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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

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Deudas en el emprendimiento. Una asignatura vital


Las deudas certifican la propia existencia del emprendimiento. Todas las iniciativas de este tipo generan obligaciones financieras, bien sea con el emprendedor en su rol de inversor u otros que hubieran capitalizado o financiado el proyecto.

La evaluación de opciones para financiar el emprendimiento es muy importante. Muchas ideas y proyectos no se llevan a la práctica por este factor, y otro número concluye teniendo corta vida.

(Extracto del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Una responsabilidad vital del emprendedor está relacionada a entender, planificar y concretar el financiamiento para su proyecto. Esta habilidad es indispensable cuando el emprendimiento es solo una idea y muy importante cuando se encuentra en marcha y debe consolidarse.

Las decisiones respecto al financiamiento son iguales o más importantes para el futuro del proyecto que la propia idea del negocio.

Los recursos financieros o deudas para poner en marcha un emprendimiento pueden provenir de las siguientes fuentes:

  • Capital propio
  • Aportes de socios particulares
  • Endeudamientos institucionales
  • Endeudamientos con terceras personas
  • Una mezcla de lo anterior

Al margen de sus diferencias, todas estas opciones tienen una característica común: generan una deuda del emprendedor hacia alguien. O bien consigo mismo o con un tercero, sea éste una persona o institución.

Para administrar el asunto, el emprendedor debe tener clara su disposición respecto al propio hecho de endeudarse, y en esto existe un complejo entramado de condicionamientos mentales.

Cuando una persona trabaja para otras (empleo), adopta una sutil actitud de “acreedor”. El empleado, de forma inconsciente (y muy consciente en otros casos), calcula que siempre “se le debe” algo como efecto del servicio que está prestando. O bien es una deuda monetaria, reconocimiento o gratitud. Colocarse en posición de “acreedor” es relativamente sencillo para quién se emplea al servicio de otros, y su concepto de deuda es, por supuesto, más prosaico.

Sin embargo, la disposición mental cambia cuando se trata de deudas en el emprendimiento.

Porque la persona se coloca inmediatamente en la posición de deudor. Y aunque éste es un requisito natural del trabajo que se inicia, detona un torbellino de emociones.

En la mayoría de los casos, la educación que las personas reciben en el seno familiar, el círculo de relaciones próximas y las instituciones educativas, plantea un modelo adverso al endeudamiento y la “inseguridad” que ello provoca.

Las personas están esencialmente programadas para evitar situaciones así, o al menos condicionadas para no buscarlas. Al igual que en otras cosas, la educación temprana falla al no incorporar el necesario criterio de “relatividad” para tratar el tema. La afirmación: “la deuda es mala y punto”, condiciona las actitudes de las personas a lo largo de su vida y resulta costosa.

El “modelo mental” respecto a las deudas construido desde edad temprana, echa raíz en ése campo que la gente interpreta como seguridad.

Es el mismo modelo que entiende que el empleo es “más seguro”, que la jubilación proporciona “garantías en el futuro”, que la formación universitaria es la mejor forma de aprender un oficio, etc. Para éste “modelo mental” la deuda atenta contra la seguridad.

El culto a la “seguridad”, cualquiera sea su carácter, genera incertidumbre y temor. Todas las personas que desarrollan su vida sujetas a estos preceptos terminan siendo individuos de visión corta y estrictas rutinas. Apóstoles del orden y de actitudes conservadoras.

Nada de esto fuese reprochable si la dinámica de la vida permitiese que funcione, pero no es así. El hombre, en su  genética básica, en su entendimiento antropológico, es un ser que anhela explorar y descubrir cosas nuevas.

Las personas que inician un emprendimiento “rompen” con esfuerzo este “modelo mental” y salen de sus zonas de seguridad.

El sólo hecho de tomar la decisión de emprender enfrenta preceptos atávicos y consignas generacionales. Las premisas del modelo no se superan con facilidad, muchas acompañan largo tiempo al emprendedor. Y uno de esos “acompañantes” es el concepto formado sobre las deudas.

Es posible que la premisa esté referida a las “deudas de dinero”, pero como todo esfuerzo educativo, concluye por influir en la formación de otros valores y actitudes, trascendiendo sus objetivos particulares.

La razón primordial para que esto constituya una carga costosa radica en el simple hecho que las deudas son inevitables. Están estrechamente relacionadas al carácter social del ser humano.

La formación respecto al tema no debiera fundamentarse en el absoluto de que “toda deuda es mala”. Más bien en el  entendimiento del asunto y el desarrollo de habilidades para manejarlo. El maniqueísmo NO FUNCIONA con las deudas, mucho menos en el emprendimiento.

La deuda no es ni buena ni mala, simplemente es más o menos necesaria. La virtud se encuentra en establecer dominio sobre ella.

En el caso del emprendedor la deuda es indispensable. Sin ella el emprendimiento no existe.

El capital propio o las deudas con uno mismo.-

En el entendimiento “popular”, el emprendimiento que se desarrolla con inversión propia elude las deudas, pero  ¡esto es falso! El emprendimiento con capital propio genera deudas con uno mismo. Y éstas son muchas veces las más impiadosas de las obligaciones. Este tipo de deudas activa dos reacciones importantes:

1.- El cálculo del “costo de oportunidad”:

El capital propio invertido en el emprendimiento es, a la vez, un recurso que deja de invertirse en otra cosa. Mientras más importante sea éste “costo de oportunidad”, más carga emocional representa para el emprendedor, al menos a lo largo de la etapa de recuperación del capital. Y si eventualmente éste capital llega a perderse (lo cual es una posibilidad concreta), el costo tiene efectos prolongados en el tiempo.

2.- El miedo a “perderlo todo”:

Existe diferencia de grado entre el temor y el miedo. Y son precisamente estos límites los que se tocan cuando el emprendedor calcula que puede perder todo lo invertido. El miedo paraliza, afecta la toma de decisiones y daña la confianza. La inseguridad y la actitud conservadora son las hijas bastardas del miedo. Y ambas son pésimas compañeras en actividades de negocio.

Las inversiones con capital propio son como un péndulo que oscila entre el fracaso costoso y el éxito “barato”. Porque cuando efectivamente ayudan a que el emprendimiento llegue a buen puerto, la nave no siempre arriba en buen estado (y su capitán tampoco).

En términos prácticos los emprendimientos con capital propio pueden provocar demoras o establecerse con precariedad.

Los aportes de socios o las deudas internas en el emprendimiento.-

Más allá de la buena fortuna en la elección de socios, lo que sí se genera de inmediato es una deuda interna. El emprendedor no solo está obligado consigo mismo, también con los socios. A ellos “les debe” obtener éxito y cumplir objetivos. Si bien es cierto que en las sociedades se comparten responsabilidades, no por ello desaparece el sentido de obligación de unos para con otros.

En el marco del emprendimiento la deuda interna genera presión. Y dependiendo de particularidades y circunstancias, puede provocar problemas en la toma de decisiones, en la seguridad y en la confianza.

Administrar las relaciones en una sociedad no es cosa sencilla. Y si ellas están condicionadas por un entendimiento imperfecto de obligaciones y compromisos, pueden afectar sensiblemente el emprendimiento y al propio emprendedor.

Tampoco es extraño que en caso que los resultados fuesen satisfactorios, el emprendedor tenga una sensación de “pérdida” por aquello que tuvo que “sacrificar” para hacer efectivo el emprendimiento por medio de una sociedad. Y por otra parte son comunes las relaciones dañadas y enemistades cuando las cosas no salen como estaban previstas.

Un problema en el caso del financiamiento interno es que las sociedades están muchas veces constituidas por personas que comparten la educación conservadora y limitante respecto a deudas y pérdidas. Y esto, obviamente, no establece un escenario idóneo para los negocios.

Las deudas institucionales.-

Hay consideraciones prácticas en el análisis del financiamiento por parte de instituciones. Pero a efectos de la obligación surge una característica fundamental: las deudas institucionales carecen de flexibilidad.

El carácter impersonal de este tipo de deudas impide, en buena parte de los casos, que sus condiciones acompañen las particularidades de evolución del negocio.

Los elementos legales y aspectos de trascendencia pública suman sensibilidad a su manejo. Las instituciones financieras no están llamadas a entender los imponderables y dificultades por las que pueda atravesar el negocio. Y en este sentido se convierten en un costo fijo importante.

La relación del emprendedor con este tipo de deudas no es equilibrada, y los intereses del negocio deben subordinarse a las premisas del financiador.

Muchos emprendedores consideran que las fuentes “impersonales” de financiamiento son prácticas y presentan menos problemas en la administración cotidiana. Sin embargo son también las menos flexibles y obligan a encarar la situación desde una posición más débil.

Las deudas con terceras personas.-

Los compromisos con terceras personas que nada tienen que ver con el negocio representan una gran carga emotiva. Habitualmente éstas son personas que sostienen una relación familiar o de amistad con el emprendedor y lo apoyan en consideración de ello.

Fallar en el cumplimiento de estas obligaciones tiene efectos que van más allá del negocio.

Las personas externas no tienen por qué entender los avatares del emprendimiento a lo largo del tiempo. Y cuando se producen pérdidas o contratiempos se afectan las relaciones.

Las experiencias negativas con este tipo de deudas son las que pueden dejar mayor secuela en el emprendedor, afectando sus decisiones cuando emprende de nuevo.

¿CÓMO DEBEN ENTONCES ENCARARSE LAS DEUDAS EN EL EMPRENDIMIENTO?

1.- El emprendedor debe partir de una premisa básica: el endeudamiento es para el negocio, no para él.

El negocio es una entidad independiente desde el momento que es formado, no es una “extensión” de sí mismo. Los intereses del negocio deben prevalecer sobre los personales el momento de considerar la deuda.

2.- El pago de las deudas debe efectuarse de acuerdo al rendimiento que tenga el negocio.

Por esto es importante hacer una evaluación apropiada de las fuentes de financiamiento. Cuando el negocio se obliga a pagar deudas cuya proporción no es razonable con su rendimiento, lo único que consigue es ponerse en riesgo a sí mismo y por ende a la deuda.

Muchas personas asumen la posición de “pagar las deudas a cualquier costo” para evitar problemas. Estas medidas resuelven situaciones en el corto plazo pero tienden a agravar el cuadro general.

Si el rendimiento del negocio (asumiendo que esté bien administrado), no cubre las exigencias de la deuda, las medidas que deben tomarse son (en estricto orden de importancia) las siguientes:

a) Refinanciar la deuda.

b) Postergar o suspender los pagos de la deuda.

c) Propiciar mayores rendimientos en el negocio.

No es conveniente activar el proceso comenzando por el fin. El negocio es más importante que la deuda porque es quien debe solventarla.

3.- Los negocios pueden ser exitosos o no.

El momento de considerar el origen de la deuda debe prevalecer un análisis cuidadoso de éstas probabilidades, y en función de ellas definirse el tipo de deuda. Para proyectos que tienen mayores grados de riesgo las opciones de endeudamiento propio o interno son más adecuadas.

4.- Si el negocio no puede pagar las deudas y el emprendedor ha invertido sus mejores esfuerzos para evitar perjuicios, allí terminan las obligaciones.

El capítulo tendrá que cerrarse como un negocio fallido. No existe beneficio para nadie en llevar las cosas más allá de éste punto. El emprendimiento es una experiencia en la vida, no es la vida misma.

Las deudas tienen implicaciones tan sensibles que una afirmación como la anterior parece de poca ayuda. Pero es una verdad incuestionable. Puede tomarse cualquier camino para resolver el problema, pero más  temprano que tarde se llegará al mismo punto: si un negocio fracasó, las pérdidas son inevitables.

Es el propio emprendedor quien a veces “aumenta” el costo de la experiencia por no aceptar que si el negocio fracasa también falla el pago de las deudas.

5.- El emprendedor debe evitar, hasta donde sea posible, que las deudas involucren intereses que vayan más allá del negocio.

Cuando la vinculación de las deudas trasciende el negocio, las consecuencias afectarán también el patrimonio del emprendedor. A veces es difícil conseguir un financiamiento que limite las obligaciones al negocio, y el emprendedor tiene que garantizarlo con bienes personales.

El emprendedor debe adoptar siempre riesgos calculados, lo contrario es un acto de temeridad. Si se arriesga el patrimonio personal el análisis debe ser meticuloso. Antes de hacerlo es conveniente planificar un esquema mixto de fuentes de financiamiento.

En el mundo “entrepreneurial” existe una máxima llena de sabiduría:

“El negocio es más importante que la deuda, y el Emprendedor más importante que el negocio”

Si las deudas no se pagan y el emprendimiento sobrevive, finalmente aquellas concluyen por pagarse. Por otra parte, si las deudas no se pagan y el negocio no sobrevive, se puede volver a emprender. Pero si las deudas no se pagan, el negocio no sobrevive y se lleva consigo al emprendedor, el circuito llega a su fin.

6.- No debe olvidarse que las personas o instituciones que financian el emprendimiento igualmente están haciendo un negocio. Y en ese sentido también toman riesgos y pueden perder.

Dando por descontada la responsabilidad y el mejor esfuerzo, la incapacidad de pagar una deuda no es un pecado capital. Es un costo inherente a la decisión de emprender.

7.- Mucho cuidado con la generación de sentimientos de culpa o la asunción de veredictos morales.

Quién tiene problemas para pagar una deuda (o finalmente no lo hace),  ¡no es una mala persona, y mucho menos un delincuente! Sin emprendedores no existiría la estructura económica que sustenta las sociedades modernas, y por supuesto NINGUN negocio para los financiadores.

Dado que la imperfección es un hecho estadístico, existirán en el emprendimiento deudas con problemas de pago y deudas incobrables. Este es el precio de la dinámica.

8.- Cuando llega el caso que una deuda no se paga, la situación no es necesariamente como se temía.

Es más grave el temor previo que el hecho final. La preocupación por honrar una deuda que no puede pagarse es más destructiva que el hecho de no pagarla.

Parece aconsejable concluir la reflexión sobre este tema con uno de los pensamientos que más identifica al emprendedor. Pocas cosas se han escrito que describan mejor ése mundo difícil, solitario, fascinante y trascendental.

El pensamiento le corresponde a Theodore Roosevelt, el vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos:

“No es el crítico quien cuenta. Ni aquellos que señalan cómo el hombre fuerte se tambalea. O en qué ocasiones el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece realmente al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo, sudor y sangre. Al que se esfuerza valientemente, yerra y da un traspié tras otro pues no hay esfuerzo sin error o fallo. A aquel que realmente se empeña en lograr su cometido. Quien conoce grandes entusiasmos, grandes devociones. Y se consagra a una causa digna. Quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso. Y que en el peor de los casos, si fracasa, al menos caerá con la frente bien en alto. De manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni el fracaso.”

(Extracto del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/deudas-en-el-emprendimiento/

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