El empleo que conocemos hoy,
y todas las prestaciones que lo particularizan como el sistema de trabajo más
extendido desde la Revolución Industrial, tiene poco resto de vida. Esta es una
reflexión que ya lleva buen tiempo en el medio, pero se ha vuelto imperativa a partir
de los efectos de la pandemia.
El grado de la pendiente en la caída del
empleo como sistema de trabajo, se ha vuelto muy agudo. Su desaparición formal
ya es cosa de unos años. Las exigencias de productividad y competitividad que
enfrentan las organizaciones, no pueden sostenerse con el modelo vigente. Un
mundo devastado económicamente por un virus invisible, precisa cambios en las
relaciones laborales.
Ahora bien, el problema principal no es
éste. El drama se encuentra en la mente de millones de personas, para quienes
el empleo es la “única” forma seria, responsable y segura de generar ingresos.
El mundo sobrevivirá a sus desafíos,
seguro, pero mucha gente quedará lastimada en el camino.
No es que profesionales, técnicos y otros
trabajadores del sistema, ignoren el carácter de los cambios. No solo lo
conocen y entienden, también lo viven de cerca. El problema es que les cuesta
aceptarlo y actuar en consecuencia.
El empleo es parte de una cultura
ancestral.
Es posiblemente el componente más
importante de la vida en sociedad de las últimas quince generaciones de
personas en esta tierra. El niño que temprano despierta a la consciencia,
escucha del empleo de sus padres (y lo que esto significa), antes que otras
realidades del mundo que habitará.
Ése mismo niño es luego formado para
acceder con ventaja al sistema y prevalecer en él. Casi toda la educación que
recibe está orientada a ello. Esto es así desde el tiempo de la antigua Prusia.
En realidad, en este mundo existe un sistema de vida que se hace funcional para
el empleo, nada menos.
Muchos piensan que el empleo es algo que
buscan las “personas normales”, aquellas que (obviamente), favorecen criterios
de seguridad y estabilidad, para sí mismos y sus familias. Trabajo y empleo se
consideran casi sinónimos en ésa realidad que formó la Revolución Industrial en
la segunda mitad del siglo XVIII.
Pues bien, de eso ya queda poco, y todos
tendrán que entenderlo a la brevedad.
El empleo ya no tiene ninguna correlación
importante con la seguridad o estabilidad de los ingresos. Sus rendimientos
financieros son muy bajos, y las prestaciones que solían valorarse (seguridad
social, jubilación, capacidad de endeudamiento), pueden desplomarse a mediano
plazo.
Buscar y depender de un empleo se está
volviendo igual que practicar un deporte de alto riesgo. La probabilidad que
las cosas terminen de manera muy diferente a lo que se espera, es muy alta.
El imperativo de construir una distinción
profesional exige talentos laborales que ya no pueden maximizarse en el empleo.
Cuando una persona coloca sus servicios a disposición del sistema, hace tan
buen negocio como el que tendría Coca Cola abriendo una fábrica en el
vecindario y vendiendo sus productos solo en el barrio. El empleo paga muy poco
a la gran mayoría de sus dependientes.
Siempre hubo muchas
razones técnicamente sustentables para no considerar el empleo como la mejor
opción de ingresos personales, pero ahora se suma a esto el avance
tecnológico y el tipo de mundo que ha dibujado la pandemia.
La tecnología está cambiando el carácter de
los negocios en el nuevo siglo. El mundo virtual está desplazando al físico en
grandes porciones de la economía global. Estos nuevos negocios precisan de
individuos con talentos particulares, conductas flexibles, disposición
emprendedora, poca aversión al riesgo, creatividad, mente innovadora, espíritu
rebelde.
Ninguna de estas cosas se fomenta en el
empleo.
Las personas que hoy tienen entre 40 y 60 años
son las más vulnerables. Han apostado mucho por el sistema convencional y
posiblemente enfrenten severas crisis a medida que su mundo cambie de ritmo.
Los fondos de jubilación ya no están seguros. Los aportantes son cada vez
menos, y la disposición que se hace de esos recursos justifica el tratamiento
de muchas crisis de corto plazo.
AD
Las personas menores de 40 años están en el
medio del “sandwich”. Por una parte siguen recibiendo la influencia de la
educación convencional y por otra se dan cuenta que las cosas son ahora muy
diferentes. No es una posición cómoda para hacer una buena apuesta de futuro.
Ahora bien, la solución no radica en hacer
de otros sistemas de trabajo un nuevo paradigma. Los auto-empleados,
emprendedores o inversionistas forman parte de categorías que no pueden
sustituir repentinamente a millones de seres involucrados con el empleo. Y es
que éste mismo seguramente no desaparecerá como categoría, más bien que
cambiará radicalmente.
La solución es un asunto de procesos
mentales, de percepciones, convicciones y creencias.
Los profesionales de la “nueva normalidad”
deben poseer una mente amplia, abierta a todo y sin ningún tipo de ataduras.
Tienen que ser críticos profundos y ecuánimes de su realidad, rebeldes respecto
a cualquier dogma o imposición cultural. Ya no pueden asumir ningún tipo de
formato.
El conocimiento evoluciona a tal velocidad
que es imposible que un título o diploma pretenda aprehenderlo. Los pergaminos
que orgullosamente se colgaban en una pared tienen la misma utilidad que una
foto de la familia en la infancia. Quién no tiene ahora la capacidad de aprender y desaprender permanentemente,
poco puede decir que conoce. El mundo está volviendo a ésa época remota en que
los aprendices eran los verdaderos profesionales.
Las personas deben convertir su profesión
en un activo específico y muy competitivo. Tienen que ser un Negocio en sí mismos.
Poseer conciencia plena y control sobre lo que producen y venden. Y
posiblemente el orden sea inverso, porque todo profesional que no sepa
“venderse” apropiadamente, en poco aprovecha el talento que posee.
La
democratización del empleo y las relaciones laborales transnacionales están ampliando las
dimensiones del mercado laboral. Pero aprovechar las oportunidades demanda un
nuevo formato mental en todos los que han sido formados suponiendo que el
empleo convencional era el fin que justificaba la existencia.
Una persona en un lugar remoto del mundo
puede hoy trabajar rentablemente para una Organización situada a miles de
kilómetros de distancia. Pero incluirse en esto demanda un profundo cambio de
pensamiento y actitud. Para el empleado convencional, esta puede ser una
experiencia similar a la del cachorro de la casa cuando se lo deja al borde de
una avenida. La probabilidad que termine atropellado es muy alta.
Por esto el empleo se asemeja hoy a la
práctica de un deporte de alto riesgo. Es precisamente lo opuesto a lo que
considera el pensamiento convencional. Es muy inseguro y de corta vida.
Para “surfear” estos cambios sería bueno
dejar de enfocarse en un “curriculum vitae” y preguntarse qué se sabe hacer.
Olvidar un poco la historia de los conocimientos que se posee y reflexionar
sobre lo que se hace mejor que los demás. Luego darle a esto la forma y
estructura de un Negocio, porque eso es lo que todo profesional debe ser, de
inicio y en definitiva: un Negocio.
Pensando así también hay gran posibilidad
de comprender que la vida y el mundo no se resumen en un empleo (porque de esta
forma han vivido decenas de generaciones previas). Intercambiando productos y
servicios por dinero en lugar de tiempo, las personas finalmente incrementarán
su calidad de vida. Y ésa es una buena noticia para todo el mundo.
El sistema del empleo está viviendo su
trance final. Mientras más rápido se asimile esta realidad, menor será la
crisis de adaptación que se deba enfrentar.
No son malas noticias, son simplemente
representaciones de la realidad.
Por otra parte, muy bien está dicho que la
realidad es neutra y uno le coloca el matiz que quiere. Si éste aun lo vincula
con la idea de que el empleo es la opción más segura y estable de ingresos,
¡buena suerte! Está usted practicando
un deporte de alto riesgo.
Fuente: https://elstrategos.com/el-empleo/
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