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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

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La vida es una suma de pequeñas inversiones


La vida se encuentra formada por un conjunto innumerable de pequeñas cosas que explican la totalidad y lo grandioso. No existe nada en éste universo, por muy grande que sea, que no esté formado por pequeños elementos que le dan sentido y esencia.

(Texto contextualizado del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Los objetivos se alcanzan conquistando pequeñas metas. Las grandes estructuras se construyen agregando piezas. La sabiduría está compuesta por un conjunto vasto de conocimientos y experiencias. La sociedad está explicada por personas. La vida está hecha de momentos.

Por alguna causa inserta en la profundidad de su psiquis, el hombre orienta toda su capacidad a la consecución de lo grande, a la comprensión de la totalidad.

Ésta es la vara con la que mide sus resultados y satisfacción.

En los viajes que emprende por la vida importan el origen y el destino. El trayecto es sólo un requisito ineludible, lo importante es partir y lo beneficioso llegar. Viviendo así, su propia existencia podría explicarse mejor sólo por dos hechos: nacer y morir.

Y la existencia es, por supuesto, mucho más que eso, igual que el universo que la cobija. El hecho de ser y de vivir es la suma de innumerables y preciosos momentos. De pequeñas sensaciones, de fugaces acontecimientos.

La vida promedio está compuesta por dos billones y medio de latidos del corazón y cada uno de ellos es indispensable para alejar la muerte. El concepto de lo grande, la ilusión de lo majestuoso o imponente carecen de esencia propia. Son más bien el producto de la asociación de muchas partes pequeñas.

Lo grande, en sí mismo, no existe, sólo existe lo pequeño.

Minúsculas cosas otorgan vida a lo grande, sin embargo esto último no da vida a nada pequeño. Todo el universo está formado por cosas simples. Maravillosas pero minúsculas partículas que crean estructuras y fenómenos mayores.

El “camino de la construcción” de todas las cosas transita de lo pequeño a lo grande. Nunca tiene sentido inverso. Cualquier cosa que se desee construir debe partir por un detalle, por una cosa pequeña. Y en tanto a ella se le sumen otras, el cuerpo grandioso toma forma.

Por este camino transita la vida de las personas, de las organizaciones, las obras, el éxito (así como el fracaso), la felicidad, la amargura. Todo transita de lo pequeño a lo grande, de la parte al todo.

El hecho mismo de existir se explica por sus detalles, sus momentos. Por sus pequeños sentidos de existencia, con “e” minúscula.

Al final de la vida, cuando el hombre se siente incapaz de imaginar y desear un futuro remoto, entiende con claridad que toda su existencia está explicada y justificada tan sólo por “momentos”. Allí percibe ésa dramática realidad de haber vivido y disfrutado poco. Se da cuenta que la carrera en pos de lo grandioso ha consumido como fuego voraz el “tiempo pequeño”, el valioso detalle.

Un fraile anónimo de un monasterio de Nebraska decía cosas como éstas en su carta póstuma:

Si yo pudiera volver a vivir mi vida, trataría de cometer más errores la próxima vez…”

¿Perciben las personas el costo involucrado en el proceso de evitar el error? ¿Entienden que de tanto tiempo que invierten en evitarlo apenas disfrutan los aciertos? ¿Pueden imaginar cuantas oportunidades pierden en la vida tan sólo tratando de no errar? ¿Conciben el grado de libertad que resignan?

¡Se debe proscribir el miedo al error!, ¡eliminar éste prejuicio! Por medio del error se encuentra el camino al éxito. Quien más errores comete mejor domina la senda que transita. La equivocación es una señal de movimiento, de vida, lejana a la parálisis que provoca el miedo y orienta las almas mediocres.

Los errores son pequeñas inversiones que generan enormes beneficios. Sin ellos no se aprende, nunca se domina el conocimiento ni se forja el carácter.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida, me relajaría, procuraría ser más humano y más tonto de lo que he sido en esta vida…”

La tensión, ésa tormenta provocada por la ansiedad, mata los pequeños momentos. El hombre tenso se parece a un pedazo de tela que se estira con fuerza para ganar solidez, pero un golpe débil basta para rasgarla.

Curiosamente, en estado “relajado” y sereno se encuentra más solidez para enfrentar las adversidades. De esta forma se asimilan mejor los golpes, se los procesa y resuelve.

Pero estar “relajado” ante la adversidad puede parecer algo tonto en un mundo superficial que encuentra virtud en el “apronte” permanente, en el remedio inmediato.

¡Cuántos años perdidos solamente por no “parecer tonto”! Por cumplir con formatos y convenciones. Dar satisfacciones a parámetros ajenos. ¡Cuánta vida y cuánta energía consumida en evitar el ridículo! Para concluir no siendo ni lo uno ni lo otro.

Tan deformado está el sentido de “lo humano”, que entiende más el hombre sobre la importancia de cuidar una especie de ballenas en el océano, que la necesidad de ser “más humano” consigo mismo.

¡Todos deben permitirse ser un poco más tontos!, porque eso mismo los hará un poco más libres y felices. La vida pone un “corsé” diario a todo el mundo para “cuidar la sensatez”. Y la mayoría se deja llevar por esa “corriente de cordura”, olvidando que mejor se disfruta una piscina en traje de baño que con saco y corbata.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida son pocas las cosas que conozco que tomaría en serio…”

Es difícil entender la relatividad que las cosas tienen. En medio del afán cotidiano, cada instante de vida parece el minuto final de un juego en el que se empeña todo. Las cosas que en contexto no pudieran ser más absurdas cobran dimensiones superlativas. Y todo esto quita calidad a la vida y sus pequeños componentes.

Peter Drucker aconsejaba “tomar en serio el trabajo pero no tomarse muy en serio uno mismo”. Y en ello hay una reflexión fundamental: tomar las cosas con calma y no “encarnarlas”. Porque el día de mañana llega siempre con respuestas y aire fresco.

Nada es finalmente tan malo como parece y nadie es tan débil como calcula.

Cuando le preguntaron a un hombre de 100 años el secreto de su longevidad, contestó:

“Por lo posible hice todo, por lo imposible jamás perdí un segundo de mi tiempo”.

La mayoría de las cosas que el hombre “se toma muy en serio” en un día promedio carecen de significado trascendente y solo echan sombra sobre lo que importa de verdad.

Dicen que para los perros (ésas adorables criaturas), los hombres son “los únicos animales que ríen”. Y por tanto esfuerzo para ser “serios” concluirán por no tener “ni perro que les ladre”.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida tendría más dificultades reales y menos imaginarias…”

El hombre es también el único animal sobre este planeta que tiene el don de “imaginar” lo que será el futuro. Pero este regalo, que por una parte le sirve para ser agente activo en la definición de su porvenir, es también dolorosa vara cuando se asocia a lo que éste le puede deparar.

En lugar de dedicar el mayor tiempo posible a lo consciente, al “aquí y ahora”, invierte tiempo valioso y energía “no renovable” en “imaginar problemas”. Y esta disquisición lo atormenta.

La “futurología” es una de las cosas más estúpidas que el ser humano hace. Porque a partir de ella multiplica “de oficio” sus problemas. Suma a los reales aquellos “imaginarios”, y nutre una orgía incontrolable de pre-ocupaciones.

Aquí la aritmética básica tiene capacidad de proporcionar paz y sosiego:

Se debe RESTAR problemas imaginarios del conjunto y quedarse con el saldo (si es que existiese).

¿Por qué no canalizar la imaginación a resolver contratiempos reales y dejarle algo de oficio al propio destino? Es privilegio del hombre ocioso imaginar problemas y no empeñar trabajo en resolver los que tocan a la puerta.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida trataría de no vivir cada día con muchísimos años de adelanto…”

El carácter no siempre bien entendido de la vida ha obligado a desarrollar muchos patrones de comportamiento para abordar la incertidumbre.

Hay tres letras que describen perfectamente estos afanes, las letras P-R-E. Ellas explican el sentido del adjetivo PREVIO o del verbo PREVER. De ellas emergen conceptos como prevenir, preocuparse, predeterminado, precaver, presentir, premeditar, predisposición, preconcebir, etc.

Estas palabras se vuelven orientaciones de vida. Terminan “prevaleciendo” sobre otros conceptos y dejan al margen consideraciones de mayor valor.

La calidad de vida se encuentra más cerca de los hombres que se ocupan que de aquellos que se preocupan.

La determinación gana más en la vida que el acto de predeterminar.

Sentir es más importante que presentir.

Meditar mejor que premeditar.

La disposición supera a la predisposición, y el encanto de concebir no se asemeja al hecho de preconcebir.

Disfrutar del escaso tiempo de vida que se tiene amerita vivir “algo” más allá de los imperativos que plantea el adjetivo Previo.

O al menos no vivir en función de él. Tal vez esta última aclaración sea oportuna. Porque no faltan quienes encuentran en sugerencias de este tipo el pase directo a la vida disoluta. Lo que de hecho se encuentra tan lejos de una vida de calidad como aquella que condiciona el presente imaginando estados futuros.

Quienes se encuentran viviendo cada día con muchísimos años de adelanto, traten de dar una respuesta a las preguntas que Charles R. Swindoll plantea en su libro “Tres pasos para adelante, dos pasos para atrás”:

“¿Cuándo se sentó junto a la mesa después de cenar, por última vez, sólo para relajarse y divertirse un poco?

¿Cuándo fue por última vez a volar una cometa. Dio un largo paseo por la arboleda. Pedaleó una bicicleta en el parque local. Condujo el automóvil por debajo del límite de velocidad. O hizo algo con sus propias manos?

¿Cuándo se tomó tiempo para oír una hora de buena música. O caminó por la playa mientras se ponía el sol?

¿Cuándo se quitó por última vez el reloj del brazo toda una tarde de sábado. Llevó a un muchachito sobre los hombros. Leyó un capítulo de algún libro metido en la bañera llena de agua caliente. O disfrutó de la vida tan profundamente que no podía dejar de sonreír?”

No importa de quién se trate, qué tenga o cuánto. Si no puede responder afirmativamente estas preguntas (o al menos alguna de ellas), lo que merece es cambiar su forma de vida, ¡hoy mismo!

En tanto que se propende a pensar en el futuro y vivir cada día con muchos años de adelanto, bueno sería recordar la única cosa cierta que éste nos tiene deparado, aquella con lo que J.M. Keynes encaraba a los planificadores: “en el largo plazo todos estaremos muertos”.

Lo único con lo que el ser humano cuenta para encarar la interminable batalla contra sus debilidades es la razón. Y su hija inquieta: la reflexión. La naturaleza le ha dotado de esto con el propósito específico de equilibrar sus emociones e impulsos. La razón diferencia al hombre de los animales (aparte de la sonrisa).

Por ello la mejor forma de cambiar el rumbo de vida que lleva y acercarlo a niveles de calidad, radica en obedecer una consigna sencilla: ¡Deténgase y piense!

Si uno no se detiene, la reflexión queda invalidada por la exigencia de la rutina. Y si no se piensa se carece del dominio básico que todo ser humano debe tener sobre sí mismo.

Detenga un momento todo y piense en esto:

  • No viva una vida entera tratando de NO cometer errores.
  • Relájese. Trate de ser más humano consigo mismo. Menos infalible y un poco más tonto.
  • ¿Cuantas cosas que hoy forman parte de su vida merecen tomarse muy en serio? Redúzcalas lo más posible. Esto le permitirá enfocarse efectivamente en ellas.
  • Ocúpese de los problemas reales y no de aquellos que imagina que existen o pueden existir.
  • No viva cada día con muchos años de adelanto. El futuro lo acerca a la inevitable muerte. El presente es una representación de la vida.

(Extracto del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/la-vida-esta-compuesta-de-detalles/

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