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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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La vida convoca luchadores o víctimas


 

Se puede tener, o no, un sentido positivo de la vida. Aceptar en menor o mayor medida que ella es una invitación al logro, la conquista y la felicidad. Se puede discutir sobre la sabiduría existente para entenderla, los criterios para interpretar qué es una vida de calidad o lo que debe ser “calidad de vida”. Se puede aceptar que de la vida sabe más quien se encuentra cerca de entregarla que aquel que da sus primeros pasos. Incluso se puede especular sobre la vida después de la muerte. Se puede hacer todo esto y más, ¡pero nunca se podrá afirmar que la vida es fácil!

A cada quien le llegarán los momentos difíciles, las malas noticias, las penas, los dolores. Nadie será ajeno a la enfermedad o la muerte, al desprecio, desamor y abandono. Se podrán superar las pruebas con buen ánimo y eventualmente se alcanzarán victorias. ¡Pero nadie podrá afirmar que el proceso es fácil!

Calificar la vida como “fácil” constituye un desconocimiento de su naturaleza y un acto arrogante.

Se puede argumentar que la vida es bella, o que el hecho de vivir es una bendición. Pero por ello no desaparece su dificultad, así como no deja de existir el sol porque se esté disfrutando de una noche fresca.

La vida es una lucha que empieza en la existencia temprana y acaba junto con ella. Poco tiempo tiene el hombre para mantenerse al margen de esta realidad, apenas los escasos años de la infancia y la inconsciencia. Luego es todo lucha, hasta el final.

Esta no es necesariamente una lucha por vivir, porque al final y al cabo se vive de todas formas. Es más bien una lucha por “vivir bien”, o “no vivir mal”.

Si no se pelea, la vida impone condiciones.

Al luchar el hombre trata de darle forma más benigna y beneficiosa a la realidad que enfrenta. Y  ¡de esto se trata todo! No hay un hombre, ni lo hubo, que consiguiera imponer todas sus condiciones a la vida. Se alcanza, como mucho, a darle forma favorable a las que ésta determina.

Por eso mismo el proceso de vivir es una lucha y no una conquista. Porque no existe el triunfo definitivo: una victoria solo conduce a la próxima contienda.

La vida convoca luchadores o víctimas, no existe otra categoría. Quien subestima sus rigores termina siendo víctima, quien sobrestima su capacidad concluye igual.

La vida solo respeta a quien lucha en todo momento, con el mayor esfuerzo y compromiso. Como quien no tiene puentes tendidos tras de sí.

La pelea permanente por “vivir bien” o “no vivir mal” es uno de los pocos factores comunes a esa porción del género humano que no se ha incluido entre las víctimas. Esa acción contenciosa otorga la primera y única profesión común: precisamente la de “luchador en la vida”. Todas las otras habilidades y conocimientos cumplen con sumarse a ésta.

Esa capacidad de luchar siempre, con destreza y sin desmayo diferencia unos hombres de otros. Aún entre el grupo de los que luchan.

Algunas personas hacen carne de la insoslayable necesidad de luchar siempre y se convierten en guerreros, luchadores profesionales. Otros simplemente luchan. A los guerreros, la vida no solo les depara más victorias, también mayores alegrías y reposo.

Solamente quien hace de la lucha su “profesión” esencial, puede encontrar alegrías en la refriega y reposo en la contienda.

Para el guerrero, que con el simple luchador mantiene la misma distancia que el cisne con el pato, la lucha es una condición natural, omnipresente. Y por lo tanto es también un elemento completamente neutro. Es ésa neutralidad  la que permite obtener sosiego, y paz.

En la lucha por “vivir bien” o “no vivir mal”, el guerrero con las mejores condiciones y disposición es quien consigue más victorias. Y ello define formas más benignas en las condiciones que impone la vida.

No tiene mejores posibilidades quien acumula más conocimientos y destrezas en el arte o en la ciencia. Quien las tiene es el guerrero que ha hecho de la lucha por la vida una profesión. No es el doctor o el ingeniero, no es el señor y tampoco el caballero.

La lucha por la vida no termina en la acumulación de bienes, la conquista del amor, la victoria sobre la enfermedad o en la falsa sensación de que alguna vez se alcanzan los sueños, la lucha solo termina con la vida del guerrero. Y es en plena conciencia de esto que el guerrero alcanza alegría y reposo.

Para el guerrero éxito se escribe siempre con “e minúscula”. No existe el éxito por denominación. Todo lo que se le puede arrancar a la vida es una victoria en la batalla que anticipa la próxima contienda.

Pero en ésa “e minúscula” es donde se encuentra el secreto de la alegría y el sosiego. En la posibilidad de entender la victoria y darle la relevancia que merece. Especialmente en el marco de una guerra que no ha concluido y nunca lo hará.

El guerrero entiende esto, el que tan solo lucha no, y a la víctima nada de esto le importa.

En la concepción y  formación del guerrero es un yerro fundamental afirmar que la vida es fácil. También asegurar que es un territorio de conquista. O tratar de calificar el éxito en el lenguaje permisivo de una poesía.

La vida no es nada de esto. La vida es apenas un grito que convoca al guerrero.

Fuente: https://elstrategos.com/entender-que-la-vida-no-es-facil/

 

El temor en el hombre y consejos para encararlo


 

Los problemas generan temor, y esto afecta el equilibrio racional necesario para resolverlos.

Los temores son sensaciones de inquietud que conducen a eludir o evitar algo por considerarlo peligroso o perjudicial. Se sienten, aún antes que lleguen a entenderse; están profundamente anclados en la estructura emocional. Son frecuentes, numerosos, diversos, casi omnipresentes.

A diferencia del  miedo, el pánico o el terror, los temores atacan con menos intensidad, pero tienen la efectividad del aguijón que desgasta cualquier fortaleza. Son inquilinos permanentes del Ser y sobretodo del Hacer del hombre. Casi siempre el miedo y el pánico tienen alguna justificación racional, los temores no.

Sin embargo, es otra característica la que lo convierte en un enemigo muy peligroso: el temor anticipa y condiciona el futuro.

Existe el miedo al futuro, por supuesto, pero ésta no es una cualidad intrínseca del miedo, es solo una de sus formas. En tanto que en el caso del temor es una distinción. Las personas sienten temor especialmente por lo que les puede pasar en el futuro inmediato.

El temor anticipa el problema y sus efectos.

En teoría, las personas activan los temores con el afán de preparar respuestas a posibles acontecimientos, pero en los hechos solo debilitan sus mecanismos de “defensa”. Los temores se convierten en profecías que se cumplen a sí mismas. Y esto no sucede por fatalidad, se produce por una causalidad lógica: el temor afecta la capacidad para ponderar hechos y ser coherente en la evaluación del conflicto y sus soluciones.

La única manera de enfrentar y resolver problemas es desde el ámbito racional. Ninguno se resuelve desde la trinchera emocional.

Cuando la razón flaquea, igualmente lo hace la capacidad de proporcionar respuestas a un problema.

Esta fragilidad conduce justamente al resultado que el propio temor se encarga de anticipar. Ése es el drama: los temores terminan por convertirse en realidad.

El miedo, el terror y todas sus variantes, constituyen una reacción a determinadas circunstancias, los temores no. Aquellos son habitualmente intensos y pasajeros, los temores no. El miedo muchas veces condiciona la naturaleza de las respuestas y las fortalece, recurriendo a reservas de energía creadora. Pero los temores no, éstos solo intranquilizan, no tienen y no producen, ningún tipo de fuerza positiva.

Los temores fagocitan cada partícula de energía.

El hombre tiene pocos enemigos más poderosos. Y con ninguno se comporta con tanta indiferencia y desinterés.

Las personas cohabitan con el temor. Al punto que su calidad de vida se mide en términos de los que hayan podido superar. Su libertad es una consecuencia de la victoria que, eventualmente, alcanzan sobre ellos.

La historia de un hombre puede ser entendida por medio de la historia de sus temores.

Combatirlos es difícil: anidan en la mente; tienen origen y desarrollo allí. Y solo accediendo a la dimensión mental pueden ser abordados.

El estímulo externo es marginal. Pueden existir, evidentemente, hechos que razonablemente activen temores. Pero son más numerosos los que emergen “desde adentro”, como producto de procesos mentales aislados de los hechos.

Un temor se diferencia de una “posibilidad” porque esta última responde a una evaluación lógica, en tanto que el primero es una condición emocional. La “posibilidad” de que suceda algo puede considerarse para tomar decisiones, pero cuando esta “posibilidad” activa un temor, ha dejado de convertirse en una “posibilidad” para constituirse en una entidad con dinámica propia. Si el temor se activa, la “posibilidad” como tal desaparece.

Ahora bien, ¿qué causa este proceso mental que convierte el análisis de una “posibilidad” en un temor?

Simple: la inseguridad y la inherente debilidad de carácter. Las personas inseguras son víctimas habituales del temor. Y la inseguridad es síntoma de debilidad de carácter. Para evitar que los temores tomen control  del estado emocional, la persona debe tener seguridad y confianza en sí misma. Y no es que esto evite la aparición de temores, pero permite controlarlos.

Para la persona segura de sí misma (de lo que es y hace), los temores son como una bandada de murciélagos en una caverna oscura. Producen ruido, aprehensión e incomodidad, pero lo más probable es que no causen daño.

Los problemas son como una caverna oscura: desagradables e intimidantes. Pero transitar de la aprehensión al temor, es lo mismo que deducir que los “murciélagos harán efectivamente daño”.

La persona segura de sí misma transita sus cavernas con incomodidad, recelo y disgusto, pero interpreta la presencia de los murciélagos como parte del entorno. Así, los temores pueden tener un medio natural entre los problemas, pero no se convierten en un perjuicio.

No es cuestión de ignorarlos, de la misma forma que no se puede hacer abstracción de los murciélagos en la caverna, se trata que no tomen control y condicionen la experiencia.

Las únicas personas que no tienen problemas están muertas.

El tránsito por la “oscuridad” es inevitable. De allí la necesidad de aprender a situar todo “murciélago” en su contexto.

Por otra parte, es obvio que la vida no es una suma interminable de problemas, y por lo tanto nadie está condenado a vivir en una caverna. La claridad que existe fuera (la inexistencia de problemas), anula la presencia de “murciélagos”. Alcanzar esta claridad es el objetivo. Pero el hombre inseguro siempre alberga dudas, y ello lo retiene en la oscuridad.

Ahora bien, la claridad o inexistencia de problemas se encuentra en una ruta llena de cavernas, es cierto. La claridad es parte de la ruta tanto como la oscuridad. Solo hay dos elementos variables en ésta dinámica: la longitud de la ruta y la forma en que se la transita. La longitud está definida por el objetivo del viajero y su plan de viaje. Las personas conciben y programan su vida de manera diferente. Quienes se plantean metas ambiciosas, transitan rutas más largas y pueden llegar más lejos. Las que definen un curso más conservador, transitan (y consiguen) menos.

Los que establecen objetivos mayores encuentran más cavernas, ¡pero también más claridad! Ellos no inician viaje pensando en oscuridad, aman la claridad, el triunfo, la victoria. Están conscientes de los problemas que encontrarán, pero emprenden viaje seguros de lo que quieren y pueden hacer. Los otros emprenden viajes cortos y quedan en el camino. También aman la claridad, pero éste amor es superado por el temor a la oscuridad.

Y cuando el amor a la vida es superado por el temor, aquel no es genuino, y no hay razones que sustenten el deseo de viajar.

El amor justifica y sostiene el viaje por la vida. Pero la racionalidad permite superar los obstáculos que se presentan en cada caverna. Algunos no tienen ni lo uno ni lo otro.

Los problemas importan, los temores no. Todos los problemas tienen solución, pero los temores son carga muerta. Cada problema trae consigo un mundo de oportunidades, el temor solo sufrimiento, frustración y derrota.

Los problemas son, muchas veces, efecto de errores o productos del azar. Los temores son siempre vástagos del equívoco.

Todo temor conduce a un error,  a una equivocación, a un  paso en falso. Los problemas obligan a las personas a encontrarse con lo mejor que tienen: convicciones profundas, fe, reservas de energía y creatividad. Los temores succionan todo lo positivo.

Los problemas colocan al hombre en un estado de tensión dinámica. La misma que un tigre tiene el momento de atacar a su presa. Los temores en cambio, lo dejan en estado de laxitud. Esta es la triste comparación que existe entre un tigre y una babosa. Y mientras la naturaleza no permite que el tigre que se comporte como una babosa sobreviva, sí accede a que el hombre lo haga.

En la vida es indispensable tener la capacidad de sentir pena por uno mismo. Esto es lo único que en última instancia puede despertar el amor propio y activar las defensas naturales que se tienen para transitar las pruebas y superar el temor.

En la faceta de “construcción de temores” la mente es frágil y traiciona. En tanto se presume que es arma poderosa, con el temor rara vez puede vencer. No depende de ella evitar que el “tigre se convierta en una babosa”. Es necesario algo de mayor poder.

Hace más de dos mil años, Jesús de Nazareth dejó establecida la Regla de Oro: demandó que “amaramos a nuestros semejantes como a nosotros mismos”. Así estableció la fórmula para el desarrollo integral. El amor propio es fundamento del bienestar, pues evita que la criatura más poderosa del planeta se convierta en caricatura de sí mismo.

Activa la pena y provoca un cambio de condición. Despierta la racionalidad cuando es necesaria para superar un problema. Impide que el temor dictamine el Ser y el Hacer. El amor propio, por último, es el que evita que un tigre termine siendo una babosa.

El amor propio es condicionante para el amor por la vida, permite que el viaje tenga más luz que oscuridad,  beneplácitos que problemas, más éxitos que fracasos, menos “cavernas y murciélagos”.

En verdad, nada sabe del amor quien no se ama a sí mismo. Y éste es probablemente, el único temor que es válido sostener.

Fuente: https://elstrategos.com/el-temor-en-el-hombre/

 

¡Cometa errores por favor! Deje atrás sus prejuicios


 

El miedo a cometer errores es un poco el miedo a la vida misma.

Como no se puede conocer el futuro, nadie está seguro de las consecuencias que pueden tener acciones o decisiones que se tomen en el presente. La vida no es solo un devenir, es principalmente un por-venir, y esto es lo que más temor provoca.

En la mentalidad humana las cosas más importantes son las que sucederán mañana, no las que sucedieron ayer. Con referencia a éstas últimas se alcanza consuelo, sin embargo con lo primero existe una sensación intensa de responsabilidad.

Curiosamente, el condicionamiento de lo que sucederá adelante se gesta en decisiones y acciones presentes. La inacción deja los hechos por venir a merced del azar y las circunstancias. Esto es lo que debiera provocar temor, sin embago usualmente pasa lo contrario: el miedo se centra en actuar y equivocarse hoy.

Tomar decisiones es la única forma de no ser víctima de las circunstancias y trascender, con un mínimo de control, los minúsculos portales de espacio-tiempo que presenta la vida.

Actuar es un imperativo humano y tomar decisiones una consecuencia natural. Por ello la posibilidad de cometer errores es un hecho. Nadie está exento de esto.

Los errores califican la acción, a ello le deben su virtuosismo, ni más ni menos. Son una bienaventuranza porque acompañan la dinámica que explica el desarrollo de la vida.

Donde hay una historia de evolución y progreso hay una historia de errores. Donde existe una historia grandiosa, hay un registro de errores grandiosos. La evolución humana concluye por ser una historia de cuantiosos errores y unos tantos aciertos.

Evitar la comisión de errores tiene dos consecuencias grandes. Por una parte la inacción que deja todo a merced de las circunstancias y por otra el riesgo de no conseguir un acierto.

En la falta de acción existe estancamiento e involución, y sin aciertos no existe progreso.

La extendida cultura de aversión al riesgo es precisamente una extensión del atávico temor que se tiene de cometer errores. Desde tierna edad se enseña a las personas a “cometer la menor cantidad de errores posibles”. A “pensar media docena de veces” antes de decir o hacer algo.

Se mistifican los aciertos al costo de cometer los menores errores posibles. Por lo tanto son pocos los errores y escasos los aciertos.

Los niños son el grupo ideal para aplicar correctivos ante el error. Los adolescentes son quienes “mayor riesgo corren de cometer errores”. Los jóvenes (menos mal) “están aprendiendo a cometer menos errores”. Y a los adultos les está permitido cometerlos en tanto “no los repitan”.

Culturas que reprenden el error y mistifican el acierto.

¿Se pueden tener muchos aciertos al mismo tiempo que se minimizan los errores?

¡Pensar de esta forma es un error! Aplicar criterios de eficiencia en esta dinámica, es una receta que conduce al atraso y postergación. La dinámica del crecimiento necesita los errores para que se produzca el aprendizaje, y de allí el progreso.

Por otra parte, es grave lo que esta forma de pensar provoca en la ética del trabajo.

Queda sobreentendido que mejor trabaja quien menos errores comete. En ello se fundamenta el análisis de la productividad y se asientan los sistemas de control. Ése es el concepto rector sobre el que “deben” edificarse las carreras profesionales y las historias de éxito.

Pero en tanto se asocie el “buen trabajo” a la menor comisión de errores, toma vigor la lógica de sustituir al hombre por la máquina, y eliminar así toda ética laboral.

Estas líneas son, efectivamente, una apología a la comisión de errores. Sin embargo no pueden asociarse a la justificación de “lo malo”. Entender la virtud de cometer errores no conduce a la aceptación de aquello que no está bien. El producto final del proceso de cometer errores concluye siendo el acierto. El error es un medio, no un fin.

La virtud del error es que precisamente crea el vehículo por medio del cual se llega al acierto: el aprendizaje.

Se aprende mucho más de un error que de cien aciertos.

Testimonio mayor de esto lo puede dar la meticulosa industria de la aviación. Dado que capitaliza precisamente esta lógica para alcanzar un estado que cada vez se supera a sí mismo.

El aprendizaje conduce al conocimiento, y forma ese reservorio precioso de capacidad que es la experiencia. La suma de conocimiento y experiencia garantiza desarrollo y competitividad. Esta última es justamente el producto más preciado del aprendizaje que emerge de los errores. Porque más competitivo es quien mejor se ha desenvuelto en ésa lid.

Las empresas tienen un desafío grande para revertir ésta cultura de mistificación del acierto.

Esperar que lo hagan las familias u otras organizaciones involucradas en la formación de las personas es difícil. Las condiciones jerárquicas que dominan el desenvolvimiento institucional, sumadas a la necesidad que tienen de ser eficientes y competitivs, las convierte en vehículo idóneo para promover una cultura que incentive la acción, las decisiones y dinámica de modelación del futuro.

Y no es que en ello tengan una responsabilidad social. Porque finalmente no la tienen más allá de lo que determine el interés del negocio. Más bien que en ello existe una oportunidad de destacar en el medio.

Frente a una cultura que mistifica el acierto y castiga el error, la empresa que promueva la comisión natural de errores alcanzará, por fuerza, mayores aciertos. Y esto es finalmente lo que distingue al negocio.

¡Cometa errores por favor! Esta es la medida de las acciones y decisiones. Del interés por aprender y acumular experiencia.

Es la forma de responsabilizarse por el futuro y no ser sólo un accidente del azar o las circunstancias. Es también prueba de que se está trabajando en algo que no podrá ser reemplazado por una máquina.

Y a no perder de vista que si se está trabajando en un ambiente que mistifica el acierto y castiga el error, posiblemente se esté en el lugar equivocado.

¡Debe olvidarse el miedo de cometer errores! ¡Dejar el prejuicio atrás!

En los errores se explica la búsqueda del éxito. Cometiéndolos se vive más porque se llega más lejos.

Y en el escritorio o la oficina, allá donde se pase más tiempo, coloque sin ninguna discreción un cartel que diga: “…disculpe, en este lugar se cometen muchos errores porque estamos obsesionados por alcanzar el éxito”.

Fuente: https://elstrategos.com/cometa-errores-por-favor/


Recursos Humanos y Estrategia: ¡Mire hacia abajo!


 

En la gestión de Recursos Humanos, la Estrategia se fundamenta en criterios objetivos y prácticos, no recurre a nada sofisticado para abordar el tema. Por el contrario, recomienda algo muy simple:

La gestión eficaz de Recursos Humanos consiste en identificar individuos idóneos para lo que se precisa hacer.

Jack Welch, ése fabuloso STRATEGOS norteamericano plantea un imperativo para el mejor ejercicio estratégico en esto, dice: “contar con la persona adecuada en el puesto adecuado antecede el planteamiento y ejecución de cualquier estrategia”. 

Y si él lo dice es porque lo sabe bien. Welch no es un representante del “cosmos teórico” que tantas veces opina desde la comodidad reflexiva. Es uno de los más talentosos STRATEGOS que el mundo de los negocios ha conocido. Desde el puesto de comando de General Electric, Welch dejó lecciones invalorables en la lógica estratégica.

Quienes exploran con ansiedad y gozo en las aguas profundas de la Estrategia, propenden a creer que en ella se inician y terminan muchas explicaciones. Quieren pensar que sus alcances son ilimitados. Y esto no es verdad. La Estrategia es tan vulnerable como cualquier cosa que emerge del discernimiento humano.

No sirve ninguna Estrategia sin certeza previa de la CALIDAD de los Recursos Humanos y la DISPOSICIÓN que se efectúe de los mismos.

A esto se refiere Welch cuando demanda “el hombre apropiado en el puesto apropiado”.

Ahora bien, es importante entender los dos elementos de este binomio. El individuo adecuado, por un lado, y la asignación del puesto correcto, por el otro.

El binomio permite suponer que una Organización cuenta con el individuo apropiado pero esto no le es de provecho porque no se le asigna el puesto adecuado. Y por otra parte, que se tengan los puestos apropiados (es decir una buena estructura organizacional), pero no se encuentren individuos idóneos.

¡Difícil tarea en la gestión de Recursos Humanos!, y por ello mismo factor clave para la construcción de ventajas competitivas.

Existen muchas formas de resolver el dilema, pero la Estrategia plantea algo simple: ¡mire hacia abajo! 

La Estrategia es un sistema de gobierno que alimenta sus procesos de discernimiento y decisión “de abajo hacia arriba”.

No se gesta en la comodidad de la reflexión o del plan. Es una tarea de campo, y su dínamo esencial es la acción.

No hay forma más inteligente de lidiar con el conflicto (determinado esencialmente por la competencia), que la Estrategia. Y esta alcanza perfección en la realidad que plantea el “campo de batalla”. Para la Estrategia todo circula de “abajo hacia arriba”. Desde los puestos de trabajo más cercanos al competidor y al cliente, a las oficinas de la Alta Gerencia.

En ésta lógica, la Táctica determina la Estrategia porque se encuentra más cerca del punto de contacto. Y cada Táctica concluye por ser la Estrategia del nivel inmediatamente inferior. El centro de gravedad se encuentra en la base.

Peter Drucker recomendaba como política para la gestión de Recursos Humanos, (un poco en serio y un poco en broma), que un miembro de la Alta Gerencia reemplazara a un vendedor cuando éste tomaba vacaciones. Decía que con este sencillo acto podía optimizarse el perfil competitivo de la Organización. Y esto por una razón sencilla: las mejores respuestas siempre están “allá abajo”, cerca de la acción y la realidad del Mercado. Allá donde termina el plan y toda reflexión se transforma en un acto.

La “salud” de una Organización de negocios se mide “de abajo hacia arriba”.

Su capacidad competitiva se fundamenta en el hecho de hacer bien las cosas desde los puestos operativos y en dirección a la cúspide de la Organización. La solidez de una pirámide no se halla en su ápice superior, se encuentra en la base.

Dicen bien que la cabeza poco puede hacer sin miembros que cumplan lo que dispone, pero poco ha hecho si los miembros son incapaces de cumplir lo dispuesto. La acción virtuosa demanda un cuerpo.

En materia de Recursos Humanos (el Recurso Estratégico más importante en la Organización), la respuesta se encuentra ¡mirando hacia abajo!

La premisa de Welch para que exista “el hombre adecuado en el puesto adecuado” pasa por evaluar la estructura de “abajo hacia arriba”. ¿Dónde se encuentra la persona idónea para cubrir un puesto superior?: abajo, en el puesto inmediatamente inferior.

Si esto no es así, sucede una de dos cosas:

1.- La Organización no cuenta con la calidad de Recursos Humanos que debiera.

2.- La estructura organizacional es inadecuada.

O visto de otra manera, no existen hombres adecuados ni puestos adecuados.

En función de las exigencias que plantea la dinámica competitiva, NO EXISTE justificativo para que la Organización no pueda recurrir al “hombre de abajo” y cubrir así puestos superiores.

Los Principios Estratégicos demandan que la preparación y capacidad de personas que interactúan con el conflicto, permita alternabilidad o sustitución en cualquier momento, y a todo nivel de la estructura.

Cuando la Organización no puede recurrir al “hombre de abajo”, o bien ha fallado al optar por ése hombre o ha establecido “distancias muy amplias” entre los diferentes puestos de trabajo. En ambos casos existe debilidad competitiva.

Para la Estrategia, los conceptos de “holismo” y “sinergia” son indispensables en la disposición de la estructura organizacional y los Recursos Humanos.

Los puestos de trabajo y los hombres en la Organización conforman un todo aglutinante. Una sola “masa”. No funciona el criterio de “columnas vertebrales”, pilares o ejes. En organizaciones sujetas a grados altos de competencia, la solidez de la estructura debe ser uniforme en toda la masa.

No existen “los hombres importantes” o imprescindibles. Todos son importantes, imprescindibles y deben marcar diferencias. El todo debe ser mayor a la suma de las partes.

El STRATEGOS es un animal de equipo. Y esto no es una cualidad, es algo que responde a la dinámica del conflicto.

¡Mire hacia abajo!, allá está la solución del problema. Por otra parte, si llega a la conclusión que no es posible encontrar las soluciones abajo, el problema es usted mismo.

En la lógica de gestión de Recursos Humanos, bien resume ése viejo adagio:

“Si el mensajero no hace bien su trabajo, despidan al gerente”.

Fuente: https://elstrategos.com/recursos-humanos-y-estrategia/

 

Protocolo social. Fiestas y eventos sociales. Tipos de fiestas. Reglas de comportamiento para participar en una fiesta


Las reuniones formales o informales con amigos y familiares se organizan cada vez con mayor frecuencia en casa. Es una forma de ahorrar dinero y de disfrutar de la compañía de amigos y familiares en la intimidad

Redacción Protocolo y Etiqueta 

Organizar una fiesta en casa: encontrarse con amigos, familiares...

Reunirse con amigos y familiares en una casa

Una excelente manera de divertirse con amigos y familiares es organizar una fiesta en casa. No tiene por qué haber una razón o motivo, aunque casi siempre sea por alguna razón especial el celebrar algo en casa. Para organizar una buena fiesta en casa, hay que controlar bien, desde el espacio disponible hasta el presupuesto con el que contamos para aprovisionar bien la fiesta.

Una fiesta en casa no implica poner la casa patas arriba. Se puede organizar algo más tranquilo como, una simple cena con amigos. Una celebración para disfrutar de una buena comida y una agradable conversación en un ambiente relajado. Una celebración en casa nos permite evitar la multitud de un lugar público, y tener la música, la bebida y la comida que más nos guste.

Las celebraciones con amigos y familiares no siempre tienen que organizarse fuera de casa. Las razones económicas, la comodidad o cualquier otra razón puede llevarnos a organizar un estupendo encuentro en nuestra casa. Es cierto, que este tipo de encuentros se suelen hacer cuando es un grupo reducido de personas -salvo que tengamos una gran mansión y mucho dinero-.

Organizar una fiesta en casa, cualquiera que sea el motivo, es un pequeño reto a nuestras dotes como "anfitriones". Aunque en los países más mediterráneos y latinos -en estos países se prefiere salir más fuera de casa- no es una costumbre tan extendida como en otros países de Europa, las fiestas en casa van ganando terreno poco a poco.

Cualquier motivo es bueno para organizar una reunión de amigos:un ascenso, un cumpleaños, un premio recibido, la retransmisión de un evento deportivo, etcétera. Además de este tipo de fiestas 'improvisadas', tenemos las fiestas marcadas por nuestro calendario y nuestras creencias: Navidadesdía del Padre o de la MadreHalloween , etcétera.

Las fiestas y las reuniones de amigos son actos sociales

Aunque se pueden considerar similares en cuanto a organización y desarrollo, las fiestas en casa y las reuniones de amigos son actos sociales. Hemos querido hacer una pequeña diferencia entre la 'fiesta' propiamente dicha -día en que se celebra alguna solemnidad civil, religiosa o nacional-, de las reuniones o encuentros sociales espontáneos no marcados en el calendario, sino 'marcados' por otro motivo particular, como por ejemplo, simplemente para charlar con los amigos.

Como hemos comentado anteriormente, son celebraciones en las que se reúnen un grupo de amigos y familiares para celebrar algo -un ascenso, un premio...- o simplemente se organizan para verse y charlar de las cosas cotidianas.

La organización de una fiesta o reunión de amigos, dependerá en gran medida del lugar donde se celebre, la época del año, la hora, el motivo y otros factores. Todo ello influye en el resto de "componentes" de la fiesta: el tipo vestuario, la comida a servir, la bebida a ofrecer, los elementos decorativos, etcétera.

Sugerencias para hacer una buena fiesta o encuentro

Independientemente del tipo de reunión que organicemos, hay unos conceptos básicos válidos para todas las fiestas o reuniones que organicemos.

Calcular correctamente el número de invitados. Es fundamental para establecer una provisión correcta de bebidas, canapés, cubiertos, cristalería... El espacio del que disponemos es un factor importante para evitar 'aglomeraciones' e incomodidades a los invitados.

Informar si el encuentro va a ser formal para informar a los invitados del vestuario requerido, y que no haya sorpresas o 'looks' fuera de lugar. Aunque siendo una celebración en casa, aunque el vestuario sea un poco extravagante, lo van a ver muy pocas personas.

Las fiestas son la base esencial de las relaciones sociales. Procuremos que ninguno de nuestros invitados se sienta desplazado o no participe en ninguna conversación o actividad.

Tipos de reuniones y fiestas 'señaladas'

Aunque hacer una clasificación completa, sería casi imposible por la gran variedad de reuniones que se pueden organizar -desde invitar a tomar a los amigos una copa hasta una fiesta mucho más formal con nuestros jefes-, vamos a dar una relación de las más comunes:

1. Cumpleaños.

2. Aniversarios.

3. Día del Padre/Madre.

4. Navidades.

5. Otras reuniones sociales.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/celebraciones/fiestas-y-eventos-sociales-tipos-de-fiestas-reglas-de-comportamiento.html