En buenas cuentas, la prosperidad está
relacionada con el éxito en lo que se emprende, la buena suerte en lo que
sucede o el curso favorable de las cosas. Entendiéndola así, la prosperidad es
un devenir de los hechos, un flujo de eventos, una sucesión de actos que
conducen a situaciones auspiciosas o favorables.
La riqueza, por otra parte, es un estado. Un punto al
que se llega por efecto de hacer algo. En tanto que la prosperidad puede
evaluarse en el camino, la riqueza solo puede medirse en coyunturas concretas
de espacio y tiempo.
Las personas que desean extraerle lo mejor a la vida
deben orientarse a la prosperidad, no a la riqueza, por mucho que ésta sea
entendida en términos integrales.
El juicio del Universo es benigno en tanto cada ser
humano prospere sin pausa en todos los aspectos de su vida. Lo mismo en los
físicos, morales, espirituales, profesionales, de relacionamiento con los
demás, etc. Cada ámbito del desenvolvimiento humano demanda prosperidad.
Que ello eventualmente conduzca a la riqueza que se
busca es otra cosa. En buena parte de los casos sucederá, pero cuando así no
fuese, el camino habrá justificado completamente el esfuerzo invertido.
Muchos encontrarán en esta afirmación una sombra de
conformismo o resignación, pero la verdad está lejos de eso. Al final de la
historia, cuando uno debe abandonar la tierra, nada puede llevar consigo,
ningún estado, por muy apreciado que sea. Lo único que en esencia justifica el
hecho mismo de haber existido son las experiencias vividas.
Y si ellas se sujetaron al afán de hacer las cosas lo
mejor posible, habrán sido valiosas y habrán conducido al éxito y la felicidad.
Orientarse a la prosperidad genera experiencias de
calidad en la vida. Permite construir y disfrutar el momento presente.
Cuando cada decisión y acto tiene el único propósito
de alcanzar la mejor versión de uno mismo, se consigue la realización.
No está llamado nadie a garantizar el resultado
esperado de sus acciones, solo a dejar en el empeño su mayor esfuerzo.
Para ser exitoso y feliz hay que tener objetivos, pero
no expectativas. Los objetivos ordenan la existencia, pero las expectativas son
un falso afán de darle órdenes a la vida.
La riqueza se encuentra más cerca de las expectativas
que de los objetivos. Es algo completamente natural. La idea de riqueza (no
solo la material, por supuesto), genera un enorme centro de gravedad, uno que
atrae y seduce con intensidad. Esta “atracción” activa las expectativas. Y
cuando ellas no se cumplen por algún motivo, provocan desencanto y frustración.
En otros casos, aun cuando el estado deseado de
riqueza se alcanza, no siempre genera la satisfacción esperada, y vuelven a
ponerse a prueba expectativas y deseos.
Con la prosperidad no pasa esto. Porque siempre es una
obra en construcción, nunca tiene límites ni reconoce estados. No hay una sola
persona que entienda de prosperidad y se considere un producto acabado. Eso no
existe. Todo ser humano es siempre perfectible. Cualquier estado de riqueza
puede superarse por uno mejor, en tanto se prospere cada día en los intentos.
Que prosperen sus destrezas profesionales.
Sus relaciones de amistad y amor.
Que prosperen sus finanzas.
Sus conocimientos.
Que prospere el control de sus emociones.
Sus procesos mentales.
Que sea usted cada día un mejor hijo, padre, esposo,
amigo y ciudadano del mundo.
¡Eso es prosperar!
Y si eventualmente no se alcanzan los estados
esperados, pues bien. La vida no tiene publicado ningún diploma que se deba
tomar al final de la historia. Nadie posee el rasero para calificar premios o
castigos. Hay un llamado a invertir el mejor esfuerzo, nada más.
Muchos se confunden pensando que buscan éxito, pero
son solo exitistas. Anhelan vencer sus desafíos pero son triunfalistas. No es
lo mismo. La vida presenta exámenes todos los días, pero las calificaciones
definitivas no existen. Nadie puede medirse por sus resultados, solo por el
esfuerzo empeñado.
Y no se trata de ninguna afirmación relativista o
“postmodernista”. Alguien dirá que el mejor esfuerzo de nada sirve si no se
alcanza el resultado esperado, pero ése alguien está solo capacitado para ver
fotos, no puede ver la película. Y las fotos son una pobre representación de la
realidad que cambia y evoluciona permanentemente.
Quién no alcanzó las cotas que esperaba (o que se
esperaban de él), pero ha invertido lo mejor que tenía, no sólo alcanzará mejores
resultados luego, también puede considerarse un vencedor ahora mismo. Porque ha
entendido de qué se trata la prosperidad.
La vida es como un curso de agua, no un reservorio
estancado. Se trata de navegar de la mejor forma hasta el momento final. No hay
islas o pedazos de tierra donde valga la pena parar, por mucho que tengan la
forma de una riqueza transitoria.
No se desanime si no puede inscribirse en ése
pantagruélico escenario que el mundo describe como éxito o bienestar. Son solo
convencionalismos sociales. La medida del éxito
es absolutamente personal. Solo la gente mediocre se evalúa por externalidades.
Quién mide el éxito de un viaje por el arribo a una estación intermedia es eso:
un mediocre. El viaje solo termina cuando termina.
Oriéntese a la prosperidad. A ser una mejor persona en
todo sentido cada día. En hacer el mejor esfuerzo para superar estados y
adversidades. Deje en ello la piel, duerma cada día con el sentido de la labor
cumplida. La vida le honra por esto, no le pide más.
Por supuesto que no es fácil hacer esto. Requiere
mucha honestidad y amor propio. Es más sencillo retozar en algún hipotético
estado de riqueza o bienestar, autocalificarse positivamente por algo circunstancial
y luego descansar. Pero las personas que se orientan a la prosperidad no
descansan nunca. Saben que el afán acompaña los latidos de su corazón, y solo
para cuando éste para.
Ahora bien, quédese tranquilo. Porque el afán de
buscar prosperidad en todos los ámbitos de la vida no es uno que genera
tensión, conflicto o ansiedad. Siempre proporciona alegría y paz. Cuando uno
invierte todo lo que tiene en lo que hace no lleva carga pesada a la almohada,
sonríe con tranquilidad aunque no hubiera alcanzado los resultados esperados. Y
sonríe así por un motivo simple, porque ha cumplido con su juez más implacable:
él mismo.
Fuente: https://elstrategos.com/