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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

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Los podcasts, ¿sustitutos de carencias comunicativas y asociativas?



El término en inglés podcast deriva de la unión de las palabras iPod y broadcasting.[2]​ Fue acuñado por primera vez el 12 de febrero de 2004 por el periodista del diario inglés The Guardian Ben Hammersley, quien en un artículo publicado en febrero de ese año hizo hincapié en lo barato de las herramientas para producir un programa de radio en línea y en que constituye una plataforma ideal para aumentar la retroalimentación entre emisor y receptor debido a la posibilidad de acceder a los contenidos cuando se desee. Fuente: Wikipedia

Si bien el origen de los podcasts fue en la radiodifusión, en la fecha que redacto esta entrada a mi blog, la difusión de estos archivos con contenidos de los más variados temas, han volcado su emisión a redes sociales, comunidades de suscriptores y consumidores de tipo audiovisuales, siendo la más preferida por los creadores youtube, con programas en los cuales dos o más personas disertan en forma de divagancias sobre los más variados temas. Algunos, sino la mayoría, hasta ofrecen presentaciones en salas de teatro o escenarios dispuestos para tales fines, obteniendo una nutrida concurrencia de adeptos.

Me propuse escribir acerca de esta modalidad comunicacional, porque veía con extrañeza el gusto que las tales puestas en escenas ejercían sobre mis hijos; jóvenes estos que ya huelen a treintañeros. A las primeras de cambio pensé que se debía a  una moda contagiada por el boca a boca; pero luego me dije: esto debe responder a algo más de tipo psicológico, algo afectivo o de carencia comunicacional. 

El verse reflejado en una pantalla, siempre ha sido una fascinación para el ser humano, el teatro y el cine así lo demostraron a lo largo de los años. Las personas pagaban un boleto de entrada para disfrutar el verse en el espejo de estas manifestaciones de expresión sociocultural. Lo propio sucedió con el advenimiento de la televisión, la cual fue más allá al lograr introducirse en la sala recibidor de los hogares; ya no era necesario incurrir en un egreso dinerario ni salir de casa.

Puedo creer llegar a una aproximación de por qué gustan tanto los podcasts, en que, los jóvenes con edades dentro de los parámetros más intensos de una vida económicamente productiva, al tener un menor tiempo para compartir con sus contemporáneos, logran satisfactoriamente ponerse al día con los elementos que van surgiendo en la cotidianidad, así como, de las modas y tendencias en diverso aspectos de la vida diaria o los más cercanos a la realidad de éstas.

De esta forma, considero que los podcast constituyen una necesidad dentro de estos grupos sociales, ya que llegan a ser sustitutos de carencias comunicativas y asociativas importantes dentro de este mundo globalizado y algo deshumanizado.

Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel


Max Weber: la ética protestante y el «espíritu» del capitalismo. (Reseña)

 


Max (Karl Emil Maximilian), nació en Erfurt el 21 de abril de 1864, Alemania y falleció en Munich, Alemania, el 14 de junio de 1920. Fue sociólogo, economista, jurista, historiador y politólogo; considerado como uno de los fundadores de la sociología y la administración pública.

En su obra la ética protestante y el «espíritu» del capitalismo, Weber analiza el modus vivendi racional y hasta metódico del protestantismo ascético y su influjo en la conformación del espíritu capitalista, el cual radicaba, en su opinión, en una conducta económica racional.

Esta es una obra en la que hay que prestarle mucha atención al estudio preliminar y a las notas a pie de páginas, para lograr así una comprensión histórica y socioeconómica en su justa dimensión.

Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel



Noción de comunidada y viveza criolla



Una vez se me ocurrió preguntar, por curiosidad, a un buen amigo norteamericano, ¿cuál era lo diferente que él consideraba entre la idiosincrasia venezolana y la de su país de origen? y, la respuesta fue: bueno, creo que el sentido de pertenencia y de comunidad.


Después de eso, le refería a los amigos venezolanos esa opinión y, cuando estaban a punto de rebatir esa apreciación, finalmente, doblegaban su criterio a favor del estadunidense; decían, sí, tiene razón.


Luego, en el decurso del tiempo, yo trataba de apreciar esa sentencia en las experiencias de vida que me tocaba atravesar. En mi aula de clases, en la universidad, cuando tratábamos de resolver algún problema, resultaba difícil ponerse de acuerdo aunque fuésemos no más de veinte sujetos. En el lugar de trabajo, otro tanto surgía de la misma forma, tanto en conducta como en omisiones.


En la sociedad venezolana, pareciera que el recelo y el esperar desde nuestra inacción y comodidad que, los demás o alguien más resuelva la situación conflictiva o la resolución de un problema común cualquiera, es la constante y forma normal de asunción de la cotidianidad con respecto a nuestra autorresponsabilidad.


Es algo normal, ver que todos y cada uno de los comuneros compiten por ver quién hace menos, quién se abstiene de participar más. La viveza criolla, que no es un elemento exclusivo de la sociedad venezolana, hace gala en cada una de las facetas que nos toca vivir, como miembro de un grupo humano determinado.


La costumbre de esperar que todo le sea regalado. La creencia de que se deben obtener las cosas sin pagar un precio justo que garantice al proveedor seguir operando su negocio, son patrones que vienen del seno del hogar. Se cree, según los expertos que estos son formados dentro de los primeros siete años de vida del individuo y lo marcaran y guiarán conductualmente a lo largo de su existencia, a menos que se sobreponga y altere o modifique para bien estos modelos adquiridos.


En una oportunidad en la cual exponía a un compañero de trabajo estas reflexiones, éste me preguntó: Miguel, y, ¿si alguien deja de aplicar la viveza criolla en su vida, entonces, cuál sería su antonimo, es decir lo contrario, quizá, será entonces un pendejo o tonto criollo?, a lo que le respondí: no, ese sujeto se habrá convertido en un ser que respirará y vivirá, la decencia criolla. Y tú, ¿qué opinas?



Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel

 

Platero y yo - Juan Ramón Jiménez Mantecón



Juan Ramón Jiménez Mantecón, nació en Moguer, España, el 23 de diciembre de 1881 y falleció en San Juan de Puerto Rico, el 29 de mayo de 1958. Fue merecedor del Premio Nobel de Literatura por el compendio de sus obras entre la que se distingue el poema lírico en prosa «Platero y yo».


En esta oportunidad les traigo esta poesía lírica de este Premio Nobel, la cual está dibuja a lo largo de sus páginas, con escenas e imágenes maravillosamente decoradas, sin caer en la orfebrería lingüística a la que muchos creadores apelan y que disgusta a otros tantos.


Creo, y así lo hice, que el libro debe leerse en voz audible para uno mismo, con el objeto de extraer con mayor provecho para el alma, la riqueza sensorial que contiene.


Jiménez advierte al inicio de la obra, que la misma no fue escrita para los niños; pero, eso sí, la misma es un relato de las vivencias del poeta en su niñez en su pueblo Moguer, Huelva, junto a su buen e inseparable amigo, el asno «Platero».


Considero que no debe ser fácil trabajar en la creación de poesía lírica, a menos que, el sujeto que se sustrae desborde su corazón sobre el papel. En esta joya de la literatura, el autor hizo lo propio retrotrayéndose en sus memorias infantiles, las cuales quedaron plasmadas magistralmente hasta la eternidad.


Espero que tengan la oportunidad de disfrutarla como lo hice yo.


Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel

 

¿Qué significa no dejar entrar al viejo?



Dando vueltas por el inmenso mundo de la web, me topé con un video de un presentador de televisión, que hacía referencia a su vez, acerca de un artículo o nota que hablaba sobre una conversación que tuviera el actor Clint Eastwood con un amigo suyo mientras jugaban al golf.

El amigo de la estrella hollywoodense, le dijo algo como: Clint, ¿cómo le haces para siempre parecer joven y estar la mayoría del tiempo de buen ánimo? El señor Eastwood, quien tenía noventa y tantos años le respondió: estimado amigo, es que yo estoy determinado a no dejar entrar al viejo en mi vida. Tal vez, el interlocutor lo quedó viendo con extrañeza, ante lo cual él procedió a explicarle, palabras más, palabras menos:

Cada vez que siento que el viejo quiere entrar, lo echo afuera. A veces llego a casa y veo al viejo acostado en el sofá, lo miro detenidamente y lo saco a golpes; le digo que se vaya de mi casa y de mi vida.

Bien, hasta ahí llega la anécdota compartida a través de los medios de comunicación y redes sociales en general; pero, y ¿si quisiéramos obtener una enseñanza de esas palabras dichas por el histrión, a cuál o cuáles conclusiones deberíamos llegar?

De mi propia experiencia de vida y edad, la cual, cuando estoy escribiendo este artículo es de cincuenta y ocho años, puedo pasar a reflexionar lo siguiente: A esta edad, que es la mitad del actor norteamerica en comento, los popularmente llamados achaques de la época otoñal de todo ser humano se hacen presentes y, aunado a la experiencia vivencial que nos acompaña desde nuestra mente, producen estados emocionales que se presentan como si de un ogro o cascarrabias se tratara.

Y lo anterior es así porque, ante cualquier conducta que asoma de las personas con las que no relacionamos, tenemos una idea muy clara en lo que va a terminar ese accionar, y, la impaciencia o hastío que nos adosa el malestar de nuestro cuerpo, hace que explotemos en insultos e improperios hacia ese sujeto quien apenas empieza a mostrarse.

«El viejo» se va a manifestar en las situaciones más diversas de nuestras vidas; eso, si lo dejamos entrar. Por ejemplo: ante una pantalla de televisor, criticando a algún programa o persona. Pudiera ser en la calle, al ver alguna valla con la que no estamos de acuerdo, porque ya en el pasado el viejo vio cómo terminó algo que se anunciaba parecido y, empieza inmediatamente a criticar y hasta maldecir.

Bueno, dirá quien lee esto, y, ¿cómo hago para no dejar entrar al viejo? La respuesta, que no soy psicólogo ni psiquiatra es: ponte en los zapatos o lugar y situación psico socioeconómica de la persona que piensas censurar. Debes tratar de convencerte que por más experiencia que tengas, no todas las conductas van a concluir con la mala experiencia que tú has vivido en el pasado; trata de pensar que todavía hay muchas personas que actúan de buena fe en este mundo; pero eso sí, guarda un poco de recelo en tus apreciaciones, para salvaguardar tus propios intereses por si tus corazonadas tenían razón y tus profecías llegan a cumplirse.

Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel