Los valores humanos son una de
las pocas cosas en que las personas coinciden con carácter universal.
Igualmente en el hecho que su práctica conduce a una buena y próspera vida.
En relación a la conducta de las personas, poco puede
inscribirse en una fórmula específica o en la aplicación de una “receta”. La
complejidad del ser humano impide pensar que existan remedios sencillos para
resolver los problemas que lo aquejan.
La idea de lo simple no pertenece al pensamiento
contemporáneo. La dificultad es parte de la arquitectura mental que condiciona
la forma de hacer y ver las cosas en este mundo. Los problemas, conflictos y
adversidades siempre se consideran complejos, y las soluciones sencillas,
“sospechosas”.
No hay falla en destacar las evidentes dificultades
que presenta la vida, pero asumir que no existe lo simple, sano y puro, es un
error. Es razonable plantearse que la vida no es fácil, pero absurdo suponer
que toda solución deba ser difícil.
¡Existen fórmulas y “recetas” maravillosamente simples
para prevenir y actuar sobre la adversidad!
Hay ejemplos concretos de formas de vivir que evitan
problemas: el hombre que no cae en vicio o tentación, elude contrariedades en
su vida. Así de sencillo. ¿Alguien podría objetar esto? ¿No es verdad que la
conducta recta tiene menos probabilidades de enfrentar dificultades que la vida
disipada?
Lo simple no sólo existe, es además muestra de belleza
y efectividad.
La muestra mas representativa de ello son los valores
humanos. Condicionamientos morales profundamente arraigados en el espíritu.
No hay atisbo de complejidad en ellos como elementos
directrices de los actos en la vida, no tienen doblez. Su aplicación previene
la adversidad.
Posiblemente el único aspecto débil relacionado a los
valores humanos es que su determinación tiene correspondencia con la libertad
de los individuos. Ellos son quienes pueden equivocarse.
Puede argumentarse que estos valores responden a
consideraciones de cultura, ambiente, tiempo, dogma, filosofía aplicada,
psicología social, etc. Pero ante ello también corresponde ser práctico, dado
que responden primero a una íntima consideración personal. En lo profundo de la
conciencia, el llamado a ciertos valores alcanza respuesta natural. El mismo
Ser reconoce su validez.
El conjunto de valores humanos descrito a continuación
ha pasado las pruebas de la historia. Todos los rigores del tiempo,
circunstancias y eventualidades. Su eficacia permanece incólume, su sabiduría
poderosa, su poder inalterable, más allá de consideraciones de dogma o fe.
Hace más de dos mil años, Pedro, el apóstol y piedra
angular de la futura iglesia cristiana, le planteaba a la humanidad estos
valores humanos: fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad,
afecto fraternal, amor.
1.- La caminata exitosa por la vida precisa,
primero, fe.
El hombre victorioso debe tener CERTEZA de aquello que
espera y CONVICCION por el resultado que aún no ve. Debe CREER más allá de las circunstancias y
tener seguridad por aquello que aguarda.
En medio de acontecimientos inciertos, la fe en la
tarea y las posibilidades no debe menguar.
Gran proporción de los fracasos se explican por
abandono.
El éxito no se alimenta del tiempo, vence al tiempo,
lo domina. El éxito no es una prueba de velocidad, es una carrera de fondo. La
capacidad de resistir adversidades, la fortaleza para caminar en medio de
ellas, convencido de las posibilidades de vencer, sólo puede encontrarse en una
fe inquebrantable.
Y ésta no debe confundirse con esperanza. La fe
establece completa seguridad en el empeño. Tampoco debe confundirse con falta
de flexibilidad o sentido práctico, puesto que esto ya es algo funcional.
La fe debe estar puesta en el objetivo.
Este primer ingrediente es insustituible. La persona
que no tiene fe en sí misma, en lo que hace y puede conseguir, no supera
pruebas. Y la victoria le está vedada.
2.- El camino se encuentra añadiendo a la fe,
virtud.
La virtud es una cualidad personal. Se demuestra en la
buena conducta y en un comportamiento ajustado a normas y leyes morales.
El hombre debe ejercer acción virtuosa y recto modo en
su proceder. Sin esto la fe no se consuma. Porque como consecuencia se
presentan caminos tortuosos, llenos de obstáculos y contrariedades.
Muchos dejan de tener fe ante la magnitud de los
problemas que enfrentan. Pero la propia fe no puede evitar el surgimiento de
problemas si el hombre que la profesa no hace de lo virtuoso un código de
conducta.
3.- Las dificultades del camino se evitan
añadiendo a la virtud, conocimiento.
Esta es la facultad de comprender y juzgar las cosas.
El conocimiento es entendimiento, inteligencia. Aquí
se premia el esfuerzo por aprender y saber, por experimentar y crecer. Cuando
el conocimiento se suma a la fe y la virtud, trasciende la erudición.
Es conmovedor apreciar cuántas personas fundamentan su
recorrido por la vida solo en su capacidad intelectual. Ello es muestra de
pobreza. Pero también es triste ver gente de fe y virtud sin alcanzar fruto
precisamente por carecer de conocimiento.
Por ello esta receta sabia “añade” valores humanos.
Los suma unos a otros, puesto que sólo en su sinergia y combinación se alcanza
beneficio.
Si el ser humano no se entiende de forma integral,
poco aprovecha el afán de conocerlo. El hombre es criatura de complejidades
fantásticas y no ocupa una sola dimensión.
Los apologistas del conocimiento, la técnica y la
ciencia como elementos que sostienen el bienestar humano, no están habilitados
para entender al hombre. Tienen un complejo de inferioridad ante los elementos
y fenómenos que rigen el universo. Y como el humilde ser que hace un par de
siglos sintió alivio al presenciar las primeras máquinas de vapor, se reconocen
más seguros encomendando su destino al conocimiento.
Pero el destino humano se encuentra en la capacidad de
entender y aplicar valores a la vida, de los cuales el conocimiento es solo
uno.
4.- La libertad procede de añadir al
conocimiento, dominio propio.
¡Cuántas personas eluden la victoria por carecer
de dominio propio!
El problema mayor del ser humano lo constituye él
mismo, la pelea principal se desarrolla en su interior. No existe enemigo más
peligroso, juez más inflexible, o carcelero más eficaz.
El dominio propio le exige al hombre templanza,
control de sus emociones, miedos y angustias. Serenidad de quien posee fe en sus
posibilidades, virtud para sostenerlas y conocimiento para llevarlas a buen
fin.
El dominio propio es indispensable para el ejercicio
de todo acto en la vida.
El control de las emociones es factor de equilibrio
vital para enfrentar la adversidad, pues ella llega con intensidad.
Cuando los problemas no son tratados con dominio
propio, desaparece el equilibrio, se combate fuego con fuego, y se avivan las
llamas.
Si el hombre no tiene capacidad de controlarse a sí
mismo, entonces no tiene capacidad de tomar control sobre sus problemas.
En la lid cotidiana con las contrariedades la razón
debe imponer buenos argumentos. Sin ello no existe posibilidad de victoria.
La convocatoria se dirige a la razón porque la lid está plagada de
emotividad. Y si bien el objetivo no es eliminar emociones o desconocerlas, es
imperativo impedir que dominen los actos.
Los conflictos están revestidos de sentimientos
intensos, las emociones se filtran por todas partes, por cada resquicio que
establece la adversidad.
Las emociones deben controlarse. Es necesario
equilibrar su impulso con una fuerza que modere sus efectos y encauce sus
energías. Eso es la razón. Ella llega con un vasto instrumental de lógica,
sentido común, urgencia, conveniencia y convicción. Todo esto se antepone a la
emoción desbocada en la forma de pensamientos y argumentos claros.
El afán de hacer prevalecer la razón ante la
adversidad, se convierte luego en una emoción que sostiene el proceso. Construyendo
con ello cauce útil para el flujo de energía.
Napoleón confesaba que el momento de sus aprontes
militares, se hundía en agitación penosa. Parecía una joven que da a luz. Pero
ello no le privaba de mostrarse sereno ante la gente que lo rodeaba. Y cuando
tomaba una decisión todo quedaba en el olvido, menos lo que era necesario para
alcanzar la victoria.
Esto es dominio propio. Uno de los grandes valores
humanos. Sentir ardientemente, allí en lo profundo, y sin embargo tener la
capacidad de mantenerse sereno ante los demás. Luego, el momento de actuar,
olvidarlo todo, menos el pensamiento claro y el argumento que conduce a lo que
se quiere.
De esta forma el ser humano trabaja como esas máquinas
de ebullición interna que canalizan energía a un punto preciso para generar
movimiento. En el hombre la ebullición se consigue por las emociones. Pero el
control permite que ésa fuerza se dirija a un punto preciso y mueva lo
dispuesto para alcanzar los objetivos.
Si este “vapor interno” no es controlado, sale por
cualquier lado. No mueve nada, quema todo a su alrededor y termina por hacer
una víctima de su creador.
5.- Los frutos que depara la caminata se alcanzan
añadiendo al dominio propio, paciencia.
La mejor definición que existe de Paciencia es “tranquilidad para
esperar”.
Sin embargo, ¿hay algo más difícil que eso?
Una cosa es por supuesto esperar, pero una diferente
hacerlo con tranquilidad. Esto último es solo posible en la serenidad de
espíritu que otorga la fe. La seguridad de estar haciendo lo correcto. La
confianza de saber lo que se está haciendo y el sosiego que otorga el control
de las emociones.
La paciencia es uno de los valores humanos que se
encuentra en riesgo de extinción.
Los sinónimos de eficiencia son hoy la premura,
sentido práctico y agilidad.
Los niños se forman en una cultura que ensalza “lo
fácil e inmediato”. La dinámica del entorno ha convertido a la gente en seres
“reactivos” que tienen poca posibilidad de hacer prevalecer su propio
ritmo. Mafalda, el hermoso personaje del dibujo, pedía que se “pare el
mundo para poder bajar…”
Parece que existen pocas condiciones para la
paciencia.
Sin embargo, es precisamente la “enfermedad” la que da
valor al remedio. Y la paciencia es hoy más que necesaria para enfrentar el
conflicto y la adversidad.
Quien ejercita estos valores humanos es alguien seguro
de sí mismo, no un producto de las circunstancias. Sabe qué esperar, y puede
hacerlo con la tranquilidad de quien tiene certeza que a la penumbra de la
noche SIEMPRE le sigue la luz del nuevo día.
Un hombre seguro es un hombre tranquilo; un hombre
tranquilo encuentra paz en la espera.
6.- La compañía en el camino se consigue
añadiendo a la paciencia, piedad.
Entre los valores humanos, éste y el posterior, se
vinculan al carácter social del individuo.
La piedad está inspirada en la consideración a los
demás, y se manifiesta en actos de abnegación y compasión. Es el marco grande
de la empatía.
A veces resulta más productivo entender éste valor
como aquel que establece la necesidad de dar.
En tanto que el hombre no está concebido como una
criatura que se perfeccione en soledad, su relacionamiento con los demás debe
estar condicionado por la máxima de dar aquello que quiere recibir. Sembrar en
los demás lo que de ellos quiere cosechar, invertir en otros lo que desea para
él. Esta regla es completamente determinística, pero muy subestimada. Ha sido
reemplazado por una compleja red de relaciones humanas fundamentada en el
interés individual y el egoísmo.
La persona de visión entiende que las fronteras del
“yo” son estrechas, y la perspectiva de vivir en ellas no es diferente a la que
tiene un roedor en su madriguera.
Quién posee un espíritu que privilegia la
trascendencia, sabe que los grandes espacios se encuentran más allá del “yo”.
En el mundo amplio que habitan los demás.
Hacia allá tiende puentes. Y ésta lógica de considerar
necesarios a los demás, lo obliga a sentirse necesario para ellos, practicando
así actos de abnegación y compasión.
Sorprende que una lógica tan simple sea comprendida por
tan pocos. Es posible que esta verdad sea la víctima más ilustre del
paradigma de complejidad en que se vive.
Ocuparse de los demás es ocuparse de uno mismo. Cuidar
de los otros es cuidar de uno. El hombre solo es un ser limitado. Quién tiene
inteligencia superior, se sirve de los demás “sirviendo”, y así alcanza
objetivos mayores.
7.- Las vicisitudes y alegrías del camino se
comparten añadiendo a la piedad, afecto fraternal.
La forma de relacionarse con los demás debe
manifestarse a través de afecto fraternal. Este es el valor fundamental para el
hombre en su dimensión social.
El afecto está desprovisto de pasión, se traduce en
cariño calmo y benigna simpatía.
En la vida todos son compañeros de viaje. Se comparten
penas, alegrías y alcanzar un destino. Básicamente queda elegir si el viaje se
lo efectúa en paz con los demás o sin ella.
8.- Para alcanzar el final del camino debe
añadirse al afecto fraternal, amor.¡El más grande de los valores humanos!
Los valores humanos se perfeccionan así de manera
grandiosa. La demanda de añadirle amor a la receta no es un postulado poético,
es una reflexión profunda.
En realidad, el amor es el dínamo que genera toda la
energía que se precisa para vivir. Amor por uno mismo, por lo que se hace, por
los demás, amor por lo que se tiene, por lo que se quiere…
Sin amor, el tránsito por la vida pierde motor, la
única guía es la inercia y el fin la parálisis.
La gente que transita la vida sin rumbo es gente que
ha perdido amor. Sin amor no existe fe, virtud, conocimiento, dominio propio,
paciencia, piedad o afecto fraternal. Sin amor el ser humano carece de valor.
Por fortuna, éste hecho se presenta pocas veces. La
mayoría de la gente profesa amor por algo.
Otra cosa es que el amor sea mal entendido. Aquí el
hombre se vuelve un ser incompleto. Porque calcula amar, pero no entiende lo
que eso significa, y en ése proceso pierde, aun cuando quiere ganar.
Cuando se vive con amor y se hacen las cosas por amor,
los resultados están garantizados. El ser entero se dinamiza y produce energía
poderosa.
Los resultados parciales, los procesos incompletos,
las victorias o derrotas “relativas”, tienen origen en el entendimiento
equivocado del amor.
El amor no se perfecciona en las palabras. No ES
porque se afirme que lo sea, o porque así lo entienda el ego.
El amor está lejos de las pasiones o la comodidad. No
es reflexivo, actúa. No se cobija en dichos, gestos o impulsos.
El acto de necedad más grande es la manifestación
equivocada del amor.
Para entender el significado profundo del amor, es
bueno remitirse a otro gran apóstol, Pablo, quién en su primera carta a los
Corintios lo describe con una conmovedora precisión:
El amor es sufrido, benigno. No tiene envidia, no es
jactancioso, no se envanece. El amor no hace nada indebido, no busca lo suyo,
no se irrita, no guarda rencor. No se goza de la injusticia, más se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. En
esencia el amor nunca deja de ser…
¿Cuántos pueden inscribirse entre los que aman de
verdad?
¿Cuántos tienen la dicha de saber que estas premisas
rigen su vida?
La práctica de esta receta maravillosa de valores
humanos garantiza una vida de victoria.
No existe justificación para transitar la vida en oscuridad,
privación o derrota. La luz es regalo otorgado al hombre desde siempre. La vida
está llena de personas que deciden ser “ciegas por elección”, eluden la luz
colocando una venda sobre sus ojos, y luego se quejan de la penumbra que los
rodea.
En la oscuridad se golpean unos a otros e intercambian
culpas, caen de rodillas, se arrastran, reciben golpes mientras avanzan
tanteando sombras. Acuden a cada gramo de energía para avanzar sin ver el
camino.
Pero lo único que no hacen, es el pequeño esfuerzo de
quitarse la venda y gozar de la claridad.
Fuente: https://elstrategos.com/valores-humanos/