Dicen que el sentido común no
es nada menos que un hálito de sabiduría divina. Uno que se manifiesta sin
condicionantes en todo intelecto humano. ¡Y así es! Todos los seres humanos
poseen este consejero interno dotado de una sabiduría natural y siempre
dispuesta. Un recurso confiable y poderoso, cuyo origen sigue siendo un bello
misterio.
Todas las personas tienen sentido común, y seguramente
en medidas similares (si es que ello puede medirse de alguna manera). Ésta
orientación o “guìa inercial” se posee desde temprana edad. Nadie lo enseña,
nunca se produce algún tipo de inducción o capacitación. Es un recurso que
simplemente emerge y crece entre las competencias de la razón, sin pautas,
causas ni propósitos definidos.
El sentido común es la “capacidad
para juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con
acierto”. Es básicamente esto. Sin embargo su alcance es trascendental,
porque la capacidad de juzgar “razonablemente” las cosas de la vida cotidiana y
decidir acertadamente, define el destino.
Póngase a pensar, ¿que debe entenderse por situaciones
de la vida cotidiana? Ciertamente esto engloba casi todo.
Por otra parte, ¿qué es capacidad de juzgar
razonablemente? Pues bien, es una facultad del entendimiento humano por cuya
virtud se puede distinguir entre lo bueno y malo, lo conveniente e
inconveniente, lo verdadero y falso.
No es poco.
Y además, todo ello finalmente se orienta a
posibilitar las “buenas decisiones”, a “decidir con acierto”, evitando el error y el equívoco.
Esto ya es mucho.
El sentido común es indispensable, puesto que sin él
nadie podría desarrollar una vida equilibrada y productiva. Sin su existencia,
la gestión del bienestar humano no sería posible, porque el entendimiento
tendría que formarse para cada acto de la vida cotidiana. Y eso es imposible.
Si ya es complejo formar competencias para un médico o un ingeniero, cuánto más
para que una persona sea básicamente competente en todos los actos de su vida.
Puede decirse que el sentido común se forma de alguna
manera, pero es más útil saber que se “desarrolla” desde temprano en la vida de
las personas, y permanece con ellas hasta el final.
Ahora bien, y aquí está el drama, el
sentido común es universal, sin embargo no todos lo ejercitan. En realidad,
pocos lo activan y posicionan como faro de las decisiones que toman en su vida.
Escasas personas se fundamentan en él para entender
los fenómenos de la existencia y orientar su conducta. La mayoría se guía por
cualquier otra cosa: la razón colectiva, el entendimiento “técnico” de las
cosas, la racionalidad impoluta e incluso la “sabiduría”.
Bien se dice, por eso, que “el sentido común es el
menos común de los sentidos”.
Y es correcto, es “el menos común de los sentidos”.
Porque ciertamente está sofocado por ése paradigma de la complejidad bajo el
que vive el mundo moderno. ¿Quién confía hoy en la inocente y casi ingenua
sencillez de su sentido común? Lo simple parece sospechoso, mucho más si los
problemas y la adversidad no se comprenden.
Finalmente, no importa mucho reconocer que ésa
complejidad la crean las propias personas, justamente porque son escépticas
respecto a todo lo que huela a “simplicidad”.
Quién activa su sentido común para
interpretar la realidad y actuar en ella, nunca transita el sendero de la
dificultad, todo lo contrario, siempre adopta el camino sencillo. Y haciéndolo
así, ¡pocas veces se equivoca! Siempre es posible fallar, obviamente,
pero el error y el sentido común tienen una correlación muy baja.
Esto puede parecer increíble, pero es lo más natural
del mundo. Porque la vida en sí misma es simple, sencilla. Nunca ha sido
diferente. Es la gente la que se complica. Como el sentido común emerge desde
las zonas profundas de la naturaleza humana, y no desde la superficie de sus
conductas, está completamente enlazada con la simplicidad.
¿Por qué la mayoría de las personas no utilizan su
sentido común para juzgar sus situaciones cotidianas y decidir con acierto?
Pues porque no confían en él. Poco crédito le otorgan a las respuestas
sencillas, a las soluciones simples. Prefieren equivocarse accediendo a los
recursos de la complejidad, que acertar recurriendo a una facultad tan
elemental.
¡Todo puede resolverse acudiendo al
sentido común, todo!
La más compleja de las fórmulas matemáticas se
resuelve con sentido común, porque las matemáticas en sí son eso: sentido
común. Situaciones angustiantes y de alto riesgo, condiciones emocionales
intensas y relaciones personales difíciles, se resuelven con sentido común. No
hay fronteras ni obstáculos para éste “hálito divino”.
Las personas que parecen “más inteligentes” que otras,
hacen mayor uso de su sentido común, rara vez es otra cosa. Los genios siempre
se fundamentan en él, y así se distinguen.
El conocimiento es algo diferente, y construirlo no
tiene nada de malo. Si el sentido común se activa, el conocimiento lo nutre y
refuerza, pero si aquel se ignora, en poco aprovecha toda la sabiduría del
mundo. No hay ninguna autoridad intelectual o erudición que se precie si carece
de sentido común.
Lo mismo pasa con la experiencia. Es un valioso
recurso del entendimiento cuando se activa el sentido común. Pero si esto no
sucede, se convierte en obstáculo y pretexto para la inacción.
Solo con sentido común, el conocimiento y la
experiencia juegan a favor. Sin él pierden el vehículo que les facilita el
movimiento y deben arrastrarse con carga pesada.
La persona que no activa su sentido común para todo
suceso que demande juicio y decisión en su vida cotidiana, es como aquel que
estando en un cuarto a oscuras y con el interruptor de luz al alcance de la
mano, opta por salir hasta el lugar donde se encuentra el tablero de fusibles
para conectar la corriente. Pudiendo alargar el brazo para tener claridad, prefiere
encarar los riesgos que trae la oscuridad.
¿Cómo se activa el sentido común?
Eliminando “el ruido”. Nada más.
Las perturbaciones para el sentido común están
siempre allí, como la música de fondo que no puede escucharse por los sonidos
que la interfieren, como la corriente de agua que se tranca por los obstáculos
que se le colocan al frente.
Si se anula “el ruido” y se quitan los obstáculos, el
sentido común emerge.
La persona que rinde culto a su sentido común es un
escéptico irreductible. Siempre rebelde y desconfiado, pero de sana intención y
respetuoso. No se adhiere de buenas a primeras al sentir general, a la
sabiduría popular o al consenso. Sale de los moldes para establecer juicio
propio, fundamentado en “ésa” razón que anida en su naturaleza.
Al actuar así, todo “el ruido” le sirve para
identificar mejor la música y enriquecer la melodía, que es lo mismo que pasa
cuando uno se enfoca en escuchar la música de fondo.
El “ruido” se elimina mejor en estado de reflexión,
meditación y contemplación. Bajando el volúmen de los incesantes pensamientos
que acompañan toda decisión e interpretación. La persona con sentido común es
muy paciente y segura de sí misma. Sabe que encontrará las respuestas cuando se
conecte consigo mismo.
Valora el conocimiento y el consejo de los demás, pero
no los valida por reflejo. Escucha a todos, pero no hace eco de nadie. Estudia,
investiga, contrasta, pero no saca conclusiones definitivas. Todo enriquece un
proceso que tiene como protagonista a su sentido común.
Cuando el “ruido” se apaga emerge el
entendimiento, la “capacidad para juzgar razonablemente y decidir con acierto”.
Aunque el nombre debería hacer pensar lo contrario, en
realidad el sentido común es algo extraordinario. No forma parte de los
rebaños. Es una cualidad de esos pocos que piensan por sí mismos y se tienen
confianza.
Y no lo olvide, no tiene ningún vínculo con la
dificultad. Está siempre asociado con lo simple, básico y elemental. Esta
realidad ayuda mucho en la vida. Porque cuando las incógnitas y las respuestas
son pesadas y densas, cuando no hay espíritu ligero ni paz, puede estar seguro
que el sentido común NO se encuentra allí.
En cambio, cuando las respuestas parecen absurdamente
sencillas y las soluciones emergen con la naturalidad del sol por las mañanas,
sonría, ése hálito de voz divina le está hablando.
Haga lo que él le indica y difícilmente se equivocará.
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