La administración de energía es
un estado cualitativamente superior al que establece la administración del
tiempo.
En una vieja película sin color se ve un hombre
desesperado tratando de salir de un banco de arena movediza. Mientras más
pelea, más se hunde, hasta que las fuerzas lo abandonan y se ahoga. Aparece
alguien que con mucha calma le dice a la niña que lo acompaña: “cuando se cae
en esos pozos de arena, no tiene sentido pelear para salir, todos los esfuerzos
solo consiguen hundirte más. Se debe mantener la calma, respirar sin prisa y
hacer movimientos lentos hasta que llegue ayuda. En estos casos los brazos y
las piernas no sirven, solo la mente ayuda a salir”.
La desesperación es
mala compañía. Porque en tanto permite que dosis importantes de
energía se concentren en ciertas tareas, también desgasta rápidamente a las
personas. Anula el raciocinio y la capacidad de apreciar las cosas en su
verdadera dimensión. Los actos desesperados tienen resultados desafortunados.
Uno de los efectos más nocivos que provocan es el
desgaste acelerado de energía.
Las personas
necesitan energía para pensar y actuar. Cuando ésta se reduce también
disminuye la capacidad mental y física, al tiempo que se alteran los estados
emocionales.
Por esto es necesaria la administración de energía.
El ser humano no es una suma de elementos mecánicos, y
la restitución básica de energía no es un asunto físico. Hay condiciones
biológicas que impiden la fácil restitución de fuerza y sentido para actuar.
La desesperación es un estado avanzado de inquietud e
incertidumbre, por ello explica bien el uso de energía vital. Sin embargo no es
el único caso. En el resto de los actos de la vida la administración de energía
es también un factor central.
La vida en sí misma debe entenderse como una compleja
estructura de energía, y la muerte física como una ausencia de ella (o al menos
una profunda transformación).
La existencia reclama administración de energía ante
las eventualidades que se presenten. Solo ello garantiza hacer el viaje por la
vida lo más largo y placentero posible.
Los seres humanos no tienen capacidad ilimitada de uso
de energía. Su maravilloso mecanismo biológico necesita recargas continuas y
delicadas, tanto para el orden físico como para los procesos mentales y
emocionales.
La calidad de vida es una función del equilibrio que
se consiga alcanzar en la administración de energía vital. Y ésta tiene dos
dimensiones: nutrición y aplicación. Es tan importante determinar cómo
nutrir la energía como la forma de aplicarla para actuar en la vida.
De la fuente donde se nutre la
energía vital de las personas.-
Es sensato afirmar que la nutrición tiene mayor
importancia que la forma en que se aplica la energía. El razonamiento está
vinculado a un hecho elemental: el tiempo.
Dicen que el tiempo finalmente cura y resuelve todo, y
esto es verdad. Ante la prueba del tiempo todo termina por ser circunstancial e
irrelevante. A la larga, cualquier problema, crisis o situación difícil,
desaparece. Bien bajo el manto anestésico del olvido, el efecto de alguna
prevención o el remedio.
En tanto la administración de energía esté alineada con
el tiempo, las circunstancias adversas desaparecerán, más tarde o más temprano.
Si las fuentes que nutren energía tienen buen caudal, pueden sobrellevar el
desgaste y alcanzar ésa línea de tiempo que trae las soluciones.
¿Cuál es la fuente de poder a la que está vinculada la
nutrición de la energía vital de las personas?
A inicios del siglo XX las primeras naves submarinas
inventadas por el hombre tenían una capacidad reducida para mantenerse
sumergidas bajo el agua. Dependían de baterías eléctricas que poseían corto
tiempo de uso. Las naves estaban obligadas a emerger a la superficie para
recargar sus baterías, y allí podían ser observadas por el enemigo. El
potencial de estas máquinas se veía reducido por la pobreza de sus fuentes de
energía.
A medida que mejoró la tecnología, también lo hizo
ésta capacidad, hasta el punto que a finales de siglo el submarino se volvió el
arma más letal que se hubiera inventado. Puede permanecer bajo el agua largos
periodos de tiempo, limitado solo por la necesidad de reabastecerse de
alimentos. Sus motores, propulsados por energía nuclear, sustituyeron las
precarias baterías eléctricas.
El hombre se parece mucho a esas naves submarinas.
Cuando navega en superficie y en condiciones apropiadas alcanza buena velocidad
y se dirige sin problema a sus objetivos. Pero cuando se presentan
inconvenientes está obligado a “sumergirse” y encarar la batalla desde las
“profundidades”. Acá cobran importancia las fuentes que nutren su
energía, y la forma en que se aplica hasta que se pueda “emerger”.
Las fuentes de energía están definidas
fundamentalmente por los sistemas de creencias.
De allí emerge la fuerza que direcciona los actos en
la vida. En tanto más sólidas y profundas estas creencias, más poder generan.
Hay, en un extremo, personas que no creen ni en sí
mismas, y en otro los que han elaborado estructuras sólidas de creencias.
Luego, es fácil deducir las diferencias de un caso y otro, los logros de
personas que poco o nada creen y los que se fundamentan en convicciones
sólidas.
Los sistemas de creencias no tienen en este caso un
sentido moral.
Esto último califica las creencias en tanto el “fruto”
o “producto” que proviene de la acción, pero a título de “fuerza o poder” es un
elemento neutro. La administración de energía está relacionada primero con la
densidad de la estructura de creencias y luego con el carácter moral que éstas
tengan.
Es cierto que todo sistema de creencias interactúa con
un sistema paralelo de valores, pero el impulso primario de la
energía está definido por el creer.
Si acudimos nuevamente al ejemplo de las naves
submarinas y sus fuentes de energía, nada diferencia a una sumergida con la
intención de destruir una ciudad de otra idéntica con intenciones distintas.
Ambas tienen el mismo poder.
En el tema de administración de energía, el CREER va
delante del QUÉ CREO.
Luego se evaluarán los resultados que pueden existir
por efecto del “qué creo”. Por ahora es suficiente establecer la diferencia en
el poder de estructuras densas y estructuras ligeras de creencias.
En sus sistemas de creencias las personas establecen
posibilidades, capacidades, alcances, potencialidades, etc. Todos estos
factores están clasificados de acuerdo a lo que se cree, y existen diferencias
entre ellos. Algunas personas creen posible lo que otras no. Unas creen en su
capacidad y otras no lo hacen.
Y como la administración de energía está asociada al
“poder”, las estructuras de creencias de factor positivo alcanzan mayor
dinámica. No tendrá el mismo valor “energético” una estructura de creencias
basada en imposibilidades que la opuesta. O una que se fundamenta en la
convicción de la capacidad propia y otra en la duda.
La energía positiva emerge de las creencias positivas.
La energía negativa (que en ése sentido está lejos del concepto de poder) tiene
raíces en las creencias negativas.
Creer en el “SI se puede” o en el “YO sí puedo” es parámetro de medida de todo
caudal de energía personal.
Si la vertiente de las creencias es profunda, el
volumen de energía permite alcanzar metas distantes y superar obstáculos
grandes.
Los factores del entorno y los aspectos
circunstanciales cuentan menos que el sistema de creencias cuando se trata de
evaluar desempeños: logros y fracasos. Son mayores los casos de personas que
han alcanzado objetivos o superado tropiezos a pesar de las adversidades del
entorno, que aquellas que fracasan a pesar de tener todo a su favor.
Si esto no fuese así no existirían las conquistas
sobre las que reposa la civilización. Si las naves del progreso solo hubieran
podido movilizarse con vientos favorables, el mundo estaría como hace 1500
años.
El hombre tuvo la energía necesaria para mejorar su
calidad de vida porque creyó en su capacidad y posibilidades.
CREER es poder simplemente porque CREER genera
energía. Y la energía lo activa todo. Mientras más sólidas y profundas las
creencias, más poder.
En la práctica, la duda es el factor más nocivo para
el flujo de energía.
La duda corroe el sistema desde la cúspide (allí donde
se genera la acción) hasta la base (donde se encuentra el sistema de
creencias). El proceso que genera la duda se inicia en la acción y puede llegar
hasta los fundamentos.
La duda es un acto natural y puede ser provechosa si
se utiliza como elemento regulador y de retroalimentación para la acción. Así
incluso refuerza el sistema de creencias, evita errores y desgaste innecesario
de energía. Sin embargo son más frecuentes los casos en que la duda provoca
parálisis. Cuando no se resuelve somete a juicio la creencia y genera un flujo
debilitante de energía negativa.
Lo único que no debe hacerse con la duda es dejarla
sin resolución: se corrige la acción, se toma otra o se anula el acto.
Ahora bien, cuando la duda se repite con frecuencia
debería conducir a una sana revisión de las creencias. Esta es una forma
inteligente de administrar la energía.
Ningún sistema de creencias debe estar escrito en
piedra. Su solidez y alcance debe ser consecuencia de haber podido trascender
dudas y cuestionamientos. Lo contrario es fanatismo, y no sirve para la
administración de energía.
En este punto es importante la relación que los
sistemas de creencias tienen con el valor moral de las ideas y los conceptos
sobre los que están construidos. Si estos valores están alineados con el
entendimiento universal de lo correcto, lo permisible y el derecho general,
tienen una carga positiva que se refuerza y potencia en la acción y ante la
propia duda.
El carácter del hombre como una entidad eminentemente
social lo “obliga” con los demás. Por ello los sistemas de creencias no pueden
fundamentarse en sí mismos y volverse impermeables a las influencias de su
entorno.
En esto juega, y mucho, la administración de energía.
Todas las personas tienen sus propios sistemas de
creencias y se desenvuelven en sus circuitos de energía. Cuando hay
interacción, se producen intercambios que pueden terminar por enriquecer las
energías propias o empobrecerlas.
Un sistema de creencias que colisiona con otros pierde
rápidamente energía y se debilita. Por otra parte, cuando la interacción es
favorable, la energía propia se potencia con la de los demás. De aquí la
evaluación de energías positivas y negativas, y su vinculación al virtuosismo
de los sistemas de creencias.
La energía positiva se impone sobre la negativa solo
en función del virtuosismo de su sistema de creencias. Es decir, el
entendimiento “universal” de lo correcto, lo permisible y el derecho de los
demás. Esto quiere decir que acciones que se fundamenten en creencias perversas
no tienen probabilidades importantes de prevalecer.
Diferente es el caso de los sistemas positivos de
creencias que tienen que desenvolverse “contra corriente”.
La historia humana es rica en experiencias de personas
que creyeron en algo que nadie más compartía e hicieron prevalecer su visión a
pesar de toda la energía contraria. Esto es prueba del virtuosismo de los
sistemas de creencias. Por otra parte, bien hace quien protege y conserva las
energías propias evitando el contacto o la interacción con fuentes de energía
negativa.
De la forma en la que debe aplicarse
la energía para su buena administración.-
La aplicación de energía tiene un contenido más
práctico que la relacionada a la nutrición, pero no por ello de menos
importancia.
El más sólido de los sistemas de creencias puede
colapsar ante el desgaste incontrolado de energía.
El ser humano es un mecanismo biológico delicado.
Carece de la capacidad de llevar adelante acciones por tiempo indeterminado.
Precisa manejar el tiempo a su favor y necesita reposo. Ambas cosas están
sujetas a su raciocinio, elemento rector de la aplicación de energía.
Si las fuentes de nutrición de energía, o los sistemas
de creencias, se inscriben en las profundidades del alma, la aplicación es un
desafío para el intelecto.
La energía debe dosificarse siempre en su aplicación.
Más allá que esté siendo usada de manera eficiente. El uso de energía
focalizada o dispersa precisa racionamiento. Y la forma más sencilla de
conseguir esto es por medio de la pausa.
La pausa es un corte temporal en los circuitos de
aplicación de energía. Un corte que despeja el sistema y evita su saturación.
La pausa permite recargar energía y ayuda en la
evaluación y corrección de la acción donde está aplicada. La pausa es una
suspensión transitoria de la acción. Permite que la aplicación de energía sea
uniforme, sostenida y más eficaz.
Las personas que no dosifican bien sus energías no son
eficaces para alcanzar sus objetivos. Tienen “destellos” y luego reducen
impulso y ritmo. Esto conduce a pausas forzadas, ésas que se producen porque
“salta un fusible” para conservar la salud del sistema.
Cuando se activa la pausa se consigue que todo el
sistema ingrese en mantenimiento.
Esto es algo que la mayor parte de la gente toma a
menos, a pesar que es una lógica que se aplica hasta en la más elemental de las
máquinas. La dosificación de energía sirve para que todos los elementos
relacionados con el desenvolvimiento corporal, mental y emocional mantengan
salud y rendimiento equilibrado en el tiempo.
La forma de la pausa depende de cada persona.
Algunas simplemente detienen todas las funciones de
alerta. Otras evitan niveles importantes de concentración o cambian sus focos
de atención.
Lo recomendable es ahorrar cualquier gasto innecesario
de energía, sea ésta física, mental o emocional. Poner en práctica una pausa total
en la aplicación de energía es mejor que redireccionarla. No debe confundirse
el relajamiento o la distensión con la pausa. Y tampoco debe entenderse que el
consumo o aplicación de energía esté relacionada solamente al trabajo. De todo
esto se trata la administración de energía.
Las actividades físicas, mentales y emocionales que no
corresponden con las labores profesionales también consumen energía y requieren
importantes niveles de concentración y esfuerzo.
La aplicación de energía está distribuida en labores
profesionales y otras: atención a la familia, al círculo social, actividad
deportiva, pasatiempos, etc. Si bien este “mix” contribuye al equilibrio,
igualmente consume energía. Por ello la pausa podría aplicarse mejor tomando
una siesta que utilizando el tiempo para hacer deporte o atender a la familia.
No es que exista uso “sano” de energía o uso “insano”.
Existe simplemente uso y desgaste: físico, mental y emocional.
La pausa rinde mejor con actividades que no demandan
gran fuerza motriz. Caminar en la naturaleza, escuchar música, cantar,
respirar, reír. Abrazar a alguien, meditar, orar, estar cerca de animales,
tomar un baño caliente, rodearse de cosas hermosas, leer, etc.
Muchas de estas “actividades” también se enlazan con
la estructura de creencias y contribuyen al circuito desde la base. Aunque poco
valoradas, son actividades esenciales para el mantenimiento de la salud del
sistema.
La cultura popular dicta que de cierto número de días
de trabajo “alguno debe dedicarse al descanso”, o a la seductora idea de no
hacer nada. Pero esta no es la versión virtuosa de la pausa. Es sólo un eslabón
“de menor carga” en el circuito de aplicación de energía. Y no contribuye igual
al mantenimiento del sistema.
La pausa debe ser ejercitada continuamente a lo largo
de todo el proceso de aplicación de energía. En todo el ciclo, y no solo
después de cierto tiempo “formal” de desgaste.
La pausa no es un referente de día Domingo. Es algo a
incluirse en los siete días de la semana, en las entrañas del ciclo rutinario.
Probablemente la forma más apropiada para entender no
sólo la necesidad de la pausa sino también el momento en que debe aplicarse
pueda hacerse con algunas preguntas sencillas:
¿Cuál es el mejor momento para abrazar a alguien o
cuantas veces hay que hacerlo? ¿Cuándo corresponde escuchar música o reír?
¿Cuál es el mejor momento para internarse en la naturaleza o rodearse de cosas
bellas? ¿Y cuál es el momento oportuno para respirar profundamente y “flotar”?
Si para estas cosas no existen límites de tiempo o espacio, tampoco para la
pausa.
Este breve discernimiento sobre la administración de
energía termina en los márgenes que contienen las cosas más básicas y
sencillas:
- Por una
parte, no hay fuente de energía más poderosa que una densa estructura de
creencias. Y éstas no le están privadas a nadie, cualquiera que sea su
condición económica o social.
- Por
otra parte, el uso eficiente de energía está calificado por la pausa. La
misma que puede explicarse en el imperativo de no olvidar la importancia
de un abrazo, una sonrisa, un paseo en el campo o una canción. Todo esto también se encuentra
al alcance de cualquiera.