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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

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Fe y Amor, ¿qué tienen que ver con la toma de decisiones?

Imagen de Sophie Janotta en Pixabay

Usted debe estar familiarizado con el acrónimo KISS, keep it simple stupid (manténgalo simple, estúpido). Pues bien, la Fe y el Amor en la toma de decisiones se inscriben en ésa lógica: algo básico, simple y virtuoso.

Tomar decisiones, más o menos complejas, es un acto omnipresente en la vida. De importancia fundamental en la carrera profesional y en las sendas del liderazgo. Hacerlo de la mejor manera posible no solo garantiza resultados, también evita estrés, ansiedad y remordimientos.

Hay muchos elementos por considerar cuando se toma una decisión, mucho más si es delicada o trascendente. El proceso de evaluación puede ser desgastante y nunca garantiza la obtención de lo que se desea.

Sin embargo, hay una pequeña fórmula que NUNCA falla: tomarlas con Fe y Amor.

La afirmación del “nunca” no es arbitraria, es completamente real. Cuando las decisiones se toman considerando ésos dos factores el resultado es positivo más allá de lo que disponga la realidad. Si eventualmente no se alcanza lo pretendido, es solo porque aquello que se esperaba no constituía el mejor resultado posible.

Tomar decisiones con Fe significa hacerlo con seguridad, certeza y convicción respecto a lo que se espera. ¡Simple! Una vez hechas todas las evaluaciones posibles, la decisión no debe tomarse con duda, temor o inseguridad. Cuando el brazo del arquero tiembla el momento previo a lanzar el dardo, se falla el blanco.

Por otra parte, para que ninguna maledicencia o intención oscura altere el buen fin de las acciones, las decisiones efectivas deben tomarse con y por Amor. Otro elemento elemental para perfeccionar la fórmula.

El amor se involucra en las decisiones cuando ellas se toman honestamente, apuntando a un buen fin, considerando el bienestar de todos, siendo empático y compasivo.

No hay necesidad de complicar la vida, mucho menos en situaciones que por sí mismas son complejas. Recurrir a la fe y el amor para tomar decisiones sensibles es algo que está a mano de toda persona bien intencionada.

Ahora bien, es otra cosa que no todos sean bien intencionados y existan decisiones que se toman fuera de márgenes éticos y morales. En estos casos, la fe y el amor no pueden considerarse presentes, y el resultado de las acciones responde al azar y las inmutables leyes del universo.

 

 Porque lo que se hace mal, termina mal. De las víboras nunca nacen picaflores.

Si sus intenciones son buenas, si el objetivo no es dañar a nadie y se han hecho las consideraciones necesarias, no dude un ápice y tome la decisión. Con la seguridad del que hace una básica operación aritmética, y la convicción de quién sabe con certeza que a cada anochecer le sucede la salida del sol. Así actúa quien privilegia la fe y el amor.

Si los resultados no son los que espera, quédese tranquilo. Eso no quiere decir que ha fallado, solo que ha alcanzado el mejor estado que le estaba reservado. La vida continúa, y si actos y decisiones posteriores se toman con las mismas consideraciones, el resultado anhelado llegará, más temprano que tarde.

Acá hay otra sutil consideración. Las personas, profesionales y líderes que orientan sus decisiones y actos con fe y amor, no se limitan a resultados, buscan cumplir anhelos. Esta es otra categoría. La mayoría es inmediatista y exitista, pero quién piensa estratégicamente se orienta siempre al premio mayor. Esto seguro involucra más dificultad y tiempo, pero tiene un valor que los seres mediocres desconocen.

Afortunadamente, ésa idea equivocada de personas “determinadas”, ejecutivos implacables y líderes de “sangre fría”, ya es un modelo de museo. La efectividad no está emparentada con el “músculo”, más bien con la sensibilidad y la empatía. El corazón debe imponer sus buenas razones en todo acto de la razón.

El amor prepara al arquero y tensa el arco, la fe se enfoca en el blanco y suelta el dardo.

La primera dimensión del amor es el amor propio, y esto es carta de garantía en la toma de decisiones. Quién actúa o establece definiciones que le pueden hacer daño, no cosechará nada positivo.

Ahora bien, ¡mucho cuidado! El beneficio propio no debe entenderse solo en una dimensión temporal, mucho menos en el corto plazo. Si la vida fuese algo completamente determinístico no tendría sentido o gusto. Si cada decisión tuviera que evaluarse en el marco estricto de los resultados inmediatos, los seres humanos tendrían que ser reemplazados por robots.

Hay resultados que solo tienen el propósito de alimentar futuros procesos. Y la persona inteligente tiene que estar consciente de eso. La vida es un juego de ajedrez, no uno de “tres en raya”. El pensador estratégico visualiza una película en toda su extensión, nunca se remite solo a las fotografías.

Aún las decisiones difíciles, que eventualmente tienen que realizarse “sin pensar en los otros”, deben estar sustentadas por fe y amor. El bien común muchas veces involucra importantes sacrificios, pero no deja de ser justamente eso: un bien para todos en el curso del tiempo.

La vida no es fácil. Lamentablemente las heridas y pérdidas son inevitables. El dolor nunca puede extraerse de la ecuación. Por esto mismo cobra importancia que cada quién guíe sus actos con fe y amor. Porque así se sitúa entre los que generan ahorros y no mayores costos.

El ser humano propone y la vida dispone, pero cuando ésa propuesta es virtuosa, la vida es siempre dadivosa.

No se deje arrastrar por ésas absurdas tendencias que están convirtiendo el mundo en un sistema complejo. Las cosas esenciales de la vida no han cambiado y nunca lo harán. Se puede aceptar que hoy se vive una realidad muy competitiva, implacable e impersonal. Pero la carta de navegación para discurrir eficazmente por estas aguas, no se fundamenta en complejas técnicas o tecnología moderna. La solución está donde siempre, en valores y principios que nos acompañan desde los albores de la historia.

Si se encuentra en una situación compleja y debe tomar una decisión trascedente, remítase a su interior. Asegúrese de causar el menor daño posible, a sí mismo y a los demás. Piense en los otros con la misma vara que utiliza para usted. Ancle firmemente sus buenas intenciones y visualice los hechos más allá de lo inmediato. Luego tome la decisión, con firmeza, seguridad, sin duda. Tenga certeza de lo que espera y convicción por lo que aún no ve.

De esto se trata la fe y el amor. Son los ingredientes básicos en el régimen de los campeones.

Fuente: https://elstrategos.com/


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