Usted debe estar familiarizado con el acrónimo KISS,
keep it simple stupid (manténgalo simple, estúpido). Pues bien, la Fe y el Amor
en la toma de decisiones se inscriben en ésa lógica: algo básico, simple y
virtuoso.
Tomar decisiones, más o menos complejas, es un acto
omnipresente en la vida. De importancia fundamental en la carrera profesional y
en las sendas del liderazgo. Hacerlo de la mejor manera posible no solo
garantiza resultados, también evita estrés, ansiedad y remordimientos.
Hay muchos elementos por considerar cuando se toma una
decisión, mucho más si es delicada o trascendente. El proceso de evaluación
puede ser desgastante y nunca garantiza la obtención de lo que se desea.
Sin embargo, hay una pequeña fórmula que NUNCA falla:
tomarlas con Fe y Amor.
La afirmación del “nunca” no es arbitraria, es
completamente real. Cuando las decisiones se toman considerando ésos dos
factores el resultado es positivo más allá de lo que disponga la realidad. Si
eventualmente no se alcanza lo pretendido, es solo porque aquello que se
esperaba no constituía el mejor resultado posible.
Tomar decisiones con Fe significa hacerlo con
seguridad, certeza y convicción respecto a lo que se espera. ¡Simple! Una vez
hechas todas las evaluaciones posibles, la decisión no debe tomarse con duda,
temor o inseguridad. Cuando el brazo del arquero tiembla el momento previo a
lanzar el dardo, se falla el blanco.
Por otra parte, para que ninguna maledicencia o
intención oscura altere el buen fin de las acciones, las decisiones efectivas
deben tomarse con y por Amor. Otro elemento elemental para perfeccionar la
fórmula.
El amor se involucra en las decisiones cuando ellas se
toman honestamente, apuntando a un buen fin, considerando el bienestar de
todos, siendo empático y compasivo.
No hay necesidad de complicar la vida, mucho menos en
situaciones que por sí mismas son complejas. Recurrir a la fe y el amor para
tomar decisiones sensibles es algo que está a mano de toda persona bien
intencionada.
Ahora bien, es otra cosa que no todos sean bien intencionados y existan decisiones que se toman fuera de márgenes éticos y morales. En estos casos, la fe y el amor no pueden considerarse presentes, y el resultado de las acciones responde al azar y las inmutables leyes del universo.
Porque lo que se hace mal, termina mal. De las víboras nunca nacen picaflores.
Si sus intenciones son buenas, si el objetivo no es
dañar a nadie y se han hecho las consideraciones necesarias, no dude un ápice y
tome la decisión. Con la seguridad del que hace una básica operación
aritmética, y la convicción de quién sabe con certeza que a cada anochecer le
sucede la salida del sol. Así actúa quien privilegia la fe y el amor.
Si los resultados no son los que espera, quédese tranquilo. Eso no quiere decir que ha
fallado, solo que ha alcanzado el mejor estado que le estaba reservado. La vida
continúa, y si actos y decisiones posteriores se toman con las mismas
consideraciones, el resultado anhelado llegará, más temprano que tarde.
Acá hay otra sutil consideración. Las personas,
profesionales y líderes que orientan sus decisiones y actos con fe y amor, no
se limitan a resultados, buscan cumplir anhelos. Esta es otra categoría. La
mayoría es inmediatista y exitista, pero quién piensa estratégicamente se orienta siempre al premio
mayor. Esto seguro involucra más dificultad y tiempo, pero tiene un valor que
los seres mediocres desconocen.
Afortunadamente, ésa idea equivocada de personas
“determinadas”, ejecutivos implacables y líderes de “sangre fría”, ya es un
modelo de museo. La efectividad no está emparentada con el “músculo”, más bien
con la sensibilidad y la empatía. El corazón debe imponer sus buenas razones en
todo acto de la razón.
El amor prepara al arquero y tensa el arco, la fe se
enfoca en el blanco y suelta el dardo.
La primera dimensión del amor es el amor propio, y
esto es carta de garantía en la toma de decisiones. Quién actúa o establece
definiciones que le pueden hacer daño, no cosechará nada positivo.
Ahora bien, ¡mucho cuidado! El beneficio propio no
debe entenderse solo en una dimensión temporal, mucho menos en el corto plazo.
Si la vida fuese algo completamente determinístico no tendría sentido o gusto.
Si cada decisión tuviera que evaluarse en el marco estricto de los resultados
inmediatos, los seres humanos tendrían que ser reemplazados por robots.
Hay resultados que solo tienen el propósito de
alimentar futuros procesos. Y la persona inteligente tiene que estar consciente
de eso. La vida es un juego de ajedrez, no uno de “tres en raya”. El pensador
estratégico visualiza una película en toda su extensión, nunca se remite solo a
las fotografías.
Aún las decisiones
difíciles, que eventualmente tienen que realizarse “sin pensar en los otros”,
deben estar sustentadas por fe y amor. El bien común muchas veces involucra
importantes sacrificios, pero no deja de ser justamente eso: un bien para todos
en el curso del tiempo.
La vida no es fácil. Lamentablemente las heridas y
pérdidas son inevitables. El dolor nunca puede extraerse de la ecuación. Por
esto mismo cobra importancia que cada quién guíe sus actos con fe y amor.
Porque así se sitúa entre los que generan ahorros y no mayores costos.
El ser humano propone y la vida dispone, pero cuando
ésa propuesta es virtuosa, la vida es siempre dadivosa.
No se deje arrastrar por ésas absurdas tendencias que
están convirtiendo el mundo en un sistema complejo. Las cosas esenciales de la
vida no han cambiado y nunca lo harán. Se puede aceptar que hoy se vive una
realidad muy competitiva, implacable e impersonal. Pero la carta de navegación
para discurrir eficazmente por estas aguas, no se fundamenta en complejas
técnicas o tecnología moderna. La solución está donde siempre, en valores y
principios que nos acompañan desde los albores de la historia.
Si se encuentra en una situación compleja y debe tomar
una decisión trascedente, remítase a su interior. Asegúrese de causar el menor
daño posible, a sí mismo y a los demás. Piense en los otros con la misma vara
que utiliza para usted. Ancle firmemente sus buenas intenciones y visualice los
hechos más allá de lo inmediato. Luego tome la decisión, con firmeza,
seguridad, sin duda. Tenga certeza de lo que espera y convicción por lo que aún
no ve.
De esto se trata la fe y el amor. Son los ingredientes
básicos en el régimen de los campeones.
Fuente: https://elstrategos.com/