La Estrategia es un sistema de gobierno, un
conjunto de elementos conceptuales que facilitan cierto tipo de gestión. Como
tal es un “vehículo”, un “instrumento”, similar a un avión, un automóvil o un
cuchillo de mesa. En sí misma, y como cualquier otro instrumento, la Estrategia
carece de conciencia moral.
Son las personas, los individuos, quienes pueden hacerse
pasibles del juicio moral, no los instrumentos. Un avión comercial está
diseñado para transportar pasajeros de un lugar a otro, pero también puede ser
utilizado para destruir intencionalmente edificios y vidas humanas. Luego, ¿eso
es responsabilidad del avión o de quién lo dirige?
A diferencia de la Administración, la Estrategia es un
sistema de gobierno diseñado para dirimir conflictos a favor de unos u otros
involucrados en una disputa. Por efecto de su trabajo, la Estrategia mide sus
resultados en términos binarios: éxito o fracaso; victoria o derrota. Para ella
no existen puntos medios. Los desenlaces parciales son siempre fracasos.
La Estrategia tiene origen en la gestión de asuntos
militares, y esto le endilga condiciones polémicas que no terminan de
entenderse hasta el día de hoy. Habría que reconocer, por ejemplo, que el
ejército es la Organización más antigua que existe y la que da origen y forma a
todas las otras organizaciones que se conocen ahora. Esto no genera polémica,
pero cuando se trata de evaluar su instrumento de gestión (la Estrategia), el
asunto es distinto.
Maquiavelo le recordaba al príncipe un viejo Principio Estratégico: “el fin justifica los medios”, y por
ello pasó a la historia en medio de sospecha y especulación. Hitler fue mejor
estratega militar de lo que consideraban sus militares y peor estadista de lo
que él mismo creía. Pero sus actos de gestión estratégica pocas veces son
evaluados benignamente.
Un candidato político aplica bien la Estrategia en su
campaña electoral y sus actos se juzgan negativamente desde la perspectiva
moral de sus adversarios. Un competidor agresivo en el mundo comercial
desarrolla una Estrategia para “destruir” a sus competidores y provoca ceños
fruncidos y cejas levantadas.
La Estrategia está rodeada de polémica siempre. Pero en
definitiva, más allá de cualquier interpretación intelectual, debe ubicarse por
fuerza, más allá del bien y del mal.
Se puede utilizar la Estrategia (igual que el plan), para
buenos o malos propósitos. Pero ésta es una prerrogativa del individuo, nada
más. Él debe ser juzgado desde el ámbito moral, no el instrumento.
Sucede con la Estrategia algo que difícilmente comparten
otros sistemas de gobierno: tiene mucha efectividad y contundencia cuando es
bien concebida y aplicada. Esto la convierte en un vehículo poderoso. Quién la
utiliza para buenos propósitos vence adversarios y resistencia en el proceso. Y
quién lo hace con otros fines, también puede ser exitoso.
¿Exitoso? Sí. Porque finalmente alcanzar una meta, sea
esta moralmente justificable o no, constituye un éxito para quién la busca. Las
victorias del ejército nazi en batalla son igual prueba de efectividad
estratégica que las victorias de sus adversarios. La Estrategia está más allá
del bien y del mal.
Ahora bien, en el mundo de los sistemas de gobierno, La
Estrategia todavía no tiene el sitial que le correspondería por capacidad y
suficiencia. Su lógica se sigue asociando a esfuerzos de planificación y
propósitos de largo plazo, al menos en el mundo de la gerencia convencional.
Sin embargo la Estrategia es un tipo particular de ACCIÓN, y esto poco tiene
que ver con el plan o el largo plazo.
Ad
Imagínese que Hitler hubiera construido primero la bomba
atómica. El escenario mundial posiblemente sería muy distinto hoy. Sin embargo
fue la Estrategia de los aliados la que prevaleció al respecto. La Estrategia
funciona igualmente con unos u otros, los motivos y metas son las que difieren.
Respecto a estos asuntos morales sucede algo muy
particular con la Estrategia. En muchas ocasiones, el actor que se encuentra en
desventaja o situación difícil, es quién más eximio se vuelve en su uso y
aplicación. Prueba de ello es el propio Hitler, Pol Pot o Kim Jong-un. Sus
propósitos pueden estar sujetos a crítica moral, pero otra evaluación merece su
destreza estratégica.
Los actores que en alguna medida se juzgan con mayor
benignidad (porque en definitiva es muy complejo determinar objetivamente el
bien y el mal), muchas veces asientan sus actos en premisas distantes de la
Estrategia: el tamaño de los recursos, la fuerza bruta, los planes complejos,
el tiempo, etc.
Los “buenos” no siempre manejan bien la Estrategia, en
tanto los “malos” lo hacen mejor casi por obligación, porque disponen de menos
recursos y fuerza. En esto si existe un dilema, dígase al menos, uno
“funcional”.
En la historia antigua, cuando el ejército era la
Organización predominante en el estado y destino de los pueblos, la Estrategia
era un arte de dominio popular. Progresivamente fue saliendo de escena hasta
convertirse en algo casi vinculado a ciencias ocultas. Sin embargo, en éste
mundo actual, repleto de conflictos, competitividad e intereses opuestos,
vuelve a cotizarse y convertirse en una necesidad del buen gobierno.
Quién poco sabe de Estrategia ahora, tiene una franca
desventaja para alcanzar sus propósitos. Y quién no es un pensador estratégico,
es funcional a lo que otros piensan.
Para conocer estos fantásticos conceptos que permiten
estrechar la brecha entre lo posible y lo probable, es siempre recomendable
entender lo que la Estrategia no es. Esta es la manera de arribar a la
primera conclusión: la Estrategia está más allá del bien y del mal.
Luego corresponde estudiarla a profundidad y empaparse de
todas sus potencialidades. Con mente amplia, sin ataduras intelectuales. El
resultado genera una visión excepcional del mundo y desarrolla una
extraordinaria capacidad para procesar y resolver adversidades y conflictos.
Por otra parte, no solo es una cuestión de conocer y
dominar un arte de gobierno insuperable, también se trata de no ser una víctima
de quienes sí lo hacen. El “pez chico” conoce hoy de Administración, Economía,
Politología, Marketing y planificación en general. El “pez grande” domina la
Estrategia. Las probabilidades de supervivencia para el “pez chico”, como bien
lo demuestra el proceso evolutivo, son siempre menores.
El pensador estratégico es todavía un singular y
extraño Pingüino
Amarillo, pero sus artes convocan con urgencia a todos, y corresponde a cada
profesional sensato atender su llamada.
Fuente: https://elstrategos.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario