Escuchado en una
institución pública: un empleado de cuarto nivel educativo, a otro del mismo
grado académico.
—¡Qué va! Yo no le doy
carro a mi esposa, ni la enseño a manejarlo, porque, luego si uno está en un
bar, seguro se aparece a buscarlo a uno.
—Eso es verdad, hermano
—respondió el otro, con cara de sabio—. Totalmente de acuerdo contigo.
Pasado los años, uno de
estos señores, había tomado vacaciones, estableciendo su centro de disfrute de
las mismas, un bosque apartado de cualquier contacto humano.
Al tercer día de asueto,
al sujeto jefe de familia, se le adormeció con dolor incisivo el brazo
izquierdo, no hubo manera de comunicarse por teléfono móvil celular, debido a
que esa tecnología no había arribado a nuestras vidas.
Está por descontado
decirles que, la familia de este buen hombre: su esposa y sus dos hijos menores
de edad, tuvieron que presenciar la inexorable muerte de su ser querido.
Basta con pensar, qué
hubiera sido de esta historia si el hombre infartado, hubiese tenido la delicadeza
de tratar con respeto y como a un ser humano a su esposa, y le hubiese enseñado
sin mezquindades, ni absurdo machismo, a conducir el automóvil familiar. Existirían
en el mundo: una viuda y dos huérfanos menos.
Escuchado en una tasca:
dos señores de mediana edad, de buen gusto al vestir; a uno le llamaban «licenciado»
y al otro «doctor».
—Yo no permito que mi
mujer salga a la calle a trabajar. Yo soy el hombre; yo me basto para conseguir
los reales para la casa. «La mujer es de la casa el hombre de la calle» como
dice el refrán.
—Y no es nada,
compadre. Después le hembrean la mujer a uno. Comienzan siseándola y bueno…luego
la perdición.
No pasaron dos años
desde ese dialogo tan sórdido, cuando por los imponderables que arroja la vida,
el «doctor» sufrió un ACV (accidente cerebro vascular) que se había estado
gestando debido al estilo de consumo llevado por el susodicho, el cual estaba
aderezada con: Grasa, alcohol y cigarrillos; todo ello en exceso.
El «doctor»,
autosuficiente para proveer a su hogar, quedó con discapacidad tanto motora
como mental, por haber sufrido daño cerebral de considerable afectación a sus
capacidades intelectivas.
Adiós calidad de vida.
Los amigos de trago, no aparecieron nunca. La vida continuó. La mujer, sometida
a atender solamente el hogar, tuvo que aprender a empujones, a funcionar en el
mercado de trabajo. Pero con el detalle que le constituía un hándicap, el no
contar con experiencia laboral alguna para la edad que tenía.
Otro ejemplo del egoísmo
y limitante que aporta el machismo a la sociedad actual. Eso es todo.
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