Las personas se ocupan de estar ocupadas. Ese es uno
de los dramas humanos que no ha hecho otra cosa que empeorar con el tiempo. El
“no hacer nada” está mal visto y no parece un acto responsable, no se diga que
pueda considerarse una “gran inversión”.
Todos reconocen y se duelen de la
intensidad y el vértigo con el que viven. Sin embargo, responden el frenetismo
de sus vidas con más frenesí, como si así pudiese ser contrarrestado. Combaten
el fuego con más fuego, a pesar que la intención sea sofocarlo.
No parece muy inteligente, pero así se vive.
Tomando en cuenta que la consigna de mantenerse
ocupado no sea solo un convencionalismo, tendría que suponerse que es útil y
constituye una buena inversión. Porque finalmente, parece ilógico “no hacer
nada” mientras una tormenta de eventos sucede alrededor.
Pero esto aplicaría siempre que se tratase de un
evento extraordinario, es decir, que la “tormenta” sea poco corriente y
perturbadora. Pero si ella está presente siempre, ya no es extraordinaria. Se
convierte en algo “normal”.
Y esto pasa en la dinámica de la vida. La velocidad
con la que suceden las cosas, las exigencias, los problemas y eventualidades
son una constante. No hay nada especial.
Este tampoco es un fenómeno estrictamente
contemporáneo, en realidad es una particularidad de la vida social y su
evolución. Cada generación de seres humanos ha tenido que gestionar sus propias
dinámicas, con una sensación de vértigo similar.
La persona que hoy ve asombrada la posibilidad
inminente de colonizar el planeta Marte, y tiene la experiencia de innumerables
eventos creados electrónicamente, siente lo mismo que el hombre de principios
del siglo anterior que miraba perplejo los primeros automóviles y aparatos
telefónicos.
La dinámica es siempre igual, lo mismo que el ser
humano. Solo son distintas las circunstancias y los conocimientos disponibles.
Ante este vértigo de la vida, el “no
hacer nada” constituye un sabio retorno a las capacidades humanas
fundamentales, y es desde todo punto de vista, una “gran inversión”.
Esencialmente porque estas capacidades no pueden ser
reemplazadas por ningún sistema. Son condiciones privativas del ser humano.
En reposo y contemplación las personas pueden soñar,
reflexionar, observar, pensar, aprender. Tienen la posibilidad de elaborar visiones
útiles del futuro y concebir caminos para alcanzarlo.
Nada de esto puede ser hecho por una computadora o un
robot, y lo que es más intimidante, TODO el resto puede ser hecho mejor por
ellos.
Al salir conscientemente del círculo
vicioso de la “ocupación”, surge el espacio para sostener las relaciones que
importan, abrazar la vida y mostrar gratitud. Puede aprenderse algo más de lo
que demanda la dinámica habitual, maravillarse con la existencia y recargar la
indispensable energía que se necesita para la “ocupación”.
Es en este escenario de “ocio” donde se construyen las
capacidades para operar eficazmente en el frenesí cotidiano y volverlo, así,
una gran inversión.
Sin posibilidad de soñar,
visualizar, reflexionar, aprender y mantener relaciones de calidad, no es
posible interactuar bien con la vida, al menos no con un sentido mínimo de
control sobre el destino.
Quién argumenta que “no tiene tiempo para aprender” o
para maravillarse con la existencia, no vive, sobrevive. Es como un pez que
lleva la corriente.
Decía Herman Melville en su maravilloso Moby Dick: “hablan
de la dignidad del trabajo. Bah. La dignidad está en el ocio”. ¡Y así
es!
En tanto la dignidad se entienda como “la cualidad del
que se hace valer como persona, quién se comporta con responsabilidad, seriedad
y respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni
degraden”, entonces emerge de las condiciones que plantea la quietud y no el
trabajo.
La ocupación que puede calificarse
como productiva, siempre es consecuencia del ocio bien entendido y del reposo
apropiado.
Ahora bien, el “no hacer nada” (con todo lo que ello
representa), debe ser un acto consciente, no se trata de una
respuesta inercial al cansancio. Si fuese así, se convertiría en consecuencia,
no en causa. Dejaría de ser una gran inversión y se volvería un acto inercial.
La tarea más importante de la persona competitiva es la
construcción apropiada de sus labores de ocio. Del carácter de aquello que hace
cuando “no hace nada” depende la calidad de su oficio cuando está “muy
atareado”.
Lo anterior demanda consciencia.
No es sencillo “construir” el ocio. “No hacer nada” es
un arte que dominan pocos, aunque parezca ridículo. Es algo que está tan lejos
de la pereza y del mero hecho de languidecer, como la propia ocupación.
Fíjese en lo siguiente: todas duermen, pero pocos sueñan;
las personas miran, pero no todos observan; todos descansan, pero pocos saben
cómo relajarse; los cerebros humanos están repletos de pensamientos
permanentes, pero pocos saben encontrar quietud y silencio. ¿Cuántas personas
existen que pueden meditar completamente inmóviles al menos 15 minutos al día?
¡No es fácil!
Lao Tzu decía: “No hacer nada es mejor que estar
ocupado sin hacer nada”.
Ahora bien, cuando el tema se aborda desde la
perspectiva de la generación de energía, termina de
comprenderse. Pasa de ser un asunto importante y se convierte en algo vital.
Sin energía nadie puede hacer nada. Todo el Universo
es una maravillosa manifestación de ella, igual que la vida. El tiempo mismo,
ése concepto para medir el discurrir de las cosas, está condicionado por
energía, porque de otra forma no existiría el factor que permitiese que las
cosas efectivamente sucedieran.
La energía se aplica, se gasta y
agota en la ocupación, y sin espacios de “no hacer nada”, no se la podría
reponer. Por esto, conocer el arte asociado al ocio es la única manera de ser
productivo y vivir con plenitud.
Así la premisa se entiende como una gran inversión.
Porque en la medida que mejor se maneje el ocio, mejor retorno existirá en la
ocupación.
Estas son algunas “tareas” que pueden y deben
practicarse en reposo, quietud y silencio:
- Soñar. ¿Se
ha dado cuenta que las grandes ideas emergen cuando se conduce, se está en
la ducha o se camina sin premura? Es más probable tener un momento de
“eureka” cuando se está relajado y se permite que las ideas se filtren en
la parte posterior del cerebro. Por esto hay una recomendación para todas
las personas que almuerzan en su escritorio: ¡tomen un descanso!
- Reflexionar. Las
personas hacen cosas sin sentido a cada momento, por eso alejarse de las
situaciones que tienen que abordarse regularmente proporciona una
perspectiva valiosa.
- Observar. A
veces, la mejor
respuesta está delante de las narices pero
se está demasiado ocupado para verla. Si la mayoría de las respuestas
parecen simples en retrospectiva, tal vez no se esté dedicando suficiente
tiempo a buscar lo obvio. Tener la capacidad de
identificar lo simple es siempre una gran inversión.
- Vínculos. Despeje
su calendario. Pase una noche tranquila con su cónyuge, cene en familia o
con amigos en lugar de tomar comidas sobre la marcha. Escuche a sus hijos
hoy y sea parte de lo que harán mañana.
- Relajarse. La
gente trabaja todo el año solo para tomarse unos días libres. Esto
quiere decir que solo en vacaciones propende a disfrutar de la vida simple:
se relaja en la playa, camina por el bosque o ve una hermosa puesta de
sol. ¿Por qué esperar? Posiblemente lo único que impide relajarse es uno
mismo. En lugar de agregar actividades a la agenda, intente eliminar
algunas y luego… relájese.
- Abrazar la vida. Cuando pasa el tiempo
contando cada minuto, está perdiendo momentos preciosos. Y
tome en cuenta que son los momentos, no el calendario, lo que recordará
algún día.
- Mostrar gratitud. ¿Está
muy ocupado para demostrarles a las personas que quiere que son
importantes en su vida?
- Pensar. Pero
no con el piloto automático que
condiciona los procesos mentales rutinarios, más bien trascendiendo lo
superficial y meramente utilitario.
- Aprender. Quítese
los zapatos y aprenda algo diferente. Explore nuevos territorios. Cambie
su enfoque. Abra su mente. Deje el territorio familiar. Salga de la
rutina. Vea la imágen completa. Conecte los puntos. Cambie su perspectiva.
- Recargar. Tómese
un tiempo para rejuvenecer, ¿le parece poco significativo? Tranquilice su
mente. Desenchufe. Medite. Tome una buena siesta. Vuélvase, en
resúmen, un experto en tomar vacaciones de cinco minutos.
- Deambule. Olvide
sus aspiraciones por un momento. Salga a caminar para despejar la cabeza.
Pasee sin propósito. Piérdase dentro de sí mismo. Quién sabe lo que
encontrará…
¿Todo esto parece poco? Pues no es así. ¡Es una gran
inversión! Una en el negocio más importante que tiene: su propia vida.
Fuente: https://elstrategos.com/no-hacer-nada-es-una-gran-inversion/
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