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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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El Alter Ego del Emprendedor y el equipo de trabajo

 

El Emprendedor no puede trabajar en solitario, precisa formar su Alter Ego y un equipo de trabajo. En el mundo de los negocios el adagio de “el ojo del amo engorda el ganado” no funciona. Es más bien una equivocación que provoca proyectos frustrados, deserciones, ineficiencia, deterioro de perfil competitivo, falta de crecimiento, etc.

(Contextualizado del Libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”)

Son muchos los emprendedores que se dedican a hacer “casi todo” en su negocio bajo la lógica, en teoría virtuosa, del “hands-on”, o la premisa de garantizar que las cosas salgan bien “haciéndolas uno mismo”.

Esta idea no solo es una equivocación, también constituye un peligro para el emprendimiento. En el mundo de los negocios “el ojo del amo NO engorda el ganado”. Al menos si el término “ganado” involucra algo más que un triste vacuno.

El Emprendedor que actúa como el “amo del ganado” propende a pensar que el negocio puede permitirse “cómodos” periodos de tiempo para consolidarse y crecer. Tiende a suponer que está formando el patrimonio de las próximas generaciones familiares y que desarrollar el negocio es algo parecido a construir la “casa de sus sueños”.

¡Ninguna de estas premisas es coherente con el significado del Negocio!

Los negocios no son lo que hace cincuenta años. La consideración del tiempo no es la misma. Su estado no puede planificarse con visión muy extendida en el tiempo, su maduración debe alcanzar la misma dinámica que tienen los mercados.

El “tiempo” del negocio no es el tiempo del Emprendedor.

Considerar que se está formando el patrimonio de la familia para las próximas generaciones es un criterio subjetivo, y no responde (necesariamente) a los intereses del negocio. El futuro de éste no siempre está relacionado al del Emprendedor, y viceversa.

Por otra parte ¡el emprendimiento es un negocio!, no es la “casa de los sueños” y el Emprendedor no puede entender el negocio como una extensión de sí mismo.

El emprendimiento constituye una entidad que se explica a sí misma, tiene intereses propios e involucra responsabilidades que van más allá de su creador. El negocio es punto de partida de un ciclo económico que define el carácter económico y el bienestar de las naciones.

En lugar de ejercitar “el ojo del amo”, el Emprendedor precisa hallar temprano su Alter Ego en la gestión del negocio.

El Alter Ego es ése individuo, grupo de personas o estructura de dirección en quién se confía y se puede considerar sustituto de uno mismo”. El Alter Ego es el “otro yo”.

El desafío del Emprendedor, una vez que ha dado forma a su negocio, es replicarse en otras personas o estructuras. Conseguir que ellas vean y hagan las cosas como él mismo. Esto se ajusta a las necesidades del negocio y permite que el Emprendedor ocupe su espacio y trascienda.

Cuando el emprendimiento es joven, el Alter Ego puede ser una persona: un socio, empleado, asesor. A medida que se crece se convertirá en un equipo de trabajo o una estructura de gestión.

Lo importante no es quién, sino lo que ése Alter Ego representa. Una extensión de la visión y del quehacer del Emprendedor en el negocio.

En tanto que en el esquema del “director de orquesta” o “amo” la tendencia es que el Negocio constituya una extensión del Emprendedor, en la lógica del Alter Ego es el Emprendedor quien busca su extensión en otros.

El sentido de la confianza y la capacidad de ser “el otro yo” constituyen los fundamentos del Alter Ego y el punto a partir del cual el Emprendedor puede alcanzar objetivos que le están vedados a él solo.

El Alter Ego del Emprendedor no es elemento que lo complemente o sustituya. Es uno que lo replica. Si el Emprendedor podría “clonarse”, el producto de ello sería su Alter Ego.

Es cierto que el Negocio precisa capital, conocimiento, paciencia y tiempo, pero el Alter Ego es una necesidad que precede a lo anterior. Si se le ha de pedir al Emprendedor que tome cuidado de todos los intereses, de hecho tendrá que contar con apoyo idóneo en la gestión.

Pocas veces se da que un socio constituya el Alter Ego. Generalmente las sociedades apuntan al complemento, no necesariamente a la extensión. Es más probable que el Emprendedor encuentre su Alter Ego en las personas que dependen de él y forman el equipo de trabajo. Con ellas puede interactuar para transmitir su visión del negocio, filosofía de trabajo, ideas y formas de hacer las cosas. Luego, esta “célula” podrá convertirse en el embrión de una estructura que dependa de sistemas.

Existen cuatro dimensiones que explican la formación de las personas para actividades profesionales:

Educación.- Generalmente se desarrolla en el círculo familiar y en las instituciones educativas. Los negocios o las empresas no están convocadas a educar a las personas, más bien las reciben con un nivel de educación determinado.

Entrenamiento.- Negocios y empresas llevan adelante este proceso para familiarizar a las personas con la forma en que se hacen las cosas en la organización. El entrenamiento está relacionado a rutinas y procesos de trabajo.

Capacitación.- Por medio de ella se profundizan y optimizan conocimientos y habilidades de las personas.

Adoctrinamiento.- La “etapa superior” en la formación de los recursos humanos. Con el se consigue que las personas no solo hagan las cosas como se quiere, también que piensen como se desea que piensen. Que compartan la doctrina, en actos y en la forma de ver las cosas, presentes y futuras.

Para el Alter Ego, el Emprendedor debe recurrir a dos de las dimensiones de formación de los recursos humanos: adoctrinamiento y entrenamiento.

La capacitación es accesoria.

Primero debe adoctrinar a la persona o equipo, y luego entrenarlos minuciosamente, en cada tarea y proceso. De ésta forma conseguirá delegar actividades y compartir responsabilidad.

Identificar y desarrollar el Alter Ego no es tarea sencilla, pero lo peor que puede hacerse es postergarla y adoptar la lógica del “director de orquesta”. Esto afecta un rasgo de identidad del emprendimiento: el que exige que se alcancen los objetivos por medio de un sistema, es decir del trabajo de OTRAS PERSONAS.

El Emprendedor se diferencia del empleado y del auto-empleado porque desarrolla un sistema. Mientras que el empleado trabaja para otros y el auto-empleado para sí mismo, el Emprendedor desarrolla una estructura que trabaja para él.

Sin la existencia del Alter Ego, el Emprendedor estaría haciendo de auto-empleado.

Con la diferencia poco sutil, de que un emprendimiento tiene alcances e involucra responsabilidades que exceden en mucho a las del auto-empleado.

Finalmente, es posible que todo se resuma en esto: responsabilidad. El Emprendedor no solo se debe a él mismo, también a su negocio, a las personas que trabajan para él, a quienes se benefician del trabajo que desarrolla y a la Sociedad donde se inserta.

Todos estos son motivos suficientes para no jugar el papel de “amo” y compartir la tarea con quienes pueden y deben colaborar.

Fuente: https://elstrategos.com/el-alter-ego-del-emprendedor/

10 reglas de oro para comportarse en sociedad

 

La buena educación es una materia que todo el mundo debe aprender desde pequeño para ponerla en práctica a lo largo de toda la vida

Buenas maneras en sociedad: reglas de oro

Es posible que diez reglas no sean suficientes para ver de forma exhaustiva todo lo que abarca el tema de la etiqueta social y los buenos modales. Pero son una importante base en la que situarse para quedar como una persona bien educada.

1. Saber saludar. El saludo es un gesto de cortesía que debe hacerse a todo el mundo, con independencia del grado de cercanía que se tenga. El saludo puede variar en función de esta "relación" de cercanía.

2. Saber presentar. Social o laboralmente es preciso hacer presentaciones de personas que no se conocen entre sí, bien sea en una fiesta o celebración, o bien sea en una reunión de trabajo.

3. Saber hablar. Las conversaciones son un eje importante en la relaciones sociales o laborales. Hay que saber cómo y de qué hablar.

4. Saber escuchar. Si es importante saber hablar, es tanto o más importante saber escuchar. Estar atento a lo que dicen los demás. Remarcamos, saber escuchar que no es lo mismo que oír.

5. Saber vestir adecuadamente. El vestuario es la mejor tarjeta de presentación de una persona. Cambiar un mala primera impresión es bastante difícil. Hay que saber vestir de forma correcta en función del qué, cómo, cuándo y dónde.

6. Ser puntual. La puntualidad dicen "es la cortesía de los reyes". Ser impuntual significa hacer esperar a otras personas, hacerlas perder un tiempo que no deberían malgastar en esa espera. Es una gran falta de cortesía y de educación.

7. Ser respetuoso. Las personas tienen sus ideas, sus creencias, sus formas de ver las cosas... y todo eso hay que respetarlo. El respeto también supone tratar a la gente acorde a su cargo, edad o jerarquía. El respeto supone no tutear a un desconocido. El respeto es el acatamiento que se hace a alguien (según definición del diccionario de la Real Academia Española R.A.E.)

8. Ser cordial y amable. Es importante tratar a los demás con amabilidad y cordialidad. No cuesta nada y se consigue mucho. Una frase mal dicha, un gesto grosero, un tono de voz inadecuado... son formas de actuar que no favorecen nada la buena convivencia entre las personas. En cambio, saber pedir las cosas "por favor", dar las "gracias", saber pedir disculpas... ayudan a mejorar nuestras relaciones con los demás y ayudan a tener una convivencia muchos más cordial y pacífica.

9. Saber despedir. Un saludo es un inicio. Una despedida, es un término, una conclusión. Hay que saber terminar una celebración, una reunión, una visita... de forma educada y cordial.

10. Ser cívico. Importante, aunque parece un término caído en el olvido. Tirar un papel al suelo, una colilla, una lata de refresco; dar los buenos días, respetar el mobiliario urbano, ceder el paso, sujetar una puerta, etc. son formas de actuar en la vida que deben inculcarse a todo el mundo; hay que enseñar estas reglas y formas de comportarse tanto en casa como en el colegio-escuela.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/10-reglas-de-oro-para-comportase-en-sociedad.html

Optimismo y pesimismo en la persona emprendedora

 

El Emprendedor debe llevar el optimismo en el corazón y el pesimismo en la cabeza.

No existe nadie que pueda ser calificado exclusivamente como optimista o pesimista. Todos los seres humanos son una u otra cosa en diferentes momentos y situaciones de la vida. El optimismo y el pesimismo no son condiciones del Ser, son características relacionadas con el Hacer, en este caso con la forma de ver las cosas.

(Tematica extraída del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora

El optimismo es una “tendencia o propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable, y el pesimismo una a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable”.

Ambas constituyen una forma de VER y JUZGAR.

La riqueza de los términos se encuentra al desagregarlos. La referencia al hecho de VER hace alusión a un acontecimiento futuro. Y la de JUZGAR a la forma en que se valora lo que se ve. Todo concluye por verse y juzgarse de forma más o menos favorable para los intereses que están en juego.

El optimismo y el pesimismo constituyen una forma de visualizar las cosas que sucederán en el futuro. Y calificarlas de acuerdo a la percepción de los efectos que puedan provocar.

Desde aquí no es posible calificar a una persona de optimista o pesimista como característica de lo que Es, sino del juicio que tiene sobre las cosas que visualiza. Por otra parte NADIE puede visualizar las cosas siempre favorables o desfavorables porque serán en todo caso de una u otra forma.

En el emprendimiento acontecerán cosas buenas y malas. Cuando se prevea la existencia de las primeras corresponderá el optimismo, y cuando se estime la existencia de las segundas el pesimismo.

El emprendedor, como todas las personas en la vida, DEBE ser optimista y pesimista en función de las circunstancias.

El problema en esto no radica en que sea incapaz de ser optimista, más bien en que no quiera ser pesimista.

Por consideraciones culturales arraigadas, las personas son formadas en la premisa que el pesimismo es malo. Y por lo tanto no es un aspecto en el que corresponde hallar virtud. Por otra parte, la necesidad de ser “eterno optimista” se fomenta y premia. De esta orientación emergen “optimistas funcionales” y “pesimistas estructurales”. Los primeros agrupados en lo “deseable” y los segundos no.

Los “optimistas funcionales” no explican su condición en la visión favorable de las cosas, más bien en el hecho de no ser pesimistas. Y los “pesimistas estructurales”, que en esencia sólo pecan de ver y juzgar algunas cosas desfavorables, son considerados anatema.

Por causa de esta formación que se inicia en los pañales y concluye dejando su sello en la niñez y juventud, una cantidad innumerable de personas se sienten cohibidas de manifestar un pesimismo franco y útil.

Hay más probabilidad que una persona que se declare optimista en una entrevista de trabajo consiga el empleo a una que se declare pesimista. Aunque nadie puede establecer como “su estado” uno u otro caso, hay muchos más que quisieran caminar por la calle con un cartelito que diga persona optimista y no uno que diga soy pesimista.

Esta realidad impide que las personas (en la vida y los negocios), desarrollen una sana capacidad para ver y juzgar los aspectos desfavorables que pueden acontecer. Y con ello se propende a cometer más errores y subestimar riesgos.

La evaluación pesimista de las cosas activa la cautela, la moderación, y mantiene encendidos sistemas de alerta que pueden beneficiar el tratamiento de ciertas cosas.

Ayuda a incorporar más acción y trabajo en las tareas, con precaución y cuidado. Nada de esto es malo, puesto que no condiciona negativamente la forma en que se conduce la vida o el negocio. La evaluación pesimista puede efectivamente reducir el ritmo en el que se llevan adelante ciertas cosas, pero lo reducirá en la lógica de evitar una colisión o pérdida al enfrentar situaciones desfavorables.

¡El emprendedor tiene que ser pesimista, por supuesto! Porque optimista seguro ya es desde etapas tempranas de su formación en la vida. Debe ser también pesimista, y con mucho esmero. La vida de los negocios no es sencilla, los obstáculos pueblan el camino y la “propensión de ver y juzgar las cosas desde su ángulo más desfavorable” sirve para dimensionar, sopesar y atacar las dificultades. Sirve, en resumen, para estar preparado y actuar de acuerdo a las exigencias que la situación plantee.

Esto no quiere decir que el emprendedor o cualquier otra persona deba  interpretar las cosas siempre desde la arista desfavorable. ¡Por supuesto que no! Lo importante es que lo haga de una forma tan natural como la que motiva a ver las cosas favorables. Ser pesimista debe ser tan bueno como ser optimista.

Probablemente, para ésa tranquilidad de espíritu que juega un papel fundamental en la vida, debiera decirse finalmente que el emprendedor debe llevar el optimismo en el corazón y el pesimismo en la cabeza.

Es natural y sano el deseo de ver e interpretar las cosas desde una perspectiva alentadora. Y en ello debe comprometerse el emprendedor de corazón. Íntimamente debe esperar que las cosas salgan bien siempre. Ésta es una forma de respaldar la confianza y sostener el poder que existe en una profesión de fe. Y por otra parte debe ser cauteloso y precavido desde la dimensión intelectual para visualizar los desafíos que presenta el futuro.

Optimista de corazón (primero) y pesimista en la razón (luego). De este equilibrio emerge el mejor juicio para actuar.

Algunos de los hombres más grandes que ha parido la humanidad no sólo eran manifiestos pesimistas. De hecho eran conocidos por pronosticar sistemáticamente un conjunto de fatalidades para no cometer errores en decisiones importantes, y tener respuestas ante imponderables.

Otra cosa son ésas personas que se autodenominan  REALISTAS. A diferencia del optimista o el pesimista, la persona “realista” carece de visión.

Actúa sobre la inmediatez condicionado por el criterio que “no vale la pena ser optimista ni pesimista”. Respeta en extremo las condiciones imperantes, con sus pequeñas o grandes posibilidades.

Las personas pesimistas tienen visión, una que no se ajusta a un estado deseable de las cosas, pero en definitiva una visión. En cambio las personas “realistas” carecen de visión, positiva o negativa. Se desenvuelven en los márgenes estrechos de la coyuntura y lo que perciben los sentidos básicos.

Estas personas son una molestia. Incapaces de proyectar nada, niegan ésa posibilidad elemental que tiene el hombre de ver más allá de lo que pueden los animales elementales.

Merced a conceptos absurdos de realismo el hombre nunca hubiera llegado al estado en el que hoy se encuentra. El progreso y el desarrollo formarían parte del azar y se estaría anulando el deseo natural de cambiar las cosas y ser parte condicionante de esos cambios.

Por otra parte, el pesimismo y el optimismo no tienen nada que ver con lo positivo o negativo. No existe relación ontológica entre optimismo y positivismo o pesimismo y negativismo.

Lo positivo y lo negativo están relacionados al SER de las personas, no a la forma de ver y juzgar las cosas que pueden pasar. La gente positiva tiene una forma de procesar y canalizar su energía diferente a la persona de actitud negativa. Una persona positiva puede ser optimista o pesimista en su interpretación del porvenir, pero mantendrá una actitud enérgica. En tanto que la persona negativa carece de fuerza, ánimo e incluso espíritu para hacer las cosas, aún aquellas que puedan presentarse favorables.

Personas negativas no pueden existir en el círculo de trabajo del emprendedor. La energía en esta tarea lo es todo. Y vectores de energía como el buen ánimo, entusiasmo, predisposición, etc., no se encuentran en personas negativas.

Es posible que alguien afirme que con optimismo o buen ánimo no se desarrolla un negocio, pero también es cierto que sin ellos aún la mera consideración de formarlo no es posible.

Y por último, no se trata de establecer qué tanto aporte puede tener una actitud positiva. Se trata más bien de establecer el alto costo que tiene una negativa. Ser positivo cuesta poco, ser una persona negativa conduce al infortunio.

Mayores detalles de éste y otros temas similares en el libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora

Fuente: https://elstrategos.com/optimismo-y-pesimismo-en-el-emprendedor/

¿Qué significa hablar bien? ¿En qué consiste hablar bien?

 


Para muchos hablar bien es saber pronunciar. Sí, pronunciar bien es importante, pero eso no es suficiente

Expresarse de forma precisa. Cómo podemos hablar bien

A esta pregunta se le podrían dar muchas respuestas, pero hay una muy simple: hablar bien consiste en expresar un pensamiento de una manera precisa. Hablar bien es lograr que la comunicación de un mensaje o pensamiento sea lo más perfecta posible. Esto hace que el destinatario o destinatarios de este mensaje lo capten y entiendan mejor.

Por lo tanto, antes de hablar, hay que saber bien lo que se va a decir.

Para muchos hablar bien es saber pronunciar. Sí, pronunciar bien es importante, pero eso no es suficiente. La pronunciación es solo una parte fundamental de la lengua. Pero la pronunciación no lo es todo, ni tan siquiera es lo más importante. Lo más importante es la gramática. Consiste en decir las cosas de acuerdo a unas reglas básicas que cada lengua tiene.

Tener un léxico apropiado

Otro punto importante, es el léxico. El decir las cosas con las palabras exactas que cada idea requiere. Transgredir una norma gramatical, por simple que sea, es mucho más anómalo que cualquier otro fenómeno fonético.

¿Se aprende a hablar bien?

Naturalmente que se puede aprender a hablar bien. Eso no quiere decir que solo hablen bien los universitarios o las personas de las clases sociales y culturales más altas.

Es posible encontrarse con personas que apenas saben escribir y que sin embargo podrían ponerse como ejemplos admirables del buen hablar. Personas que tienen un discurso natural, sin afectación, sin titubeos, sin reiteraciones inútiles, con una buena fonética dialectal. Personas que tienen un discurso con un léxico exacto, con cadencia expresiva que hasta hace admirable el solo hecho de oírlos. Porque también, el hablar, tiene su particular melodía.

Sin embargo, cuántos charlatanes hay de verbo florido, que hablan y hablan y al final no sabe uno lo que han querido decir.

El buen hablar es una cuestión esencial que afecta a la condición social de la persona.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/conversar-hablar/que-significa-hablar-bien-en-que-consiste-hablar-bien.html

Sentido Común, el poderoso consejero que no se equivoca

 

Dicen que el sentido común no es nada menos que un hálito de sabiduría divina. Uno que se manifiesta sin condicionantes en todo intelecto humano. ¡Y así es! Todos los seres humanos poseen este consejero interno dotado de una sabiduría natural y siempre dispuesta. Un recurso confiable y poderoso, cuyo origen sigue siendo un bello misterio.

Todas las personas tienen sentido común, y seguramente en medidas similares (si es que ello puede medirse de alguna manera). Ésta orientación o “guìa inercial” se posee desde temprana edad. Nadie lo enseña, nunca se produce algún tipo de inducción o capacitación. Es un recurso que simplemente emerge y crece entre las competencias de la razón, sin pautas, causas ni propósitos definidos.

El sentido común es la “capacidad para juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto”. Es básicamente esto. Sin embargo su alcance es trascendental, porque la capacidad de juzgar “razonablemente” las cosas de la vida cotidiana y decidir acertadamente, define el destino.

Póngase a pensar, ¿que debe entenderse por situaciones de la vida cotidiana? Ciertamente esto engloba casi todo.

Por otra parte, ¿qué es capacidad de juzgar razonablemente? Pues bien, es una facultad del entendimiento humano por cuya virtud se puede distinguir entre lo bueno y malo, lo conveniente e inconveniente, lo verdadero y falso.

No es poco.

Y además, todo ello finalmente se orienta a posibilitar las “buenas decisiones”, a “decidir con acierto”, evitando el error y el equívoco.

Esto ya es mucho.

El sentido común es indispensable, puesto que sin él nadie podría desarrollar una vida equilibrada y productiva. Sin su existencia, la gestión del bienestar humano no sería posible, porque el entendimiento tendría que formarse para cada acto de la vida cotidiana. Y eso es imposible. Si ya es complejo formar competencias para un médico o un ingeniero, cuánto más para que una persona sea básicamente competente en todos los actos de su vida.

Puede decirse que el sentido común se forma de alguna manera, pero es más útil saber que se “desarrolla” desde temprano en la vida de las personas, y permanece con ellas hasta el final.

Ahora bien, y aquí está el drama, el sentido común es universal, sin embargo no todos lo ejercitan. En realidad, pocos lo activan y posicionan como faro de las decisiones que toman en su vida.

Escasas personas se fundamentan en él para entender los fenómenos de la existencia y orientar su conducta. La mayoría se guía por cualquier otra cosa: la razón colectiva, el entendimiento “técnico” de las cosas, la racionalidad impoluta e incluso la “sabiduría”.

Bien se dice, por eso, que “el sentido común es el menos común de los sentidos”.

Y es correcto, es “el menos común de los sentidos”. Porque ciertamente está sofocado por ése paradigma de la complejidad bajo el que vive el mundo moderno. ¿Quién confía hoy en la inocente y casi ingenua sencillez de su sentido común? Lo simple parece sospechoso, mucho más si los problemas y la adversidad no se comprenden.

Finalmente, no importa mucho reconocer que ésa complejidad la crean las propias personas, justamente porque son escépticas respecto a todo lo que huela a “simplicidad”.

Quién activa su sentido común para interpretar la realidad y actuar en ella, nunca transita el sendero de la dificultad, todo lo contrario, siempre adopta el camino sencillo. Y haciéndolo así, ¡pocas veces se equivoca! Siempre es posible fallar, obviamente, pero el error y el sentido común tienen una correlación muy baja.

Esto puede parecer increíble, pero es lo más natural del mundo. Porque la vida en sí misma es simple, sencilla. Nunca ha sido diferente. Es la gente la que se complica. Como el sentido común emerge desde las zonas profundas de la naturaleza humana, y no desde la superficie de sus conductas, está completamente enlazada con la simplicidad.

¿Por qué la mayoría de las personas no utilizan su sentido común para juzgar sus situaciones cotidianas y decidir con acierto? Pues porque no confían en él. Poco crédito le otorgan a las respuestas sencillas, a las soluciones simples. Prefieren equivocarse accediendo a los recursos de la complejidad, que acertar recurriendo a una facultad tan elemental.

¡Todo puede resolverse acudiendo al sentido común, todo!

La más compleja de las fórmulas matemáticas se resuelve con sentido común, porque las matemáticas en sí son eso: sentido común. Situaciones angustiantes y de alto riesgo, condiciones emocionales intensas y relaciones personales difíciles, se resuelven con sentido común. No hay fronteras ni obstáculos para éste “hálito divino”.

Las personas que parecen “más inteligentes” que otras, hacen mayor uso de su sentido común, rara vez es otra cosa. Los genios siempre se fundamentan en él, y así se distinguen.

El conocimiento es algo diferente, y construirlo no tiene nada de malo. Si el sentido común se activa, el conocimiento lo nutre y refuerza, pero si aquel se ignora, en poco aprovecha toda la sabiduría del mundo. No hay ninguna autoridad intelectual o erudición que se precie si carece de sentido común.

Lo mismo pasa con la experiencia. Es un valioso recurso del entendimiento cuando se activa el sentido común. Pero si esto no sucede, se convierte en obstáculo y pretexto para la inacción.

Solo con sentido común, el conocimiento y la experiencia juegan a favor. Sin él pierden el vehículo que les facilita el movimiento y deben arrastrarse con carga pesada.

La persona que no activa su sentido común para todo suceso que demande juicio y decisión en su vida cotidiana, es como aquel que estando en un cuarto a oscuras y con el interruptor de luz al alcance de la mano, opta por salir hasta el lugar donde se encuentra el tablero de fusibles para conectar la corriente. Pudiendo alargar el brazo para tener claridad, prefiere encarar los riesgos que trae la oscuridad.

¿Cómo se activa el sentido común?

Eliminando “el ruido”. Nada más.

Las perturbaciones para el sentido común están  siempre allí, como la música de fondo que no puede escucharse por los sonidos que la interfieren, como la corriente de agua que se tranca por los obstáculos que se le colocan al frente.

Si se anula “el ruido” y se quitan los obstáculos, el sentido común emerge.

La persona que rinde culto a su sentido común es un escéptico irreductible. Siempre rebelde y desconfiado, pero de sana intención y respetuoso. No se adhiere de buenas a primeras al sentir general, a la sabiduría popular o al consenso. Sale de los moldes para establecer juicio propio, fundamentado en “ésa” razón que anida en su naturaleza.

Al actuar así, todo “el ruido” le sirve para identificar mejor la música y enriquecer la melodía, que es lo mismo que pasa cuando uno se enfoca en escuchar la música de fondo.

El “ruido” se elimina mejor en estado de reflexión, meditación y contemplación. Bajando el volúmen de los incesantes pensamientos que acompañan toda decisión e interpretación. La persona con sentido común es muy paciente y segura de sí misma. Sabe que encontrará las respuestas cuando se conecte consigo mismo.

Valora el conocimiento y el consejo de los demás, pero no los valida por reflejo. Escucha a todos, pero no hace eco de nadie. Estudia, investiga, contrasta, pero no saca conclusiones definitivas. Todo enriquece un proceso que tiene como protagonista a su sentido común.

Cuando el “ruido” se apaga emerge el entendimiento, la “capacidad para juzgar razonablemente y decidir con acierto”.

Aunque el nombre debería hacer pensar lo contrario, en realidad el sentido común es algo extraordinario. No forma parte de los rebaños. Es una cualidad de esos pocos que piensan por sí mismos y se tienen confianza.

Y no lo olvide, no tiene ningún vínculo con la dificultad. Está siempre asociado con lo simple, básico y elemental. Esta realidad ayuda mucho en la vida. Porque cuando las incógnitas y las respuestas son pesadas y densas, cuando no hay espíritu ligero ni paz, puede estar seguro que el sentido común NO se encuentra allí.

En cambio, cuando las respuestas parecen absurdamente sencillas y las soluciones emergen con la naturalidad del sol por las mañanas, sonría, ése hálito de voz divina le está hablando.

Haga lo que él le indica y difícilmente se equivocará.

Fuente: https://elstrategos.com/sentido-comun/