Llegar a ser dueño de sí
mismo es el desafío que la existencia le plantea al ser humano. El
reto mayor, el objetivo más grande, la garantía fundamental para tomar control
de su destino. El obstáculo más importante que el individuo debe superar para
alcanzar las metas y el estado que pretende para su vida se encuentra en su
interior.
(Contextualizado del libro del autor: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la
Conciencia Emprendedora“)
El hombre ha demostrado inagotable
capacidad para dominar la naturaleza, imponerse sobre la enfermedad, atacar la
pobreza, desafiar las distancias que lo separan de los cuerpos celestes,
mejorar la calidad de vida en el planeta y entender los secretos que se
esconden en lo pequeño. Ha demostrado poder para doblegar adversidades,
conquistar fronteras y develar misterios.
Sin embargo sigue siendo incapaz de ser
dueño de sí mismo: imponerse a sus instintos y resolver su pobreza de espíritu.
Le es difícil cubrir la distancia que lo separa de la magnanimidad, mejorar la
calidad de su propia vida y entender los valiosos secretos que esconden los
detalles y momentos fugaces.
Tomó potestad sobre su entorno pero no
sobre sí. Sigue siendo un ser incompleto, un gigante con pies de barro, monarca
de un reino en riesgo de implosión.
A pesar del poder que exhibe, es una de
las criaturas más vulnerables del planeta.
A diferencia de otras especies, durante
un tiempo largo de su vida es un ser dependiente. Está expuesto a su entorno
con escasos recursos para moldear su ambiente más próximo. Pasa una cuarta
parte de su vida sometido a la influencia externa y otro tanto estableciendo su
identidad y pertenencia. De niño se sujeta al criterio de sus mayores y cuando
es joven a los formatos de la sociedad. Solo en la etapa primera de su
“independencia” pone a prueba la formación que ha recibido y sondea tímidamente
la realidad que lo rodea.
En todo esto consume buena parte de su
vida sobre la tierra.
En la niñez y temprana juventud no tiene
posibilidad de evaluarse a sí mismo con referencia a nada. Carece de
introspección. Puede ser, o no, un “producto” bien formado, pero eso en nada lo
afecta o beneficia.
Cuando alcanza mayor independencia
comienza ésa evaluación que concluirá determinando su existencia, pero este
proceso le represente 20, 30, 40 años de inconsciencia.
Mucho tiempo simplemente inhabilitado
para ser dueño de sí mismo.
Las referencias ante las que se evalúa
están relacionadas a los resultados que alcanzan sus actos, a la satisfacción
que en ellos encuentra y a lo que opinan “los demás”.
Mucho después, cuando se sujeta a su
propio juicio, recién puede iniciar el proceso de “medirse” y ser dueño de sí
mismo.
Entonces identifica los aspectos
virtuosos de su carácter y su capacidad de alcanzar metas. Se da cuenta de lo
que hace bien y le permite destacar. En esta etapa trata sus falencias
benignamente, con el sentido de quién recién experimenta. Es un periodo de
“poca culpa”, la etapa del “hombre grande” que conquista su propia vida y aún
se siente víctima de los designios ajenos.
El hecho de asociar problemas, carencias
e incapacidad con factores que no son externos, llega más tarde. El momento
exacto de la “madurez”.
Éste no es un fenómeno etario. Es ése
punto en que se alcanza comprensión integral de las cosas que suceden. El
momento de interpretación consciente de lo que se es en relación al entorno. El
tiempo que se reconoce la incapacidad que yace más allá de las virtudes, la
debilidad oculta detrás de las fortalezas.
Solo a partir de este punto puede el
hombre realizar una introspección profunda que lo conduzca a ser dueño de sí
mismo.
Este punto crítico alcanza a todos, en
uno u otro momento de la vida. Más temprano a quienes tuvieron que pasar
infortunios prematuros, más tarde a lo que gozaron de condiciones benignas.
Acá el hombre enfrenta la disyuntiva:
¿se impone sobre sus circunstancias y alcanza sus objetivos a fuerza de virtud,
capacidad y experiencia o lo hace tratando defectos, carencias y debilidades?
El primero es un camino para dar batalla
al “enemigo externo”. El segundo, uno orientado a dominar el “enemigo
interior”.
La lucha contra las condiciones externas
demanda mayor esfuerzo, uno que no termina nunca; la sensación de victoria es
efímera y parcial. Esta lucha consume grandes cantidades de energía, pocas
veces garantiza éxito integral y casi nunca proporciona sosiego. Es la historia
de millones que luchan sin descanso, superan adversidades, conquistan objetivos
pero no alcanzan paz o sensación del deber cumplido.
La lucha contra las condiciones externas
es igual a la del Quijote con los molinos de viento. Tiene cierto sentido en lo
inmediato pero carece finalmente de significado.
El “enemigo externo” nunca es
conquistado. Solo se renueva, se transforma y se coloca al
frente de nuevo. El “guerrero” es solo dueño de estados transitorios y
victorias momentáneas.
Se pueden poseer inmejorables
condiciones para conquistar por fuerza oportunidades y adversidades. Pero si
esta tarea no va precedida de la conquista interna concluye por ser vana.
El hombre no tiene potestad sobre sus
circunstancias, pero puede ser dueño de sí mismo. Y al serlo evita constituirse
en víctima permanente de las eventualidades.
Consciencia.-
Esta batalla comienza por tomar
consciencia de lo que se es y no es. Lo que se tiene y no tiene. Fortalezas y
debilidades. Virtudes y defectos.
La toma de consciencia permite superar
dudas y autoengaños, “justificaciones razonables”, mentiras benignas,
complacencia y resignación. Solo cuando el hombre se percata integralmente
de sí mismo puede actuar contra el enemigo interior.
A partir de la toma de consciencia
comienza la lucha que lleva a la victoria interior.
Esta puede ser larga y quedar
inconclusa. Pero el punto que se alcanza nunca queda detrás de la
partida. La toma de consciencia es, en sí misma, una victoria. Ningún
triunfo sobre el entorno otorga ésa renovación. Superarse a uno mismo opaca el
valor de otras victorias. Forma un circuito virtuoso de energía.
La toma de consciencia es la parte
difícil, el paso que la mayoría nunca da. “Yo no soy el problema” es un
pensamiento de gran poder, entre otras cosas porque puede ser cierto. La búsqueda
de fallas o defectos en otros siempre alcanza buen resultado. ¡Todas las
personas son imperfectas!, y eso permite la justificación.
Tomar la decisión de aceptar debilidades
y defectos no es solo cuestión de coraje, es una de las medidas más inteligentes
que se puede adoptar. Por esta vía se concluye destacando con nitidez y se
crece por encima del promedio.
Tomar consciencia constituye una ventaja
comparativa en el desenvolvimiento personal y profesional. No existe lucha que
pague más. El premio inmediato es una satisfacción que nada puede igualar,
energía que no se encuentra afuera y sensación de paz con el mundo.
Razón.-
Una vez producida la toma de consciencia
la lucha continúa encaminada por la razón. Esta es la que finalmente
“encapsula” cada cosa que se debe corregir o cambiar.
Así como toda forma de felicidad es
privada, el hombre solo, en absoluta intimidad, debe establecer aquello que ha
de tratar. La razón no tiene porqué fallar, dado que toma parte en la tarea
después de la aceptación. La razón particulariza los elementoa e identifica
causas y efectos.
Mientras la consciencia recuerda,
refuerza y motiva, la razón evalúa las formas que tomará la acción. La razón se
halla contenida y a la vez impelida por la consciencia para iniciar los
cambios.
Si la consciencia ha definido el QUE, la
razón evalúa el COMO. En esto no existe prescripción, cada quién define el
curso de acuerdo a sus posibilidades y potencial.
Voluntad.-
A la razón que establece el COMO le
sigue la acción, y ésta tiene como sustento la voluntad. ¡Bien se dice que
las guerras se ganan por medio de voluntad!
La consciencia contiene, la razón
orienta y la voluntad permite llevar el proceso hasta la victoria: ser dueño de
sí mismo.
La debilidad más importante de la
voluntad es su desgaste. Todos los seres humanos tienen voluntad, sin ella no
es posible entender ninguna acción. Sin embargo ésta se dinamiza con diversos
tipos y niveles de energía, dependiendo de su aplicación.
Existe mayor voluntad para acciones con
bajo nivel de dificultad y alta satisfacción. Y es menor para lo complejo y de
escasa satisfacción inmediata.
En la batalla con el “enemigo interno”,
la energía vinculada a la voluntad es factor delicado. Por ello la fórmula para
tener éxito debe ser la administración gradual de objetivos y esfuerzo.
La energía que produce la victoria es
grande y se debe aprovechar para llevar a buen fin la campaña. Luego el éxito
tiene que repetirse hasta alcanzar el resultado final.
El objetivo debe fragmentarse
inteligentemente. En pocas ocasiones está mejor aplicada la lógica de que Éxito se escribe con
“e” minúscula, porque son los pequeños logros los
que deben fundamentar el cumplimiento de la tarea. La entereza no está
garantizada por la calidad del premio, más bien por el agregado que generan
logros menores y significativos.
La lucha del hombre consigo mismo dura
toda una vida y nunca llega a destino, por ello la caminata debe ser el
objetivo. Es cierto que la consciencia contiene y motiva, pero sin
retroalimentación positiva concluye por ceder. De aquí la importancia de la
voluntad para sostener el proceso.
Celebración.-
Finalmente, la campaña que se inicia con
toma de consciencia y alcanza “éxitos” progresivos a partir de razón y
voluntad, debe concluir con la celebración.
La celebración merece un apartado. Y no
necesariamente porque emerja como producto natural de una dura batalla, sino
como muestra indispensable de la benignidad que el hombre se debe a sí mismo.
Porque así como propende a ser benigno con sus errores, así debe serlo con sus
aciertos y logros.
La celebración tiene efecto poderoso
sobre el temor, alimenta el coraje, lo fortalece. Consolida las premisas en que
se fundamenta la conciencia y constituye antídoto contra los efectos del
fracaso.
La celebración es el galardón del
guerrero, su justo premio, el canto a la victoria. Así como nada puede
impedir que la vida presente sinsabores, nada debiera impedir que se celebren
por lo alto las victorias.
Este es el sano desafío que el hombre le
lanza a la vida. El puño cerrado que esgrime ante la cara impasible de las
circunstancias y el rostro severo de la adversidad.
Sin celebración se dirá que un buen
guerrero no es que el triunfa siempre, sino quien vuelve sin miedo a la
batalla. Pero por la celebración se afirmará que el mejor guerrero no
es el que triunfa siempre, sino el que vuelve contento a la batalla.
Y en ello existe diferencia sustancial.
Porque tratándose la vida de una batalla que solo termina con la muerte, la
ausencia de miedo no compensa el viaje igual que el hecho de realizarlo con
contento.
Quien no es dueño de
sí mismo no puede considerarse dueño de nada, apenas alguien a quien la vida
otorga título de inquilino fugaz.
Fuente: https://elstrategos.com/dueno-de-si-mismo/