Para todo efecto de vida siempre buscamos maestros que
nos permitan entender las cosas y hacerlas mejor. Nuestra naturaleza nos exige
evitar errores, eludir malas experiencias y facilitar procesos. Necesitamos
guía y consejo para caminar los senderos de la vida.
Buscamos estos maestros en
aulas y libros, en autoridades que no conocemos y en referentes cercanos.
Acumulamos el conocimiento disponible, trazamos ruta y caminamos hacia las
metas que fijamos.
Visualizamos un futuro que siempre debe ser mejor que
el presente. Anhelamos un mañana “diferente”. Todo parece justificarse en lo
que llega por delante, en ése fin que justifica los medios, en el futuro que
redime.
Pocas veces reconocemos que los maestros, las
enseñanzas y las experiencias que necesitamos para nuestros propósitos, pueden
encontrarse atrás. Justamente en ése pasado que a veces se menosprecia y que
siempre se quiere cambiar, por un sentido mal entendido de “superación”
Subestimamos el valor de los antecedentes,
magnificamos circunstancias e idealizamos nuestra capacidad de inventar el
futuro. Interpretamos mal ese consejo del “no importa de dónde vienes sino
adónde vas”.
Mal, porque la verdad es que esto último sí importa, y
mucho. El pasado siempre condiciona la construcción del presente y futuro. Y lo
hace en todo caso para bien, pusto que quién capitaliza las
experiencias pasadas, evita errores y replica aciertos.
Todos pagaríamos cualquier precio por conocer el
futuro, pero poco hacemos para entender y apreciar el pasado, sea éste cercano
o remoto.
Hay una idea errada de que el progreso y la evolución
están esencialmente reñidos con lo precedente. Se cree, casi
dogmáticamente, que el porvenir se construye a partir del hoy y no del ayer.
Nos gusta suponer que esa persona que nos antecedió en
el puesto de trabajo en realidad solo justifica nuestra presencia. Que él o
ella es solo parte de la memoria, y que está allí para ser superada y resaltar
el trabajo actual.
Nos vemos como protagonistas de la evolución y el
inicio de la historia.
Bajo ese criterio percibimos a padres, abuelos,
gobernantes, dirigentes y fundadores. A parientes mayores, antiguos colegas,
profesores y otras referencias del ayer. Creemos que todos ellos son como una
versión de “Windows 1” que poco aporta al aprendizaje y entendimiento del
futuro.
Pero esta forma de pensar no es solo absurda, también
es tremendamente ingenua. Porque es precisamente en el pasado donde se
encuentran los maestros que se necesitan para consolidar el porvenir.
Harry S. Truman, el 33vo presidente de los Estados
Unidos, fue posiblemente la única persona que llegó a ese puesto sin pensar, ni
remotamente, en la probabilidad de hacerlo. Fue elegido sorpresivamente como
compañero de fórmula del mítico Franklin Delano Roosevelt para su última
campaña electoral. Y dado que éste murió poco después de asumir el mando,
Truman lo sucedió.
Pocos pensaron que “el bueno de Harry” pudiera tener
éxito en las funciones. Era una persona demasiado común y corriente para
enfrentar los desafíos del cargo más complejo del planeta.
Pero esa sencillez de Truman le permitía apreciar
cosas que el pensamiento político convencional no dejaba ver a otros. Entre
ellas, el hecho de que los maestros que podían enseñarle lo que se tenía que
hacer, no se encontraban necesariamente en medio de quienes lo rodeaban, más
bien entre los que estuvieron allí antes que él.
Truman creía firmemente que para visualizar el futuro
se tenía que conocer la historia. Y él la estudiaba con voracidad.
“Si un hombre está familiarizado con lo que otras
personas han experimentado en este escritorio”, decía sentado en la Oficina
Oval, “le será más fácil procesar una experiencia similar. Es la ignorancia lo
que causa la mayoría de errores”.
Él vivió de acuerdo con estas palabras. Antes de
comenzar a trabajar en el Comité Truman encargado de la supervisión de los
gastos de defensa durante la Segunda Guerra Mundial, fue a la Biblioteca del
Congreso para investigar los errores de un programa similar durante la Guerra
Civil.
Antes de despedir al general MacArthur, una de las
decisiones más difíciles de su presidencia, le pidió a un miembro de su
personal que preparara un informe sobre la forma en que Lincoln manejó el
despido del general McClellan.
Sus mejores maestros eran los que estuvieron allí antes
que él. Buenas y malas decisiones ya habían sido experimentadas por otros.
Las fechas evidentemente cambian, pero la historia se
repite. Siempre ha sido así.
Por eso, el error número uno que puede cometer un
líder es renegar del pasado. Y el segundo, asumir que la historia comienza con
él. Lo primero es una necedad y lo segundo soberbia. Y estos dos elementos son
vías expeditas al fracaso.
Si algún acto o decisión tomada en el pasado fue un
error, el presente otorga la posibilidad del remedio. Si por el contrario lo
obrado fue acertado, el presente permite replicarlo. Remediando errores
y replicando aciertos se alcanza más fácilmente la victoria.
Quién reniega del pasado se
somete a circunstancias y eventualidades, y quién se asume como el inicio de la
historia, se convierte en un maestro sin alumnos, o en un alumno sin maestros,
que es peor.
Sucede que el pasado es una fuente poderosa de
energía, y en ningún caso debe entenderse como algo muerto y enterrado.
Esa energía puede impulsar, transformar o aplastar. La
persona inteligente la utiliza para lo primero o lo segundo, nunca lo último.
Desde un estado indispensable de humildad, tenemos que
aprender a reconocer que solo somos eslabones de una cadena de tiempo y
eventos. Si un eslabón se ajusta bien al que lo precede, tiene fortaleza para
soportar al próximo. De lo contrario solo se forma una cadena débil.
Recordemos la fórmula: remediar errores y replicar
aciertos.
Esto se consigue de mejor manera tomando como maestros
a los que antes estuvieron allí. Si lo hicieron bien, pues a replicar e
incrementar el éxito. Si lo hicieron mal, a corregir y cambiar.
¿Quiere tener una buena vida? Aprenda de sus padres y
abuelos. No reniegue de ellos, aprenda.
¿Quiere hacer un buen trabajo en la función que
desempeña? Aprenda de los que estuvieron en ese puesto antes que usted. No los
desacredite ni juzgue con ligereza. Aprenda de ellos.
¿Quiere entender lo que sucederá en el futuro? Analice
el pasado.
¿Quiere visualizar lo que el porvenir le depara al
mundo? Estudie la historia.
Entre todos los maestros, no hay uno mejor que el
pasado.