No solo es cierto que nada bueno crece en la “zona de
confort”, también es verdad que los grandes logros solo se consiguen operando
en la orilla opuesta: la “zona de incomodidad”. Éste es el
campo donde se juega la liga más competitiva del quehacer personal y
profesional.
La “zona de incomodidad” se encuentra en los límites
del desenvolvimiento habitual de las personas, sea cual fuese la actividad que
estén desempeñando. Allí se exhibe el potencial de cada quién, la madera de la
que está hecho y el tamaño que puede alcanzar. Si se opera y trasciende en la
“zona de incomodidad”, todo es evolución.
El progreso no consiste en construir “mejores
condiciones” o más comodidad, en realidad es una consecuencia del trabajo en
situaciones difíciles. Ningún acto de creación disruptiva o innovación ha sido
fácil, basta conocer la historia de Charles Goodyear, los hermanos Wright, Alexander
Fleming, Nicola Tesla, etc, etc, etc.
Y eso por citar casos mayores, porque es igual para
todas las personas, independientemente del tamaño de sus logros. Quién no se
sienta “incómodo” haciendo lo que hace, poco o nada alcanzará. De esto se trata
finalmente la diferencia entre “trabajo” y descanso (si quieren tomarse los
extremos). Uno representa incomodidad (de todas maneras), y el otro comodidad.
Ahora bien, es importante entender a qué hacen
referencia las operaciones en “zonas de incomodidad”, porque no se trata
tampoco de complicarse la vida.
La “incomodidad” está relacionada al
trabajo en asuntos ajenos al “área de seguridad” en la que buscan desenvolverse
todas las personas. La tan mentada “zona de confort” es en los hechos una “zona
de seguridad”.
A esta conclusión conduce la naturaleza de la mente
humana y la historia de su evolución. Todo se trata de seguridad, desde las ya
lejanas cavernas hasta nuestros días. La premisa básica de los circuitos
cerebrales es situar al ser humano en condiciones seguras.
Todo acto o intención que atente contra las
condiciones que el cerebro vincula a seguridad, está sujeto a oposición y
fricción.
El espectro de esas “condiciones seguras” puede ser
muy amplio, no se trata de entenderlos como un deporte extremo. El cerebro triúnico del
ser humano y su complejo reptiliano, trabaja cada instante condiciones de
seguridad que pueden parecer irrelevantes o incluso absurdas. ¡Esa es su
función!
Levantarse de la cama puede convertirse en un acto
sujeto a fricción, no se diga hacer un mínimo de ejercicio o sostener una
agenda disciplinada de trabajo. El cerebro primitivo puede entender muchos de
estos actos como innecesarios e inseguros.
La “zona de confort”, por lo tanto,
termina siendo un área grande de factores y eventos que el cerebro considera
básicamente seguros.
De allí para afuera, todo terreno de conquista es
pleno en recompensas. Mientras más lejos se opere de las zonas de
seguridad, más importante es la promesa de victoria y éxito. O visto desde el
otro lado de la moneda: mayores los logros mientras más incómodas las tareas.
Operar permanentemente en la “zona de incomodidad” no
es sencillo. Aquí radica la clave para volver esto una efectiva ventaja competitiva. En
realidad todas las personas, de una u otra forma y en algún momento, operan
fuera de su “zona de confort”, porque en caso contrario sería muy difícil la
supervivencia.
Lo importante es, sin embargo, ser a la vez efectivo y
eficiente en estas tareas. Y eso se consigue incorporando el criterio de
“incomodidad” en los objetivos de la vida y, por otra parte, respecto a las
tareas cotidianas.
Esto es parecido al acercamiento científico de la
definición de felicidad. Ésta se trata, dice, de que “estés feliz CON tu vida y
EN tu vida”. Lo primero tiene que ver con objetivos y lo segundo con las tareas
rutinarias.
Lo mismo aplica con el criterio de
incomodidad. Para ser efectivo, los objetivos de vida (personal o profesional),
deben estar fuera del área de confort o seguridad. Y para ser eficiente, las
tareas de cada día (que precisamente conducirán al objetivo),deben tener la
misma cualidad.
La persona que opera efectiva y eficientemente en sus
“zonas de incomodidad” trabaja su potencial como lo hace un escultor con la
piedra que dará forma a su obra de arte. Con cada golpe lo acerca a la
consagración.
Esto fortalece el perfil competitivo de cualquiera,
porque pocos enfocan su energía al trabajo permanente en “zonas de incomodidad”
o de “menor seguridad”.
Y las comillas valen mucho en esto último, porque el
criterio de inseguridad aquí planteado nada tiene que ver con peligros o
riesgos insensatos. La “seguridad” no es un asunto de vida o muerte, es
simplemente la aversión a lo desconocido y al esfuerzo que ello representa.
Ahora bien, la persona que decide
orientar su vida a extraer los premios que ofrece la “zona de incomodidad”,
debe estar consciente que enfrentará dura oposición. En primer lugar de él
mismo. El cerebro desarrollará una fuerza gravitacional que atraerá toda acción
hacia zonas de confort. Cada momento, durante toda la vida.
La única forma de vencer esta fuerza de manera
eficiente es creando hábitos productivos que trabajen desde el
inconsciente. Solo un conjunto de virtuosos hábitos permite fluir en la “zona
de incomodidad”, porque si cada acto tuviera que ser conscientemente
planificado, la tarea sería imposible. La consciencia en realidad debe ocuparse
del planteamiento de los objetivos de vida.
Por lo tanto, quien hace de la “zona de incomodidad”
el área de su desempeño, alcanza efectividad con el planteamiento consciente de
sus objetivos de vida y eficiencia con el desarrollo de hábitos virtuosos para
sus tareas cotidianas. En lo primero se juega la visión, inteligencia y el
sentido de trascendencia, en lo segundo participa la fuerza de voluntad,
disciplina, perseverancia, etc.
Sin los dos ingredientes no puede alcanzarse la
victoria. Pesa tanto el sentido de visión como la fuerza de voluntad para
operar exitosamente en la “zona de incomodidad”.
Establezca por lo tanto objetivos ambiciosos para su
vida, en todo sentido. Sea atrevido. Desafíe al destino. Nada de esto comulga
con la comodidad o la seguridad, pero estos conceptos son sólo construcciones
humanas, y muchas veces planteadas inconscientemente.
Es preferible tratar con gente que
bordea la fantasía en la previsión de sus propósitos, que con personas
completamente ancladas “al suelo”.
Una vez que se haya planteado “objetivos incómodos”
para su vida, opere congruentemente, y cada día, en su “zona de incomodidad”.
Haga cada jornada alguna cosa que lo atemorice, algo que esté postergando
injustificadamente, y en general, cualquier acto que encuentre tan pertinente
como incómodo.
Si su cerebro expone 20 razones para que no se ponga
las zapatillas y salga a correr de acuerdo a lo que tenía planificado, emita
UNA SOLA ORDEN a su cuerpo, vístase y salga a correr. Esta es la forma de
decirle a la mente quién está al mando de la “nave”. Si practica esta lógica
todos los días, la “zona de incomodidad” se volverá más familiar que su barrio.
La mente necesita repetidos recordatorios que le
indiquen quién está al mando, porque de lo contrario toma las riendas y conduce
por donde quiere. Esto no es cómodo, obviamente.
Pero finalmente se trata de esto: operar en la
incomodidad con tal solvencia y familiaridad, que lo incómodo se torne cómodo.
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