Cuando se pierde el autocontrol, el pensamiento estratégico no da sus
mejores frutos, o si quiere verse de otra forma, la victoria está más cerca de
quién consigue “descontrolar” al oponente. Por esto, para mantener el
equilibrio y sus ventajas competitivas, “no se ofenda, saque conclusiones”.
Ofender es uno de los oficios más antiguos y lucrativos que existe.
Registra la historia que fueron ofensas las que determinaron el destino de la
pareja bíblica en el jardín del Edén, igualmente la condena a muerte de
Sócrates, el incendio de Roma por Nerón, los acontecimientos incontenibles que
culminaron en las guerras mundiales, etc. Agravios, escarnios, injurias y
oprobio definieron el destino del mundo desde el inicio.
Las ofensas son muy antiguas, definitivamente, pero ¿también son
lucrativas?, ¿por qué?
Porque es la trampa en la que más caen los incautos, la herramienta
menos costosa en poder del oponente, y el anzuelo preferido del pensador
estratégico para romper el equilibrio en la gestión del conflicto.
Las ofensas tienen “mil caras”. En esto se diferencian de los insultos y
las agresiones verbales. Llegan envueltas en sutilezas y pueden ser
interpretadas de muchas maneras.
Quien ofende siempre puede argumentar que “ésa no fue su intención”, o
que “alguien se sintió ofendido sin motivo alguno”.
Por otra parte, cuando las ofensas son recurrentes, gestan una
“ofensiva” hecha y derecha, lo cual ya es un ataque organizado.
Por esto la gran escritora inglesa Agatha Christie decía: “La
gente inteligente no se ofende, saca conclusiones”.
¿Inteligente por qué?
Pues bien, la ofensa se fundamenta en la capacidad de dañar la dignidad
o el amor propio de otro, y la gente inteligente no somete estos valores a la
consideración de los demás.
Valorarse como persona, comportarse con responsabilidad, seriedad y
respeto, no es algo que pueda depender del juicio y las acciones ajenas. Porque
si fuera así, nunca podría sostenerse. Pasa lo mismo con el amor propio, que si
estuviera sujeto a la consideración de otros, no tendría nada de “propio”.
Las personas que dependen de externalidades para establecer su valor
actúan con poca inteligencia, porque no solo están muy expuestas ante las
dinámicas de la vida, también se encuentran inhabilitadas para el ejercicio
exitoso de la resolución de conflictos y la práctica estratégica.
La Estrategia es, en buenas cuentas, el sistema de gestión del
conflicto, la disputa de intereses y deseos antagónicos. Y en este campo, las
susceptibilidades sobran.
Ahora bien, la segunda parte de la afirmación de la escritora inglesa,
es aún más importante: “no se ofenda, saque conclusiones”.
No darse por ofendido responde a inteligencia, pero pretender (o
suponer), que nadie trate de ofender, es una ingenuidad. Las personas toman el
camino de la ofensa con frecuencia, de manera intencional o no. Y en ambos
casos hay conclusiones, lecturas y lecciones valiosas.
La primera conclusión: cuando alguien ofende premeditadamente, expone
una debilidad (a no ser que se trate de una intencionalidad estratégica, como
se verá más adelante). Algo en la otra persona molesta y perturba a quién
ofende, por esto lo hace. No encuentra mejor forma de alterar la situación.
Ésa es otra particularidad de la ofensa: se trata de algo personal.
Cuando ya no existen argumentos, posiciones, ventajas situacionales, fortalezas
naturales, etc., se opta por el agravio.
Tome buena nota de esto y no lo olvide: quién intenta ofender es débil.
No le alcanzan otros recursos, precisa revertir (muchas veces desde una
posición desesperada), el curso de las cosas.
Desde este punto y en adelante, el pensador estratégico puede
identificar, incluso, los factores y elementos que definen la debilidad.
Porque quién ofende se vuelve un libro abierto, justamente porque
demuestra que no tiene más opciones.
Para el Pingüino Amarillo, arribar a una “conclusión” respecto a la situación del oponente, vale
un montón, porque elimina la incertidumbre y posibilita respuestas
contundentes. Esto siempre es un regalo en el juego estratégico.
Por lo tanto, no se ofenda, saque conclusiones.
Sentirse ofendido lo lleva por el camino que determina el ofensor,
mientras que sacar conclusiones al respecto, le permite actuar ventajosamente
con quien intenta agraviar. Lo difícil está en superar la primera barrera,
porque lo segundo es tan sencillo como recoger manzanas maduras en el campo.
Ahora bien, ¿el camino opuesto le está permitido al pensador
estratégico?, es decir, ¿puede considerarse apropiado tratar de ofender a otros
para que pierdan el equilibrio?
La respuesta honesta es sí.
La Estrategia como tal, está más allá del bien y del mal. Pueden ser reprochables (y en
este caso estar sujetos a juicio), los objetivos que ella tenga, pero la
dinámica de trabajo es un hecho meramente técnico.
La Estrategia es un instrumento poderoso en los afanes de gobierno, pero
no tiene vida propia. Es igual que un martillo, que bien puede usarse para
sumir clavos o romper brazos. Eso depende de los fines que tenga quien lo usa.
El Pingüino Amarillo tratará de usar la ofensa para perturbar a su
oponente, y si éste no es inteligente en la medida que recomienda Christie,
habrá perdido la partida.
Bajo esta lógica emerge otro hecho conclusivo: el riesgo de encontrarse
con algún pensador estratégico y no estar preparado o a la altura del desafío.
Convertirse en un “Pingüino Amarillo” es ser consecuente con la
naturaleza que tiene este mundo. Uno lleno de obstáculos, conflictos,
dificultades y desafíos. El pensamiento lineal no alcanza para salir airoso,
hace falta conocer y practicar
las artes de la Estrategia, que, por otra parte, es el sistema de gobierno más antiguo que ha
desarrollado la humanidad.
El pensador estratégico no se ofende, ¡no puede hacerlo! Esto sería
igual que sentirse agraviado cuando la otra persona hace determinado movimiento
en una partida de ajedrez, ¿qué sentido tendría?
Piénselo mejor: no se ofenda y saque conclusiones.
Fuente: https://elstrategos.com/no-se-ofenda-saque-conclusiones/