Las personas que alcanzan las metas que se proponen no son necesariamente las que conquistan la aceptación de los demás, son aquellas que saben procesar adecuadamente el rechazo y forjan su carácter. La adversidad es la prueba que otorga certificado de calidad a los individuos.
Theodore Roosevelt decía:
“El muchacho que será un gran hombre no debe edificar una
mentalidad orientada a superar mil obstáculos, más bien una que le permita
vencer mil rechazos y derrotas”.
No es que la vida se encuentre llena de retos y desafíos,
en realidad, ella en sí es una historia de conquistas. Toda bendición y
beneficio le debe ser arrebatada. Nada, aparte del hecho mismo de existir,
llega como un regalo. Luego, ¿cómo puede explicarse que el éxito construya el
carácter? Es todo lo contrario: la victoria sobre el rechazo y la derrota
define la calidad de las personas.
Vencer obstáculos es una cosa, entender, procesar y
superar el rechazo o la derrota es otra completamente distinta. Porque en este
caso debe asumirse que el obstáculo no pudo ser superado y la victoria aguarda
en otra jornada.
La sabiduría consiste en entender y aceptar las cosas tal
como son, no necesariamente como se quisiera que sean. Y el coraje es el estado
que permite actuar apropiadamente en consideración de lo anterior. Cuando
sabiduría y coraje se juntan para procesar el rechazo y la derrota, se inicia
la conquista de lo que se pretende.
Es sencillo interactuar con la victoria, pero hace falta
sabiduría y coraje para aceptar la derrota y actuar de manera que el éxito se
alcance luego. Y si esto es así, queda claro que quienes triunfan son los seres
cuyas virtudes han sido refinadas en la adversidad.
El rechazo duele, por supuesto, pero es una invitación
que la vida tiende para el crecimiento. Una convocatoria a la evolución. Si la
historia de las personas fuese una suma de consentimientos, éste sería un mundo
de niños emocionales, incapaces de interactuar con la realidad. ¡Todo
crecimiento llega aparejado de dolor!, pero es necesario para que se adquieran las
facultades que la vida demanda.
Todos aquellos que pierden preciosa energía y tiempo
“rechazando el rechazo” y doliéndose de la derrota, no solo viven fuera de la
realidad, también se debilitan y concluyen siendo presas dóciles del devenir de
las cosas y de los demás.
Porque hay que ser honestos en este sentido. Por mucho
que se enarbolen banderas de la aspiración que hay por un mundo más inclusivo y
solidario, la vida misma se encarga de establecer cargos sobre el individuo
débil de carácter. Mucha promesa existe para el desafortunado en algún ámbito
en particular, pero ninguna para el incapaz de bregar con el rechazo y la
derrota.
Si no existiera el rechazo ¿qué valor tendría la
aceptación? Y si el triunfo fuera abundante, ¿cuál sería su precio? Es completamente
apropiado que lo bueno sea una excepción, y lo malo un peaje por pagarse para
llegar a la victoria.
¡Acepte cualquier tipo de rechazo con buen ánimo,
procéselo con ecuanimidad! No se trata de mala fortuna o alguna maldición. Es
solo la vida expresándose tal como es. Todos los seres humanos que pueblan el
planeta lo experimentan. La forma en que lo procesan es la que los califica y
distingue.
Si el rechazo o la derrota obedecen a errores o pecados
propios, pues bien, esto sirve para acumular experiencia y hacer un mejor
viaje. Y si obedecen al arbitrio de los demás, igualmente bien, porque ayudan a
identificar los senderos que deben y no deben tomarse.
El hombre sensato no es indiferente con ése aviso del
ordenador que le advierte que el archivo que va a borrar no podrá ser
recuperado. Es una alerta que toma en cuenta y agradece. Como alerta, es un
rechazo a sus disposiciones iniciales, pero la toma en cuenta con buen ánimo.
Es igual con otros rechazos y fracasos en la vida. Son alertas para evaluar el
curso que se está tomando.
Si corrige las cosas, el obstáculo será superado, si
reniega del rechazo o la derrota, el obstáculo habrá vencido.
La mente humana es compleja, pero totalmente justa. Sus
triquiñuelas ante el rechazo o el fracaso son tan dolorosas que pueden doblegar
al más pintado, pero son por otra parte manifestaciones que aspiran al
bien-estar. El estrés es una respuesta biológica ante las amenazas. Sin él no
hubiera sobrevivido la especie. Su gestión en estos tiempos en que ya no existe el tigre, es otra cosa.
Edificar un estado emocional y psicológico que otorgue
competencia para surcar las aguas turbulentas de la vida es una imperativa
necesidad para cada individuo, pero de aquí a desconocer la omnipresencia y
utilidad del rechazo y el fracaso es otra. Lo primero es inteligente, lo
segundo una temeraria ingenuidad.
En muchas y distintas formas, todos serán rechazados
múltiples veces, en realidad tantas como ambiciosa sea su caminata. Cuantas más
aspiraciones tengan, proporcionales serán las frustraciones y fracasos. Hay un
solo individuo que no sufrirá, aquél que no haga nada. Éste no perderá nunca,
pero es el único al que podrá calificarse como perdedor.
Bien lo decía Roosevelt, el gran hombre (que nada tiene
que ver con el género), debe poseer una mentalidad que le permita superar “mil”
rechazos y derrotas. En tanto más sean éstas, mayor será él. Luego, ¿qué
impide llegar a la grandeza?, simple: “el rechazo al rechazo”, el temor a la derrota.
El afán de querer que las cosas sean siempre como uno quiere, y la cobardía
para aceptar la realidad tal como es.
¿Huele esto a conformismo o resignación? ¡De ninguna
manera! Este es el aroma del espíritu competitivo y del individuo
sin “zonas erróneas” que siempre experimenta deleite con la realidad.
Fuente: https://elstrategos.com/
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