Primero tuvimos la televisión con acceso de recepción vía
antena aérea, lo que consistía en un dispositivo colocado en los techos de las
viviendas o edificios, más tarde surgirían las que traían los mismos aparatos receptores
de televisión o las que se podían adquirir en las tiendas del ramo; en fin, lo que sí produjo esto fue
que las antenas descendieran de los tejados y permanecieran a nuestra
accesibilidad y calor de nuestros hogares; luego arribó la moda del uso de las
famosas y monstruosas en tamaño «antenas parabólicas» unos elementos que se
conectaban a los satélites y por medio de ellos podíamos disfrutar programas de
diferentes partes del mundo; pero sin doblaje alguno, debíamos disfrutarlos en
sus idiomas originales y, para quienes no tuviesen conocimiento o dominio de
los tales, les era asunto de adivinanza los conceptos que estaban viendo como
espectadores.
A este punto es bueno recordar el advenimiento de la
televisión por cable, así como, las versiones de recepción satelital directas y
más económicas que el hacerse de una antena parabólica; estás modalidades sí traían su programación
debidamente doblada al idioma del país en que se contratara el servicio, y algunos sistemas traían controles de operatividad tenían funciones que permitían el cambio de idiomas a conveniencia.
En todas las anteriores versiones de recepción y disfrute
de la televisión existía la limitante en las producciones cinematográficas, si usted
se encontraba viviendo en Europa, usted iba a recibir las obras de películas y
series pertenecientes a esa zona geográfica de influencia; por otro lado, si
usted vivía en América, recibía las producciones artísticas que eran mayoritariamente
producidas en esa región.
El caso es que, si usted quería disfrutar por ejemplo de películas
francesas, debía esperar que a alguien se le ocurriera crear un festival de cine francés, los cuales eran pautados por un tiempo limitado, en horario de trasnochos y los mismos eran considerados como una actividades dirigidas a un público intelectual y elitista. De esta misma
anterior forma se comportaba las actividades del séptimo arte ofrecidas en
Europa.
A finales de la década de los 2000, se popularizó la
oferta, contratación y uso de la televisión por medio de streaming, esto es,
utilizando la poderosa herramienta comunicacional que brinda el internet.
El servicio de televisión por medio de streaming, ha traído
consigo que podamos disfrutar de las distintas propuestas de países y culturas
que nos resultaban distantes. Así podemos ver desde la comodidad del sitio en donde
nos encontremos: casa, trabajo, oficina etc., películas, series, documentales,
programas interactivos, por decir lo menos, producidos muchos de ellos por las
mismas empresas de streaming en países como: Arabia, Polonia, Islandia,
Dinamarca, entre otros, que, de no ser por esta tecnología, no tendríamos acceso a
ellos.
Lo provechoso de esta realidad, es que se genera y
promueve el trabajo histriónico de individuos que de no ser de esta manera
permanecerían en el anonimato, y por otro lado, se activa la economía de esos países
al necesitarse y emplearse toda la parafernalia que rige la actividad del espectáculo
como: camarógrafos, dobladores de idiomas, técnicos electricistas,
especialistas en efectos especiales, diseñadores de vestuario, actores dobles
para escenas extremas, musicalizadores y en fin, todo un mundo laboral que es beneficioso
para el desarrollo y promoción cultural y económico de esos gentilicios y, en
donde los espectadores consumidores ganamos con el enriquecimiento que trae el
hacernos poseedores del conocimiento que estas producciones introducen en
nuestras vidas. Por todo lo anteriormente expuestos, debemos reconocer que hoy
en día, la televisión por streaming ha puesto el mundo del cine en nuestras
manos.
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