Dicen por ahí, y con mucha sabiduría, que “el propósito de la vida es experimentar cosas por las que luego sentirás nostalgia”. Así de sencillo. Un planteamiento interesante y profundo, porque brinda interpretaciones que no sólo pueden relacionarse a la vida personal, también al desempeño profesional.
El desenvolvimiento en el trabajo no solo consume una buena parte de la existencia útil de cada persona, también condiciona la calidad de la vida personal y familiar. Ya no existen fórmulas simples para separar una cosa de la otra. Quién lleva adelante un ordenado y distinguido desenvolvimiento profesional tiene mayores probabilidades de gozar integralmente de toda su existencia.
Ahora bien, la vida no es más que una suma de experiencias, el resultado de eventos que se propician con determinado fin, o que suceden aleatoriamente. Para todo lo que está involucrado en el primer caso llega la recomendación señalada: “experimentar cosas por las que luego se sentirá nostalgia”.
La lógica de “experimentar” alude concretamente a la acción, esto en primer lugar, puesto que no hay experiencia sin un acto determinado. Por otra parte, “experimentar” implica aceptar resultados inciertos, factor que lo sitúa bajo la influencia del riesgo y la tolerancia al equívoco. Esto es importante, porque no todos comprenden el papel explícito y natural que el riesgo y la incertidumbre juegan en la vida.
Todo ello define el desempeño profesional de las personas y el carácter de los elementos que le proporcionan calidad.
La excelencia en la vida profesional no está vinculada a ninguna aptitud. Esto debe quedar claro. No es una cuestión de conocimientos o experiencia, y tampoco es algo que se pueda evaluar en el marco de lo teórico o insustancial. La excelencia profesional está siempre relacionada con la acción, con el sentido de hacer las cosas, y de hacerlas muy bien.
El orden de estos factores es vital: se trata primero de actuar y luego de considerar virtuosismo en el acto. Es más sencillo hacer las cosas bien, en cierto sentido, que hacer todo lo que se tiene que hacer. La excelencia profesional se mide primero en términos cuantitativos, porque se trata de hacer mucho, y hacerlo muy bien. Ese es el proceso.
La orientación fluida y confiada hacia la acción está vinculada a la actitud. Y la calidad de la misma a la aptitud. Ese es el orden.
Por ello el mérito le corresponde siempre al “hombre en la arena”, aquél que efectivamente genera una dinámica. Las personas inclinadas a la crítica y juicio fácil nunca pueden evaluarse en los márgenes de la excelencia profesional. Es posible que sean necesarios para que el sistema funcione, pero no pueden subir al pedestal de los que actúan.
La acción, en términos de “experimentar”, representa desenvolverse sin una idea cabal del resultado, y por eso responde a la fe y confianza que se tenga en uno mismo. Esto tampoco habita en los dominios del conocimiento, porque éste considera por esencia, límites y restricciones. Tener la capacidad de “experimentar” en los actos profesionales, y hacerlo en los márgenes de la excelencia, responde al carácter y la actitud virtuosa.
Ahora bien, si a esto se agrega el sentido de nostalgia, se llega al punto en que el profesional excelente experimenta con sus acciones hasta el punto de extrañarlas, de acordarse de ellas con esa mezcla de tristeza, placer y afecto que surge cuando se piensa en momentos felices.
Nadie tiene la capacidad de recordar todas las cosas que le acontecen, y mucho menos sentir una nostalgia generalizada. Se recuerda lo que genera impresiones relevantes, bien sea de tipo positivo o negativo. Son esos eventos (“extra-ordinarios”), los que se graban en la memoria.
Y la excelencia es precisamente eso: un evento extraordinario.
El profesional que se desempeña en sus márgenes no siente nostalgia solo por los eventos de resultado favorable. De esto no se trata la vida. Los reveses y fracasos son más frecuentes (y comunes) que los éxitos. Y no solo es preciso sobrellevarlos, también se los debe apreciar, de la misma forma que se valora íntegramente una naranja, aunque solo se le quiera extraer el zumo.
Ahora bien, ¿quién puede sentir fácilmente nostalgia por errores y fracasos cometidos? Pues solo el que entiende que son los peldaños que conducen a la victoria.
El éxito nunca se encuentra “al alcance de la mano”, porque si fuera así estaría disponible para todos, y con mucha facilidad. Eso le quitaría valor y lo anularía como factor calificativo de la acción. En realidad, al éxito solo puede accederse subiendo un montón de peldaños. Y cada uno de estos es un fracaso que se debe experimentar.
Hay dos formas de enfrentar esos eventos negativos: con temor o con confianza. Cualquiera de estas vías puede llevar a la victoria. Pero el temor tiene un costo más grande y es menos efectivo cuando se miden los resultados.
Los aciertos se reproducen a mayor velocidad cuando los procesos son abordados con seguridad y confianza, no con temor. Las victorias que cuestan “sangre, sudor y lágrimas” (esas que se procesan con temor), tienen alto costo y menor probabilidad de ocurrencia.
¿Que se necesita para subir los peldaños que llevan al éxito con seguridad y confianza?: conocimiento de lo que se está haciendo, ¡seguro!, pero sobre todo la actitud apropiada para tomar decisiones y procesar contratiempos.
Esta es la fórmula:
Coraje para empezar.
Disciplina para concentrarse.
Confianza para resolver.
Paciencia para reconocer el progreso que no siempre es visible.
Tenacidad para seguir adelante, incluso en los días malos.
Si se actúa así permanentemente, se alcanza la excelencia profesional. El circuito de estas acciones alcanza fluidez, se vuelve un hábito y termina como un estado.
Por último, al optar por circuitos de acciones que en algún momento puedan generar nostalgia, se aumenta la calidad del desempeño hasta un nivel que le está reservado a muy pocos.
Porque aún entre los profesionales excelentes hay diferencias. Como bien lo dice Tim Grover, no es lo mismo ser un profesional grandioso que uno imparable. Aún en la galería de los laureados existen diferencias.
La “crème de la crème” del mundo profesional define sus actos cotidianos con el criterio de acordarse mucho tiempo de lo obrado. Es gente romántica. Valora, expresa y evoca sentimientos, sueños, afectos e ideales. No son personas frías, a diferencia de lo que piensan muchos. Sus actos se parecen más a una obra de arte que a un procedimiento quirúrgico.
¿Qué significa ser un profesional memorable? Pues justamente alguien que merece ser recordado. Ciertamente por lo que ES, pero en tanto ello esté definido por la CALIDAD en lo que HACE.
¿Y qué se puede decir de esos mismos profesionales que adicionalmente consideran la nostalgia como factor de sus experiencias? Pues bien, ellos ya forman parte del Olimpo en el universo de las personas que trabajan.
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