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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

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Dueño de sí mismo y de su destino. El desafío humano


Llegar a ser dueño de sí mismo es el desafío que la existencia le plantea al ser humano. El reto mayor, el objetivo más grande, la garantía fundamental para tomar control de su destino. El obstáculo más importante que el individuo debe superar para alcanzar las metas y el estado que pretende para su vida se encuentra en su interior.

(Contextualizado del libro del autor: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

El hombre ha demostrado inagotable capacidad para dominar la naturaleza, imponerse sobre la enfermedad, atacar la pobreza, desafiar las distancias que lo separan de los cuerpos celestes, mejorar la calidad de vida en el planeta y  entender los secretos que se esconden en lo pequeño. Ha demostrado poder para doblegar adversidades, conquistar fronteras y develar misterios.

Sin embargo sigue siendo incapaz de ser dueño de sí mismo: imponerse a sus instintos y resolver su pobreza de espíritu. Le es difícil cubrir la distancia que lo separa de la magnanimidad, mejorar la calidad de su propia vida y entender los valiosos secretos que esconden los detalles y momentos fugaces.

Tomó potestad sobre su entorno pero no sobre sí. Sigue siendo un ser incompleto, un gigante con pies de barro, monarca de un reino en riesgo de implosión.

A pesar del poder que exhibe, es una de las criaturas más vulnerables del planeta.

A diferencia de otras especies, durante un tiempo largo de su vida es un ser dependiente. Está expuesto a su entorno con escasos recursos para moldear su ambiente más próximo. Pasa una cuarta parte de su vida sometido a la influencia externa y otro tanto estableciendo su identidad y pertenencia. De niño se sujeta al criterio de sus mayores y cuando es joven a los formatos de la sociedad. Solo en la etapa primera de su “independencia” pone a prueba la formación que ha recibido y sondea tímidamente la realidad que lo rodea.

En todo esto consume buena parte de su vida sobre la tierra.

En la niñez y temprana juventud no tiene posibilidad de evaluarse a sí mismo con referencia a nada. Carece de  introspección. Puede ser, o no, un “producto” bien formado, pero eso en nada lo afecta o beneficia.

Cuando alcanza mayor independencia comienza ésa evaluación que concluirá determinando su existencia, pero este proceso le represente 20, 30, 40 años de inconsciencia.

Mucho tiempo simplemente inhabilitado para ser dueño de sí mismo.

Las referencias ante las que se evalúa están relacionadas a los resultados que alcanzan sus actos, a la satisfacción que en ellos encuentra y a lo que opinan “los demás”.

Mucho después, cuando se sujeta a su propio juicio, recién puede iniciar el proceso de “medirse” y ser dueño de sí mismo.

Entonces identifica los aspectos virtuosos de su carácter y su capacidad de alcanzar metas. Se da cuenta de lo que hace bien y le permite destacar. En esta etapa trata sus falencias benignamente, con el sentido de quién recién experimenta. Es un periodo de “poca culpa”, la etapa del “hombre grande” que conquista su propia vida y aún se siente víctima de los designios ajenos.

El hecho de asociar problemas, carencias e incapacidad con factores que no son externos, llega más tarde. El momento exacto de la “madurez”.

Éste no es un fenómeno etario. Es ése punto en que se alcanza comprensión integral de las cosas que suceden. El momento de interpretación consciente de lo que se es en relación al entorno. El tiempo que se reconoce la incapacidad que yace más allá de las virtudes, la debilidad oculta detrás de las fortalezas.

Solo a partir de este punto puede el hombre realizar una introspección profunda que lo conduzca a ser dueño de sí mismo.

Este punto crítico alcanza a todos, en uno u otro momento de la vida. Más temprano a quienes tuvieron que pasar infortunios prematuros, más tarde a lo que gozaron de condiciones benignas.

Acá el hombre enfrenta la disyuntiva: ¿se impone sobre sus circunstancias y alcanza sus objetivos a fuerza de virtud, capacidad y experiencia o lo hace tratando defectos, carencias y debilidades?

El primero es un camino para dar batalla al “enemigo externo”. El segundo, uno orientado a dominar el “enemigo interior”.

La lucha contra las condiciones externas demanda mayor esfuerzo, uno que no termina nunca; la sensación de victoria es efímera y parcial. Esta lucha consume grandes cantidades de energía, pocas veces garantiza éxito integral y casi nunca proporciona sosiego. Es la historia de millones que luchan sin descanso, superan adversidades, conquistan objetivos pero no alcanzan paz o sensación del deber cumplido.

La lucha contra las condiciones externas es igual a la del Quijote con los molinos de viento. Tiene cierto sentido en lo inmediato pero carece finalmente de significado.

El “enemigo externo” nunca es conquistado. Solo se renueva, se transforma y se coloca al frente de nuevo. El “guerrero” es solo dueño de estados transitorios y victorias momentáneas.

Se pueden poseer inmejorables condiciones para conquistar por fuerza oportunidades y adversidades. Pero si esta tarea no va precedida de la conquista interna concluye por ser vana.

El hombre no tiene potestad sobre sus circunstancias, pero puede ser dueño de sí mismo. Y al serlo evita constituirse en víctima permanente de las eventualidades.

Consciencia.-

Esta batalla comienza por tomar consciencia de lo que se es y no es. Lo que se tiene y no tiene. Fortalezas y debilidades. Virtudes y defectos.

La toma de consciencia permite superar dudas y autoengaños, “justificaciones razonables”, mentiras benignas, complacencia y resignación. Solo cuando el hombre se percata integralmente de sí mismo puede actuar contra el enemigo interior.

A partir de la toma de consciencia comienza la lucha que lleva a la victoria interior.

Esta puede ser larga y quedar inconclusa. Pero el punto que  se alcanza nunca queda detrás de la partida. La toma de consciencia es, en sí misma, una victoria. Ningún triunfo sobre el entorno otorga ésa renovación. Superarse a uno mismo opaca el valor de otras victorias. Forma un circuito virtuoso de energía.

La toma de consciencia es la parte difícil, el paso que la mayoría nunca da. “Yo no soy el problema” es un pensamiento de gran poder, entre otras cosas porque puede ser cierto. La búsqueda de fallas o defectos en otros siempre alcanza buen resultado. ¡Todas las personas son imperfectas!, y eso permite la justificación.

Tomar la decisión de aceptar debilidades y defectos no es solo cuestión de coraje, es una de las medidas más inteligentes que se puede adoptar. Por esta vía se concluye destacando con nitidez y se crece por encima del promedio.

Tomar consciencia constituye una ventaja comparativa en el desenvolvimiento personal y profesional. No existe lucha que pague más. El premio inmediato es una satisfacción que nada puede igualar, energía que no se encuentra afuera y sensación de paz con el mundo.

Razón.-

Una vez producida la toma de consciencia la lucha continúa encaminada por la razón. Esta es la que finalmente “encapsula” cada cosa que se debe corregir o cambiar.

Así como toda forma de felicidad es privada, el hombre solo, en absoluta intimidad, debe establecer aquello que ha de tratar. La razón no tiene porqué fallar, dado que toma parte en la tarea después de la aceptación. La razón particulariza los elementoa e identifica causas y efectos.

Mientras la consciencia recuerda, refuerza y motiva, la razón evalúa las formas que tomará la acción. La razón se halla contenida y a la vez impelida por la consciencia para iniciar los cambios.

Si la consciencia ha definido el QUE, la razón evalúa el COMO. En esto no existe prescripción, cada quién define el curso de acuerdo a sus posibilidades y potencial.

Voluntad.-

A la razón que establece el COMO le sigue la acción, y ésta tiene como sustento la voluntad. ¡Bien se dice que las guerras se ganan por medio de voluntad!

La consciencia contiene, la razón orienta y la voluntad permite llevar el proceso hasta la victoria: ser dueño de sí mismo.

La debilidad más importante de la voluntad es su desgaste. Todos los seres humanos tienen voluntad, sin ella no es posible entender ninguna acción. Sin embargo ésta se dinamiza con diversos tipos y niveles de energía, dependiendo de su aplicación.

Existe mayor voluntad para acciones con bajo nivel de dificultad y alta satisfacción. Y es menor para lo complejo y de escasa satisfacción inmediata.

En la batalla con el “enemigo interno”, la energía vinculada a la voluntad es factor delicado. Por ello la fórmula para tener éxito debe ser la administración gradual de objetivos y esfuerzo.

La energía que produce la victoria es grande y se debe aprovechar para llevar a buen fin la campaña. Luego el éxito tiene que repetirse hasta alcanzar el resultado final.

El objetivo debe fragmentarse inteligentemente. En pocas ocasiones está mejor aplicada la lógica de que Éxito se escribe con “e” minúscula, porque son los pequeños logros los que deben fundamentar el cumplimiento de la tarea. La entereza no está garantizada por la calidad del premio, más bien por el agregado que generan logros menores y significativos.

La lucha del hombre consigo mismo dura toda una vida y nunca llega a destino, por ello la caminata debe ser el objetivo. Es cierto que la consciencia contiene y motiva, pero sin retroalimentación positiva concluye por ceder. De aquí la importancia de la voluntad para sostener el proceso.

Celebración.-

Finalmente, la campaña que se inicia con toma de consciencia y alcanza “éxitos” progresivos a partir de razón y voluntad, debe concluir con la celebración.

La celebración merece un apartado. Y no necesariamente porque emerja como producto natural de una dura batalla, sino como muestra indispensable de la benignidad que el hombre se debe a sí mismo. Porque así como propende a ser benigno con sus errores, así debe serlo con sus aciertos y logros.

La celebración tiene efecto poderoso sobre el temor, alimenta el coraje, lo fortalece. Consolida las premisas en que se fundamenta la conciencia y constituye antídoto contra los efectos del fracaso.

La celebración es el galardón del guerrero, su justo premio, el canto a la victoria.  Así como nada puede impedir que la vida presente sinsabores, nada debiera impedir que se celebren por lo alto las victorias.

Este es el sano desafío que el hombre le lanza a la vida. El puño cerrado que esgrime ante la cara impasible de las circunstancias y el rostro severo de la adversidad.

Sin celebración se dirá que un buen guerrero no es que el triunfa siempre, sino quien vuelve sin miedo a la batalla. Pero por la celebración se afirmará que el mejor guerrero no es el que triunfa siempre, sino el que vuelve contento a la batalla.

Y en ello existe diferencia sustancial. Porque tratándose la vida de una batalla que solo termina con la muerte, la ausencia de miedo no compensa el viaje igual que el hecho de realizarlo con contento.

Quien no es dueño de sí mismo no puede considerarse dueño de nada, apenas alguien a quien la vida otorga título de inquilino fugaz.

Fuente: https://elstrategos.com/dueno-de-si-mismo/

 

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