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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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¡Que te vaya bien es algo inevitable!

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Bien lo dicen: en la vida las hay de “cal y arena”. Muchas veces se recibirá cal, pero es un hecho que algún momento también habrá arena. Es algo estadístico. Suceden cosas malas, pero eventualmente también ocurren las buenas. Por esto, que te vaya bien es algo inevitable.

Si tu amor por las metas no fuese suficiente, si el deseo de victoria no alcanzase en momentos difíciles o la persistencia menguara, ¡refúgiate en la estadística! Es improbable que te acontezcan solo infortunios, es matemáticamente absurdo. Algo bueno sucederá, ¡seguro!, aunque sea precedido por mucha adversidad.

Y esto por ser algo exagerado. Porque los buenos resultados no tienen estadísticamente causal para considerarse  menos probables que los malos. Pero sirva la hipérbole para dar necesario consuelo a los agobiados por la lucha.

Ten muy presente lo siguiente: no hay una persona en este mundo que esté condenada a que todo le salga mal siempre.

No hay uno solo, ni aún el que teóricamente lo merezca. A todos les alcanzan los vientos favorables algún momento, de una u otra forma. Por esto, que te vaya bien es inevitable. Todo radica en saber aprovechar las bienaventuranzas con la misma intensidad que se viven los infortunios.

¿Por qué se vuelve pesada la caminata en tantas ocasiones?, ¿Cuál es el motivo por el que el túnel parezca irremediablemente oscuro y sin fin?

Posiblemente la causa principal emerge de la función cerebral que activa los instintos de supervivencia y protección en los seres humanos. Ésa función que ha logrado que la especie evolucione miles de años entre amenazas y contrariedades.

Poseemos funciones cerebrales biológicamente diseñadas para protegernos del peligro.

Estas propiedades no han evolucionado igual que otras prestaciones del cerebro. Siguen considerando la presencia de “tigres” que amenazan nuestras vidas fuera de la caverna. El “tigre” no existe más, por supuesto, pero ha sido reemplazado por muchos hechos triviales y cotidianos que el cerebro considera peligrosos.

La mente magnifica los problemas (reales o ficticios) con el propósito de salvaguardarnos.

Por otra parte y que se sepa, no hay funciones cerebrales que exacerben la percepción de hechos positivos o bienaventuranzas. Ellos no son considerados con la misma intensidad y en la magnitud que tienen. Para decirlo sutilmente: no son sensaciones que embarguen el espíritu por mucho tiempo.

Ahora bien, en todo esto entra en juego una facultad privativa del ser humano: la conciencia. Ésta es la que permite experimentar la vida más allá de limitaciones estrictamente biológicas. Y es ella a la que se debe acudir para entender el hecho de que “te vaya bien es algo inevitable”. No hay túnel oscuro que no tenga una salida. Estar consciente de esto posiblemente no adelante la luz o la ruta de escape, pero permite transitar la oscuridad con algo más que esperanza.

Por otra parte, tomar consciencia que la fortuna tiene la misma ocurrencia estadística que el infortunio, debe activar un par de cosas:

En primer lugar, serenidad y templanza para transitar los momentos difíciles.

Y en segundo, el hecho de celebrar las victorias con la misma intensidad que se viven las tribulaciones.

Hay que aprender a CELEBRAR con todo sentimiento las cosas buenas que pasan. Porque para lamentar las malas somos expertos desde la cuna.

Si se tiene la convicción que los parabienes ocurren con la misma frecuencia que los infortunios, la vida toma otro color. El optimismo sosegado recupera terreno, la luz disipa sombras y permite un caminar más seguro.

Que te vaya bien es algo inevitable, no lo olvides y actúa en consecuencia. Renueva tu fe en la victoria, redobla tus esfuerzos.

Mantén los pasos firmes y ten los sentidos alerta. Aún cuando eventualmente estés recibiendo toneladas de cal, es inminente la pronta presencia de algo de arena. Que ése momento no te encuentre doblegado por la frustración o amargura, porque perderás la buena nueva.

De esto se trata la ecuanimidad y el equilibrio: de saber que la vida tiene sombras y luces, no solo unas u otras. Ambas. Y en proporciones iguales. Cuando se toma consciencia de ello el espíritu conoce la paz. Entonces se produce algo curioso: una luz permanente se impone sobre las eventualidades. ¿Comprendes la trascendencia de esto?

Alguien dirá, con razón, que si la estadística acompaña por igual fortuna e infortunio, entonces los buenos momentos tienen también un inevitable fin. ¡Por supuesto! Es completamente correcto. Pero nada de esto perturba el espíritu del ser equilibrado y ecuánime. Porque él sabe bien que poco valor tienen las victorias si no emergen de las pérdidas.

Es más. El triunfo más dulce es siempre producto de la derrota más amarga. Por ello ésta debe también ser apreciada, porque la noche es más oscura poco antes que salga el sol. Así de simple, sin dramas ni salvas.

No hay nada de “psicología canina” en esto. No son aspirinas para el alma. Es pura estadística. Lo bueno y lo malo tiene igual probabilidad de ocurrencia.

Solo estamos llamados a invertir nuestros mejores esfuerzos y actuar de buena fe. Respetando irrestrictamente los lineamientos de nuestra conciencia. Persistir es bueno, ser tenaz aún mejor, pero el fondo es más simple que esto: reconocer que no hay mal o bien que dure “cien años”, ni cuerpo o alma que lo resista 🙂

No bajes la cabeza en los momentos dolorosos, levanta la mirada. Endereza los hombros y acelera el caminar. Necesitas la mente ágil y lúcida, no abotargada. Proporciona espacio a los pensamientos negativos, es parte de lo natural, pero nunca les otorgues monopolio. Se fatalista si quieres, eso suele ayudar en consideraciones y acciones, pero nunca presumas que solo te espera el mal.

Y por sobre todo, no tengas miedo. Ni al proceso ni al resultado. Si erradicas de ti el temor a perder, entonces todo es siempre ganancia. Nunca pierde quién ha invertido lo mejor de sí en algo. Si el resultado no es el que se espera, solo quiere decir que será mejor luego.

¡Que te vaya bien es algo inevitable! Felicidades sean dadas y repartidas.

Fuente: https://elstrategos.com/


Fe y Amor, ¿qué tienen que ver con la toma de decisiones?

Imagen de Sophie Janotta en Pixabay

Usted debe estar familiarizado con el acrónimo KISS, keep it simple stupid (manténgalo simple, estúpido). Pues bien, la Fe y el Amor en la toma de decisiones se inscriben en ésa lógica: algo básico, simple y virtuoso.

Tomar decisiones, más o menos complejas, es un acto omnipresente en la vida. De importancia fundamental en la carrera profesional y en las sendas del liderazgo. Hacerlo de la mejor manera posible no solo garantiza resultados, también evita estrés, ansiedad y remordimientos.

Hay muchos elementos por considerar cuando se toma una decisión, mucho más si es delicada o trascendente. El proceso de evaluación puede ser desgastante y nunca garantiza la obtención de lo que se desea.

Sin embargo, hay una pequeña fórmula que NUNCA falla: tomarlas con Fe y Amor.

La afirmación del “nunca” no es arbitraria, es completamente real. Cuando las decisiones se toman considerando ésos dos factores el resultado es positivo más allá de lo que disponga la realidad. Si eventualmente no se alcanza lo pretendido, es solo porque aquello que se esperaba no constituía el mejor resultado posible.

Tomar decisiones con Fe significa hacerlo con seguridad, certeza y convicción respecto a lo que se espera. ¡Simple! Una vez hechas todas las evaluaciones posibles, la decisión no debe tomarse con duda, temor o inseguridad. Cuando el brazo del arquero tiembla el momento previo a lanzar el dardo, se falla el blanco.

Por otra parte, para que ninguna maledicencia o intención oscura altere el buen fin de las acciones, las decisiones efectivas deben tomarse con y por Amor. Otro elemento elemental para perfeccionar la fórmula.

El amor se involucra en las decisiones cuando ellas se toman honestamente, apuntando a un buen fin, considerando el bienestar de todos, siendo empático y compasivo.

No hay necesidad de complicar la vida, mucho menos en situaciones que por sí mismas son complejas. Recurrir a la fe y el amor para tomar decisiones sensibles es algo que está a mano de toda persona bien intencionada.

Ahora bien, es otra cosa que no todos sean bien intencionados y existan decisiones que se toman fuera de márgenes éticos y morales. En estos casos, la fe y el amor no pueden considerarse presentes, y el resultado de las acciones responde al azar y las inmutables leyes del universo.

 

 Porque lo que se hace mal, termina mal. De las víboras nunca nacen picaflores.

Si sus intenciones son buenas, si el objetivo no es dañar a nadie y se han hecho las consideraciones necesarias, no dude un ápice y tome la decisión. Con la seguridad del que hace una básica operación aritmética, y la convicción de quién sabe con certeza que a cada anochecer le sucede la salida del sol. Así actúa quien privilegia la fe y el amor.

Si los resultados no son los que espera, quédese tranquilo. Eso no quiere decir que ha fallado, solo que ha alcanzado el mejor estado que le estaba reservado. La vida continúa, y si actos y decisiones posteriores se toman con las mismas consideraciones, el resultado anhelado llegará, más temprano que tarde.

Acá hay otra sutil consideración. Las personas, profesionales y líderes que orientan sus decisiones y actos con fe y amor, no se limitan a resultados, buscan cumplir anhelos. Esta es otra categoría. La mayoría es inmediatista y exitista, pero quién piensa estratégicamente se orienta siempre al premio mayor. Esto seguro involucra más dificultad y tiempo, pero tiene un valor que los seres mediocres desconocen.

Afortunadamente, ésa idea equivocada de personas “determinadas”, ejecutivos implacables y líderes de “sangre fría”, ya es un modelo de museo. La efectividad no está emparentada con el “músculo”, más bien con la sensibilidad y la empatía. El corazón debe imponer sus buenas razones en todo acto de la razón.

El amor prepara al arquero y tensa el arco, la fe se enfoca en el blanco y suelta el dardo.

La primera dimensión del amor es el amor propio, y esto es carta de garantía en la toma de decisiones. Quién actúa o establece definiciones que le pueden hacer daño, no cosechará nada positivo.

Ahora bien, ¡mucho cuidado! El beneficio propio no debe entenderse solo en una dimensión temporal, mucho menos en el corto plazo. Si la vida fuese algo completamente determinístico no tendría sentido o gusto. Si cada decisión tuviera que evaluarse en el marco estricto de los resultados inmediatos, los seres humanos tendrían que ser reemplazados por robots.

Hay resultados que solo tienen el propósito de alimentar futuros procesos. Y la persona inteligente tiene que estar consciente de eso. La vida es un juego de ajedrez, no uno de “tres en raya”. El pensador estratégico visualiza una película en toda su extensión, nunca se remite solo a las fotografías.

Aún las decisiones difíciles, que eventualmente tienen que realizarse “sin pensar en los otros”, deben estar sustentadas por fe y amor. El bien común muchas veces involucra importantes sacrificios, pero no deja de ser justamente eso: un bien para todos en el curso del tiempo.

La vida no es fácil. Lamentablemente las heridas y pérdidas son inevitables. El dolor nunca puede extraerse de la ecuación. Por esto mismo cobra importancia que cada quién guíe sus actos con fe y amor. Porque así se sitúa entre los que generan ahorros y no mayores costos.

El ser humano propone y la vida dispone, pero cuando ésa propuesta es virtuosa, la vida es siempre dadivosa.

No se deje arrastrar por ésas absurdas tendencias que están convirtiendo el mundo en un sistema complejo. Las cosas esenciales de la vida no han cambiado y nunca lo harán. Se puede aceptar que hoy se vive una realidad muy competitiva, implacable e impersonal. Pero la carta de navegación para discurrir eficazmente por estas aguas, no se fundamenta en complejas técnicas o tecnología moderna. La solución está donde siempre, en valores y principios que nos acompañan desde los albores de la historia.

Si se encuentra en una situación compleja y debe tomar una decisión trascedente, remítase a su interior. Asegúrese de causar el menor daño posible, a sí mismo y a los demás. Piense en los otros con la misma vara que utiliza para usted. Ancle firmemente sus buenas intenciones y visualice los hechos más allá de lo inmediato. Luego tome la decisión, con firmeza, seguridad, sin duda. Tenga certeza de lo que espera y convicción por lo que aún no ve.

De esto se trata la fe y el amor. Son los ingredientes básicos en el régimen de los campeones.

Fuente: https://elstrategos.com/


Oriéntese a la prosperidad, no a la riqueza

Imagen de Pezibear en Pixabay

En buenas cuentas, la prosperidad está relacionada con el éxito en lo que se emprende, la buena suerte en lo que sucede o el curso favorable de las cosas. Entendiéndola así, la prosperidad es un devenir de los hechos, un flujo de eventos, una sucesión de actos que conducen a situaciones auspiciosas o favorables.

La riqueza, por otra parte, es un estado. Un punto al que se llega por efecto de hacer algo. En tanto que la prosperidad puede evaluarse en el camino, la riqueza solo puede medirse en coyunturas concretas de espacio y tiempo.

Las personas que desean extraerle lo mejor a la vida deben orientarse a la prosperidad, no a la riqueza, por mucho que ésta sea entendida en términos integrales.

El juicio del Universo es benigno en tanto cada ser humano prospere sin pausa en todos los aspectos de su vida. Lo mismo en los físicos, morales, espirituales, profesionales, de relacionamiento con los demás, etc. Cada ámbito del desenvolvimiento humano demanda prosperidad.

Que ello eventualmente conduzca a la riqueza que se busca es otra cosa. En buena parte de los casos sucederá, pero cuando así no fuese, el camino habrá justificado completamente el esfuerzo invertido.

Muchos encontrarán en esta afirmación una sombra de conformismo o resignación, pero la verdad está lejos de eso. Al final de la historia, cuando uno debe abandonar la tierra, nada puede llevar consigo, ningún estado, por muy apreciado que sea. Lo único que en esencia justifica el hecho mismo de haber existido son las experiencias vividas.

Y si ellas se sujetaron al afán de hacer las cosas lo mejor posible, habrán sido valiosas y habrán conducido al éxito y la felicidad.

Orientarse a la prosperidad genera experiencias de calidad en la vida. Permite construir y disfrutar el momento presente.

Cuando cada decisión y acto tiene el único propósito de alcanzar la mejor versión de uno mismo, se consigue la realización.

No está llamado nadie a garantizar el resultado esperado de sus acciones, solo a dejar en el empeño su mayor esfuerzo.

Para ser exitoso y feliz hay que tener objetivos, pero no expectativas. Los objetivos ordenan la existencia, pero las expectativas son un falso afán de darle órdenes a la vida.

La riqueza se encuentra más cerca de las expectativas que de los objetivos. Es algo completamente natural. La idea de riqueza (no solo la material, por supuesto), genera un enorme centro de gravedad, uno que atrae y seduce con intensidad. Esta “atracción” activa las expectativas. Y cuando ellas no se cumplen por algún motivo, provocan desencanto y frustración.

En otros casos, aun cuando el estado deseado de riqueza se alcanza, no siempre genera la satisfacción esperada, y vuelven a ponerse a prueba expectativas y deseos.

Con la prosperidad no pasa esto. Porque siempre es una obra en construcción, nunca tiene límites ni reconoce estados. No hay una sola persona que entienda de prosperidad y se considere un producto acabado. Eso no existe. Todo ser humano es siempre perfectible. Cualquier estado de riqueza puede superarse por uno mejor, en tanto se prospere cada día en los intentos.

Que prosperen sus destrezas profesionales.

Sus relaciones de amistad y amor.

Que prosperen sus finanzas.

Sus conocimientos.

Que prospere el control de sus emociones.

Sus procesos mentales.

Que sea usted cada día un mejor hijo, padre, esposo, amigo y ciudadano del mundo.

¡Eso es prosperar!

Y si eventualmente no se alcanzan los estados esperados, pues bien. La vida no tiene publicado ningún diploma que se deba tomar al final de la historia. Nadie posee el rasero para calificar premios o castigos. Hay un llamado a invertir el mejor esfuerzo, nada más.

Muchos se confunden pensando que buscan éxito, pero son solo exitistas. Anhelan vencer sus desafíos pero son triunfalistas. No es lo mismo. La vida presenta exámenes todos los días, pero las calificaciones definitivas no existen. Nadie puede medirse por sus resultados, solo por el esfuerzo empeñado.

Y no se trata de ninguna afirmación relativista o “postmodernista”. Alguien dirá que el mejor esfuerzo de nada sirve si no se alcanza el resultado esperado, pero ése alguien está solo capacitado para ver fotos, no puede ver la película. Y las fotos son una pobre representación de la realidad que cambia y evoluciona permanentemente.

Quién no alcanzó las cotas que esperaba (o que se esperaban de él), pero ha invertido lo mejor que tenía, no sólo alcanzará mejores resultados luego, también puede considerarse un vencedor ahora mismo. Porque ha entendido de qué se trata la prosperidad.

La vida es como un curso de agua, no un reservorio estancado. Se trata de navegar de la mejor forma hasta el momento final. No hay islas o pedazos de tierra donde valga la pena parar, por mucho que tengan la forma de una riqueza transitoria.

No se desanime si no puede inscribirse en ése pantagruélico escenario que el mundo describe como éxito o bienestar. Son solo convencionalismos sociales. La medida del éxito es absolutamente personal. Solo la gente mediocre se evalúa por externalidades. Quién mide el éxito de un viaje por el arribo a una estación intermedia es eso: un mediocre. El viaje solo termina cuando termina.

Oriéntese a la prosperidad. A ser una mejor persona en todo sentido cada día. En hacer el mejor esfuerzo para superar estados y adversidades. Deje en ello la piel, duerma cada día con el sentido de la labor cumplida. La vida le honra por esto, no le pide más.

Por supuesto que no es fácil hacer esto. Requiere mucha honestidad y amor propio. Es más sencillo retozar en algún hipotético estado de riqueza o bienestar, autocalificarse positivamente por algo circunstancial y luego descansar. Pero las personas que se orientan a la prosperidad no descansan nunca. Saben que el afán acompaña los latidos de su corazón, y solo para cuando éste para.

Ahora bien, quédese tranquilo. Porque el afán de buscar prosperidad en todos los ámbitos de la vida no es uno que genera tensión, conflicto o ansiedad. Siempre proporciona alegría y paz. Cuando uno invierte todo lo que tiene en lo que hace no lleva carga pesada a la almohada, sonríe con tranquilidad aunque no hubiera alcanzado los resultados esperados. Y sonríe así por un motivo simple, porque ha cumplido con su juez más implacable: él mismo.

Fuente: https://elstrategos.com/


Machismo: Limitante del Desarrollo de las Sociedades

  

Imagen de Carabo Spain en Pixabay

Escuchado en una institución pública: un empleado de cuarto nivel educativo, a otro del mismo grado académico.

—¡Qué va! Yo no le doy carro a mi esposa, ni la enseño a manejarlo, porque, luego si uno está en un bar, seguro se aparece a buscarlo a uno.

—Eso es verdad, hermano —respondió el otro, con cara de sabio—. Totalmente de acuerdo contigo.

Pasado los años, uno de estos señores, había tomado vacaciones, estableciendo su centro de disfrute de las mismas, un bosque apartado de cualquier contacto humano.

Al tercer día de asueto, al sujeto jefe de familia, se le adormeció con dolor incisivo el brazo izquierdo, no hubo manera de comunicarse por teléfono móvil celular, debido a que esa tecnología no había arribado a nuestras vidas.

Está por descontado decirles que, la familia de este buen hombre: su esposa y sus dos hijos menores de edad, tuvieron que presenciar la inexorable muerte de su ser querido.

Basta con pensar, qué hubiera sido de esta historia si el hombre infartado, hubiese tenido la delicadeza de tratar con respeto y como a un ser humano a su esposa, y le hubiese enseñado sin mezquindades, ni absurdo machismo, a conducir el automóvil familiar. Existirían en el mundo: una viuda y dos huérfanos menos.

Escuchado en una tasca: dos señores de mediana edad, de buen gusto al vestir; a uno le llamaban «licenciado» y al otro «doctor».

—Yo no permito que mi mujer salga a la calle a trabajar. Yo soy el hombre; yo me basto para conseguir los reales para la casa. «La mujer es de la casa el hombre de la calle» como dice el refrán.

—Y no es nada, compadre. Después le hembrean la mujer a uno. Comienzan siseándola y bueno…luego la perdición.

No pasaron dos años desde ese dialogo tan sórdido, cuando por los imponderables que arroja la vida, el «doctor» sufrió un ACV (accidente cerebro vascular) que se había estado gestando debido al estilo de consumo llevado por el susodicho, el cual estaba aderezada con: Grasa, alcohol y cigarrillos; todo ello en exceso.

El «doctor», autosuficiente para proveer a su hogar, quedó con discapacidad tanto motora como mental, por haber sufrido daño cerebral de considerable afectación a sus capacidades intelectivas.

Adiós calidad de vida. Los amigos de trago, no aparecieron nunca. La vida continuó. La mujer, sometida a atender solamente el hogar, tuvo que aprender a empujones, a funcionar en el mercado de trabajo. Pero con el detalle que le constituía un hándicap, el no contar con experiencia laboral alguna para la edad que tenía.

Otro ejemplo del egoísmo y limitante que aporta el machismo a la sociedad actual. Eso es todo.

Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Me Gradué de la Universidad en la Profesión de: ¿Qué Dirá la Gente?

Imagen de robtowne0 en Pixabay

Luego de pasar como mínimo, tres años de estudios superiores en un instituto tecnológico universitario, nos encontramos con personas, no sólo en Venezuela, sino en el mundo entero, tanto en países catalogados del: primer, segundo o tercer mundo; que sufren las dificultades de obtener y mantener un ingreso dinerario fijo, que pueda suplir las necesidades básicas y elementales para sustentar tanto a ellos mismos como a su familia.

Así las cosas, nos preguntamos: ¿en qué está fallando la educación, la familia o la sociedad en relación a esta problemática de tan evidente daño?

Hoy en día, las instituciones educativas siguen con sus carreras y pensa que tienden a alejarse del mundo globalizado en sus muchas de sus áreas de estudios.

Según la realidad que estamos viviendo, las nuevas formas laborales a considerar se pueden muy bien circunscribir en: por un lado, el teletrabajo, que ha dejado desiertas las oficinas físicas de las empresas, como centro de asistencia obligatoria para la operatividad, para ahora desempeñar esas mismas tareas, desde la rutinaria comodidad del hogar; y por el otro, la robótica como suplantadora de las labores que, hasta no hace mucho, eran consideradas de exclusiva ejecución humana.

Y, por si fuera poco, por vía de consecuencia de los factores antes mencionados, y otros elementos que no han sido cubierto en esta disertación, los profesionales universitarios tratados como sobrecalificados, no consiguen un mínimo empleo que asegure la expresión de su vocación y mejora de su calidad de vida, quedando muchos desempleados y sin ingresos por muchos años.

Esto es así, porque no se les enseñó desde la escuela primaria, a manejarse con la economía doméstica, el preguntarse, ¿qué puedo y sé hacer yo? ¿qué puedo hacer con mis manos, que luego pueda ofrecer a mi circulo de amistades, mis vecinos, etc.?

Muchos expresan, ¡yo no soy comerciante! ¡a mi no me gusta cobrar! ¿qué dirá la gente? Y así, se vuelven un mar de timidez y complejos psicológicos, que no conlleva a nada bueno.

Debemos activar y promover, la cultura del autorrespeto en el ciudadano. Cuando usted ofrezca un producto, el que fuere, no piense, ni sienta que usted está rogando que le regalen dinero, ni que le ayuden con una limosna, NO, usted simple y orgullosamente debe pensar y sentir, que está ayudando a alguien a mejorar su calidad de vida y, que como contraprestación usted recibirá dinero. Eso es todo.

Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel