Hay que decirlo con firmeza: vincular la lógica de las
“vacaciones” con el carácter de la vida no es un simple
enunciado, es una gran verdad.
Es un triste despropósito asociar el tiempo de
“vacaciones” a regocijo y el “otro tiempo” a obligación y pesar. En el peor de
los casos si lo primero es correcto, lo segundo es un error. Y en
interpretación rigurosa, ambos son criterios equivocados.
La vida es una sola, y de muy corta duración. Asumir,
por tanto, una breve existencia de regocijo y largo tiempo de pesar, es
absurdo. Y la clave para entender esto pasa justamente por el equívoco de
“asumir” el hecho.
¿Que provoca que la gente asuma la existencia de una
dualidad entre trabajo y vacación? ¿Y por qué asocia lo primero a obligación y
lo segundo a bienestar?
Ninguna de estas presunciones refleja la verdad.
Está tan mal planteada la ética del trabajo que éste
siempre se relaciona con esfuerzo, sacrificio y pesar. Por eso cuando hay una
pausa (aunque sea breve), emerge un regocijo natural.
Pero, ¿dónde está escrito que el trabajo deba ser un
sacrificio que cause pesar?
El trabajo puede proporcionar, perfectamente, alegría
y gozo, dado que es un sacrificio positivo y un sano esfuerzo. Es en esencia un
acto liberador consustanciado con la naturaleza humana y su necesidad de
aportar y realizarse.
Y dado que esto es así, por supuesto que no hay tal
cosa como “vacaciones” para la naturaleza humana. Es absurdo. Porque si se
aceptara esta dualidad, entonces sería entendible que los seres humanos busquen
un estado de vacaciones perpetuas y erradiquen el trabajo definitivamente.
Pero esto no es posible.
Sí podría anularse el criterio de las “vacaciones”,
pero nunca el del trabajo. El primero es solo un concepto “contestatario”, en
tanto lo segundo forma parte de la esencia biológica y social del ser humano.
Las personas que sobrevaloran las vacaciones y
rechazan (aunque sea inconscientemente), las realidades de su trabajo, tienen
un serio problema: no son libres, y por lo tanto tampoco dueños de su vida o su
destino.
Responden a valores que les han hecho ver (desde muy
temprano), que la responsabilidad está vinculada al sacrificio negativo, es
decir, a la necesidad de sustituir lo gratificante por algo que no lo es.
Si alguien dice que se siente feliz con su trabajo y
no extraña vacación alguna, será incomprendido o considerado un petulante.
Porque en esa ética equivocada del trabajo,
responsable es quién labura hasta quedar exhausto, al punto de caer desplomado
sobre la cama como parte de un merecido descanso. Finalmente, el mismo
convencionalismo dice: ¿qué sentido tiene “descansar” si uno no se ha agotado
antes en justa lid?
¡Conceptos absurdos!
En esa lógica, “estar ocupado” es una medalla de
honor, y quitarle horas a la noche y a seres queridos, un sacrificio que debe
entenderse.
Ahora bien, dado que la naturaleza humana es inmutable
y todo lo anterior una falacia, llega un momento en que la psique y el cuerpo
demandan a gritos “vacaciones”. Luego se programa esa pausa, solo para
garantizar efectividad cuando se reanuda el ciclo.
Y cada vez resulta más difícil resignar vacaciones
para retomar el trabajo.
De esa forma pasa buena parte de la vida. Posiblemente
hasta que llega el descanso
obligatorio o la “vacación final”, porque ¿puede entenderse
de otra forma eso que los convencionalismos llaman “jubilación”?
Ninguna de estas creencias es correcta o necesaria,
por muy convincente que parezca.
Mejor lo hace el poeta al afirmar que la vida se trata
de un “programa de vacaciones” o el novelista que grita: “hablan de la dignidad
del trabajo. ¡Bah! La dignidad está en
el ocio”.
Hay que modificar criterios.
Es importante entender la respuesta que cada individuo
debe plantear a este drama.
Y la solución radica, sencillamente, en el ejercicio
del valor humano fundamental: la libertad.
Porque cualquier hecho o evento que afecta la básica
libertad de vivir como uno quiere, genera las distorsiones descritas. En tanto
dependiente o condicionado, el ser humano no tiene la capacidad de ser
básicamente feliz y alcanzar su potencial.
Esta libertad irrestricta no está reñida con el
respeto al otro o al interés común. Básicamente porque quién entiende la
libertad, la hace extensiva a todos.
Si el trabajo no es una manifestación de la libertad
de cada quién para aportar y realizarse como quiere, entonces es pesada
obligación y un sacrificio negativo. De ese tipo de laboriosidad sólo puede
esperarse mediocridad, más temprano que tarde.
Afirmar que la solución al drama de una vida sin
vacaciones radica en arrogarse la libertad de vivir como uno quiere,
frunce muchos entrecejos. Es entendible. ¿Qué tanto pueden saber de esto
personas que durante generaciones han sido formadas entre ceñidos
convencionalismos sociales?
Si el niño dice temprano que quiere ser bombero,
genera una sonrisa, y si lo dice un poco más tarde provoca sincera
preocupación. Si manifiesta su intención de ser peluquero genera pesar, al menos
de inicio. Todos estos hechos coartan sutilmente la libertad, y es precisamente
en esa sutileza donde radica el mayor peligro.
El empleo, como una forma de trabajo (no la única ni
la mejor), se idealiza desde temprano, al son del enaltecimiento de abogados,
doctores, ingenieros y licenciados. Poca resonancia merecen las intenciones de
trabajar por cuenta propia o emprender. Esta es otra forma de conculcar la
libertad de elegir cómo vivir, aportar y realizarse.
Quien no es libre ¡no controla su vida!, y si no la
controla danza al son de la música ajena, aspirando siempre unas “merecidas
vacaciones” y suspirando cuando terminan. Si no se puede construir el sueño
propio, entonces se ayuda a construir el sueño de otro.
De esta forma la ética vigente del trabajo esculpe
mentes, conductas y destinos.
El mejor remedio para el drama es renovar votos.
Reconocer el valor de origen.
Ésa es la palabra: reconocer.
Porque, ¡es falso que una persona carezca de valor por
no plegarse a las creencias y convencionalismos imperantes! Porque es
absolutamente cierto que se puede tener una vida plena y satisfactoria como
bombero, peluquero, ingeniero, violinista o lo que se quiera ser y hacer. La
vida es un amplio y fértil jardín donde pueden florecer todos.
Y la libertad de ser y hacer está siempre sustentada
en el amor, porque difícilmente se opta por lo que molesta o lastima. La
excelencia, por otra parte, es una consecuencia
del amor, y así se perfecciona el circuito.
Un mundo de personas excelentes en lo que son y hacen
no es uno en el que se viva hoy, pero es uno perfectamente posible.
Todos pueden vivir en vacaciones permanentes.
¡Absolutamente! Pueden disfrutar el ejercicio del trabajo igual que un paseo a
orillas del mar. Tienen toda la capacidad de afirmar lo que Gene Simmons: “nunca he tenido el deseo de tomar una vacación, mi
trabajo y el placer son para mí una sola cosa”.
¿Qué hace falta para esto? Ejercitar la libertad de
trabajar en lo que se desea y como se desea. Confiando plenamente en la
capacidad de alcanzar el éxito haciendo lo que se ama.
Hay muchos por allí que no creen en esto para nada.
Exigen que se “tengan los pies en la tierra” y se asuma la intrínseca
dificultad de la vida.
Ellos olvidan que al ser la mediocridad el camino de
menor resistencia, es también el más competitivo.
Ignore los cantos de sirena, no se encadene nunca a
una vida en la que se “anhelan” vacaciones y se suspira con pesar la víspera de
cada lunes. No crea que por “tener los pies en la tierra” está obligado a tener
la cabeza a la altura de los pies. Sea y haga lo que quiere ser y hacer.
¿Que la vida es difícil? ¡Quién sabe! La relatividad
es una fuerza que gobierna el Universo.
Una cosa es, sin embargo, absolutamente cierta: esta
es SU vida. Y nadie puede darle más valor a ella que usted mismo.