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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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La soledad del emprendedor. Una pequeña apología


Permítase esta pequeña pero necesaria apología en respeto al trabajo, la vida y la soledad del emprendedor. Es de justicia invertir un poco de tiempo en reconocer la labor de los emprendedores (llámeselos con propiedad empresarios).

(Extracto del libro del autor “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

El pragmatismo que exige el análisis permanente de la dinámica empresarial y del mundo de los negocios, impide muchas veces el indispensable entendimiento de ciertas relaciones causales.

Una de ellas es, por supuesto, la que determina la invaluable contribución del emprendedor en el ciclo económico y la vida de los mercados. Conocer y reconocer esto constituye estudio vital para el académico y el profesional entendido en las artes de gobierno.

El emprendedor es el hombre que identifica, concibe y desarrolla un negocio. A partir de este hecho de importancia incomparable en la dinámica económica, se forman las organizaciones empresariales.

Sin la participación en soledad del emprendedor, no es posible explicar la fenomenología empresarial. Pues el mismo término alude al “emprendimiento” efectuado por alguien, en algún momento.

El emprendedor es, por supuesto, un actor diferente al elenco que tiene a su cargo la gestión organizacional. El Empresario no necesariamente es un Gerente o Director. Pero es en todos los casos, aquel que ha hecho posible que estos otros existan y tengan sentido en la organización.

El negocio entendido en su acepción etimológica proviene del vocablo latín “negotium” que explica “cualquier actividad que genere utilidad, interés o provecho para quien la pone en práctica”. El negocio es una función, no es una estructura. Y por ello no puede entenderse como sinónimo de Empresa. El negocio, a partir de un proceso sano de evolución, provoca la existencia posterior de la Organización Empresarial.

Una Empresa no existe sin negocio. En tanto que éste último no necesariamente termina en aquella.

Pueden darse casos en los que un emprendedor sea, a la vez, un buen gerente en la organización empresarial. Pero en última instancia éste no es su papel trascendental. El Gerente es un profesional formado en las artes y la técnica del gobierno organizacional, el empresario en cambio, adolece muchas veces de formación específica. No es necesariamente un técnico y curiosamente tampoco un artista.

Las más bondadosas estimaciones estadísticas indican que allí donde se reúnen 100 personas comprometidas con el quehacer organizacional, probablemente existen 3 emprendedores. Y esta es, por supuesto, una proporción inferior a la que puede vincularse con técnicos, o incluso artistas.

El emprendedor es un individuo que vive en soledad la magia inescrutable de las intuiciones y finas percepciones. Navega en las aguas mansas pero celosas de ideas y sueños. Un mundo que invita a todos pero abre secretos a muy pocos.

Y aun cuando el arrojado desarrolle estas cualidades, deberá aumentar a ellas una: el coraje.

El vehículo que permite transitar este mundo misterioso se llama precisamente así: coraje. No existe un solo Emprendedor (de aquellos con E mayúscula), que no muestre coraje como distintivo de su tarea.

No es fácil ser empresario, aunque la afirmación incomode. Es mucho más sencillo ser un Gerente, Director, Gobernante, Empleado. Al fin y al cabo todos estos pueden refugiarse en la colectividad, en el equipo, en el esfuerzo compartido. El emprendedor trabaja muchas veces solo, responde a sí mismo, rinde cuentas a su motivación, salda deudas con sus sueños.

Cuando el empresario pierde, pierde de verdad. Nadie comparte el resultado. Este es determinante e inmisericorde. Huelgan explicaciones y justificativos.

Y cuando gana termina por alejarse del promedio que puebla el género humano. Por ello se hace sujeto a juicio especulativo. El que más y el que menos toma derecho para diagnosticar su éxito, y calificarlo.

Toda esto concluye por situar al emprendedor en agobiante soledad. En un circuito que discurre entre la responsabilidad por entender a todos y entereza para asumir que pocas veces será entendido. Responsabilidad por ser quien tiene la última palabra, la respuesta final. Valor para entender que sus preguntas no siempre serán respondidas.

Mientras ése promedio impersonal del género humano invierte la mayor cantidad del tiempo de su vida para obtener seguridad, el empresario apuesta, en soledad, por la libertad.

La seguridad es un fenómeno de grupo, producto de la “psicología de manada”. En cambio la libertad la conocen las águilas, y éstas pocas veces viajan acompañadas.

Para el emprendedor la soledad es desafiante compañera de la libertad. En realidad ése es muchas veces el costo que ésta tiene. Y ése costo no lo entiende cualquiera.

El hecho que los emprendedores no sólo entiendan la dimensión de éste costo sino que estén dispuestos a convivir con él,  permite que muchos otros se den el lujo de hablar y escribir sobre el mundo de los negocios y el devenir empresarial. Este es un atrevimiento que también necesita mucho coraje. Porque casi linda con la falta de respeto a quien, en todo caso, merece el reconocimiento principal.

No hay que olvidar que sin el emprendedor nunca nace el negocio, y sin éste tampoco se forma la organización.

Una sociedad que carece de organizaciones empresariales es una sociedad inserta en la pobreza y el atraso. Un mercado en el que no existan las suficientes organizaciones empresariales padece de falta de competitividad. Y sin la necesaria competitividad, una sociedad naufraga en el inmenso océano de la economía global.

Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora

Fuente: https://elstrategos.com/la-soledad-del-emprendedor/

El STRATEGOS: Profesional de la Estrategia


La búsqueda del STRATEGOS o el hombre que debe definirse como el Profesional de la Estrategia en la dinámica de los negocios contemporáneos, responde a una necesidad que pocas veces se reconoce: el entendimiento y la posibilidad de actuar con ventaja sobre la competencia.

(Extracto del Libro: “El STRATEGOS y 23 Principios Estratégicos para la lucha en el Mercado: Aclaraciones indispensables de los conceptos de Estrategia, Negocio y Competencia“).

La mayor parte de las organizaciones de negocios no han cambiado mucho el enfoque que imprimen a su propio gobierno. Sostienen un sistema que privilegia el tratamiento de variables y factores que se encuentran al interior de sus estructuras. Todavía no comprenden la necesidad vital de administrarse en función de los condicionamientos externos.

Las organizaciones de negocios están obligadas a trabajar en función del entorno por una razón sencilla: el fenómeno más importante relacionado a su pervivencia se encuentra allí: la competencia.

La competencia condiciona la existencia de las organizaciones de negocios y de aquí emerge la necesidad de un profesional de la Estrategia.

La competencia es un fenómeno de proporción no comparable a otros en el mundo de los negocios. De èl emerge la necesidad de considerar el concurso del Strategos, el profesional de la estrategia.

Ningún factor afecta los intereses del negocio de la forma que lo hace la competencia. Sólo ella tiene el propósito específico de generar perjuicio. Ninguna otra variable se sustenta en intenciones para afectar los intereses del negocio cómo lo hace un competidor.

El competidor tiene éxito en tanto sus intereses prevalecen sobre los opuestos. En ello invertirá todos los recursos disponibles, esfuerzo y  tiempo. Lo hará sistemáticamente, hasta conseguir sus objetivos.

El fenómeno competitivo no presenta opciones. Es camino de una sola vía. Aquella que conduce de los intereses de un competidor a los de otro. No otorga pausa, no se detiene. Su dinámica se nutre del movimiento y el caos que produce en los intereses opuestos.

El competidor es un adversario, si cabe el significado preciso de éste término: “persona contraria o enemiga”.

Las organizaciones de negocios no pueden tener una idea diferente de la competencia. Y tampoco actuar de manera inconsecuente con esta realidad. En ello no sólo se mimetizan riesgos, también se juega la existencia organizacional.

Los juicios inapelables del mercado están enfáticamente condicionados por los actos de la competencia, éste es un fenómeno que pone a prueba toda capacidad de resistencia, soporte y temple en la organización.

El sistema de libre mercado sustenta la existencia del fenómeno competitivo, justificando así la acción permanente de un Strategos, el profesional de la Estrategia.

A efectos de la dinámica de los negocios nada resulta más apropiado que la existencia del libre mercado. Sin éste los negocios pierden su medio de sustento natural. Solamente el mercado puede calificar un negocio, puesto que fuera de éste contexto se convierte en una propiedad del poder establecido, y con ello carece de cualquier dinámica.

Si bien el mercado califica el desenvolvimiento de los negocios, quien establece las pruebas, exigencias, obstáculos y dificultades, es la competencia. El libre mercado permite y fomenta la existencia de competencia como sustento y  seguridad de su propio estado.

El sistema de libre mercado entiende los efectos que la competencia le genera; los puede medir y evaluar con precisión. Por ello evoluciona como factor ordenador de las dinámicas económicas y sociales de forma permanente. No se detiene, y va más allá de consideraciones filosóficas que circunstancialmente lo ponen a prueba.

El problema para los negocios no se encuentra en el estado final que alcance el sistema. Radica en tener la capacidad de interactuar con el fenómeno de la competencia.

Los negocios entienden la naturaleza del mercado mucho mejor que la competencia que le da forma y sentido. Y comprenden mejor la competencia que la forma de actuar beneficiosamente ante ella.

Como sistema, el libre mercado tiene ventaja sobre el desarrollo de procedimientos competitivos en los negocios. Porque entre otras cosas se nutre de cada paso que ellos dan y plantea nuevas y complejas exigencias, en un circuito que no tiene fin para los negocios.

Los negocios precisan entender profundamente el fenómeno que la competencia representa y actuar ante ella con ventaja. Pero deben hacer ambas cosas al ritmo que exige el mercado, para conseguir al menos un equilibrio entre sus actos y los efectos que ellos tendrán como respuesta del sistema. Si esto no se alcanza, los negocios se encontrarán siempre en desventaja frente a la evolución del sistema que los califica. Y con ello sujetos a una costosa lógica reactiva.

Los negocios deben tratar de “dominar” la competencia y el sistema de libre mercado, antes que en efecto ellos terminen por dominarlos. Y esto sólo se consigue siendo activos y no reactivos ante ellos.

La mayoría de los negocios no han conseguido situarse en éste estado. Y los pocos que prevalecen (o al menos no sucumben), lo consiguen como efecto de la inercia. Ésa capacidad de “manejar con habilidad las cosas” a medida que se presentan, de “reaccionar” bien, o al menos mejor que otros, ante los planteamientos del sistema.

El motivo por el que las cosas son así es bastante sutil:

  • El libre mercado es un sistema, y la competencia un fenómeno amparado por el primero. En cambio los negocios no son necesariamente ni lo uno ni lo otro.
  • El libre mercado y la competencia no responden al dominio de ningún hombre o grupo de personas en particular. En esto se explican cómo fenómenos. En cambio los negocios son organizaciones de hombres.
  • El libre mercado y la competencia son atemporales, los negocios no.
  • El libre mercado y la competencia no se desenvuelven en límites físicos, los negocios sí.

Los negocios son, en resumen, cuestión de personas, el libre mercado y la competencia no.

Un juego de individuos ante sistemas. 

Las personas no pueden condicionar el sistema, deben adaptarse a él. Y por otra parte no pueden responder al sistema pretendiendo a su vez “construir” uno. Es indispensable que “personalicen” las respuestas.

Este es un juego de individuos ante sistemas. De allí la necesidad de contar con un Strategos, el profesional de la Estrategia.

El hecho que muchos negocios no alcancen éxito sostenido, se debe a uno de estos dos hechos:

1.  No se adaptan bien al sistema.

2.  Pretenden “construir” sistemas como respuesta al propio sistema.

El primer caso es, en teoría, más sencillo de resolver, porque se trata de una cuestión de “conocimiento”. El segundo es más complejo y nocivo en sus efectos finales.

Poco queda por decir sobre la necesidad que las organizaciones de negocios conozcan bien el sistema para adaptarse a él. Sin embargo el afán de “construir sistemas para responder al sistema” merece más atención. Porque involucra muchos actores, entre ellos esencialmente los hombres y pensadores del mundo de los negocios.

El problema es que los Sistemas de Pensamiento, en tanto que deben entenderse como conclusiones de personas que precisamente “piensan” como enfrentar los fenómenos, nunca alcanzan el ritmo y dinámica que tienen la competencia y el mercado.

Mientras un Sistema de Pensamiento se estructura, los fenómenos ya han evolucionado más allá de los márgenes contemplados por aquél. Y los negocios terminan por adoptar sistemas de pensamiento y acción que rara vez pueden “coincidir en el tiempo” y ajustarse a las demandas que exigen los fenómenos.

Esta no es la forma razonable de entender y encarar un sistema. Mucho menos uno como la competencia o el libre mercado.

La idea es formar profesionales en el entendimiento de los fenómenos y la capacidad de interactuar ventajosamente con ellos. No únicamente Sistemas de Pensamiento que sustenten técnicas en la mayor orfandad.

Dado que las organizaciones están formadas por individuos, éstos son los que en última instancia deben adaptarse a los sistemas y actuar con ventaja en ellos. Y si de formar sistemas se trata, entonces deben formarse Sistemas de Profesionales que puedan entender y actuar positivamente sobre los fenómenos.

La Estrategia como elemento de estudio y entendimiento de la competencia sostiene la formación del profesional.

A manera de instrumentalizar el entendimiento de la competencia y el entorno, desde fines de los años 70 (no antes), el mundo de los negocios recurre al concepto de Estrategia. Entiende que a partir de él enfoca la atención de la Organización hacia su entorno.

Sin embargo, el propio concepto de Estrategia es incluido en los Sistemas de Pensamiento que se nutren de la Administración tradicional para enfocarse “hacia fuera”.

Por esto mismo, NO EXISTE consenso sobre la interpretación precisa de lo que Estrategia es.

Las formas de entenderla son variadas. Y sólo comparten ése imperioso afán de actuar con ventaja sobre los fenómenos externos.

Si existe fundamento para remitirse a “expertos” en Estrategia, éste conduce a individuos con conocimiento de complejos sistemas y procesos de planificación. Allí ha concluido el aporte de la Estrategia, dado el origen y el móvil que tiene su utilización actual.

No existen ni los conocimientos necesarios ni los profesionales para el entendimiento y acción en fenómenos como la competencia. No los hay, al menos, con el enfoque de que éste constituye el camino adecuado para encarar los fenómenos.

Negocio y  Estrategia.

El negocio es el justificativo final de la existencia de la organización. La palabra negocio proviene del vocablo latín “negotium” que significa: “actividad que genera utilidad, interés o provecho para quien la pone en práctica”.

Bajo ésta premisa, todas las organizaciones (familias, empresas comerciales, iglesias, Estado, etc.), están sustentadas por un negocio. Dado que ninguna de ellas es ajena al sentido de utilidad interés o provecho en el ejercicio de sus actividades.

En las organizaciones no todas las actividades generan utilidad, interés o provecho con la misma efectividad. Sólo lo hacen las funciones de Producción y Ventas. Alrededor de éstas, todas las demás deben ser entendidas como apoyo, y justificar su existencia (y tamaño) como efecto de la necesidad de aquellas.

Las funciones de producción y ventas explican el negocio de toda organización. El resto de las tareas son una consecuencia de ellas.

Y dado que debe asumirse que las organizaciones no producen nada que entiendan que no puede venderse, entonces la función de ventas tiene preeminencia sobre la de producción, convirtiéndose en la función organizacional que por excelencia perfecciona el negocio.

Las ventas por ello mismo, se encuentran ubicadas en un sitial que no puede alcanzar otra tarea en la organización, incluida por supuesto la Mercadotecnia como conjunto de técnicas destinadas a soportar las tareas de ventas.

El afán de perfeccionar el negocio por medio de las ventas, coloca a las organizaciones en un conflicto provocado por la existencia de otras que buscan lo mismo y sostienen por ello intereses antagónicos. ¡Esto es la competencia! El factor motriz del conflicto que enfrenta a las organizaciones en el afán de perfeccionar su negocio.

Estrategia, por otra parte, es un concepto milenario desarrollado para dirimir el conflicto entre intereses opuestos. De allí que constituya elemento fundamental para perfeccionar el negocio.

La Estrategia es el vehículo de gobierno del negocio. Y dado que éste último se perfecciona por medio de las ventas, la Estrategia es primero, después y siempre, Estrategia de Ventas.

El término Estrategia no puede estar reservado para nada más.

En rigor metodológico no existe nada que pueda llamarse Estrategia de Mercadeo, Estrategia de Finanzas, Estrategia de Recursos Humanos, etc. El término está reservado en estado virginal, limpio y puro para las ventas.

Alrededor de la Estrategia de Ventas la Organización desarrolla todos sus propósitos, inquietudes, programas de acción e intereses. Solamente así se perfecciona el negocio y alcanza eficaz rendimiento competitivo.

La Estrategia tampoco puede entenderse como un Plan (ésta es otra “construcción” mal concebida). La Estrategia interactúa con el conflicto y éste sólo entiende de acción.

Una cosa es un Plan y otra Estrategia.

Ni a uno ni a otro le conviene o interesa tamaña confusión. Puede aceptarse que la Estrategia es una “forma de pensar” o “de hacer las cosas”, pero en todo caso es una forma de pensar sobre el conflicto y las opciones existentes para dirimirlo. En ése sentido trabaja siempre a favor de los intereses del negocio.

La Estrategia no se da libertades mayores incluso cuando se entiende como una “forma de pensar”. Porque hasta en ello se fundamenta en la existencia de premisas propias, en éste caso los Principios Estratégicos.

Los Principios Estratégicos resumen sabiduría milenaria de innumerables ocasiones y formas en las que el hombre ha interactuado con el conflicto.

Se hace Estrategia cuando se aplican Principios Estratégicos y estos se encuentran siempre orientados a la resolución del conflicto.

Estrategia es un término que etimológicamente proviene del vocablo griego “strategos”, que significa General. En origen la Estrategia no tiene significado diferente, mucho menos alguno que conduzca a la confusión que se tiene hoy.

El significado ni siquiera alude a un verbo, alude a un individuo. El General, el Comandante de las fuerzas militares llamadas a resolver un conflicto. Es cierto que el término emerge del verbo “stratego”: “acto de planificar la destrucción de los enemigos en razón del uso eficaz de los recursos”, pero concluye en remisión directa al individuo.

Estrategia significa entonces aquello que en esencia hace el General, el STRATEGOS. Una concepción personalizada.

Estrategia es la función del STRATEGOS, por ello éste es el profesional de la Estrategia.

Así, la definición se traslada del objeto al sujeto, al individuo.

Si Estrategia es todo aquello que hace el STRATEGOS para dirimir el conflicto a su favor, entonces el enfoque y el estudio, debe concentrarse en el hombre.

Si se define QUE hace el STRATEGOS y CÓMO aborda el conflicto, se termina por definir lo que Estrategia ES.

El STRATEGOS se convierte en el profesional de la Estrategia. En el entendido principal de la resolución del conflicto. El agente que conoce e interactúa con el factor motriz del conflicto: la competencia.

El STRATEGOS, como profesional de la Estrategia, constituye la respuesta que la organización tiene para interactuar ventajosamente con el sistema de libre mercado y su sostén fundamental: el fenómeno competitivo.

Para desarrollar su tarea, el profesional de la Estrategia precisa conocer con profundidad la Organización. De ella emergen los esfuerzos colectivos. Por medio de sus recursos se ejecuta la Estrategia y para su beneficio se persiguen los resultados. En el Ejército, ésa Organización de la que tanto aprende la ciencia administrativa, el STRATEGOS como profesional de la Estrategia,  tarda veinte años en dominar ésos conocimientos.

Para mayores detalles remitirse al Libro: “El STRATEGOS y 23 Principios Estratégicos para la lucha en el Mercado: Aclaraciones indispensables de los conceptos de Estrategia, Negocio y Competencia“.

Fuente: https://elstrategos.com/strategos-profesional-de-la-estrategia/

Crisis, todas ellas son SIEMPRE una oportunidad


Toda crisis es siempre una oportunidad, más allá que la afirmación parezca una consigna de trabajo o un llamado motivacional.

La historia de la humanidad es una bitácora de logros, descubrimientos y victorias engendradas en los momentos más difíciles. Un registro de hombres que destacan precisamente porque aceptan desafíos en las situaciones más complejas.

(Contextualizado del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Existen dos razones básicas por las que toda crisis es una oportunidad:

1.- La crisis reduce drásticamente el nivel de competencia.-

Bien se trate de un Negocio establecido, un emprendimiento o una idea que busca encontrar espacio en el mercado, las situaciones de crisis (económica, social o política), reducen el número de participantes en la lid. Son menos los agentes económicos que consideran dinamizar actividades o poner en práctica iniciativas importantes. El nivel de la actividad competitiva se reduce proporcionalmente a la gravedad que “proyecta” la crisis.

Un número más pequeño de agentes en el mercado es condición ideal para emprendimientos jóvenes, y situación inmejorable para nuevas ideas o proyectos.

Precisamente porque la crisis provoca que todos sean más conservadores, las iniciativas agresivas inteligentes tienen mayores probabilidades de éxito.

El hecho que todo se evalúe con cautela favorece a quién se anime a dar el paso. En “teoría” no existe mejor momento. Y aunque lo teórico esté siempre sujeto a la crítica impasible del pragmatismo, en éste caso se cumple aquello que “no existe nada más práctico que una buena teoría”.

La crisis no se encuentra compuesta sólo de hechos y situaciones, también de percepciones e interpretaciones.  Muchas veces las percepciones provocan un sentimiento con respecto a la crisis mayor al que se fundamenta en los hechos. Y las interpretaciones la contextualizan fuera de los márgenes que tienen sustento técnico.

El factor psicológico es trascendental en la percepción de la crisis. Y ello juega a favor de quien está buscando oportunidades.

El factor clave de éxito para obtener resultados favorables en épocas de crisis es la ADAPTACION.

Si los negocios, los proyectos, las ideas o personas no tienen capacidad de adaptarse a las circunstancias, se situarán de inmediato en el grupo de los que fracasen.

No se trata de adoptar posiciones o actitudes conservadoras. Se trata de adaptar todo a la situación existente.

La adaptación precisa imaginación, destreza creativa, y sobre todo flexibilidad mental. En tanto que la adopción de nuevas medidas es un proceso constructivo que puede tomar tiempo valioso y fracasar igualmente después de ponerse en práctica.

Las respuestas “técnicas” (permítase esta etiqueta para diferenciarlas de las psicológicas) a situaciones críticas, son producto de procesos mentales. Cuando se toma consciencia sobre la existencia de los ciclos que existen en las actividades de la vida, la mente alcanza flexibilidad funcional para adaptar cosas y comportamientos.

Los ciclos desfavorables no sólo son normales e ineludibles, son también necesarios para la evolución.

La mente emprendedora entiende que las naves no se mueven siempre con vientos favorables. Dado que si esto fuese así la existencia misma sería como un lago de aguas estancadas y sin vida. Entiende también que los momentos difíciles no son ni eternos ni inalterables. Para la mente emprendedora, dotada de flexibilidad, la “oscuridad” que presentan los ciclos de adversidad es solo  “ausencia temporal de luz”.

En la necesidad de adaptarse no juega ningún rol el optimismo. De la misma forma que no cumple papel en la seguridad que tiene una persona de que el sol nace al final de cada noche. Eso sucede sencillamente como efecto de la naturaleza de las cosas.

Los periodos de crisis son momentos que preceden o suceden a las condiciones favorables. Con el mismo determinismo que existe en la relación de la noche con el día.

No existe estado más triste en el alma que aquel que desea que las cosas siempre sean positivas. Puesto que ése deseo es una manifestación de ignorancia y fundamento para la debilidad de carácter.

La vida presenta ciclos buenos y malos por igual. Y en ello no puede concebirse la existencia de ninguna fatalidad.

En épocas de crisis sólo se necesita un poco de coraje y voluntad para destacar sobre el promedio de gente pusilánime que ve pasar la vida esperando siempre “el momento propicio”.

2.- La necesidad es la madre de la creatividad.-

Cuando el hombre enfrenta la adversidad es cuando recurre a lo mejor que hay en él. Entonces empieza a buscar las respuestas más allá de la superficie, de lo obvio y común. Allí emerge de él todo lo que siempre tuvo adentro, envuelto en las mantas cálidas de la rutina: el ingenio, la iniciativa, la creatividad. Todas armas poderosas para derrotar la contrariedad.

La disposición para mantenerse en “zonas de confort” es parte de la naturaleza humana y crea fundamentos sólidos cuando las cosas marchan con “viento favorable”. Las organizaciones se convierten en burocracias obesas acostumbradas a manejar posesiones inalterables y crecimientos invariables. Las expectativas de las personas se vuelven mezquinas y la visión pocas veces trasciende el perímetro perpetuo de la “seguridad”.

Si no hubiera situaciones de crisis tampoco existirían condiciones que garanticen la evolución y el desarrollo de las cosas.

Son los momentos difíciles los que clasifican a los hombres y les otorgan el valor que les corresponde. En ellos se mide a las personas con un solo rasero: el tamaño de los problemas que cada quien enfrenta y vence.

Es la necesidad la que engendra la creatividad y de ésa manera convierte la crisis en oportunidad invalorable. Porque establece un estado de “construcción cualitativa”. Por necesidad las personas y los negocios se transforman y se vuelven más competitivos. Por ello alcanzan un nivel de calidad en sus perfiles competitivos que pocas veces se consigue en la bonanza.

Merced a la necesidad se inventa y se descubre.

En la necesidad el hombre también concluye por apreciar y dar valor a todas las cosas que tiene. Entonces comprende que lo más importante que posee se encuentra “entre sus dos orejas”, y en la actitud apropiada para enfrentar el sino del destino.

La necesidad visita a todos con dos caricias simultáneas, una de humildad y otra de orgullo. Con la primera caricia se da cuenta el hombre de su tamaño relativo en el universo. Y con la segunda de la necesidad imperativa de reaccionar y no dejarse someter por la adversidad.

Esta preciosa mezcla de las sustancias que precisa la actitud humana en circunstancias difíciles, siempre encuentra la respuesta que busca.

Puede ser verdad que la crisis no resulte agradable para nadie. Pero no le disgusta por completo al hombre que le huye a la mediocridad y al promedio. Éste incluso la espera, como el agricultor que entiende que la tarea de la lluvia temprana solo se perfecciona con la postrera.

Es paradójico comprobar cómo muchas personas interpretan afirmaciones como éstas precisamente bajo el lente de lo “fácil y cómodo” que resulta hacerlas. “Decir las cosas” es fácil afirman, otra cosa es “vivirlas”.

Es cierto que la vida no es fácil, porque si lo fuera carecería de la dinámica elemental que justifica su existencia. Pero de allí a que no puedan plantearse las cosas lógicas tal como son, existe enorme distancia.

Si por efecto de un equivocado “entendimiento” o “respeto” hacia las situaciones difíciles que pasan las personas debiera evitarse afirmar que toda crisis ES una oportunidad, se estaría ocultando impúdicamente una verdad trascendental.

Por otra parte tampoco hay que olvidar la razón incuestionable de “los grandes números”. Pocas personas debieran en realidad entender a cabalidad lo que aquí se plantea, porque el resto forma parte del promedio que justifica la existencia de las excepciones.

Si todos los hombres fueran iguales no habría necesidad de razonar en nada. Existen personas (la mayoría) a quienes la crisis sacará del juego en beneficio de las pocas que sepan acomodar velas al viento.

Y hay también otro grupo que tiene latente el deseo y viva la actitud para no formar parte de ésa mayoría anónima. Y a ellos sólo es necesario recordarles cómo son en realidad las cosas.

Por último, un par de afirmaciones que no están demás:

A todos aquellos que en momentos de crisis levantan la queja sentida y demanda interminable para que otros resuelvan los problemas de los que nunca se sienten causa o parte, bien les resultaría no olvidar lo siguiente:

  • Las cosas SIEMPRE pueden ser peores.
  • Se sufre por no tener un par de zapatos hasta que se conoce a alguien que no tiene pies.

(Extracto del libro “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/toda-crisis-es-siempre-una-oportunidad/

La vida es una suma de pequeñas inversiones


La vida se encuentra formada por un conjunto innumerable de pequeñas cosas que explican la totalidad y lo grandioso. No existe nada en éste universo, por muy grande que sea, que no esté formado por pequeños elementos que le dan sentido y esencia.

(Texto contextualizado del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Los objetivos se alcanzan conquistando pequeñas metas. Las grandes estructuras se construyen agregando piezas. La sabiduría está compuesta por un conjunto vasto de conocimientos y experiencias. La sociedad está explicada por personas. La vida está hecha de momentos.

Por alguna causa inserta en la profundidad de su psiquis, el hombre orienta toda su capacidad a la consecución de lo grande, a la comprensión de la totalidad.

Ésta es la vara con la que mide sus resultados y satisfacción.

En los viajes que emprende por la vida importan el origen y el destino. El trayecto es sólo un requisito ineludible, lo importante es partir y lo beneficioso llegar. Viviendo así, su propia existencia podría explicarse mejor sólo por dos hechos: nacer y morir.

Y la existencia es, por supuesto, mucho más que eso, igual que el universo que la cobija. El hecho de ser y de vivir es la suma de innumerables y preciosos momentos. De pequeñas sensaciones, de fugaces acontecimientos.

La vida promedio está compuesta por dos billones y medio de latidos del corazón y cada uno de ellos es indispensable para alejar la muerte. El concepto de lo grande, la ilusión de lo majestuoso o imponente carecen de esencia propia. Son más bien el producto de la asociación de muchas partes pequeñas.

Lo grande, en sí mismo, no existe, sólo existe lo pequeño.

Minúsculas cosas otorgan vida a lo grande, sin embargo esto último no da vida a nada pequeño. Todo el universo está formado por cosas simples. Maravillosas pero minúsculas partículas que crean estructuras y fenómenos mayores.

El “camino de la construcción” de todas las cosas transita de lo pequeño a lo grande. Nunca tiene sentido inverso. Cualquier cosa que se desee construir debe partir por un detalle, por una cosa pequeña. Y en tanto a ella se le sumen otras, el cuerpo grandioso toma forma.

Por este camino transita la vida de las personas, de las organizaciones, las obras, el éxito (así como el fracaso), la felicidad, la amargura. Todo transita de lo pequeño a lo grande, de la parte al todo.

El hecho mismo de existir se explica por sus detalles, sus momentos. Por sus pequeños sentidos de existencia, con “e” minúscula.

Al final de la vida, cuando el hombre se siente incapaz de imaginar y desear un futuro remoto, entiende con claridad que toda su existencia está explicada y justificada tan sólo por “momentos”. Allí percibe ésa dramática realidad de haber vivido y disfrutado poco. Se da cuenta que la carrera en pos de lo grandioso ha consumido como fuego voraz el “tiempo pequeño”, el valioso detalle.

Un fraile anónimo de un monasterio de Nebraska decía cosas como éstas en su carta póstuma:

Si yo pudiera volver a vivir mi vida, trataría de cometer más errores la próxima vez…”

¿Perciben las personas el costo involucrado en el proceso de evitar el error? ¿Entienden que de tanto tiempo que invierten en evitarlo apenas disfrutan los aciertos? ¿Pueden imaginar cuantas oportunidades pierden en la vida tan sólo tratando de no errar? ¿Conciben el grado de libertad que resignan?

¡Se debe proscribir el miedo al error!, ¡eliminar éste prejuicio! Por medio del error se encuentra el camino al éxito. Quien más errores comete mejor domina la senda que transita. La equivocación es una señal de movimiento, de vida, lejana a la parálisis que provoca el miedo y orienta las almas mediocres.

Los errores son pequeñas inversiones que generan enormes beneficios. Sin ellos no se aprende, nunca se domina el conocimiento ni se forja el carácter.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida, me relajaría, procuraría ser más humano y más tonto de lo que he sido en esta vida…”

La tensión, ésa tormenta provocada por la ansiedad, mata los pequeños momentos. El hombre tenso se parece a un pedazo de tela que se estira con fuerza para ganar solidez, pero un golpe débil basta para rasgarla.

Curiosamente, en estado “relajado” y sereno se encuentra más solidez para enfrentar las adversidades. De esta forma se asimilan mejor los golpes, se los procesa y resuelve.

Pero estar “relajado” ante la adversidad puede parecer algo tonto en un mundo superficial que encuentra virtud en el “apronte” permanente, en el remedio inmediato.

¡Cuántos años perdidos solamente por no “parecer tonto”! Por cumplir con formatos y convenciones. Dar satisfacciones a parámetros ajenos. ¡Cuánta vida y cuánta energía consumida en evitar el ridículo! Para concluir no siendo ni lo uno ni lo otro.

Tan deformado está el sentido de “lo humano”, que entiende más el hombre sobre la importancia de cuidar una especie de ballenas en el océano, que la necesidad de ser “más humano” consigo mismo.

¡Todos deben permitirse ser un poco más tontos!, porque eso mismo los hará un poco más libres y felices. La vida pone un “corsé” diario a todo el mundo para “cuidar la sensatez”. Y la mayoría se deja llevar por esa “corriente de cordura”, olvidando que mejor se disfruta una piscina en traje de baño que con saco y corbata.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida son pocas las cosas que conozco que tomaría en serio…”

Es difícil entender la relatividad que las cosas tienen. En medio del afán cotidiano, cada instante de vida parece el minuto final de un juego en el que se empeña todo. Las cosas que en contexto no pudieran ser más absurdas cobran dimensiones superlativas. Y todo esto quita calidad a la vida y sus pequeños componentes.

Peter Drucker aconsejaba “tomar en serio el trabajo pero no tomarse muy en serio uno mismo”. Y en ello hay una reflexión fundamental: tomar las cosas con calma y no “encarnarlas”. Porque el día de mañana llega siempre con respuestas y aire fresco.

Nada es finalmente tan malo como parece y nadie es tan débil como calcula.

Cuando le preguntaron a un hombre de 100 años el secreto de su longevidad, contestó:

“Por lo posible hice todo, por lo imposible jamás perdí un segundo de mi tiempo”.

La mayoría de las cosas que el hombre “se toma muy en serio” en un día promedio carecen de significado trascendente y solo echan sombra sobre lo que importa de verdad.

Dicen que para los perros (ésas adorables criaturas), los hombres son “los únicos animales que ríen”. Y por tanto esfuerzo para ser “serios” concluirán por no tener “ni perro que les ladre”.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida tendría más dificultades reales y menos imaginarias…”

El hombre es también el único animal sobre este planeta que tiene el don de “imaginar” lo que será el futuro. Pero este regalo, que por una parte le sirve para ser agente activo en la definición de su porvenir, es también dolorosa vara cuando se asocia a lo que éste le puede deparar.

En lugar de dedicar el mayor tiempo posible a lo consciente, al “aquí y ahora”, invierte tiempo valioso y energía “no renovable” en “imaginar problemas”. Y esta disquisición lo atormenta.

La “futurología” es una de las cosas más estúpidas que el ser humano hace. Porque a partir de ella multiplica “de oficio” sus problemas. Suma a los reales aquellos “imaginarios”, y nutre una orgía incontrolable de pre-ocupaciones.

Aquí la aritmética básica tiene capacidad de proporcionar paz y sosiego:

Se debe RESTAR problemas imaginarios del conjunto y quedarse con el saldo (si es que existiese).

¿Por qué no canalizar la imaginación a resolver contratiempos reales y dejarle algo de oficio al propio destino? Es privilegio del hombre ocioso imaginar problemas y no empeñar trabajo en resolver los que tocan a la puerta.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida trataría de no vivir cada día con muchísimos años de adelanto…”

El carácter no siempre bien entendido de la vida ha obligado a desarrollar muchos patrones de comportamiento para abordar la incertidumbre.

Hay tres letras que describen perfectamente estos afanes, las letras P-R-E. Ellas explican el sentido del adjetivo PREVIO o del verbo PREVER. De ellas emergen conceptos como prevenir, preocuparse, predeterminado, precaver, presentir, premeditar, predisposición, preconcebir, etc.

Estas palabras se vuelven orientaciones de vida. Terminan “prevaleciendo” sobre otros conceptos y dejan al margen consideraciones de mayor valor.

La calidad de vida se encuentra más cerca de los hombres que se ocupan que de aquellos que se preocupan.

La determinación gana más en la vida que el acto de predeterminar.

Sentir es más importante que presentir.

Meditar mejor que premeditar.

La disposición supera a la predisposición, y el encanto de concebir no se asemeja al hecho de preconcebir.

Disfrutar del escaso tiempo de vida que se tiene amerita vivir “algo” más allá de los imperativos que plantea el adjetivo Previo.

O al menos no vivir en función de él. Tal vez esta última aclaración sea oportuna. Porque no faltan quienes encuentran en sugerencias de este tipo el pase directo a la vida disoluta. Lo que de hecho se encuentra tan lejos de una vida de calidad como aquella que condiciona el presente imaginando estados futuros.

Quienes se encuentran viviendo cada día con muchísimos años de adelanto, traten de dar una respuesta a las preguntas que Charles R. Swindoll plantea en su libro “Tres pasos para adelante, dos pasos para atrás”:

“¿Cuándo se sentó junto a la mesa después de cenar, por última vez, sólo para relajarse y divertirse un poco?

¿Cuándo fue por última vez a volar una cometa. Dio un largo paseo por la arboleda. Pedaleó una bicicleta en el parque local. Condujo el automóvil por debajo del límite de velocidad. O hizo algo con sus propias manos?

¿Cuándo se tomó tiempo para oír una hora de buena música. O caminó por la playa mientras se ponía el sol?

¿Cuándo se quitó por última vez el reloj del brazo toda una tarde de sábado. Llevó a un muchachito sobre los hombros. Leyó un capítulo de algún libro metido en la bañera llena de agua caliente. O disfrutó de la vida tan profundamente que no podía dejar de sonreír?”

No importa de quién se trate, qué tenga o cuánto. Si no puede responder afirmativamente estas preguntas (o al menos alguna de ellas), lo que merece es cambiar su forma de vida, ¡hoy mismo!

En tanto que se propende a pensar en el futuro y vivir cada día con muchos años de adelanto, bueno sería recordar la única cosa cierta que éste nos tiene deparado, aquella con lo que J.M. Keynes encaraba a los planificadores: “en el largo plazo todos estaremos muertos”.

Lo único con lo que el ser humano cuenta para encarar la interminable batalla contra sus debilidades es la razón. Y su hija inquieta: la reflexión. La naturaleza le ha dotado de esto con el propósito específico de equilibrar sus emociones e impulsos. La razón diferencia al hombre de los animales (aparte de la sonrisa).

Por ello la mejor forma de cambiar el rumbo de vida que lleva y acercarlo a niveles de calidad, radica en obedecer una consigna sencilla: ¡Deténgase y piense!

Si uno no se detiene, la reflexión queda invalidada por la exigencia de la rutina. Y si no se piensa se carece del dominio básico que todo ser humano debe tener sobre sí mismo.

Detenga un momento todo y piense en esto:

  • No viva una vida entera tratando de NO cometer errores.
  • Relájese. Trate de ser más humano consigo mismo. Menos infalible y un poco más tonto.
  • ¿Cuantas cosas que hoy forman parte de su vida merecen tomarse muy en serio? Redúzcalas lo más posible. Esto le permitirá enfocarse efectivamente en ellas.
  • Ocúpese de los problemas reales y no de aquellos que imagina que existen o pueden existir.
  • No viva cada día con muchos años de adelanto. El futuro lo acerca a la inevitable muerte. El presente es una representación de la vida.

(Extracto del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/la-vida-esta-compuesta-de-detalles/