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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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Optimismo y pesimismo en la persona emprendedora

 

El Emprendedor debe llevar el optimismo en el corazón y el pesimismo en la cabeza.

No existe nadie que pueda ser calificado exclusivamente como optimista o pesimista. Todos los seres humanos son una u otra cosa en diferentes momentos y situaciones de la vida. El optimismo y el pesimismo no son condiciones del Ser, son características relacionadas con el Hacer, en este caso con la forma de ver las cosas.

(Tematica extraída del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora

El optimismo es una “tendencia o propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable, y el pesimismo una a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable”.

Ambas constituyen una forma de VER y JUZGAR.

La riqueza de los términos se encuentra al desagregarlos. La referencia al hecho de VER hace alusión a un acontecimiento futuro. Y la de JUZGAR a la forma en que se valora lo que se ve. Todo concluye por verse y juzgarse de forma más o menos favorable para los intereses que están en juego.

El optimismo y el pesimismo constituyen una forma de visualizar las cosas que sucederán en el futuro. Y calificarlas de acuerdo a la percepción de los efectos que puedan provocar.

Desde aquí no es posible calificar a una persona de optimista o pesimista como característica de lo que Es, sino del juicio que tiene sobre las cosas que visualiza. Por otra parte NADIE puede visualizar las cosas siempre favorables o desfavorables porque serán en todo caso de una u otra forma.

En el emprendimiento acontecerán cosas buenas y malas. Cuando se prevea la existencia de las primeras corresponderá el optimismo, y cuando se estime la existencia de las segundas el pesimismo.

El emprendedor, como todas las personas en la vida, DEBE ser optimista y pesimista en función de las circunstancias.

El problema en esto no radica en que sea incapaz de ser optimista, más bien en que no quiera ser pesimista.

Por consideraciones culturales arraigadas, las personas son formadas en la premisa que el pesimismo es malo. Y por lo tanto no es un aspecto en el que corresponde hallar virtud. Por otra parte, la necesidad de ser “eterno optimista” se fomenta y premia. De esta orientación emergen “optimistas funcionales” y “pesimistas estructurales”. Los primeros agrupados en lo “deseable” y los segundos no.

Los “optimistas funcionales” no explican su condición en la visión favorable de las cosas, más bien en el hecho de no ser pesimistas. Y los “pesimistas estructurales”, que en esencia sólo pecan de ver y juzgar algunas cosas desfavorables, son considerados anatema.

Por causa de esta formación que se inicia en los pañales y concluye dejando su sello en la niñez y juventud, una cantidad innumerable de personas se sienten cohibidas de manifestar un pesimismo franco y útil.

Hay más probabilidad que una persona que se declare optimista en una entrevista de trabajo consiga el empleo a una que se declare pesimista. Aunque nadie puede establecer como “su estado” uno u otro caso, hay muchos más que quisieran caminar por la calle con un cartelito que diga persona optimista y no uno que diga soy pesimista.

Esta realidad impide que las personas (en la vida y los negocios), desarrollen una sana capacidad para ver y juzgar los aspectos desfavorables que pueden acontecer. Y con ello se propende a cometer más errores y subestimar riesgos.

La evaluación pesimista de las cosas activa la cautela, la moderación, y mantiene encendidos sistemas de alerta que pueden beneficiar el tratamiento de ciertas cosas.

Ayuda a incorporar más acción y trabajo en las tareas, con precaución y cuidado. Nada de esto es malo, puesto que no condiciona negativamente la forma en que se conduce la vida o el negocio. La evaluación pesimista puede efectivamente reducir el ritmo en el que se llevan adelante ciertas cosas, pero lo reducirá en la lógica de evitar una colisión o pérdida al enfrentar situaciones desfavorables.

¡El emprendedor tiene que ser pesimista, por supuesto! Porque optimista seguro ya es desde etapas tempranas de su formación en la vida. Debe ser también pesimista, y con mucho esmero. La vida de los negocios no es sencilla, los obstáculos pueblan el camino y la “propensión de ver y juzgar las cosas desde su ángulo más desfavorable” sirve para dimensionar, sopesar y atacar las dificultades. Sirve, en resumen, para estar preparado y actuar de acuerdo a las exigencias que la situación plantee.

Esto no quiere decir que el emprendedor o cualquier otra persona deba  interpretar las cosas siempre desde la arista desfavorable. ¡Por supuesto que no! Lo importante es que lo haga de una forma tan natural como la que motiva a ver las cosas favorables. Ser pesimista debe ser tan bueno como ser optimista.

Probablemente, para ésa tranquilidad de espíritu que juega un papel fundamental en la vida, debiera decirse finalmente que el emprendedor debe llevar el optimismo en el corazón y el pesimismo en la cabeza.

Es natural y sano el deseo de ver e interpretar las cosas desde una perspectiva alentadora. Y en ello debe comprometerse el emprendedor de corazón. Íntimamente debe esperar que las cosas salgan bien siempre. Ésta es una forma de respaldar la confianza y sostener el poder que existe en una profesión de fe. Y por otra parte debe ser cauteloso y precavido desde la dimensión intelectual para visualizar los desafíos que presenta el futuro.

Optimista de corazón (primero) y pesimista en la razón (luego). De este equilibrio emerge el mejor juicio para actuar.

Algunos de los hombres más grandes que ha parido la humanidad no sólo eran manifiestos pesimistas. De hecho eran conocidos por pronosticar sistemáticamente un conjunto de fatalidades para no cometer errores en decisiones importantes, y tener respuestas ante imponderables.

Otra cosa son ésas personas que se autodenominan  REALISTAS. A diferencia del optimista o el pesimista, la persona “realista” carece de visión.

Actúa sobre la inmediatez condicionado por el criterio que “no vale la pena ser optimista ni pesimista”. Respeta en extremo las condiciones imperantes, con sus pequeñas o grandes posibilidades.

Las personas pesimistas tienen visión, una que no se ajusta a un estado deseable de las cosas, pero en definitiva una visión. En cambio las personas “realistas” carecen de visión, positiva o negativa. Se desenvuelven en los márgenes estrechos de la coyuntura y lo que perciben los sentidos básicos.

Estas personas son una molestia. Incapaces de proyectar nada, niegan ésa posibilidad elemental que tiene el hombre de ver más allá de lo que pueden los animales elementales.

Merced a conceptos absurdos de realismo el hombre nunca hubiera llegado al estado en el que hoy se encuentra. El progreso y el desarrollo formarían parte del azar y se estaría anulando el deseo natural de cambiar las cosas y ser parte condicionante de esos cambios.

Por otra parte, el pesimismo y el optimismo no tienen nada que ver con lo positivo o negativo. No existe relación ontológica entre optimismo y positivismo o pesimismo y negativismo.

Lo positivo y lo negativo están relacionados al SER de las personas, no a la forma de ver y juzgar las cosas que pueden pasar. La gente positiva tiene una forma de procesar y canalizar su energía diferente a la persona de actitud negativa. Una persona positiva puede ser optimista o pesimista en su interpretación del porvenir, pero mantendrá una actitud enérgica. En tanto que la persona negativa carece de fuerza, ánimo e incluso espíritu para hacer las cosas, aún aquellas que puedan presentarse favorables.

Personas negativas no pueden existir en el círculo de trabajo del emprendedor. La energía en esta tarea lo es todo. Y vectores de energía como el buen ánimo, entusiasmo, predisposición, etc., no se encuentran en personas negativas.

Es posible que alguien afirme que con optimismo o buen ánimo no se desarrolla un negocio, pero también es cierto que sin ellos aún la mera consideración de formarlo no es posible.

Y por último, no se trata de establecer qué tanto aporte puede tener una actitud positiva. Se trata más bien de establecer el alto costo que tiene una negativa. Ser positivo cuesta poco, ser una persona negativa conduce al infortunio.

Mayores detalles de éste y otros temas similares en el libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora

Fuente: https://elstrategos.com/optimismo-y-pesimismo-en-el-emprendedor/

¿Qué significa hablar bien? ¿En qué consiste hablar bien?

 


Para muchos hablar bien es saber pronunciar. Sí, pronunciar bien es importante, pero eso no es suficiente

Expresarse de forma precisa. Cómo podemos hablar bien

A esta pregunta se le podrían dar muchas respuestas, pero hay una muy simple: hablar bien consiste en expresar un pensamiento de una manera precisa. Hablar bien es lograr que la comunicación de un mensaje o pensamiento sea lo más perfecta posible. Esto hace que el destinatario o destinatarios de este mensaje lo capten y entiendan mejor.

Por lo tanto, antes de hablar, hay que saber bien lo que se va a decir.

Para muchos hablar bien es saber pronunciar. Sí, pronunciar bien es importante, pero eso no es suficiente. La pronunciación es solo una parte fundamental de la lengua. Pero la pronunciación no lo es todo, ni tan siquiera es lo más importante. Lo más importante es la gramática. Consiste en decir las cosas de acuerdo a unas reglas básicas que cada lengua tiene.

Tener un léxico apropiado

Otro punto importante, es el léxico. El decir las cosas con las palabras exactas que cada idea requiere. Transgredir una norma gramatical, por simple que sea, es mucho más anómalo que cualquier otro fenómeno fonético.

¿Se aprende a hablar bien?

Naturalmente que se puede aprender a hablar bien. Eso no quiere decir que solo hablen bien los universitarios o las personas de las clases sociales y culturales más altas.

Es posible encontrarse con personas que apenas saben escribir y que sin embargo podrían ponerse como ejemplos admirables del buen hablar. Personas que tienen un discurso natural, sin afectación, sin titubeos, sin reiteraciones inútiles, con una buena fonética dialectal. Personas que tienen un discurso con un léxico exacto, con cadencia expresiva que hasta hace admirable el solo hecho de oírlos. Porque también, el hablar, tiene su particular melodía.

Sin embargo, cuántos charlatanes hay de verbo florido, que hablan y hablan y al final no sabe uno lo que han querido decir.

El buen hablar es una cuestión esencial que afecta a la condición social de la persona.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/conversar-hablar/que-significa-hablar-bien-en-que-consiste-hablar-bien.html

Sentido Común, el poderoso consejero que no se equivoca

 

Dicen que el sentido común no es nada menos que un hálito de sabiduría divina. Uno que se manifiesta sin condicionantes en todo intelecto humano. ¡Y así es! Todos los seres humanos poseen este consejero interno dotado de una sabiduría natural y siempre dispuesta. Un recurso confiable y poderoso, cuyo origen sigue siendo un bello misterio.

Todas las personas tienen sentido común, y seguramente en medidas similares (si es que ello puede medirse de alguna manera). Ésta orientación o “guìa inercial” se posee desde temprana edad. Nadie lo enseña, nunca se produce algún tipo de inducción o capacitación. Es un recurso que simplemente emerge y crece entre las competencias de la razón, sin pautas, causas ni propósitos definidos.

El sentido común es la “capacidad para juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto”. Es básicamente esto. Sin embargo su alcance es trascendental, porque la capacidad de juzgar “razonablemente” las cosas de la vida cotidiana y decidir acertadamente, define el destino.

Póngase a pensar, ¿que debe entenderse por situaciones de la vida cotidiana? Ciertamente esto engloba casi todo.

Por otra parte, ¿qué es capacidad de juzgar razonablemente? Pues bien, es una facultad del entendimiento humano por cuya virtud se puede distinguir entre lo bueno y malo, lo conveniente e inconveniente, lo verdadero y falso.

No es poco.

Y además, todo ello finalmente se orienta a posibilitar las “buenas decisiones”, a “decidir con acierto”, evitando el error y el equívoco.

Esto ya es mucho.

El sentido común es indispensable, puesto que sin él nadie podría desarrollar una vida equilibrada y productiva. Sin su existencia, la gestión del bienestar humano no sería posible, porque el entendimiento tendría que formarse para cada acto de la vida cotidiana. Y eso es imposible. Si ya es complejo formar competencias para un médico o un ingeniero, cuánto más para que una persona sea básicamente competente en todos los actos de su vida.

Puede decirse que el sentido común se forma de alguna manera, pero es más útil saber que se “desarrolla” desde temprano en la vida de las personas, y permanece con ellas hasta el final.

Ahora bien, y aquí está el drama, el sentido común es universal, sin embargo no todos lo ejercitan. En realidad, pocos lo activan y posicionan como faro de las decisiones que toman en su vida.

Escasas personas se fundamentan en él para entender los fenómenos de la existencia y orientar su conducta. La mayoría se guía por cualquier otra cosa: la razón colectiva, el entendimiento “técnico” de las cosas, la racionalidad impoluta e incluso la “sabiduría”.

Bien se dice, por eso, que “el sentido común es el menos común de los sentidos”.

Y es correcto, es “el menos común de los sentidos”. Porque ciertamente está sofocado por ése paradigma de la complejidad bajo el que vive el mundo moderno. ¿Quién confía hoy en la inocente y casi ingenua sencillez de su sentido común? Lo simple parece sospechoso, mucho más si los problemas y la adversidad no se comprenden.

Finalmente, no importa mucho reconocer que ésa complejidad la crean las propias personas, justamente porque son escépticas respecto a todo lo que huela a “simplicidad”.

Quién activa su sentido común para interpretar la realidad y actuar en ella, nunca transita el sendero de la dificultad, todo lo contrario, siempre adopta el camino sencillo. Y haciéndolo así, ¡pocas veces se equivoca! Siempre es posible fallar, obviamente, pero el error y el sentido común tienen una correlación muy baja.

Esto puede parecer increíble, pero es lo más natural del mundo. Porque la vida en sí misma es simple, sencilla. Nunca ha sido diferente. Es la gente la que se complica. Como el sentido común emerge desde las zonas profundas de la naturaleza humana, y no desde la superficie de sus conductas, está completamente enlazada con la simplicidad.

¿Por qué la mayoría de las personas no utilizan su sentido común para juzgar sus situaciones cotidianas y decidir con acierto? Pues porque no confían en él. Poco crédito le otorgan a las respuestas sencillas, a las soluciones simples. Prefieren equivocarse accediendo a los recursos de la complejidad, que acertar recurriendo a una facultad tan elemental.

¡Todo puede resolverse acudiendo al sentido común, todo!

La más compleja de las fórmulas matemáticas se resuelve con sentido común, porque las matemáticas en sí son eso: sentido común. Situaciones angustiantes y de alto riesgo, condiciones emocionales intensas y relaciones personales difíciles, se resuelven con sentido común. No hay fronteras ni obstáculos para éste “hálito divino”.

Las personas que parecen “más inteligentes” que otras, hacen mayor uso de su sentido común, rara vez es otra cosa. Los genios siempre se fundamentan en él, y así se distinguen.

El conocimiento es algo diferente, y construirlo no tiene nada de malo. Si el sentido común se activa, el conocimiento lo nutre y refuerza, pero si aquel se ignora, en poco aprovecha toda la sabiduría del mundo. No hay ninguna autoridad intelectual o erudición que se precie si carece de sentido común.

Lo mismo pasa con la experiencia. Es un valioso recurso del entendimiento cuando se activa el sentido común. Pero si esto no sucede, se convierte en obstáculo y pretexto para la inacción.

Solo con sentido común, el conocimiento y la experiencia juegan a favor. Sin él pierden el vehículo que les facilita el movimiento y deben arrastrarse con carga pesada.

La persona que no activa su sentido común para todo suceso que demande juicio y decisión en su vida cotidiana, es como aquel que estando en un cuarto a oscuras y con el interruptor de luz al alcance de la mano, opta por salir hasta el lugar donde se encuentra el tablero de fusibles para conectar la corriente. Pudiendo alargar el brazo para tener claridad, prefiere encarar los riesgos que trae la oscuridad.

¿Cómo se activa el sentido común?

Eliminando “el ruido”. Nada más.

Las perturbaciones para el sentido común están  siempre allí, como la música de fondo que no puede escucharse por los sonidos que la interfieren, como la corriente de agua que se tranca por los obstáculos que se le colocan al frente.

Si se anula “el ruido” y se quitan los obstáculos, el sentido común emerge.

La persona que rinde culto a su sentido común es un escéptico irreductible. Siempre rebelde y desconfiado, pero de sana intención y respetuoso. No se adhiere de buenas a primeras al sentir general, a la sabiduría popular o al consenso. Sale de los moldes para establecer juicio propio, fundamentado en “ésa” razón que anida en su naturaleza.

Al actuar así, todo “el ruido” le sirve para identificar mejor la música y enriquecer la melodía, que es lo mismo que pasa cuando uno se enfoca en escuchar la música de fondo.

El “ruido” se elimina mejor en estado de reflexión, meditación y contemplación. Bajando el volúmen de los incesantes pensamientos que acompañan toda decisión e interpretación. La persona con sentido común es muy paciente y segura de sí misma. Sabe que encontrará las respuestas cuando se conecte consigo mismo.

Valora el conocimiento y el consejo de los demás, pero no los valida por reflejo. Escucha a todos, pero no hace eco de nadie. Estudia, investiga, contrasta, pero no saca conclusiones definitivas. Todo enriquece un proceso que tiene como protagonista a su sentido común.

Cuando el “ruido” se apaga emerge el entendimiento, la “capacidad para juzgar razonablemente y decidir con acierto”.

Aunque el nombre debería hacer pensar lo contrario, en realidad el sentido común es algo extraordinario. No forma parte de los rebaños. Es una cualidad de esos pocos que piensan por sí mismos y se tienen confianza.

Y no lo olvide, no tiene ningún vínculo con la dificultad. Está siempre asociado con lo simple, básico y elemental. Esta realidad ayuda mucho en la vida. Porque cuando las incógnitas y las respuestas son pesadas y densas, cuando no hay espíritu ligero ni paz, puede estar seguro que el sentido común NO se encuentra allí.

En cambio, cuando las respuestas parecen absurdamente sencillas y las soluciones emergen con la naturalidad del sol por las mañanas, sonría, ése hálito de voz divina le está hablando.

Haga lo que él le indica y difícilmente se equivocará.

Fuente: https://elstrategos.com/sentido-comun/

Emprendedor: su romance con el fracaso

 El emprendedor sostiene finalmente un romance con el fracaso. A ello lo conduce el imperioso afán de extraer de él las cosas de valor que desea. Sólo en un sutil cortejo con el fracaso se alcanza y conquista la victoria.

La persona que no tiene capacidad de coexistir con las pérdidas y la frustración, no está habilitada para desenvolverse como emprendedor.

En el mundo del emprendimiento las victorias constituyen gramos de oro entre toneladas de lodo y arena. Y hace falta colosal esfuerzo para separar una cosa de la otra.

Si el minero lucha cada día con el lodo y el frío, lo hace porque reconoce que el premio supera todo costo y porque aquél es el ambiente natural donde se esconde el tesoro. Cada tonelada de lodo es materia prima que aloja el dorado metal. Si el oro no fuese escaso y difícil de encontrar tampoco sería valioso.

Este ambiente es parecido al del emprendedor. El resultado esperado es como ésa elusiva pepita de oro en el muladar.

Muchos emprenden con un espejismo como norte. Visualizan el premio sin apenas tomar cuenta de las dificultades que saturan el camino. Están dispuestos a empeñar esfuerzo para alcanzar sueños pero ignoran que la meta no se alcanza sólo con trabajo, más bien por la capacidad de procesar el fracaso y la frustración. Toneladas de ambos por cada gramo de beneficio.

Si el emprendedor no sabe perder no está habilitado para ganar. Porque el triunfo es apenas una de las contiendas que no se ha perdido. Y el mérito jamás se encuentra entre los “ganadores” sino en quienes saben perder.

Los hombres grandes no son los estereotipos asociados con genialidad y astucia para alcanzar sus metas. Son personas con admirable capacidad de encajar adversidades, procesarlas y utilizarlas para sus fines. Como muestra viva del dictamen del Edén, estos hombres alcanzan sus objetivos secando sangre, sudor y lágrimas.

Esto no quiere decir que otras tareas de la vida no demanden lo mismo o sean menos “dignas”, puesto que está claro que nada se consigue sin esfuerzo. La diferencia radica en que el emprendedor tendrá que procesar todo esto esencialmente SOLO. Carece de ésa “red de seguridad” que proporciona la responsabilidad colectiva.

Si algo caracteriza su  trabajo es el peso de encarar todos los “costos”. En esencia no existe quién comparta la frustración y pena. La simpatía y “solidaridad” pueden poblar su entorno, pero la responsabilidad del resultado es solo suya.

El emprendedor debe darse cuenta que maestros y orientaciones no provendrán de ése “entorno solidario”. Éste carece de la empatía para identificarse con sus vivencias. Son los problemas, frustraciones y pérdidas quienes no le mentirán nunca y enseñarán soluciones y remedios. Por esto debe el emprendedor debe mantener un romance con el fracaso.

Porque el fracaso es maestro de más valor que el éxito. Las adversidades forjan el carácter como pocas cosas, y la resolución de los problemas conduce a la sabiduría.

Mientras para el resto de las personas los contratiempos llaman a condenación, para el emprendedor deben ser aliados decisivos. Por una parte porque de ellos puede extraerse provecho, pero por otra porque son INELUDIBLES. Los problemas y la adversidad son inevitables. Por lo tanto se asumen como piedra de tropiezo o como fundamento.

En la vida del emprendimiento el fracaso es rutinario y el éxito extraordinario. Los problemas una constante y lo positivo excepción.

No es necesario pensar que el emprendedor “desee” o disfrute pruebas y contratiempos. Ellos aparecen, con la misma certidumbre de la luz que rompe las sombras cada amanecer, como el lodo, la arena y el agua que esperan al minero. Jugarán el rol de privarle de su premio, de hacer difícil la tarea. Lo seducirán para que abandone la lucha. Y muchas veces lo conseguirán.

De esto se trata el fracaso, y de ello el romance que sostiene con el emprendedor.

Resistir con el puño levantado y el pecho descubierto tiene poca probabilidad de alcanzar buen resultado. Poner a prueba hombría y coraje no es lo más inteligente. Aquello de tener  “estómago” o “nervios de acero” aplica mejor para un bombero, porque nadie quiere tener resistencia para enfrentar la adversidad por periodos largos de tiempo. Y el emprendimiento no es asunto de una jornada.

Para interactuar con los problemas y el fracaso se necesita más inteligencia que carácter, habilidad que fuerza, energía que poder.

El poder de la adversidad nunca podrá enfrentarse con fuerza equivalente. El hombre carece de ése alcance, pero tiene a mano inteligencia, capacidad de discernir e interponer fe, paciencia, buen ánimo y perseverancia.

La vida de un emprendedor no es fácil cuando esto no se entiende y asimila.

De la misma forma que no fue fácil la vida de los primeros hombres sujetos a la rigurosidad de la naturaleza. ¿Qué hubiera sido de la especie si ellos solo se hubieran dedicado a “soportar” o enfrentar “por fuerza” los elementos que los castigaban? ¿Cómo se gana la partida al rayo o la lluvia, al frío y al calor? Primó la inteligencia para adaptarse a los fenómenos y utilizarlos. En ello nada tuvo que ver la fuerza o el poder. Hoy se puede observar desde la agradable calidez de una casa moderna la nieve cayendo y el sol produciendo energía eléctrica. El hombre ha llegado a conquistar los elementos para utilizarlos a su favor, y lo ha hecho recurriendo a su intelecto.

Ante las perdidas, fracasos, problemas y adversidad, el emprendedor tiene también un desafío de conquista, no uno de estoica resistencia. Un desafío que no implica sometimiento, más bien conseguir que lo opuesto juegue en beneficio.

Se arriesgan muchas cosas de valor en la interacción con el conflicto, el éxito entre ellas, o el hecho de alcanzar los resultados. Pero sobre todo la posibilidad de estar en PAZ y equilibrio emocional. Esto sufre cuando el emprendedor no “conquista” la adversidad. Cuando el hombre se quiebra, el emprendimiento también y allí acaba la historia.

Nadie ofreció flores en esta fiesta y hace mal quien porta macetas.

El camino del emprendedor no es sencillo y poco aprovecha “adornarlo”. Las pérdidas existirán, el fracaso tocará las puertas y la frustración será parte del juego.

Lo importante es no oponer resistencia sino inteligencia. Entender que las pruebas son maestros que no mienten y que la adversidad puede ser conquistada para bien. De esto se trata que el emprendedor sotenga un romance con el fracaso.

Por último, todo esto también servirá para que el emprendedor se coloque ante el espejo y determine si tiene “uñas para la pelea”. Pues siempre vale darse cuenta si la convocatoria fue un error.

Quién en su momento decidió emprender viaje puede percatarse que las demandas del trayecto no coinciden con sus expectativas o capacidad. Y en éste caso mejor es detenerse o cambiar de senda. Esto es prueba de coraje.

  • Si quien emprendió no procesa apropiadamente el hecho de perder, debe detener viaje.
  • Cuando se tienen en alto precio rutinas tranquilas de vida, es mejor cambiar de camino.
  • Quien crea que el éxito es una nave que se aborda a cañonazos, es mejor que canalice esa energía por otra parte.
  • Aquel que cree que la genialidad es prima mayor de la inteligencia, está llamado a otro juego.
  • Si lo está haciendo sólo por ganar dinero es mejor evaluar otra opción. Porque en este viaje también perderá dinero.

Es cierto que el minero hace lo que hace por amor al oro. Pero ésa pasión lo conduce a desarrollar un romance con los otros elementos. Aquellos que debe conquistar para tomar su premio. Comprende que entre lodo y arena se halla lo que más quiere y por eso los trata con cuidado. De ellos extrae el oro, con paciencia y habilidad.

El emprendedor debe sostener un romance con el fracaso para extraer de él aquello que quiere: la victoria, el sueño realizado, la visión alcanzada.

Cuando vea la íntima relación que existe entre fracaso y victoria llegará a tratarlos por igual. Y probablemente detrás de este detalle no sólo encuentre una ventaja comparativa, también PAZ.

Porque quien no valora de igual forma fracaso y éxito, es como aquel que inicia un viaje interminable para encontrar el tesoro que supuestamente existe al pié del arcoíris.

Fuente: https://elstrategos.com/emprendedor-romance-con-el-fracaso/

El protocolo en la atención al cliente

 Asistir a los clientes es importante en cualquier empresa. Escuchar sus necesidades y tratar de resolverlas de la mejor forma posible de atender a un cliente

La importancia de atender de forma correcta a los clientes

Cada vez las organizaciones introducen modernas estrategias para maximizar sus ventas, a partir de exhibir elevados niveles de atención al cliente. Lograr la ansiada fidelidad se traducirá en una mayor confianza a la empresa; incrementará la rentabilidad; aumentará las transacciones gracias a los clientes contentos dispuestos a adquirir otros servicios o bienes; consumidores nuevos captados por referencias de los usuarios; disminución de costos en marketing, reclamaciones y acciones legales; reducción de quejas y gastos; sobresaliente reputación de la organización, etc.

Al respecto, reitero la necesidad de enmarcar con profesionalismo la selección del personal encargado de la atención al cliente y todos los lineamientos inherentes a esta función. No siempre las compañías brindan la preparación, el soporte, los recursos y los mecanismos para asegurar un desempeño asertivo, eficiente y análogo con su identidad corporativa y, especialmente, con los estándares anhelados.

Dentro de este contexto, tengamos en cuenta que el "protocolo" -entendido como una herramienta de gestión encaminada a posibilitar el cumplimiento de determinado objetivo- se orienta al acatamiento de fines específicos y, por lo tanto, se incorpora con gradualidad para hacer eficaz el trato con la clientela.

¿Tiene importancia el protocolo en la atención al cliente?

Cabe preguntarnos ¿Tiene importancia el protocolo en la atención al cliente? Su trascendencia es indudable e incluso concluyente para asegurar su calidad, sostenibilidad y éxito. En tal sentido, coincido con lo aseverado por el experto internacional en ventas Alvaro Arismendy Valencia: "Un protocolo de atención es la forma de plasmar, para toda la organización, el modo de actuar deseado frente al cliente, buscando unificar los criterios, conceptos, creencias e ideas diversas que se puedan tener respecto a qué es una buena atención".

Este "protocolo" debe estar organizado y materializado en un "Manual de Protocolo en la Atención al Cliente" que describa reglas, procedimientos, etapas, acciones y criterios dentro de los que se encamina el vínculo con el público. Garantiza seguir una misma línea de intercambio para responder interrogantes y reclamos sin contratiempos; será sencillo y aplicable en cada canal de comunicación (presencial, electrónico, telefónico e impreso).

Uno de los elementos inspiradores en su elaboración está referido a la visión, misión, valores, políticas y otros componentes de la identidad corporativa. Tengamos presente: en el servicio deben reflejarse, de forma continua y sin ambigüedades, estos pormenores. Seguidamente comento varios aspectos para su preparación y puesta en vigencia.

¿Quién y cómo se elabora? Aconsejo que sea un especialista en esta temática y que, al mismo tiempo, esté informado del funcionamiento de la organización. Es necesario que su confección sea antecedida de una amplia y minuciosa recopilación de documentación, consultas, discusiones y recojo de opiniones de quienes laboran en las áreas afines al cliente.

Algunos de los pasos necesarios a seguir son:

- especificar la visión y misión del negocio;

- enumerar las funciones de los empleados;

- definir en qué consiste un óptimo servicio;

- establecer las normas de un representante de atención al cliente;

- describir las pautas de interacción en cada canal de comunicación y mostrar un plan de contingencia.

Las etapas del servicio en la atención al cliente

El "Manual de Protocolo en la Atención al Cliente" especificará las etapas del servicio, las que guardarán relación con las características empresariales, el público, etc. Habitualmente el proceso engloba tres etapas básicas.

Apertura: una bienvenida y saludo que lo haga sentirse tratado con respeto y consideración;

análisis y comprensión: escuchar sus necesidades y peticiones;

solución: buscar resolver sus inquietudes y lograr su satisfacción.

Éstas deben cumplirse independientemente de los conductos utilizados.

Contar con este documento tiene visibles ventajas.

- Primero, uniformización de los procesos: se refleja en la ejecución de las operaciones dentro de un marco de coherencia establecido;

- segundo, atención eficiente y continua: certificar que la calidad de la atención sea constante y permanente en todos los colaboradores;

- tercero, modelo de capacitación: facilita usarlo como guía en el entrenamiento del personal y reforzar su vigencia mediante actividades de mejora;

- cuarto, fortalece a los representantes de atención al cliente: permite reforzar sus conocimientos y los procedimientos, por contener información útil para resolver situaciones de conflictos;

- quinto, soslaya pérdidas económicas: se evitarán los costos que conllevan las negativas acciones en la atención.

Al concluir su redacción se recomienda desplegar un programa de inducción y capacitación con la finalidad de acreditar su cabal aplicación, supervisar su ejecución, instituir estímulos por su acatamiento e introducir modificaciones en función de nuevas realidades internas o externas. Un ejemplo visible está referido a lo acontecido con la pandemia.

Brindémosle una actuación seria y conexa con las expectativas del público. Evoquemos la conveniente e ilustrativa expresión del escritor, filósofo y teólogo suizo Johann Caspar Lavater, coincidente para el ámbito de la atención al cliente:

"Si quieres ser sabio, aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir".

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/el-protocolo-en-la-atencion-al-cliente.html