Un profesional tiene que ser autosuficiente para
prevalecer y destacar en su medio laboral. Cualquier otra capacidad pesa menos
que ésta y es, curiosamente, insuficiente. Ningún tipo de aptitud o actitud
califica positivamente a un profesional si este, en primer lugar, no “se basta
a sí mismo”.
Porque la definición apropiada de autosuficiente es
precisamente la de quién “se basta a sí mismo”. El que tiene u obtiene por sí
mismo lo que necesita, sin depender, necesariamente, de otros.
Sea cual fuere el oficio o la experticia que lo
defina, el profesional debe poseer la capacidad de responsabilizarse
completamente de sus aportes, sean estos positivos o no. Y para hacerlo como
corresponde solo puede depender de sí mismo. La responsabilidad nunca se
delega.
Se asocia mucho la autosuficiencia a un sentido falso
de superioridad o al hecho de no necesitar a nadie, pero esto no aplica en el
mundo profesional. Ciertamente el nivel del trabajo debe ser de mucha calidad,
pero el sentido de superioridad ya responde a otra cosa y no tiene nada que ver
con lo que aquí se expone.
Tampoco, obviamente, el hecho de “no necesitar a
nadie”, porque ésta no es una premisa profesional. Todo lo contrario. Tener la
capacidad de apoyarse en el concurso calificado de otros es un acto meritorio.
El genuino profesional es autosuficiente porque
responde por sí mismo a los resultados de su trabajo. No necesita resguardarse
tras el aporte de otros ni justificarse a partir de errores y fallas ajenas.
Para SER profesional es indispensable demostrar
responsabilidad y exponer, con hechos y acciones, que se puede ser una persona
confiable. Se tienen que cumplir los compromisos asumidos, entregar las
asignaciones a tiempo y recapacitar ante errores cometidos.
Quien se basta a sí mismo para cumplir todo esto, es
un profesional que domina el juego.
- No
necesita de nadie para cumplir con SU responsabilidad. No
representa inocencia a partir de la culpabilidad de otros.
- Demuestra
con hechos y acciones su confiabilidad. Esto no quiere decir, por
supuesto, que sea infalible, simplemente que uno se puede fiar de la
persona y su trabajo.
- Cumple
compromisos o, en su defecto, no justifica incumplimientos. Un
profesional “no pone fechas”, “cumple fechas”, no hace cronogramas, cumple
cronogramas.
- Es fiel
en ese indispensable matrimonio con el tiempo que regula la entrega de
asignaciones.
- Recapacita
y enmienda equivocaciones. Cometer errores es una virtud en el camino
del ser propositivo, pero aprender de ellos, para evitarlos luego, es un
imperativo para diferenciarse del trabajador aficionado o del que
simplemente es bien intencionado.
Para ser autosuficiente, el profesional obviamente
precisa conocimientos y actitud, pero esto no lo distingue de la media si no
cumple con lo descrito antes.
De gente que “sabe” está repleto el colectivo de la
ignorancia funcional, y de personas que solo tienen buena actitud no se nutre
ningún proceso evolutivo. Ser un verdadero profesional es otra cosa.
¿El profesional debe tener autoconfianza?, por
supuesto, pero ello emerge de la autosuficiencia. Quién no siente que se basta
a sí mismo, no puede tener ningún tipo de confianza.
¿Debe poseer convicción? Absolutamente. Las personas
autosuficientes tienen pasión acerca de sus valores y creencias. Son
predecibles y consistentes en su comportamiento.
¿Debe ser una persona íntegra? Claro
que sí. La autosuficiencia emerge de un criterio de integridad, de plenitud, de
un todo sólido que se explica a sí mismo. En tanto se auto justifica, éste
profesional reconoce la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. No solo
habla del honor, lo practica diariamente, respaldando sus palabras con
acciones.
¿Es capaz de asumir liderazgo? Completamente.
Porque no es disuadido por la adversidad ni tiene temor de lo que otras
personas piensen de él. Por esto, precisamente, es autosuficiente.
¿Es una persona compasiva? Si, y por una razón lógica:
quienes se sienten completos colocan las necesidades de otros delante de las
propias.
El profesional autosuficiente adquiere valor en la
adversidad. Porque no tiene miedo de nadar contra corriente o desafiar el
“statu quo”. Mira la adversidad a los ojos y corre hacia el problema en lugar
de huir. Su sentido de responsabilidad no le permite privilegiar sólo
circunstancias favorables. Su valía se consuma atendiendo la dificultad.
¡No reconoce amos! Se basta a sí mismo. Su valor
no depende de la calificación de nadie más. Si no se valora su aporte, se
aparta o renuncia.
Abraza lo desconocido. Sabe que en el tratamiento de
esta dimensión emerge la distinción. Las masas se conducen por cauces
preestablecidos, los diferentes exploran y abren senderos.
Actúa, actúa, actúa. La disquisición y el análisis
interminable exponen deficiencia, y esa es la antípoda de la autosuficiencia.
Hay muchas diferencias entre
personas “amateurs” y profesionales en el ejercicio de cualquier
oficio, pero ésa es una evaluación relativamente sencilla y obvia. El asunto,
en cambio, es más complejo y sensible cuando se compara la calidad de los
profesionales entre sí.
¿De qué depende que unos sean mejores y más exitosos que
otros?
Los conocimientos pesan y la actitud también, ¡seguro!
Ese delicado equilibrio de inteligencia racional y emocional es requisito
indispensable. Sin embargo, hay una fuente de la que todo emerge, un motivo
mayor, una causa fundamental: la necesidad de ser una persona que se basta a sí
mismo para el ejercicio de su oficio, la urgencia de ser autosuficiente.
De esta razón emerge el ansia de conocer, y éste mismo
deseo condiciona favorablemente la actitud.
Un profesional que no es autosuficiente precisa ser
comandado por otros. Y si esto es así, por supuesto que no domina de ninguna
manera el juego de la economía moderna y el mercado global.