Se puede tener, o no, un sentido positivo de la vida.
Aceptar en menor o mayor medida que ella es una invitación al logro, la
conquista y la felicidad. Se puede discutir sobre la sabiduría existente para
entenderla, los criterios para interpretar qué es una vida de calidad o lo que
debe ser “calidad de vida”. Se puede aceptar que de la vida sabe más quien se
encuentra cerca de entregarla que aquel que da sus primeros pasos. Incluso se
puede especular sobre la vida después de la muerte. Se puede hacer todo esto y
más, ¡pero nunca se podrá afirmar que la vida es fácil!
A cada quien le llegarán los momentos difíciles, las
malas noticias, las penas, los dolores. Nadie será ajeno a la enfermedad o la
muerte, al desprecio, desamor y abandono. Se podrán superar las pruebas con
buen ánimo y eventualmente se alcanzarán victorias. ¡Pero nadie podrá afirmar
que el proceso es fácil!
Calificar la vida como “fácil” constituye un
desconocimiento de su naturaleza y un acto arrogante.
Se puede argumentar que la vida es bella, o que el
hecho de vivir es una bendición. Pero por ello no desaparece su dificultad, así
como no deja de existir el sol porque se esté disfrutando de una noche fresca.
La vida es una lucha que empieza en la existencia
temprana y acaba junto con ella. Poco tiempo tiene el hombre para
mantenerse al margen de esta realidad, apenas los escasos años de la infancia y
la inconsciencia. Luego es todo lucha, hasta el final.
Esta no es necesariamente una lucha por vivir, porque
al final y al cabo se vive de todas formas. Es más bien una lucha por “vivir
bien”, o “no vivir mal”.
Si no se pelea, la vida impone condiciones.
Al luchar el hombre trata de darle forma más benigna y
beneficiosa a la realidad que enfrenta. Y ¡de esto se trata todo! No
hay un hombre, ni lo hubo, que consiguiera imponer todas sus condiciones a la
vida. Se alcanza, como mucho, a darle forma favorable a las que ésta determina.
Por eso mismo el proceso de vivir es una lucha y no
una conquista. Porque no existe el triunfo definitivo: una victoria solo
conduce a la próxima contienda.
La vida convoca luchadores o víctimas, no
existe otra categoría. Quien subestima sus rigores termina siendo víctima,
quien sobrestima su capacidad concluye igual.
La vida solo respeta a quien lucha en todo momento,
con el mayor esfuerzo y compromiso. Como quien no tiene puentes tendidos tras
de sí.
La pelea permanente por “vivir bien” o “no vivir mal”
es uno de los pocos factores comunes a esa porción del género humano que no se
ha incluido entre las víctimas. Esa acción contenciosa otorga la primera y
única profesión común: precisamente la de “luchador en la vida”. Todas las
otras habilidades y conocimientos cumplen con sumarse a ésta.
Esa capacidad de luchar siempre, con destreza y sin
desmayo diferencia unos hombres de otros. Aún entre el grupo de los que luchan.
Algunas personas hacen carne de la insoslayable
necesidad de luchar siempre y se convierten en guerreros, luchadores
profesionales. Otros simplemente luchan. A los guerreros, la vida no solo les
depara más victorias, también mayores alegrías y reposo.
Solamente quien hace de la lucha su “profesión”
esencial, puede encontrar alegrías en la refriega y reposo en la contienda.
Para el guerrero, que con el simple luchador mantiene
la misma distancia que el cisne con el pato, la lucha es una condición natural,
omnipresente. Y por lo tanto es también un elemento completamente neutro. Es
ésa neutralidad la que permite obtener sosiego, y paz.
En la lucha por “vivir bien” o “no vivir mal”, el
guerrero con las mejores condiciones y disposición es quien consigue más
victorias. Y ello define formas más benignas en las condiciones que impone la
vida.
No tiene mejores posibilidades quien acumula más
conocimientos y destrezas en el arte o en la ciencia. Quien las tiene es el
guerrero que ha hecho de la lucha por la vida una profesión. No es el doctor o
el ingeniero, no es el señor y tampoco el caballero.
La lucha por la vida no termina en la acumulación de
bienes, la conquista del amor, la victoria sobre la enfermedad o en la falsa
sensación de que alguna vez se alcanzan los sueños, la lucha solo termina con
la vida del guerrero. Y es en plena conciencia de esto que el guerrero
alcanza alegría y reposo.
Para el guerrero éxito se escribe
siempre con “e minúscula”. No existe el éxito por denominación. Todo lo que se
le puede arrancar a la vida es una victoria en la batalla que anticipa la
próxima contienda.
Pero en ésa “e minúscula” es donde se encuentra el
secreto de la alegría y el sosiego. En la posibilidad de entender la victoria y
darle la relevancia que merece. Especialmente en el marco de una guerra que no
ha concluido y nunca lo hará.
El guerrero entiende esto, el que tan solo lucha no, y
a la víctima nada de esto le importa.
En la concepción y formación del guerrero es un
yerro fundamental afirmar que la vida es fácil. También asegurar que es un
territorio de conquista. O tratar de calificar el éxito en el lenguaje
permisivo de una poesía.
La vida no es nada de esto. La vida es apenas un grito
que convoca al guerrero.
Fuente: https://elstrategos.com/entender-que-la-vida-no-es-facil/
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