La vida se encuentra formada por un
conjunto innumerable de pequeñas cosas que explican la totalidad y lo
grandioso. No existe nada en éste universo, por muy grande que sea, que no esté
formado por pequeños elementos que le dan sentido y esencia.
(Texto contextualizado del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la
Conciencia Emprendedora“)
Los objetivos se alcanzan conquistando pequeñas metas.
Las grandes estructuras se construyen agregando piezas. La sabiduría está
compuesta por un conjunto vasto de conocimientos y experiencias. La sociedad
está explicada por personas. La vida está hecha de momentos.
Por alguna causa inserta en la profundidad de su
psiquis, el hombre orienta toda su capacidad a la consecución de lo grande, a la comprensión de la totalidad.
Ésta es la vara con la que mide sus resultados y
satisfacción.
En los viajes que emprende por la vida importan el
origen y el destino. El trayecto es sólo un requisito ineludible, lo importante
es partir y lo beneficioso llegar. Viviendo así, su propia existencia
podría explicarse mejor sólo por dos hechos: nacer y morir.
Y la existencia es, por supuesto, mucho más que eso,
igual que el universo que la cobija. El hecho de ser y de vivir es la suma de
innumerables y preciosos momentos. De pequeñas sensaciones, de fugaces
acontecimientos.
La vida promedio está compuesta por dos billones y medio
de latidos del corazón y cada uno de ellos es indispensable para alejar la
muerte. El concepto de lo grande, la ilusión de lo majestuoso o imponente
carecen de esencia propia. Son más bien el producto de la asociación de muchas
partes pequeñas.
Lo grande, en sí mismo, no existe, sólo existe lo
pequeño.
Minúsculas cosas otorgan vida a lo grande, sin embargo
esto último no da vida a nada pequeño. Todo el universo está formado por
cosas simples. Maravillosas pero minúsculas partículas que crean estructuras y
fenómenos mayores.
El “camino de la construcción” de todas las cosas
transita de lo pequeño a lo grande. Nunca tiene sentido inverso. Cualquier cosa
que se desee construir debe partir por un detalle, por una cosa pequeña. Y en
tanto a ella se le sumen otras, el cuerpo grandioso toma forma.
Por este camino transita la vida de las personas, de
las organizaciones, las obras, el éxito (así como el fracaso), la felicidad, la
amargura. Todo transita de lo pequeño a lo grande, de la parte al todo.
El hecho mismo de existir se explica por sus detalles,
sus momentos. Por sus pequeños sentidos de existencia, con “e” minúscula.
Al final de la vida, cuando el hombre se siente
incapaz de imaginar y desear un futuro remoto, entiende con claridad que toda
su existencia está explicada y justificada tan sólo por “momentos”. Allí
percibe ésa dramática realidad de haber vivido y disfrutado poco. Se da cuenta
que la carrera en pos de lo grandioso ha consumido como fuego voraz el “tiempo
pequeño”, el valioso detalle.
Un fraile anónimo de un monasterio de Nebraska decía
cosas como éstas en su carta póstuma:
“Si yo pudiera volver a vivir
mi vida, trataría de cometer más errores la próxima vez…”
¿Perciben las personas el costo involucrado en el
proceso de evitar el error? ¿Entienden que de tanto tiempo que invierten en
evitarlo apenas disfrutan los aciertos? ¿Pueden imaginar cuantas oportunidades
pierden en la vida tan sólo tratando de no errar? ¿Conciben el grado de
libertad que resignan?
¡Se debe proscribir el miedo al error!, ¡eliminar éste
prejuicio! Por medio del error se encuentra el camino al
éxito. Quien más errores comete mejor domina la senda que transita. La
equivocación es una señal de movimiento, de vida, lejana a la parálisis que
provoca el miedo y orienta las almas mediocres.
Los errores son pequeñas inversiones que generan
enormes beneficios. Sin ellos no se aprende, nunca se domina el conocimiento ni
se forja el carácter.
“Si yo pudiera volver a vivir mi
vida, me relajaría, procuraría ser más humano y más tonto de lo que he sido en
esta vida…”
La tensión, ésa tormenta provocada por la ansiedad,
mata los pequeños momentos. El hombre tenso se parece a un pedazo de tela que
se estira con fuerza para ganar solidez, pero un golpe débil basta para
rasgarla.
Curiosamente, en estado “relajado” y sereno se
encuentra más solidez para enfrentar las adversidades. De esta forma se
asimilan mejor los golpes, se los procesa y resuelve.
Pero estar “relajado” ante la adversidad puede parecer
algo tonto en un mundo superficial que encuentra virtud en el “apronte” permanente,
en el remedio inmediato.
¡Cuántos años perdidos solamente por no “parecer
tonto”! Por cumplir con formatos y convenciones. Dar satisfacciones a
parámetros ajenos. ¡Cuánta vida y cuánta energía consumida en evitar el
ridículo! Para concluir no siendo ni lo uno ni lo otro.
Tan deformado está el sentido de “lo humano”, que
entiende más el hombre sobre la importancia de cuidar una especie de ballenas
en el océano, que la necesidad de ser “más humano” consigo mismo.
¡Todos deben permitirse ser un poco más tontos!,
porque eso mismo los hará un poco más libres y felices. La vida pone un
“corsé” diario a todo el mundo para “cuidar la sensatez”. Y la mayoría se deja
llevar por esa “corriente de cordura”, olvidando que mejor se disfruta una
piscina en traje de baño que con saco y corbata.
“Si yo pudiera volver a vivir mi
vida son pocas las cosas que conozco que tomaría en serio…”
Es difícil entender la relatividad que las cosas
tienen. En medio del afán cotidiano, cada instante de vida parece el minuto
final de un juego en el que se empeña todo. Las cosas que en contexto no
pudieran ser más absurdas cobran dimensiones superlativas. Y todo esto quita
calidad a la vida y sus pequeños componentes.
Peter Drucker aconsejaba “tomar en serio el trabajo
pero no tomarse muy en serio uno mismo”. Y en ello hay una reflexión
fundamental: tomar las cosas con calma y no “encarnarlas”. Porque el día de
mañana llega siempre con respuestas y aire fresco.
Nada es finalmente tan malo como parece y nadie es tan
débil como calcula.
Cuando le preguntaron a un hombre de 100 años el
secreto de su longevidad, contestó:
“Por lo posible hice todo, por lo imposible jamás
perdí un segundo de mi tiempo”.
La mayoría de las cosas que el hombre “se toma muy en
serio” en un día promedio carecen de significado trascendente y solo echan
sombra sobre lo que importa de verdad.
Dicen que para los perros (ésas adorables criaturas),
los hombres son “los únicos animales que ríen”. Y por tanto esfuerzo para ser
“serios” concluirán por no tener “ni perro que les ladre”.
“Si yo pudiera volver a vivir mi
vida tendría más dificultades reales y menos imaginarias…”
El hombre es también el único animal sobre este
planeta que tiene el don de “imaginar” lo que será el futuro. Pero este regalo,
que por una parte le sirve para ser agente activo en la definición de su
porvenir, es también dolorosa vara cuando se asocia a lo que éste le puede
deparar.
En lugar de dedicar el mayor tiempo posible a lo
consciente, al “aquí y ahora”, invierte tiempo valioso y energía “no renovable”
en “imaginar problemas”. Y esta disquisición lo atormenta.
La “futurología” es una de las cosas más estúpidas que
el ser humano hace. Porque a partir de ella multiplica “de oficio” sus
problemas. Suma a los reales aquellos “imaginarios”, y nutre una orgía
incontrolable de pre-ocupaciones.
Aquí la aritmética básica tiene capacidad de
proporcionar paz y sosiego:
Se debe RESTAR problemas imaginarios del conjunto y
quedarse con el saldo (si es que existiese).
¿Por qué no canalizar la imaginación a resolver
contratiempos reales y dejarle algo de oficio al propio destino? Es privilegio
del hombre ocioso imaginar problemas y no empeñar trabajo en resolver los que
tocan a la puerta.
“Si yo pudiera volver a vivir mi
vida trataría de no vivir cada día con muchísimos años de adelanto…”
El carácter no siempre bien entendido de la vida ha
obligado a desarrollar muchos patrones de comportamiento para abordar la
incertidumbre.
Hay tres letras que describen perfectamente estos
afanes, las letras P-R-E. Ellas explican el sentido del adjetivo PREVIO o del
verbo PREVER. De ellas emergen conceptos como prevenir, preocuparse,
predeterminado, precaver, presentir, premeditar, predisposición, preconcebir,
etc.
Estas palabras se vuelven orientaciones de vida.
Terminan “prevaleciendo” sobre otros conceptos y dejan al margen
consideraciones de mayor valor.
La calidad de vida se encuentra más cerca de los
hombres que se ocupan que de aquellos que se preocupan.
La determinación gana más en la vida que el acto de
predeterminar.
Sentir es más importante que presentir.
Meditar mejor que premeditar.
La disposición supera a la predisposición, y el
encanto de concebir no se asemeja al hecho de preconcebir.
Disfrutar del escaso tiempo de vida que se tiene
amerita vivir “algo” más allá de los imperativos que plantea el adjetivo
Previo.
O al menos no vivir en función de él. Tal vez esta
última aclaración sea oportuna. Porque no faltan quienes encuentran en
sugerencias de este tipo el pase directo a la vida disoluta. Lo que de hecho se
encuentra tan lejos de una vida de calidad como aquella que condiciona el
presente imaginando estados futuros.
Quienes se encuentran viviendo cada día con muchísimos
años de adelanto, traten de dar una respuesta a las preguntas que Charles R.
Swindoll plantea en su libro “Tres pasos para adelante, dos pasos para atrás”:
“¿Cuándo se sentó junto a la mesa después de cenar,
por última vez, sólo para relajarse y divertirse un poco?
¿Cuándo fue por última vez a volar una cometa. Dio un
largo paseo por la arboleda. Pedaleó una bicicleta en el parque local. Condujo
el automóvil por debajo del límite de velocidad. O hizo algo con sus propias
manos?
¿Cuándo se tomó tiempo para oír una hora de buena
música. O caminó por la playa mientras se ponía el sol?
¿Cuándo se quitó por última vez el reloj del brazo
toda una tarde de sábado. Llevó a un muchachito sobre los hombros. Leyó un
capítulo de algún libro metido en la bañera llena de agua caliente. O disfrutó
de la vida tan profundamente que no podía dejar de sonreír?”
No importa de quién se trate, qué tenga o cuánto. Si
no puede responder afirmativamente estas preguntas (o al menos alguna de
ellas), lo que merece es cambiar su forma de vida, ¡hoy mismo!
En tanto que se propende a pensar en el futuro y vivir
cada día con muchos años de adelanto, bueno sería recordar la única cosa cierta
que éste nos tiene deparado, aquella con lo que J.M. Keynes encaraba a los
planificadores: “en el largo plazo todos estaremos muertos”.
Lo único con lo que el ser humano cuenta para encarar
la interminable batalla contra sus debilidades es la razón. Y su hija inquieta:
la reflexión. La naturaleza le ha dotado de esto con el propósito específico de
equilibrar sus emociones e impulsos. La razón diferencia al hombre de los
animales (aparte de la sonrisa).
Por ello la mejor forma de cambiar el rumbo de vida
que lleva y acercarlo a niveles de calidad, radica en obedecer una consigna
sencilla: ¡Deténgase y piense!
Si uno no se detiene, la reflexión queda invalidada
por la exigencia de la rutina. Y si no se piensa se carece del dominio básico
que todo ser humano debe tener sobre sí mismo.
Detenga un momento todo y piense en esto:
- No viva
una vida entera tratando de NO cometer errores.
- Relájese.
Trate de ser más humano consigo mismo. Menos infalible y un poco más
tonto.
- ¿Cuantas
cosas que hoy forman parte de su vida merecen tomarse muy en serio?
Redúzcalas lo más posible. Esto le permitirá enfocarse efectivamente en
ellas.
- Ocúpese
de los problemas reales y no de aquellos que imagina que existen o pueden
existir.
- No viva
cada día con muchos años de adelanto. El futuro lo acerca a la inevitable
muerte. El
presente es una representación de la vida.
(Extracto del libro: “Emprender es una
forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)
Fuente: https://elstrategos.com/la-vida-esta-compuesta-de-detalles/
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