Bien lo dicen: en la vida las hay de “cal y arena”. Muchas veces se recibirá cal, pero es un hecho que algún momento también habrá arena. Es algo estadístico. Suceden cosas malas, pero eventualmente también ocurren las buenas. Por esto, que te vaya bien es algo inevitable.
Si tu amor por las metas no fuese suficiente, si el
deseo de victoria no alcanzase en momentos difíciles o la persistencia
menguara, ¡refúgiate en la estadística! Es improbable que te acontezcan solo
infortunios, es matemáticamente absurdo. Algo bueno sucederá, ¡seguro!, aunque
sea precedido por mucha adversidad.
Y esto por ser algo exagerado. Porque los buenos
resultados no tienen estadísticamente causal para considerarse menos
probables que los malos. Pero sirva la hipérbole para dar necesario consuelo a
los agobiados por la lucha.
Ten muy presente lo siguiente: no hay una persona en
este mundo que esté condenada a que todo le salga mal siempre.
No hay uno solo, ni aún el que teóricamente lo
merezca. A todos les alcanzan los vientos favorables algún momento, de una u
otra forma. Por esto, que te vaya bien es inevitable. Todo radica en saber
aprovechar las bienaventuranzas con la misma intensidad que se viven los
infortunios.
¿Por qué se vuelve pesada la caminata en tantas
ocasiones?, ¿Cuál es el motivo por el que el túnel parezca irremediablemente
oscuro y sin fin?
Posiblemente la causa principal emerge de la función
cerebral que activa los instintos de supervivencia y protección en los seres
humanos. Ésa función que ha logrado que la especie evolucione miles de años
entre amenazas y contrariedades.
Poseemos funciones cerebrales biológicamente diseñadas
para protegernos del peligro.
Estas propiedades no han evolucionado igual que otras
prestaciones del cerebro. Siguen considerando la presencia de “tigres” que
amenazan nuestras vidas fuera de la caverna. El “tigre” no
existe más, por supuesto, pero ha sido reemplazado por muchos
hechos triviales y cotidianos que el cerebro considera peligrosos.
La mente magnifica los problemas (reales o ficticios)
con el propósito de salvaguardarnos.
Por otra parte y que se sepa, no hay funciones
cerebrales que exacerben la percepción de hechos positivos o bienaventuranzas.
Ellos no son considerados con la misma intensidad y en la magnitud que tienen.
Para decirlo sutilmente: no son sensaciones que embarguen el espíritu por mucho
tiempo.
Ahora bien, en todo esto entra en juego una facultad
privativa del ser humano: la conciencia. Ésta es la que permite experimentar la
vida más allá de limitaciones estrictamente biológicas. Y es ella a la que se
debe acudir para entender el hecho de que “te vaya bien es algo inevitable”. No
hay túnel oscuro que no tenga una salida. Estar consciente de esto posiblemente
no adelante la luz o la ruta de escape, pero permite transitar la oscuridad con
algo más que esperanza.
Por otra parte, tomar consciencia que la fortuna tiene
la misma ocurrencia estadística que el infortunio, debe activar un par de
cosas:
En primer lugar, serenidad y templanza para transitar los momentos
difíciles.
Y en segundo, el hecho de celebrar las victorias con
la misma intensidad que se viven las tribulaciones.
Hay que aprender a CELEBRAR con todo sentimiento las cosas buenas que pasan.
Porque para lamentar las malas somos expertos desde la cuna.
Si se tiene la convicción que los parabienes ocurren
con la misma frecuencia que los infortunios, la vida toma otro color. El
optimismo sosegado recupera terreno, la luz disipa sombras y permite un caminar
más seguro.
Que te vaya bien es algo inevitable, no lo olvides y
actúa en consecuencia. Renueva tu fe en la victoria, redobla tus esfuerzos.
Mantén los pasos firmes y ten los sentidos alerta. Aún
cuando eventualmente estés recibiendo toneladas de cal, es inminente la pronta
presencia de algo de arena. Que ése momento no te encuentre doblegado por la
frustración o amargura, porque perderás la buena nueva.
De esto se trata la ecuanimidad y el equilibrio: de
saber que la vida tiene sombras y luces, no solo unas u otras. Ambas. Y en
proporciones iguales. Cuando se toma consciencia de ello el espíritu conoce la
paz. Entonces se produce algo curioso: una luz permanente se impone sobre las
eventualidades. ¿Comprendes la trascendencia de esto?
Alguien dirá, con razón, que si la estadística
acompaña por igual fortuna e infortunio, entonces los buenos momentos tienen
también un inevitable fin. ¡Por supuesto! Es completamente correcto. Pero nada
de esto perturba el espíritu del ser equilibrado y ecuánime. Porque él sabe
bien que poco valor tienen las victorias si no emergen de las pérdidas.
Es más. El triunfo más dulce es siempre producto de la
derrota más amarga. Por ello ésta debe también ser apreciada, porque la noche
es más oscura poco antes que salga el sol. Así de simple, sin dramas ni salvas.
No hay nada de “psicología canina” en esto. No son
aspirinas para el alma. Es pura estadística. Lo bueno y lo malo tiene igual
probabilidad de ocurrencia.
Solo estamos llamados a invertir nuestros mejores
esfuerzos y actuar de buena fe. Respetando irrestrictamente los lineamientos de
nuestra conciencia. Persistir es bueno, ser tenaz aún mejor, pero el fondo es
más simple que esto: reconocer que no hay mal o bien que dure “cien años”, ni
cuerpo o alma que lo resista 🙂
No bajes la cabeza en los momentos dolorosos, levanta
la mirada. Endereza los hombros y acelera el caminar. Necesitas la mente ágil y
lúcida, no abotargada. Proporciona espacio a los pensamientos negativos, es
parte de lo natural, pero nunca les otorgues monopolio. Se fatalista si
quieres, eso suele ayudar en consideraciones y acciones, pero nunca presumas
que solo te espera el mal.
Y por sobre todo, no tengas miedo. Ni al proceso ni al
resultado. Si erradicas de ti el temor a perder, entonces todo es siempre
ganancia. Nunca pierde quién ha invertido lo mejor de sí en algo. Si el
resultado no es el que se espera, solo quiere decir que será mejor luego.
¡Que te vaya bien es algo inevitable! Felicidades sean
dadas y repartidas.
Fuente: https://elstrategos.com/