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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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La “primera impresión” define la relación. 14 Tips


 

No hay dos oportunidades para dar la primera impresión. Esa es la importancia de esto. Todo relacionamiento social tiene una génesis, y ello siempre se centra en las primeras experiencias y sensaciones que tienen las personas. Estos son los momentos determinantes, y por ello la Estrategia los trata con cuidado.

Se puede pensar que una “impresión” no refleja necesariamente la realidad, porque llegar a conocer a alguien precisa tiempo y acceso a la sustancia. Pero la verdad es que las “impresiones” son una realidad en sí mismas y por eso importan mucho. Provienen, evidentemente, de apariencias y percepciones, pero no por ello carecen de valor.

Maquiavelo decía: “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.

En un contexto más amplio la afirmación es: “en general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”. Las personas ven APARIENCIAS, ésta es la verdad. Y no lo hacen porque carezcan de inteligencia, más bien por un elemental sentido de practicidad.

Nadie está capacitado para enfocar atención en todas las experiencias que vive. Al inicio se “ven” las cosas con simpleza y desenfado, luego, en la medida que constituyan factores que llamen la atención, se activa la evaluación consciente.

Primero se ven las cosas, luego se enfoca la atención. De aquí la importancia de una primera impresión.

No es éticamente correcto afirmar que “finalmente no importa lo que eres sino lo que los demás creen que eres”, pero sí lo es aceptar que son las apariencias las que comandan la construcción de una relación.

Estos son 14 “tips” estratégicos para gestionar esa primera impresión que define las relaciones.

1.- Llegue temprano a las citas o reuniones.

“Llegar quince minutos antes es ser puntual, llegar a la hora es tarde, y llegar tarde es inaceptable” (Billy Porter)

La puntualidad está estrechamente vinculada a criterios que le son preciados a la mayoría de las personas: eficiencia, productividad, rutinas, planes, previsiones.

Por esto la persona puntual siempre demuestra eficiencia, porque trabaja bien los factores que anteceden a la cita. Y de su formalidad se infiere que abordará el objeto de la reunión con la misma eficiencia.

En términos de disposición mental, la persona que llega con anticipación a una reunión o cita puede enfocarse mejor en lo que corresponda, y esto conduce a que se refuercen las buenas percepciones de ella y sus probabilidades de alcanzar los objetivos que pretende.

Ahora bien, nunca olvide lo siguiente: la puntualidad no es una virtud, es un requisito elemental en las relaciones humanas respetuosas, pero, por otra parte, la impuntualidad sí es un defecto.

2.- Sea empático para generar una primera impresión favorable.

La empatía es la capacidad de comprender y compartir los mismos sentimientos que otra persona. Esto es de vital importancia para el buen curso de toda interacción humana, y es mucho más valioso al principio.

Poco aprovecha ser “simpático” en los primeros contactos, y menos aún mostrarse muy “genuino”. Lo importante es sintonizar con lo que piensa y siente el otro. Luego quedará tiempo para lo demás, cuando se haya establecido una relación.

La persona empática tiene la ventaja de poder alinearse más fácilmente con las expectativas de los demás, y esto representa una ventaja estratégica.

Ser empático no tiene nada que ver con hipocresía o falsedad, es simplemente el mejor camino para “romper el hielo” e iniciar la construcción de relaciones más transparentes.

Para mostrar empatía, haga preguntas con genuina curiosidad. Escuche para comprender, no sólo para responder. Y asegúrese de mantenerse enfocado y comprometido en la interacción.

3.- Escuche activamente.

A la mayoría de las personas no les gusta repetir o responder la misma pregunta varias veces; les hace sentir que no están siendo escuchados. Y esto no es nada recomendable para una primera impresión. Por lo tanto, no sea un oyente distraído y practique la escucha activa.

Saber escuchar genera poder.

Brinde a quién habla toda su atención, no sólo respecto a lo que dice, sino también a sus intenciones. La práctica de la escucha activa puede desarrollar la habilidad de  “leer entre líneas” lo que dicen y pretenden los demás, y esta es una gran ventaja estratégica.

Bien decía Peter Drucker: “Lo más importante de la comunicación es escuchar lo que no se dice”.

4.- Tenga en cuenta su lenguaje corporal y su postura.

Cuando conozca a alguien por primera vez, mantenga una postura abierta: no cruce los brazos o las piernas con fuerza, no cierre los puños ni se encorve en el asiento. Inclínese cuando hable para demostrar que está escuchando activamente y se encuentra sintonizado con la conversación. No tenga miedo de “ocupar espacio” en la mesa. Si suele hacer gestos con las manos para comunicarse, no se detenga.

Estas señales no verbales tienen un poderoso impacto subconsciente. Y no es necesario que sean parte de su carácter o personalidad, porque esto último nunca puede evaluarse en los primeros contactos.

La primera impresión es solo la carátula del libro: puede o no decir mucho sobre él, pero siempre busca llamar la atención.

Por lo tanto, hay que evitar tocarse la cara con demasiada frecuencia, colocar objetos al frente, parpadear en exceso y sentarse o pararse demasiado cerca de los demás. Algunos hábitos del lenguaje corporal incluso pueden sugerir deshonestidad, como el hecho de evitar el contacto visual y tocarse la boca, así que evite estos gestos también.

5.- Module su mensaje y tono de voz.

La exigencia de modular el mensaje y el tono de voz se vincula a la necesidad de ajustar el contenido y la forma en que se lo expresa de acuerdo a cómo se van desarrollando las cosas.

Para causar una primera impresión positiva, algo debe quedar claro: expresiones y posturas tienen que estar bajo control. En este sentido, una persona no es necesariamente “espontánea” en los primeros esfuerzos para la construcción de una relación, es más bien calculadora y práctica.

No se debe utilizar un tono de voz agudo que pueda parecer infantil o nervioso, especialmente si se usa una inflexión ascendente al final de las oraciones. Según el Corporate Finance Institute, las personas que realizan entrevistas de trabajo pueden tener la impresión de que un candidato es inseguro si habla con una inflexión ascendente. Esto se debe a que las inflexiones ascendentes hacen que las oraciones se parezcan más a preguntas que a declaraciones.

Asegúrese de hablar con claridad y a un ritmo constante (ni muy rápido ni muy lento), y evite palabras de relleno como “um”, “ah” y “me gusta”, porque esos términos muestran vacilación.

6.- Elija sabiamente sus palabras.

Las palabras importan, mucho más de lo que se piensa. Las frases positivas y persuasivas abren puertas y permiten que las personas se sientan cómodas en su presencia, lo que finalmente provoca que estén más dispuestas a colaborar con usted.

El lenguaje positivo no necesita ser cursi o moderno, puesto que se puede animar a una audiencia simplemente siendo claro y directo.

Esto es especialmente valioso si está construyendo una primera impresión en una entrevista de trabajo. Si quiere que los empleadores potenciales lo encuentren positivo, flexible y capaz, use un lenguaje que refleje optimismo y predisposición en lugar de negatividad.

7.- Vista a la perfección para causar una primera impresión positiva.

Independientemente de lo poco que le importe estar a la moda, la forma en la que se viste tiene importancia vital en el afán de establecer una primera impresión. No solo se trata de lucir pulcro y ordenado, también de igualar o superar el nivel de formalidad de la persona u organización con la que está tratando.

“Usted es su marca, especialmente si es propietario de un negocio, por lo que es importante asegurarse que su apariencia comunique lo mejor de sí mismo”, explica Laurel Mintz, directora ejecutiva de Elevate My Brand.

Si desea exponer sutilmente su personalidad, incluya algún accesorio que pueda considerarse un elemento memorable y tema de conversación. Esto puede ser cualquier cosa, desde una pieza única de joyería hasta una elegante corbata o un par de calcetines divertidos.

Un ejemplo de esto es el ex reportero de televisión de Jacksonville, Florida, Ken Amaro, conocido por lucir una pajarita en todas sus apariciones en televisión. Si bien usa el atuendo profesional típico de la mayoría de los reporteros, la pajarita lo ayuda a destacar. Hasta el punto que incluso se convirtió en el nombre de un torneo anual de golf en Jacksonville: The Ken Amaro Bow Tie Golf Classic.

8.- Haga contacto visual.

Concéntrese en la persona o personas con las que está hablando. Es difícil conectarse con alguien cuando se mira una pantalla, así que trate de hacer contacto visual con todos los presentes.

Tome en cuenta qué si algunas personas aún no están convencidas o inclinadas a estar de su lado, es posible que se enfoquen más en su boca o en cualquier material de presentación que esté usando, en lugar de sus ojos. Esto puede dificultar mucho el mantenimiento del contacto visual. Pero si habla de manera clara, concisa y parece confiado, eventualmente podrá ganar la atención de su audiencia y retomar el contacto visual.

9.- Conozca a su audiencia.

Haga su tarea, investigue un poco. Si la reunión está planificada con anticipación, existe el tiempo necesario para saber bastante sobre las personas con quienes se tomará contacto.

Esto no cuesta mucho, casi nada, pero genera una retribución enorme.

En lo que respecta a la Estrategia, la sorpresa siempre debe planificarse. Porque así genera un doble impacto. Cuando personas que no lo conocen bien se den cuenta que usted sabe bastante de ellos, se sorprenderán. Que lo hagan de forma positiva o negativa ya depende de usted y de todos los otros factores que se están tratando.

10.- Vaya preparado para generar una primera impresión positiva.

No hay nada peor que una reunión improductiva. Para dar una buena primera impresión, respete el tiempo de todos. Si se va a reunir con alguien que trabaja de forma remota, planifique en consecuencia. ¿El WiFi de la computadora es fiable? ¿Los dispositivos están cargados y funcionando correctamente? ¿Ha probado la cámara web?

Lo último que se quiere es que una reunión o entrevista dure mucho porque alguien se pasó la mitad del tiempo arreglando un percance incómodo. Este tipo de primera impresión no se olvida fácilmente.

11.- Sea auténtico.

Si bien es cierto que la construcción de apariencias, percepciones y afinidades es vital para causar una primera impresión positiva, esto no quiere decir que se presente ante otros como alguien que no es. Si no sabe la respuesta a alguna pregunta, no finja. La capacidad de apoyarse en sus debilidades demuestra que es consciente de sí mismo.

Sin embargo, tampoco enfatice demasiado sus defectos. Resaltar demasiado las debilidades puede provocar un enfoque en los aspectos negativos y convertirlos en la parte más importante de la impresión general.

Si bien no es conveniente ocultar ninguna debilidad (es probable que la gente las descubra de todos modos), el objetivo es exponer cualidades.

12.- Guarde su teléfono.

Eso también aplica para otros dispositivos electrónicos. Una cosa es usar la tecnología para realizar una presentación, pero si los dispositivos no son necesarios, hay que apagar sonidos, vibraciones y pantallas.

Preste toda tu atención a las personas que conoce por primera vez. Así transmite compromiso y buenos modales.

13.- Haga una conexión.

En la primera reunión que sostenga con alguien, trate de forjar una conexión basada en algo que compartan. Puede ser una escuela o universidad en común, la ciudad natal, un hobby, la afición por los colores de un equipo deportivo, etc. Eventuales conexiones extra profesionales son una excelente manera de establecer una buena primera impresión.

Apéguese a las conexiones que puedan unir, porque ellos son factores mucho más genuinos que los cumplidos.

14.- No olvide hacer seguimiento para consolidar la primera impresión.

Después de la primera reunión, no olvide hacer el seguimiento enviando la información que corresponda: notas, documentos de presentación, próximos pasos o un simple correo de agradecimiento.

Estos gestos ayudarán a demostrar que toma en serio las conexiones hechas y la información compartida, y que las está convirtiendo en una prioridad en lugar de una tarea más para marcar en la lista de pendientes.

Enviar información actualizada después de una reunión también puede ser una forma de obtener una “segunda oportunidad para causar la primera impresión”. Porque ayuda a mostrar otro lado de usted o de su negocio, tal vez uno más responsable. También permite aclarar cualquier malentendido o ampliar los puntos planteados en la reunión inicial.

Conclusión.

No permita que una primera impresión negativa se interponga en su capacidad para conocer a alguien. Siga estos 14 consejos estratégicos para asegurarse de que la primera vez que se reúna con alguien no sea la última.

Fuente: https://elstrategos.com/primera-impresion/

 

La simplicidad es la clave de lo brillante


Si puede aceptarse que en algo existe la perfección, pues ése “algo” tiene que ser simple. Porque lo complejo está reñido con la fluidez que tienen las cosas de la vida, con la eficiencia, la dinámica y la estética de los elementos que conforman el universo. La complejidad oscurece, en tanto que la simplicidad es la clave de lo brillante.

El primer factor que explica la simplicidad de algo es precisamente la fluidez. Esto es así porque todas las cosas que existen en el universo responden a una dinámica que fluye siempre, de una u otra forma. En tanto que más complejas son las cosas, menos capacidad tienen de fluir.

Si en un mundo bidimensional, la distancia más corta entre dos puntos es una recta, en la dinámica del universo, el tiempo óptimo para llegar del punto A al punto B depende de la fluidez del proceso.

Esto es determinante para cualquier propósito en la vida, puesto que los objetivos que se deseen alcanzar dependen del grado de fluidez que tengan sus procesos, de la simplicidad con que se los construya.

Ahora bien, los procesos en sí mismos no tienen por qué ser siempre simples, como tampoco lo es, por ejemplo, el curso de un río. Lo imperativo es no colocar allí más obstáculos de los que ya existen. Si hay muchas rocas en el río, el flujo de las aguas se altera, la corriente se vuelve bravía y tempestuosa.

La simplicidad se explica primero en no colocar obstáculos, no necesariamente en que los procesos sean simples por sí mismos. Está claro que no todo es fácil en este mundo, pero otra cosa es complicar las situaciones premeditadamente, incluso como efecto de buenas intenciones.

Cuando se domina el arte de no obstaculizar la fluidez de los procesos, se alcanza la simplicidad, elemento clave de lo brillante, lo genial y lo extraordinario. La rueda es una herramienta simple, igual que la ecuación de Einstein para explicar el comportamiento de la energía. La simplicidad es el aprendiz más aventajado de lo perfecto.

En todos los aspectos de la vida cotidiana, el objetivo no es simplificar procesos, es tratar de no complicarlos. No siempre es fácil remover obstáculos, pero es de sabios no colocarlos innecesariamente.

Esta puede parecer una recomendación muy básica, porque finalmente, ¿quién anda por ahí tratando de complicarse la vida? Pues bien, la respuesta a esto también es sencilla: la mayoría lo hace, y de forma consistente. Porque lo simple siempre levanta suspicacia. Si algo parece fácil, “posiblemente” no esté bien, y si es incluso muy fácil, seguramente es “demasiado bueno para ser verdad”.

Para esa mentalidad que evalúa todo con el lente de la dificultad, lo simple es sospechoso. Las cosas sencillas no tienen el mismo valor que las que más cuestan, y el producto de la transpiración, es siempre más valioso que el fruto del ingenio.

Y dado que las personas cometen faltas igualmente por acción u omisión, en el caso de su relación con lo simple pecan de la primera forma: meten las manos donde no debieran. Complican las cosas en su afán de aportar.

La vida es efectivamente difícil en muchos aspectos, pero es así principalmente por efecto de las acciones humanas.

Porque todo en la naturaleza refleja sencillez. Lo simple es un fundamento de las dinámicas del Universo. Y la mayoría de las veces, los procesos no precisan intervenciones exógenas para seguir su mejor curso.

Esto no quiere decir que las personas habitan este mundo para contemplar apacibles lo que sucede, más bien que no están llamadas a protagonismo innecesario. Su rol es apreciar cosas y eventos con la lente de la simplicidad que sustenta lo perfecto.

Toda evaluación de procesos y posibles soluciones debe seguir, en el peor de los casos, el flujo de un embudo. Las dificultades se tienen que cernir hasta el punto que por el otro extremo se destilen soluciones y respuestas simples, Nunca se debe “invertir el embudo”. Si algo parece y se siente simple, no hay por qué complicarlo.

Y desde el otro punto de vista, es necesario tomar conciencia de la siguiente paradoja: mientras más difícil es algo, más sencilla es la respuesta. En tanto más complejo el problema, más simple la solución. La complejidad no tiene cura en sí misma, la simplicidad es el remedio.

Si se está pasando por una situación difícil hay que reflexionar en algo: la solución es sencilla, y seguramente está presente ahí cerca, desde un principio. Otra cosa es que no se la vea o no se quiera tomarla, en cuyo caso la situación ya no es el problema, sino uno mismo.

Se podría pensar en este sentido: ¿si los problemas complejos tienen soluciones simples, entonces existen también “problemas simples”? No. La simplicidad nunca es un problema. Por lo tanto, deje de ver dificultades en todas partes.

Existe la falsa idea de que abordar las cosas con el lente de la complejidad, genera menos fricción con los demás y menor tribulación mental:

  • parece más sencillo decir “quizás” que sí o no.
  • parece muy difícil establecer simplemente un Alto o un Punto Final para algo.
  • parece más cómodo decir un “hasta luego” donde corresponde un adiós.
  • parece más sencillo vivir en función de las expectativas de los demás que ser honesto con uno mismo.
  • parece más fácil estar “mal acompañado” que solo…
  • parece mejor lo “malo conocido” que lo bueno por conocer.
  • parece que “vivir tranquilo” tiene más valor que ser feliz.

Parece, en definitiva, que las resoluciones simples no tienen consideración de los demás y de uno mismo. Ser franco riñe con la cortesía, ser honesto con uno mismo puede ser un agravio a los demás, y cortar algo por lo sano, una falta de sensibilidad. Desde este punto en adelante se empieza a vivir en un mundo de mentiras, engaños e hipocresías. Un reparto completo de agentes de la complejidad.

Aprenda (o se debería decir más bien “re-aprenda”, porque ello está en su naturaleza), a ver el mundo como en esencia es: simple, bello, con flujos y dinámicas perfectas. Equilibrado, lleno de motivos y justificaciones. Todo lo que parece complejo lo aporta uno mismo.

Reconozca que cuanto más simple, mejor. Bien que esté planteando una propuesta o buscando una solución. ¡Lo genial es siempre simple!

Pero tampoco se confunda: transitar los senderos de la simplicidad demanda mucho trabajo. Porque el ser humano ha construido un mundo lleno de obstáculos. Sortearlos no es fácil y tampoco se los puede ignorar. Por eso son escasas las personas que brillan y alcanzan lo que quieren.

En definitiva, alinear los pensamientos con la simplicidad que tienen las cosas del universo, vivir con sencillez y gravitar siempre en la esfera de soluciones y no de problemas, es algo poco común y escaso en este mundo. Algo extra-ordinario.

Son muy pocas las personas que viven así. Para la mayoría la vida es dura, el mundo muy complejo y la existencia casi una obligación…

Fuente: https://elstrategos.com/simplicidad/

Cómo corregir a alguien que nos llama por el nombre equivocado


Las equivocaciones con los nombres de las personas son mucho más habituales de lo que creemos

Redacción Protocolo y Etiqueta 

Equivocarse llamando a otra persona por un nombre que no es el suyo

Seguramente a todos nos ha pasado alguna vez que hemos confundido el nombre de una persona con otra. Puede que sea por su parecido físico con otra persona que nos resulta familiar o por un simple lapsus. Lo cierto, es que algunas veces resulta realmente incómodo. Sobre todo, cuando la otra persona apenas nos conoce. ¿Cómo podemos salir al paso en este tipo de situaciones?

Si no recordamos el nombre de una persona, lo más aconsejable es pedir que nos lo recuerden. Es una opción mucho mejor que arriesgarnos a 'ponerle' un nuevo nombre.

Situaciones comunes en nuestro día a día

Este tipo de equivocaciones con los nombres son mucho más habituales de lo que pensamos. Tal vez por despiste, pero hay muchos casos que la confusión puede venir dada por la dificultad del nombre de la persona. Sobre todo cuando hablamos de personas de otros países con idiomas diferentes al nuestro. No estamos acostumbrados a escuchar ciertos nombres y los recordamos o pronunciamos mal. También, las personas que se relacionan con mucha gente puede que no tengan tanta capacidad para recordar a todo el mundo.

En cualquier charla o conversación es necesario conocer el nombre de la otra persona para poder dirigirnos a ella. Si nos ponemos a pensar cuando nos llaman de multitud de empresas de telefonía, de seguros, etcétera, nos suelen preguntar nuestro nombre. ¿Me puede decir su nombre para dirigirme a usted? El nombre es una 'referencia' indispensable en una conversación.

Si el nombre es difícil de pronunciar, o simplemente no hemos podido escuchar o entender lo suficientemente claro el nombre, lo más sencillo es pedir que nos lo repitan. Es posible que deba repetirlo varias veces durante la presentación, cuando hablamos de nombres realmente complicados. No debemos abusar solicitando muchas veces este tipo de repeticiones. Debemos tomar una nota escrita, si haciera falta.

Si estamos con un grupo de personas y se comete este error, alguien puede hacer la corrección de manera natural. Sin darle mayor importancia. No es necesario hacer una burla en este tipo de situaciones. Todos nos podemos equivocar en un momento dado.

No es la primera vez que pasa

Un problema puede ser cuando nos pasa con la misma persona varias veces. ¿Por qué es un problema? Porque denota una falta de interés o de atención.

No está de más repasar las tarjetas de visita o la agenda cuando vamos a ir a una reunión o encuentro familiar. Si hace falta, sacaremos el álbum de fotos familiar para recordar el nombre de algunos tíos, primos, sobrinos, etcétera, que hace tiempo que no vemos y de los que apenas recordamos cómo se llaman.

Errores al hacer las presentaciones

Una situación algo más embarazosa que confundir el nombre de una persona cuando hablamos con ella, es hacerlo cuando hacemos una presentación. Puede ser por distracción o por nerviosismo, pero es un poco incómodo para todos. Si nos ocurre esto, debemos hacer la corrección lo antes posible y pedir disculpas por el error.

Si no recordamos el nombre, lo preguntamos. Pero no es correcto dirigirse a otra persona por un alias o mote.

Cualquier error de este tipo los podemos corregir de una manera rápida, respetuosa y diplomática. Simplemente pidiendo -o recuerde- que nos indique su nombre la persona a la que nos queremos dirigir. ¿Por qué es mejor? Porque si seguimos llamando a una persona por otro nombre es posible que se moleste  y nos acabe diciendo: "Perdone, ¿podría llamarme por mi nombre correcto?

Corregir a una persona que nos llama por un nombre equivocado puede ser incómodo, pero si se hace con respeto y educación nadie se molestará. Además, es importante para evitar confusiones en el futuro. Solo hay que poner un poco de atención y tener buena memoria. O al menos, una buena agenda donde apuntarlo.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/como-corregir-a-alguien-que-nos-llama-por-el-nombre-equivocado.html

Vivir los momentos que existen “entre momentos”

 

Solemos decir con frecuencia, y casi por inercia, “quiero pasar más tiempo de calidad” con los amigos, la familia, los hijos o conmigo mismo. Anhelamos “ése tiempo distinto, distinguido”. Invertimos esfuerzo y dinero para obtener “momentos especiales”. Hacemos planes, pagamos por ellos y esperamos ansiosos que nada pueda interrumpirlos.

Aunque estos anhelos son sanos y naturales, frecuentemente provocan una desconexión en nuestros cerebros: su lado perfeccionista, alimentado por fantasías cinematográficas e ideales de Instagram, quiere que esos “momentos” sean completamente especiales y “correctos”.

Pero ése es un ideal que las versiones ocupadas y ordinarias de nosotros mismos no siempre pueden cumplir.

¿El resultado? Una inevitable sensación de pesar y decepción.

Sentimos que otras personas lo hacen mejor que nosotros, y eso provoca frustración y culpa. Entonces pensamos que “si tan solo tuviéramos más dinero, o un mejor trabajo, o viviéramos en Francia…, entonces las cosas estarían bien.”

Pero pensar así no es justo ni útil, por el contrario, es perjudicial.

La razón es simple: no existe el “tiempo de calidad”.

Jerry Seinfeld, padre de tres hijos, lo dice muy bien:

“Soy un creyente en lo ordinario y mundano. Esos tipos que siempre hablan de “tiempo de calidad” me parecen un poco tristes. Yo no quiero tiempo de calidad, quiero el tiempo mundano, ése que los demás no aprecian: el “tiempo basura”. Eso es lo que me gusta. Ese tiempo emerge con sencillez, a veces en la habitación de la casa, cuando se lee un cómic o se come un plato de Cheerios a las 11 de la noche, un horario en el que ni siquiera se supone que estemos despiertos. Ésos son los momentos mundanos, el “tiempo basura”, y eso es lo que me encanta”.

Ciertamente Seinfeld es un maestro de lo mundano. La banalidad lo ha convertido en millonario. Pero hay una verdad profunda en lo que dice. ¿Días especiales? No. ¡Cada día es especial! Cada minuto puede ser un “tiempo de calidad”.

Los budistas abrazan este criterio. Ellos afirman que la felicidad igualmente puede ser encontrada en la tarea de lavar los platos o en las labores del campo. La “iluminación”, dicen, se trata de quién eres mientras haces lo que haces y qué tan presente te encuentras mientras lo haces.

Cuando alguna vez le preguntaron a Pete Carroll, entrenador en jefe del equipo de fútbol americano de los Seahawks, cómo se las arreglaban los entrenadores para hacer que su vida personal funcione con un trabajo y una agenda tan caóticas, Carroll, que ha estado casado por más de 40 años, respondió: tienes que encontrar momentos entre los momentos”.

Otra forma de decirlo es: simplemente aprovecha cada instante que puedas.

Habitualmente desperdiciamos, o menospreciamos, los “momentos que existen entre los momentos”.

Nos quejamos por tener que hacer de “chofer” para los hijos, por ejemplo. “¿Qué soy yo, su conductor privado?” preguntamos. Ciertamente puede ser un fastidio llevar a los hijos de un lado a otro: a la guardería, la escuela, a la casa de un amigo, a una cita con el médico, a la práctica de fútbol, etc. A veces parece que ser padre se resume a esto: conducir a una pequeña persona de un lado a otro, y gratis.

Pero en lugar de ver la conducción como una obligación o inconveniente, ¿por qué no optar por verlo como un regalo? Un momento entre momentos. De hecho, ¡muchos momentos! Un tiempo cautivo. Estar juntos, casi pegados. Esto puede ser maravilloso. Una oportunidad para conectar, enlazar, divertirse.

Como bien afirman muchos padres con hijos mayores, algo cambia cuando los niños están en el automóvil con nosotros. De repente uno no es el padre, es solo un compañero, un ser humano igualado por el tráfico. Los niños compartirán cosas allí que no dirán en ningún otro lugar. Más aún cuando están con sus amigos. Te desvaneces en el conjunto y de repente puedes ver cómo es tu hijo con otras personas. Es como si fueras un detective mirando a través de un cristal unidireccional. Aprendes cosas sobre tu hijo o hija que nunca sabrías de otra manera.

Esto no solo es cierto para los niños. Algunos de los mejores recuerdos se gestan en el automóvil. O cuando se está sentado en la puerta de embarque de un  aeropuerto esperando un vuelo atrasado. A veces estos incómodos momentos propician conversaciones que nunca habrían tenido lugar de otra manera. Incluso, algunas de las mejores ideas y pensamientos surgen cuando se está atrapado en lugares donde no se quiere estar o se está haciendo algo que no se quería hacer.

Cuando no hay excusas para estar ocupado y no se puede planificar un futuro “ideal”, surge la obligación de conformarse con lo que está al frente. Entonces la distinción entre tiempo de “calidad” y tiempo “basura” desaparece, y queda lo que simplemente es.

Lamentablemente, buena parte de estos momentos se desperdician, porque vence el fastidio, la impaciencia y la insatisfacción con lo que pasa. Dejamos que el vuelo atrasado afecte nuestro ánimo y pasamos el tiempo caminando nerviosos, irritados o algo peor. Tan ansiosos por llegar adonde vamos que no percibimos que ya estamos haciendo algo que puede ser divertido. La incapacidad para aceptar los planteamientos de la vida, impide disfrutar los tiempos de calidad que están siempre allí, a cada momento.

Cuando nos esforzamos un montón por lograr algo, terminamos incapacitados de ver que lo hemos tenido en nuestras manos todo el tiempo.

Todo momento compartido con tus hijos, o con cualquier persona que amas, es igualmente ordinario. Lo que haces con esos momentos es lo que los vuelve especiales. No es cuestión de dónde, cuándo o a qué precio.

Piensa en tu propia infancia. Correr para llegar a algún lugar a tiempo. Empacando para ese viaje de vacaciones. Vistiéndose para esas ridículas fotos grupales. “¿Por qué estamos haciendo esto?” preguntaste cuándo tenías la edad suficiente para darte cuenta de que era estresante y poco divertido. La respuesta siempre era algo así: “porque somos una familia”. Como si no pudieras serlo en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa. Como si no pudieras hacerlo aquí y ahora.

Vale la pena recordar esto en todas las facetas de la vida: se puede ser una familia sin vestirse y sin salir de casa. Puedes estar enamorado en el autoservicio de un restaurante, o ser romántico cerca del estante de huevos en un supermercado. Puedes ser escritor mientras bajas en el elevador para sacar la basura. Y puedes ser una buena persona en la forma en que contestas el teléfono o envías correos electrónicos.

Una gran cita de Tolstoi dice: “no hay pasado ni futuro; nunca nadie ha entrado en esos reinos imaginarios. Sólo existe el presente”.

Aquí, ahora, en este preciso momento, sucede la vida. Sin vacaciones o experiencias especiales, ni siquiera una salida familiar. Simplemente por lo que ocurre.

Se pueden hacer planes, por supuesto, programar los momentos fuera del trabajo y gastar dinero en experiencias poco “ordinarias”. Las intenciones siempre son maravillosas y deben celebrarse cuando se convierten en una realidad. Pero no hay que otorgarse mucho crédito por haber reservado un viaje a la playa o despertado el entusiasmo con un gran helado en el cine.

Porque de alguna manera, ésta es en realidad la opción más fácil. Cualquiera puede sorprender a sus hijos con un postre o un viaje a Disneylandia, pero ¿puedes hacerlos sentir especiales jugando Lego en el piso? ¿Simplemente sentado y hablando de la vida?

Cada momento puede ser un tiempo de calidad si eliges que así sea.

No dejes que esos planes futuros de pasar un buen rato, estar juntos o realizar algo “especial”, anulen estos momentos, donde también están juntos, en la sala de estar, en el consultorio médico o en el jardín de la casa.

Este momento que está frente a ti es un regalo. Es todo lo que necesitas, es todo lo que deseas. Solo se precisa aceptarlo y abrazarlo.

Basado en la publicación de Ryan Holiday “When You’re Too Busy Aiming For It, You Miss The Moments In Front Of You“. Traducción y contextualización de Carlos Nava Condarco

Fuente: https://elstrategos.com/momentos/

¡Descanse y avance! Así se resuelven los problemas

Los problemas están compuestos por complejos elementos insertos en el espacio y el tiempo. Sus relaciones causales son intrincadas, y su dinámica tiene efectos nocivos en el estado emocional. Y dado que la única forma eficiente de interactuar con ellos radica en abordarlos desde la racionalidad, el estado mental y físico de las personas es muy importante.

El aspecto mental se trata siempre con mayor atención que la dimensión física cuando se hace referencia a problemas. Son extensos los métodos, técnicas y recomendaciones. Se presume que la respuesta a las dificultades es principalmente producto de procesos mentales y por ello se enfatiza aquello que ayude a entenderlos e interpretarlos.

Sin embargo, al no abordarse el factor físico con la misma atención, se ignora que el hombre es una entidad indivisible.

(Temática tratada en el libro: “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos y en la vida” de Carlos Nava Condarco)

Las dos dimensiones se condicionan mutuamente y no pueden entenderse por separado. La salud mental no solo depende del bienestar físico, es por sobretodo un producto de éste. En realidad la dependencia del estado mental con respecto al físico es más determinante que la relación inversa. Son menores los casos de quienes alcanzan un nivel de fortaleza mental que condiciona el estado físico que aquellos que tienen su rendimiento mental afectado por condiciones físicas.

Ahora bien, las condiciones físicas no deben ser entendidas solo desde el ámbito de la enfermedad. De la misma forma que el entendimiento de las condiciones mentales no transita por la existencia de salud mental. Estas aproximaciones no ayudan en el análisis.

Las condiciones físicas están asociadas al agotamiento y estado del cuerpo en general.

La mente precisa ciertas condiciones para desenvolverse apropiadamente.

El medio ambiente en que se llevan a cabo los procesos mentales es importante para los resultados. Mucho más si estos se encuentran vinculados a la solución de un problema y no solo al ejercicio creativo (aunque la propia creatividad esté relacionada con la resolución de problemas).

Para entender esto basta imaginarse situaciones como las siguientes: ¿qué nivel de productividad, en la evaluación de un problema, puede alcanzar alguien que se encuentra al cuidado de un grupo de niños en un jardín de infantes? O ¿qué nivel de enfoque alcanza el piloto de un avión (dígase para resolver un problema financiero personal, por ejemplo), mientras comanda su nave con 200 pasajeros?

Las condiciones físicas relacionadas con el ambiente privan de enfoque para el abordaje de un problema.

Por otra parte, ¿qué tan eficientes pueden ser estas mismas personas inmediatamente después de concluir sus labores? Hay un factor de desgaste que también influye. ¡Lo físico condiciona lo mental!

El esfuerzo mental para abordar los problemas se aplica en dos etapas distintas:

1.    Análisis del problema.

2.    Identificación de soluciones.

Los factores que hacen a un problema ameritan tratamiento profundo e individualizado. Esto demanda enfoque. La solución por otra parte, emerge de la habilidad de sintetizar y conciliar conexiones entre aspectos que parecen dispares entre sí. Y para ello hace falta lucidez e inspiración.

El ambiente en el que la persona se encuentre y el nivel de fatiga que tenga, determinan el enfoque. El grado de distensión y tranquilidad definen la capacidad de conectar todos los elementos y alcanzar respuestas.

El enfoque se alcanza trabajando sobre el problema con energía concentrada. La síntesis que lleva a la solución se alcanza, muchas veces, “alejándose” de la problemática. Para enfocarse, el medio ambiente físico en el que se efectúe el trabajo importa, y mucho, pero es de igual significancia un cuerpo descansado y bien dispuesto.

Si esto no existe, el nivel de energía no es apropiado para la tarea.

Por eso es recomendable analizar los problemas independientemente de otra actividad y en ambientes que propicien la contemplación. De igual forma es importante elegir “el momento”. Uno que no esté influido por otras demandas y que no produzca disipación. En tanto mayor la dificultad, más necesaria la recomendación.

Cada quien conoce “lugares y momentos” apropiados para enfocarse en el análisis de un problema. Favorece que estos sean ajenos a la rutina y responsabilidad cotidiana. Existirá quien prefiera un jardín a la luz de las lámparas y otro las graderías de un estadio lleno de gente.

La fatiga no es buena consejera.

Mientras más se piense que la interacción con los problemas responde al oficio intenso, mayor es la posibilidad de equívoco e ineficiencia. La fatiga es aliada íntima de la problemática, se nutre de ésta.

Los problemas deben abordarse con el cuerpo descansado.

Por otra parte, la habilidad de sintetizar la conexión entre todas las variables de un problema y su solución, se fortalece cuando la persona no está pendiente del dilema.

Las probabilidades de esos momentos de “Eureka” aumentan fuera del análisis de la problemática. Cuando la mente no está concentrada en el tema y se encuentra lúcida. Es conocida la anécdota de Arquímedes que entiende el desplazamiento del volumen de agua mientras se encuentra en una bañera y establece el principio del “empuje hidrostático”. O las siestas vespertinas de Einstein.

La presión que imponen las dificultades no es propicia para “combinar” reflexiones en nuevas y diversas formas, lo que de hecho compone la creatividad.

En un cuerpo descansado el cerebro se activa para esclarecerse y se “reinicia” formando nuevas conexiones y asociaciones, alcanzando así el nivel de creatividad que hace falta para encontrar soluciones.

Estas “respuestas” llegan de forma repentina y pocas veces se ajustan a las expectativas. Es más, precisamente la “programación” equivocada de ésa búsqueda es causa que la solución se distancie del problema.

Es usual  que una mente saturada termine por encontrar un problema adicional para cada solución. Porque precisamente eso efectúa el “análisis”: distingue y separa las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios, sus elementos.

La solución es habitualmente simple. Y curiosamente más simple mientras más complejo es el propio problema.

Esta sencillez se pierde por la presión mental del análisis interminable y la falta de sosiego.

Cuando el cuerpo descansa, el cerebro descansa… y hace su trabajo.

Las personas que desempeñan oficios en los que se interactúa de forma permanente con conflictos deben administrar bien las pausas. Para que el enfoque sea efectivo no puede prolongarse por periodos largos de tiempo. La dicotomía de los estados activo e inactivo tiene que respetarse.

Cuando el cuerpo y el cerebro estén “activos”, todo empeño se justifica (el ambiente en el que se lo haga ayuda mucho, de todas formas). Pero cuando se pase al estado “inactivo” debe pararse todo con el mismo empeño.

Es habitual que la pausa se produzca en términos físicos pero no siempre involucre la parte mental. Por ello los problemas acompañan a las personas donde van, y afectan su calidad de vida.

La dificultad de respetar el estado de “inactividad” está explicada por la percepción equivocada de “lo urgente”. Cuando se interpreta un problema como “grave” las personas lo entienden como imperativo y no asimilan que la “inactividad” pueda representar camino efectivo para la solución. Por el contrario, se asocia “inactividad” a descuido e irresponsabilidad. Esto es producto del desconocimiento de las mecánicas de trabajo que tiene el cerebro. Porque éste precisamente “comienza” su trabajo cuando las personas dan por concluido el suyo.

Si de problemas se trata, la pausa en las tareas habituales debe efectuarse con rigurosidad. Pausa completa: cuerpo y mente. Esta es la señal que el cerebro toma como “inicio de trabajo”.

La explicación de la mayoría de problemas no resueltos se encuentra en la administración de ambientes, cortes y pausas en el abordaje reflexivo. Esta gestión no es sencilla, de la misma forma que no es fácil para un soldado cumplir sus tareas haciendo abstracción del estruendo de los proyectiles. No solo se requiere habilidad, también carácter.

En tanto que un problema no está resuelto agobia, confunde, angustia, y en medio de ello programar pausas, cortes, abstracciones y descansos no es fácil. Hace falta temple, confianza en uno mismo y conocimiento de las dinámicas que soportan los conflictos. Mientras que el mundo llama a esto actuar con “cabeza fría”, para el entendido se trata de “resolver problemas como corresponde”.

Winston Churchill, que fue de las personas que más problemas tuvo que enfrentar y resolver, despachaba el trabajo matutino desde su cama y con un buen desayuno. Ése era el entorno físico que lo favorecía y el descanso que privilegiaba. Es posible que la genialidad de Churchill esté en debate, pero no su carácter y dominio de los métodos de gobierno. Por otra parte Napoleón, aquel que se reconoce como un genio, tomaba descansos pequeños a la grupa de su caballo y allí emergían sus decisiones. A Churchill su método lo ayudó en la consecución última de resultados exitosos, y a Napoleón el genio no le pudo evitar la derrota final.

La resolución de problemas no tiene nada que ver con el genio, y todo con el conocimiento, método y disciplina.

Todo esto no es un llamado a laxitud. Esa es una consideración que sale de contexto. Personas laxas no solo están inhabilitadas para enfrentar problemas con efectividad, más bien son en sí mismas un problema.

Estas orientaciones están dirigidas al luchador, al viajero impenitente de los caminos que llevan a la victoria. Ése hombre fatigado que se desespera por proseguir en medio de lucha dura contra adversidades.

A él se le hace destinatario de la máxima que existe para resolver los problemas más grandes: detenerse, para avanzar.

(Libro: “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos y en la vida” de Carlos Nava Condarco)

Fuente: https://elstrategos.com/descanse-y-resuelva-sus-problemas/