estar condicionado por la máxima de dar aquello que quiere recibir. Sembrar en los demás lo que de ellos quiere cosechar, invertir en otros lo que desea para él. Esta regla es completamente determinística, pero muy subestimada. Ha sido reemplazado por una compleja red de relaciones humanas fundamentada en el interés individual y el egoísmo.

La persona de visión entiende que las fronteras del “yo” son estrechas, y la perspectiva de vivir en ellas no es diferente a la que tiene un roedor en su madriguera.

Quién posee un espíritu que privilegia la trascendencia, sabe que los grandes espacios se encuentran más allá del “yo”.

En el mundo amplio que habitan los demás.

Hacia allá tiende puentes. Y ésta lógica de considerar necesarios a los demás, lo obliga a sentirse necesario para ellos, practicando así actos de abnegación y compasión.

Sorprende que una lógica tan simple sea comprendida por tan pocos. Es posible que esta verdad sea la víctima más ilustre del paradigma de complejidad en que se vive.

Ocuparse de los demás es ocuparse de uno mismo. Cuidar de los otros es cuidar de uno. El hombre solo es un ser limitado. Quién tiene inteligencia superior, se sirve de los demás “sirviendo”, y así alcanza objetivos mayores.

7.- Las vicisitudes y alegrías del camino se comparten añadiendo a la piedad, afecto fraternal.

La forma de relacionarse con los demás debe manifestarse a través de afecto fraternal. Este es el valor fundamental para el hombre en su dimensión social.

El afecto está desprovisto de pasión, se traduce en cariño calmo y benigna simpatía.

En la vida todos son compañeros de viaje. Se comparten penas, alegrías y alcanzar un destino. Básicamente queda elegir si el viaje se lo efectúa en paz con los demás o sin ella.

8.- Para alcanzar el final del camino debe añadirse al afecto fraternal, amor.¡El más grande de los valores humanos!

Los valores humanos se perfeccionan así de manera grandiosa. La demanda de añadirle amor a la receta no es un postulado poético, es una reflexión profunda.

En realidad, el amor es el dínamo que genera toda la energía que se precisa para vivir. Amor por uno mismo, por lo que se hace, por los demás, amor por lo que se tiene, por lo que se quiere…

Sin amor, el tránsito por la vida pierde motor, la única guía es la inercia y el fin la parálisis.

La gente que transita la vida sin rumbo es gente que ha perdido amor. Sin amor no existe fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad o afecto fraternal. Sin amor el ser humano carece de valor.

Por fortuna, éste hecho se presenta pocas veces. La mayoría de la gente profesa amor por algo.

Otra cosa es que el amor sea mal entendido. Aquí el hombre se vuelve un ser incompleto. Porque calcula amar, pero no entiende lo que eso significa, y en ése proceso pierde, aun cuando quiere ganar.

Cuando se vive con amor y se hacen las cosas por amor, los resultados están garantizados. El ser entero se dinamiza y produce energía poderosa.

Los resultados parciales, los procesos incompletos, las victorias o derrotas “relativas”, tienen origen en el entendimiento equivocado del amor.

El amor no se perfecciona en las palabras. No ES porque se afirme que lo sea, o porque así lo entienda el ego.

El amor está lejos de las pasiones o la comodidad. No es reflexivo, actúa. No se cobija en dichos, gestos o impulsos.

El acto de necedad más grande es la manifestación equivocada del amor.

Para entender el significado profundo del amor, es bueno remitirse a otro gran apóstol, Pablo, quién en su primera carta a los Corintios lo describe con una conmovedora precisión:

El amor es sufrido, benigno. No tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece. El amor no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. No se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. En esencia el amor nunca deja de ser…

¿Cuántos pueden inscribirse entre los que aman de verdad?

¿Cuántos tienen la dicha de saber que estas premisas rigen su vida?

La práctica de esta receta maravillosa de valores humanos garantiza una vida de victoria.

No existe justificación para transitar la vida en oscuridad, privación o derrota. La luz es regalo otorgado al hombre desde siempre. La vida está llena de personas que deciden ser “ciegas por elección”, eluden la luz colocando una venda sobre sus ojos, y luego se quejan de la penumbra que los rodea.

En la oscuridad se golpean unos a otros e intercambian culpas, caen de rodillas, se arrastran, reciben golpes mientras avanzan tanteando sombras. Acuden a cada gramo de energía para avanzar sin ver el camino.

Pero lo único que no hacen, es el pequeño esfuerzo de quitarse la venda y gozar de la claridad.

Fuente: https://elstrategos.com/valores-humanos/

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