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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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La vida es una suma de pequeñas inversiones


La vida se encuentra formada por un conjunto innumerable de pequeñas cosas que explican la totalidad y lo grandioso. No existe nada en éste universo, por muy grande que sea, que no esté formado por pequeños elementos que le dan sentido y esencia.

(Texto contextualizado del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Los objetivos se alcanzan conquistando pequeñas metas. Las grandes estructuras se construyen agregando piezas. La sabiduría está compuesta por un conjunto vasto de conocimientos y experiencias. La sociedad está explicada por personas. La vida está hecha de momentos.

Por alguna causa inserta en la profundidad de su psiquis, el hombre orienta toda su capacidad a la consecución de lo grande, a la comprensión de la totalidad.

Ésta es la vara con la que mide sus resultados y satisfacción.

En los viajes que emprende por la vida importan el origen y el destino. El trayecto es sólo un requisito ineludible, lo importante es partir y lo beneficioso llegar. Viviendo así, su propia existencia podría explicarse mejor sólo por dos hechos: nacer y morir.

Y la existencia es, por supuesto, mucho más que eso, igual que el universo que la cobija. El hecho de ser y de vivir es la suma de innumerables y preciosos momentos. De pequeñas sensaciones, de fugaces acontecimientos.

La vida promedio está compuesta por dos billones y medio de latidos del corazón y cada uno de ellos es indispensable para alejar la muerte. El concepto de lo grande, la ilusión de lo majestuoso o imponente carecen de esencia propia. Son más bien el producto de la asociación de muchas partes pequeñas.

Lo grande, en sí mismo, no existe, sólo existe lo pequeño.

Minúsculas cosas otorgan vida a lo grande, sin embargo esto último no da vida a nada pequeño. Todo el universo está formado por cosas simples. Maravillosas pero minúsculas partículas que crean estructuras y fenómenos mayores.

El “camino de la construcción” de todas las cosas transita de lo pequeño a lo grande. Nunca tiene sentido inverso. Cualquier cosa que se desee construir debe partir por un detalle, por una cosa pequeña. Y en tanto a ella se le sumen otras, el cuerpo grandioso toma forma.

Por este camino transita la vida de las personas, de las organizaciones, las obras, el éxito (así como el fracaso), la felicidad, la amargura. Todo transita de lo pequeño a lo grande, de la parte al todo.

El hecho mismo de existir se explica por sus detalles, sus momentos. Por sus pequeños sentidos de existencia, con “e” minúscula.

Al final de la vida, cuando el hombre se siente incapaz de imaginar y desear un futuro remoto, entiende con claridad que toda su existencia está explicada y justificada tan sólo por “momentos”. Allí percibe ésa dramática realidad de haber vivido y disfrutado poco. Se da cuenta que la carrera en pos de lo grandioso ha consumido como fuego voraz el “tiempo pequeño”, el valioso detalle.

Un fraile anónimo de un monasterio de Nebraska decía cosas como éstas en su carta póstuma:

Si yo pudiera volver a vivir mi vida, trataría de cometer más errores la próxima vez…”

¿Perciben las personas el costo involucrado en el proceso de evitar el error? ¿Entienden que de tanto tiempo que invierten en evitarlo apenas disfrutan los aciertos? ¿Pueden imaginar cuantas oportunidades pierden en la vida tan sólo tratando de no errar? ¿Conciben el grado de libertad que resignan?

¡Se debe proscribir el miedo al error!, ¡eliminar éste prejuicio! Por medio del error se encuentra el camino al éxito. Quien más errores comete mejor domina la senda que transita. La equivocación es una señal de movimiento, de vida, lejana a la parálisis que provoca el miedo y orienta las almas mediocres.

Los errores son pequeñas inversiones que generan enormes beneficios. Sin ellos no se aprende, nunca se domina el conocimiento ni se forja el carácter.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida, me relajaría, procuraría ser más humano y más tonto de lo que he sido en esta vida…”

La tensión, ésa tormenta provocada por la ansiedad, mata los pequeños momentos. El hombre tenso se parece a un pedazo de tela que se estira con fuerza para ganar solidez, pero un golpe débil basta para rasgarla.

Curiosamente, en estado “relajado” y sereno se encuentra más solidez para enfrentar las adversidades. De esta forma se asimilan mejor los golpes, se los procesa y resuelve.

Pero estar “relajado” ante la adversidad puede parecer algo tonto en un mundo superficial que encuentra virtud en el “apronte” permanente, en el remedio inmediato.

¡Cuántos años perdidos solamente por no “parecer tonto”! Por cumplir con formatos y convenciones. Dar satisfacciones a parámetros ajenos. ¡Cuánta vida y cuánta energía consumida en evitar el ridículo! Para concluir no siendo ni lo uno ni lo otro.

Tan deformado está el sentido de “lo humano”, que entiende más el hombre sobre la importancia de cuidar una especie de ballenas en el océano, que la necesidad de ser “más humano” consigo mismo.

¡Todos deben permitirse ser un poco más tontos!, porque eso mismo los hará un poco más libres y felices. La vida pone un “corsé” diario a todo el mundo para “cuidar la sensatez”. Y la mayoría se deja llevar por esa “corriente de cordura”, olvidando que mejor se disfruta una piscina en traje de baño que con saco y corbata.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida son pocas las cosas que conozco que tomaría en serio…”

Es difícil entender la relatividad que las cosas tienen. En medio del afán cotidiano, cada instante de vida parece el minuto final de un juego en el que se empeña todo. Las cosas que en contexto no pudieran ser más absurdas cobran dimensiones superlativas. Y todo esto quita calidad a la vida y sus pequeños componentes.

Peter Drucker aconsejaba “tomar en serio el trabajo pero no tomarse muy en serio uno mismo”. Y en ello hay una reflexión fundamental: tomar las cosas con calma y no “encarnarlas”. Porque el día de mañana llega siempre con respuestas y aire fresco.

Nada es finalmente tan malo como parece y nadie es tan débil como calcula.

Cuando le preguntaron a un hombre de 100 años el secreto de su longevidad, contestó:

“Por lo posible hice todo, por lo imposible jamás perdí un segundo de mi tiempo”.

La mayoría de las cosas que el hombre “se toma muy en serio” en un día promedio carecen de significado trascendente y solo echan sombra sobre lo que importa de verdad.

Dicen que para los perros (ésas adorables criaturas), los hombres son “los únicos animales que ríen”. Y por tanto esfuerzo para ser “serios” concluirán por no tener “ni perro que les ladre”.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida tendría más dificultades reales y menos imaginarias…”

El hombre es también el único animal sobre este planeta que tiene el don de “imaginar” lo que será el futuro. Pero este regalo, que por una parte le sirve para ser agente activo en la definición de su porvenir, es también dolorosa vara cuando se asocia a lo que éste le puede deparar.

En lugar de dedicar el mayor tiempo posible a lo consciente, al “aquí y ahora”, invierte tiempo valioso y energía “no renovable” en “imaginar problemas”. Y esta disquisición lo atormenta.

La “futurología” es una de las cosas más estúpidas que el ser humano hace. Porque a partir de ella multiplica “de oficio” sus problemas. Suma a los reales aquellos “imaginarios”, y nutre una orgía incontrolable de pre-ocupaciones.

Aquí la aritmética básica tiene capacidad de proporcionar paz y sosiego:

Se debe RESTAR problemas imaginarios del conjunto y quedarse con el saldo (si es que existiese).

¿Por qué no canalizar la imaginación a resolver contratiempos reales y dejarle algo de oficio al propio destino? Es privilegio del hombre ocioso imaginar problemas y no empeñar trabajo en resolver los que tocan a la puerta.

“Si yo pudiera volver a vivir mi vida trataría de no vivir cada día con muchísimos años de adelanto…”

El carácter no siempre bien entendido de la vida ha obligado a desarrollar muchos patrones de comportamiento para abordar la incertidumbre.

Hay tres letras que describen perfectamente estos afanes, las letras P-R-E. Ellas explican el sentido del adjetivo PREVIO o del verbo PREVER. De ellas emergen conceptos como prevenir, preocuparse, predeterminado, precaver, presentir, premeditar, predisposición, preconcebir, etc.

Estas palabras se vuelven orientaciones de vida. Terminan “prevaleciendo” sobre otros conceptos y dejan al margen consideraciones de mayor valor.

La calidad de vida se encuentra más cerca de los hombres que se ocupan que de aquellos que se preocupan.

La determinación gana más en la vida que el acto de predeterminar.

Sentir es más importante que presentir.

Meditar mejor que premeditar.

La disposición supera a la predisposición, y el encanto de concebir no se asemeja al hecho de preconcebir.

Disfrutar del escaso tiempo de vida que se tiene amerita vivir “algo” más allá de los imperativos que plantea el adjetivo Previo.

O al menos no vivir en función de él. Tal vez esta última aclaración sea oportuna. Porque no faltan quienes encuentran en sugerencias de este tipo el pase directo a la vida disoluta. Lo que de hecho se encuentra tan lejos de una vida de calidad como aquella que condiciona el presente imaginando estados futuros.

Quienes se encuentran viviendo cada día con muchísimos años de adelanto, traten de dar una respuesta a las preguntas que Charles R. Swindoll plantea en su libro “Tres pasos para adelante, dos pasos para atrás”:

“¿Cuándo se sentó junto a la mesa después de cenar, por última vez, sólo para relajarse y divertirse un poco?

¿Cuándo fue por última vez a volar una cometa. Dio un largo paseo por la arboleda. Pedaleó una bicicleta en el parque local. Condujo el automóvil por debajo del límite de velocidad. O hizo algo con sus propias manos?

¿Cuándo se tomó tiempo para oír una hora de buena música. O caminó por la playa mientras se ponía el sol?

¿Cuándo se quitó por última vez el reloj del brazo toda una tarde de sábado. Llevó a un muchachito sobre los hombros. Leyó un capítulo de algún libro metido en la bañera llena de agua caliente. O disfrutó de la vida tan profundamente que no podía dejar de sonreír?”

No importa de quién se trate, qué tenga o cuánto. Si no puede responder afirmativamente estas preguntas (o al menos alguna de ellas), lo que merece es cambiar su forma de vida, ¡hoy mismo!

En tanto que se propende a pensar en el futuro y vivir cada día con muchos años de adelanto, bueno sería recordar la única cosa cierta que éste nos tiene deparado, aquella con lo que J.M. Keynes encaraba a los planificadores: “en el largo plazo todos estaremos muertos”.

Lo único con lo que el ser humano cuenta para encarar la interminable batalla contra sus debilidades es la razón. Y su hija inquieta: la reflexión. La naturaleza le ha dotado de esto con el propósito específico de equilibrar sus emociones e impulsos. La razón diferencia al hombre de los animales (aparte de la sonrisa).

Por ello la mejor forma de cambiar el rumbo de vida que lleva y acercarlo a niveles de calidad, radica en obedecer una consigna sencilla: ¡Deténgase y piense!

Si uno no se detiene, la reflexión queda invalidada por la exigencia de la rutina. Y si no se piensa se carece del dominio básico que todo ser humano debe tener sobre sí mismo.

Detenga un momento todo y piense en esto:

  • No viva una vida entera tratando de NO cometer errores.
  • Relájese. Trate de ser más humano consigo mismo. Menos infalible y un poco más tonto.
  • ¿Cuantas cosas que hoy forman parte de su vida merecen tomarse muy en serio? Redúzcalas lo más posible. Esto le permitirá enfocarse efectivamente en ellas.
  • Ocúpese de los problemas reales y no de aquellos que imagina que existen o pueden existir.
  • No viva cada día con muchos años de adelanto. El futuro lo acerca a la inevitable muerte. El presente es una representación de la vida.

(Extracto del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/la-vida-esta-compuesta-de-detalles/

Éxito se escribe con “e minúscula” ¡Inicia la marcha!


Cada quién define la naturaleza y medida de lo que éxito es en su vida. Pero en todos los casos es producto de un proceso inductivo, uno que parte de lo pequeño hasta alcanzar, eventualmente, la majestad.

El éxito no es un “fenómeno grandioso” que aparece intempestivamente en la vida. No es un hecho que responda a la casualidad, y es pocas veces fruto del azar.

El éxito es producto de esfuerzo y sacrificio. Incontables decisiones, pérdidas y concesiones, “sudor y lágrimas”. Nada cuesta más a una persona que alcanzarlo. Porque en él se ressumen sus logos, victorias, el sentido y propósito de su vida.

Nadie puede afirmar que no persiguen el éxito, ello no condice con la naturaleza humana. Es posible que no haya criterio homogéneo para determinar lo que el éxito es o representa para cada quién, pero éste se busca. Desde la dimensión consciente o a partir de la energía que emerge del subconsciente.

La búsqueda del éxito es un grito del Espíritu humano. Su corta vida en el planeta es un registro de esfuerzos por alcanzarlo. El hombre nace destinado a esta tarea, vive tratando de cumplirla y muere comprometido con el esfuerzo.

Ahora bien, clasificar el éxito más allá de su esencial sentido de victoria o propósito cumplido, ya involucra otra cosa.

Es difícil que alguien pueda entenderlo fuera de las íntimas fronteras personales.

Tristemente, se ha convertido hoy en premisa “socialmente aceptable” vincular el éxito a ciertos logros o estados. Hay una especie de “juzgado social” que proporciona modelos y ejemplos de lo que el éxito es. Y se atreve a establecer asociaciones concretas entre él y personas o cosas.

Este ejercicio puede llamarse de cualquier forma, pero no constituye una explicación del éxito. Éste no puede ser juzgado por terceros. El criterio que lo define es íntimo, completamente personal.

La vara que mide el éxito de una persona es de su exclusiva propiedad. Y así también es la vara más corta que existe, la menos piadosa.

Nadie escapa a su propia medida, pero tampoco tiene derecho a emitir juicio sobre las demás.

¿Cuántas personas que han sido “socialmente” reconocidas por su éxito han concluido sus días sintiéndose completamente desgraciadas? Y por otra parte, ¿cuánta gente inscrita en el más profundo anonimato descansa en la quietud y en el calor de la victoria?

Y es que Éxito se escribe en realidad con “e” minúscula. Si existe la gran victoria, el triunfo final o el éxito grandioso, éste no es nada más que una suma delicada de éxitos con “e” minúscula. Logros pequeños, concretas victorias.

Ahora bien, ¿por qué la medida del éxito se inscribe en una escala pequeña?  Aquí existe una respuesta sencilla pero trascendental: la victoria o el logro que califica el éxito, es producto del triunfo del hombre sobre sí mismo.

No existe batalla más difícil que aquella que el hombre libra consigo mismo. No hay emprendimiento más importante o esfuerzo que pague mejor.

Cuando el hombre vence sus limitaciones, temores, impedimentos, frustraciones, cumple en medida exacta con el parámetro más exigente que tiene el éxito. Pero dada la magnitud que tienen estos adversarios, las victorias no se resumen en grandes titulares, se miden en logros pequeños.

El hombre que acumula pequeños triunfos sobre sí mismo, los protege y consolida, se dirige con firmeza a la victoria.

Esta lucha dura toda la vida. Para quién busca el éxito la pausa no existe, porque ella es, en realidad, un combustible del fracaso.

Por algún motivo el fracaso echa raíces dentro del hombre mismo. No se encuentra en los factores externos.

Tampoco es, por supuesto, producto del azar, del destino o la fatalidad. ¡Bueno fuera que así sea! Porque el ser humano ha demostrado admirable capacidad para vencer los elementos, superar catástrofes y modelar su destino sobre la tierra. Sin embargo es criatura indefensa cuando debe enfrentarse a sí mismo, es vulnerable e incapaz.

En gran medida esto se debe a que las personas se colocan en posición desventajosa al observar y medir los desafíos en su entera magnitud.

El hombre se equivoca al comparar la medida de su éxito con el tamaño de la adversidad que enfrenta, porque así parece lejano e inalcanzable.

El estudiante universitario que no consigue rendir en sus materias, pocas veces se pone a pensar que el éxito se encuentra, probablemente, en la capacidad que tenga de levantarse una hora más temprano cada día.

El empleado de oficina que no recibe una promoción laboral, poco piensa que el éxito lo espera tras una disposición diferente para marchar al trabajo todos los días. Sin pesar, con ganas de hacerlo una vez más.

El éxito de quien ya no desea fumar comienza por dejar de hacerlo la mitad de un día. Luego un día completo y después dos. En determinado momento ése éxito con “e” minúscula se ha convertido en un éxito grandioso (porque así debe considerarlo quien venció).

El éxito que desea el padre probablemente se encuentre en la necesidad de vencer al tiempo y disponer del necesario para recoger al niño del colegio.

En la turbulencia que califica la vida no serán pocos los que digan que pequeños remedios no sanan grandes males. Pero aquí radica un error fundamental. Porque en tanto el éxito no se entienda como “un pequeño y trascendental detalle”, quedará fuera de la capacidad del hombre para alcanzarlo.

El éxito es, en realidad, un pequeño detalle. ¡Pero a no olvidar que de detalles están hechas las cosas importantes!, cómo de átomos el universo.

Una vez que se ha obtenido un pequeño éxito es necesario aferrarse firmemente a la victoria. Y luego proseguir la marcha en pos de uno nuevo. Cuando éste proceso no se detiene el hombre alcanza cumbres mayores.

No existe energía más grande para el alma que la sensación de triunfo y el sabor de la victoria. Nada hay más estimulante. Cuando el hombre conoce la victoria no se detiene en su afán de replicarla.

De igual forma, cuando la victoria es elusiva porque enorme es la lucha para alcanzarla, dura es la carga para el alma.

Aprovecha mucho pensar y entender la profunda lógica de lo siguiente: ¿acaso existe algún objetivo, por muy ambicioso que sea, que no esté formado por muchos elementos? ¿Trabajando sobre éstos elementos no se alcanza también el todo? ¿Entre más grande el todo no resulta más conveniente atacar los componentes?

Pues bien, ¿por qué entonces negarse la posibilidad de atacar los problemas en sus pequeños pero vitales componentes?

Uno por uno, firmemente. Consolidando un éxito tras otro. Y si son muchos problemas, entonces atacarlos también UNO por UNO, superándolos consecutivamente. Haciéndolo así, en algún momento la estructura central del problema cede.

Nunca ha sido tan bien expuesta la fabulosa paciencia oriental como en el adagio que “todo viaje de mil leguas comienza con el primer paso”. ¿Cómo puede negarse esta lógica? ¿Cómo desconocerla? Ése primer paso es una primera victoria, es el primer éxito. Uno que debe escribirse con “e” minúscula. Pero uno sin el cual nada más existe.

La naturaleza humana ha demostrado la grandiosidad de la madera con la que está hecha. El hombre no se siente débil criatura ante la inmensidad del universo que lo aloja. No son pocas las veces que lo ha desafiado y le ha doblado el brazo. En realidad es débil cuando se enfrenta a sí mismo. Subestima el poder destructor que tiene en su interior, se porta soberbio al desconocer que el problema está en él. Por eso el éxito lo elude.

Es vital hacer algo diferente. Iniciar ésa pequeña marcha tras los éxitos con “e” minúscula.

Por otra parte ¿qué se puede perder? Pues si no se hace algo diferente, sólo se recibirá más de lo mismo de siempre.

(Temática extraída del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/exito/

 

Cuando la aptitud mengua, la actitud reina


La aptitud clasifica a las personas, la actitud las califica. La aptitud es un recurso y la actitud un activo. Mientras la primera es un factor facilitador, la segunda es una fuente de poder.

(Extracto del Libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

No existe comparación equilibrada en la que una persona con grandes aptitudes supere a un hombre que tenga la actitud correcta. El conocimiento en general y la propia sabiduría constituyen sólo frutos de un árbol fuerte que echa raíz en la disposición y el carácter.

No genera el conocimiento la actitud apropiada, es ésta última la que genera el primero.

Se afirma con arrogancia que el conocimiento es poder y sin embargo existen personas que viven en la más completa invalidez aun siendo poseedoras de vastos conocimientos. La historia está llena de mentes geniales atormentadas, de sabios incomprendidos y vanos eruditos. Muchas veces la pobreza establece dominio con rigor entre los que más conocen y el éxito elude la rigidez de las “grandes mentes”.

La vida nunca ha establecido como premisa el “conocer o saber”. Su imperativo es simple: VIVIR BIEN. Y ello sólo se consigue con la actitud apropiada.

Es posible que incluso las mentes más brillantes carezcan de la capacidad de entender la riqueza integral que existe tras la demanda de vivir bien. Porque quién lo hace corona todo lo que se cotiza en la vida.

Vivir bien involucra buscar prosperidad, codiciar entendimiento, desear felicidad, anhelar paz. Estas cosas no las alcanza el saber por sí solo. La humanidad posee conocimientos que jamás hubiera imaginado antes, su acceso es una facilidad colectiva, y sin embargo se sufren también calamidades horrendas.

Así como la “ignorancia puede ser atrevida”, el “conocimiento es depredador”.

La tradición cultural privilegia desde el hogar y temprana infancia la “acumulación de conocimiento” para enfrentar la vida y prevalecer en ella. La educación escolar ortodoxa, afincada en métodos que se remontan a la antigua Prusia, sigue siendo la forma de “producir” el agente económico promedio. Las universidades son fábricas sofisticadas de “personas con educación superior” que nutren con frecuencia las filas del desempleo o de la frustración profesional.

Cuando algunas de las empresas más grandes de la tierra ya preguntan ¿qué sabes hacer? y no ¿qué estudiaste?, la Sociedad sigue apostando por el conocimiento tradicional.

Cuando el hombre que estudió muchos años medicina trabaja manejando un taxi y cuando el taxista es propietario de una flota de camiones, la cultura general sigue reclamando más de la misma educación de siempre.

Este “culto al conocimiento” celebra el título profesional del nuevo abogado e ignora si existe una básica “inteligencia financiera”. Festeja el afán de perseguir un post-grado, una maestría, un doctorado y desconoce si existe el mínimo fundamento de disposición a la vida y un poco de carácter.

Si en algo es importante el conocimiento es en SABER cómo funciona la vida y cómo se puede vivir bien.

Pero ¿dónde se aprende esto y quién lo enseña? O con mayor preocupación debiera preguntarse ¿quién lo fomenta?

En personas que se consideran exitosas o alcanzan el equilibrio que les permite vivir bien, pocas veces emerge como explicación el conocimiento y la educación. Allí resplandece el carácter, la personalidad, el coraje. Y tras de ellos un elemento simple pero fundamental: la actitud correcta hacia la vida.

La actitud es representación diáfana de inteligencia. El hombre inteligente cultiva una actitud apropiada hacia las cosas de la vida.

No es inteligente quién más sabe o mayor experiencia tiene. Inteligente es quién aprende a sostener ÉSA actitud coherente ante la vida.

No existe algo que pueda llamarse actitud positiva o actitud negativa. La actitud es siempre propositiva, estoica y confiada. La actitud nunca es pasiva porque su génesis conceptual hace referencia al “acto”,  a la “acción”. A propiciar la realización de las cosas y no concluir como nave a merced de los caprichos del viento y la corriente.

Por supuesto que la actitud no desprecia el conocimiento, más bien se vale de él. Pero sostiene sana ignorancia respecto al obstáculo, la imposibilidad, la dificultad o la perpetua debilidad del espíritu humano.

La actitud entiende muy bien algunas cosas elementales de la vida:

  • Que ésta es efímera.
  • Con nada se llega y con nada se parte de ella.
  • Existe el derecho básico de ser feliz y éste derecho OBLIGA.
  • Todo hombre es libre de vivir como quiera. Y cada quién tiene el derecho de defender ésa libertad cuando otro la afecta.
  • La vida no es fácil.
  • Nadie ofreció flores en esta vida y es ocioso cargar macetas.
  • La vida no regala nada a nadie.
  • Se pierde muchas más veces de las que se gana.
  • Se aprende cada día.
  • El siempre y el nunca son los estados más transitorios que existen.
  • Éxito se escribe con “e” minúscula porque lo grandioso es sólo la suma de pequeños logros.
  • Existir se escribe con “e” minúscula porque la vida solo ofrece momentos.
  • El mayor tesoro del hombre se encuentra “entre sus dos orejas”.
  • La fe mueve montañas.
  • El hombre NO ES lo que le sucede.
  • Todas las criaturas que rodean al hombre son maestros que tienen algo por enseñar.
  • La soberbia es el peor de los pecados.
  • El secreto de la longevidad es hacer siempre lo mejor posible y nada más.
  • Todo cambio se produce de “adentro hacia afuera”.
  • La humildad es condición inherente al hombre porque éste no es nada más que una partícula diminuta en las proporciones del universo.
  • El entendimiento de la vida se resume en comenzar y concluir cada día con un gracias.
  • El hombre es la única criatura sobre la tierra que sonríe.
  • Amar sin demostrar es lo mismo que sentarse sobre una corona en lugar de llevarla en la cabeza.
  • No existe mejor médico que el tiempo y mejor juez que la conciencia.
  • No se habla si no se tiene algo bueno por decir.
  • La queja es el grito de exclamación del débil y la mentira del cobarde.
  • El único enemigo que no peca de ociosidad es el que se lleva dentro.

Cuando el hombre carece de actitud es presa fácil de la vida, como una sombra que desaparece en la oscuridad. De ello no lo rescata todo el conocimiento del mundo.

Por otra parte, cuando todo lo demás mengua, la actitud reina. Y así perfecciona ésa máxima que distingue a un hombre entre los demás:

“Las estrellas brillan cuando el sol se oculta”

(Extracto del libro: “Emprender es una forma de vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

Fuente: https://elstrategos.com/aptitud-vs-actitud/

Administración de energía. Optimice su perfil competitivo


La administración de energía es un estado cualitativamente superior al que establece la administración del tiempo.

En una vieja película sin color se ve un hombre desesperado tratando de salir de un banco de arena movediza. Mientras más pelea, más se hunde, hasta que las fuerzas lo abandonan y se ahoga. Aparece alguien que con mucha calma le dice a la niña que lo acompaña: “cuando se cae en esos pozos de arena, no tiene sentido pelear para salir, todos los esfuerzos solo consiguen hundirte más. Se debe mantener la calma, respirar sin prisa y hacer movimientos lentos hasta que llegue ayuda. En estos casos los brazos y las piernas no sirven, solo la mente ayuda a salir”.

La desesperación es mala compañía. Porque en tanto permite que dosis importantes de energía se concentren en ciertas tareas, también desgasta rápidamente a las personas. Anula el raciocinio y la capacidad de apreciar las cosas en su verdadera dimensión. Los actos desesperados tienen resultados desafortunados.

Uno de los efectos más nocivos que provocan es el desgaste acelerado de energía.

Las personas necesitan energía para pensar y actuar. Cuando ésta se reduce también disminuye la capacidad mental y física, al tiempo que se alteran los estados emocionales.

Por esto es necesaria la administración de energía.

El ser humano no es una suma de elementos mecánicos, y la restitución básica de energía no es un asunto físico. Hay condiciones biológicas que impiden la fácil restitución de fuerza y sentido para actuar.

La desesperación es un estado avanzado de inquietud e incertidumbre, por ello explica bien el uso de energía vital. Sin embargo no es el único caso. En el resto de los actos de la vida la administración de energía es también un factor central.

La vida en sí misma debe entenderse como una compleja estructura de energía, y la muerte física como una ausencia de ella (o al menos una profunda transformación).

La existencia reclama administración de energía ante las eventualidades que se presenten. Solo ello garantiza hacer el viaje por la vida lo más largo y placentero posible.

Los seres humanos no tienen capacidad ilimitada de uso de energía. Su maravilloso mecanismo biológico necesita recargas continuas y delicadas, tanto para el orden físico como para los procesos mentales y emocionales.

La calidad de vida es una función del equilibrio que se consiga alcanzar en la administración de energía vital. Y ésta tiene dos dimensiones: nutrición y aplicación. Es tan importante determinar cómo nutrir la energía como la forma de aplicarla para actuar en la vida.

De la fuente donde se nutre la energía vital de las personas.-

Es sensato afirmar que la nutrición tiene mayor importancia que la forma en que se aplica la energía. El razonamiento está vinculado a un hecho elemental: el tiempo.

Dicen que el tiempo finalmente cura y resuelve todo, y esto es verdad. Ante la prueba del tiempo todo termina por ser circunstancial e irrelevante. A la larga, cualquier problema, crisis o situación difícil, desaparece. Bien bajo el manto anestésico del olvido, el efecto de alguna prevención o el remedio.

En tanto la administración de energía esté alineada con el tiempo, las circunstancias adversas desaparecerán, más tarde o más temprano. Si las fuentes que nutren energía tienen buen caudal, pueden sobrellevar el desgaste y alcanzar ésa línea de tiempo que trae las soluciones.

¿Cuál es la fuente de poder a la que está vinculada la nutrición de la energía vital de las personas?

A inicios del siglo XX las primeras naves submarinas inventadas por el hombre tenían una capacidad reducida para mantenerse sumergidas bajo el agua. Dependían de baterías eléctricas que poseían corto tiempo de uso. Las naves estaban obligadas a emerger a la superficie para recargar sus baterías, y allí podían ser observadas por el enemigo. El potencial de estas máquinas se veía reducido por la pobreza de sus fuentes de energía.

A medida que mejoró la tecnología, también lo hizo ésta capacidad, hasta el punto que a finales de siglo el submarino se volvió el arma más letal que se hubiera inventado. Puede permanecer bajo el agua largos periodos de tiempo, limitado solo por la necesidad de reabastecerse de alimentos. Sus motores, propulsados por energía nuclear, sustituyeron las precarias baterías eléctricas.

El hombre se parece mucho a esas naves submarinas. Cuando navega en superficie y en condiciones apropiadas alcanza buena velocidad y se dirige sin problema a sus objetivos. Pero cuando se presentan inconvenientes está obligado a “sumergirse” y encarar la batalla desde las “profundidades”. Acá cobran  importancia las fuentes que nutren su energía, y la forma en que se aplica hasta que se pueda “emerger”.

Las fuentes de energía están definidas fundamentalmente por los sistemas de creencias

De allí emerge la fuerza que direcciona los actos en la vida. En tanto más sólidas y profundas estas creencias, más poder generan.

Hay, en un extremo, personas que no creen ni en sí mismas, y en otro los que han elaborado estructuras sólidas de creencias. Luego, es fácil deducir las diferencias de un caso y otro, los logros de personas que poco o nada creen y los que se fundamentan en convicciones sólidas.

Los sistemas de creencias no tienen en este caso un sentido moral.

Esto último califica las creencias en tanto el “fruto” o “producto” que proviene de la acción, pero a título de “fuerza o poder” es un elemento neutro. La administración de energía está relacionada primero con la densidad de la estructura de creencias y luego con el carácter moral que éstas tengan.

Es cierto que todo sistema de creencias interactúa con un sistema paralelo de valores, pero el impulso primario de la energía está definido por el creer.

Si acudimos nuevamente al ejemplo de las naves submarinas y sus fuentes de energía, nada diferencia a una sumergida con la intención de destruir una ciudad de otra idéntica con intenciones distintas. Ambas tienen el mismo poder.

En el tema de administración de energía, el CREER va delante del QUÉ CREO.

Luego se evaluarán los resultados que pueden existir por efecto del “qué creo”. Por ahora es suficiente establecer la diferencia en el poder de estructuras densas y  estructuras ligeras de creencias.

En sus sistemas de creencias las personas establecen posibilidades, capacidades, alcances, potencialidades, etc. Todos estos factores están clasificados de acuerdo a lo que se cree, y existen diferencias entre ellos. Algunas personas creen posible lo que otras no. Unas creen en su capacidad y otras no lo hacen.

Y como la administración de energía está asociada al “poder”, las estructuras de creencias de factor positivo alcanzan mayor dinámica. No tendrá el mismo valor “energético” una estructura de creencias basada en imposibilidades que la opuesta. O una que se fundamenta en la convicción de la capacidad propia y otra en la duda.

La energía positiva emerge de las creencias positivas. La energía negativa (que en ése sentido está lejos del concepto de poder) tiene raíces en las creencias negativas.

Creer en el “SI se puede” o en el “YO sí puedo” es parámetro de medida de todo caudal de energía personal.

Si la vertiente de las creencias es profunda, el volumen de energía permite alcanzar metas distantes y superar obstáculos grandes.

Los factores del entorno y los aspectos circunstanciales cuentan menos que el sistema de creencias cuando se trata de evaluar desempeños: logros y fracasos. Son mayores los casos de personas que han alcanzado objetivos o superado tropiezos a pesar de las adversidades del entorno, que aquellas que fracasan a pesar de tener todo a su favor.

Si esto no fuese así no existirían las conquistas sobre las que reposa la civilización. Si las naves del progreso solo hubieran podido movilizarse con vientos favorables, el mundo estaría como hace 1500 años.

El hombre tuvo la energía necesaria para mejorar su calidad de vida porque creyó en su capacidad y posibilidades.

CREER es poder simplemente porque CREER genera energía. Y la energía lo activa todo. Mientras más sólidas y profundas las creencias, más poder.

En la práctica, la duda es el factor más nocivo para el flujo de energía.

La duda corroe el sistema desde la cúspide (allí donde se genera la acción) hasta la base (donde se encuentra el sistema de creencias). El proceso que genera la duda se inicia en la acción y puede llegar hasta los fundamentos.

La duda es un acto natural y puede ser provechosa si se utiliza como elemento regulador y de retroalimentación para la acción. Así incluso refuerza el sistema de creencias, evita errores y desgaste innecesario de energía. Sin embargo son más frecuentes los casos en que la duda provoca parálisis. Cuando no se resuelve somete a juicio la creencia y genera un flujo debilitante de energía negativa.

Lo único que no debe hacerse con la duda es dejarla sin resolución: se corrige la acción, se toma otra o se anula el acto.

Ahora bien, cuando la duda se repite con frecuencia debería conducir a una sana revisión de las creencias. Esta es una forma inteligente de administrar la energía.

Ningún sistema de creencias debe estar escrito en piedra. Su solidez y alcance debe ser consecuencia de haber podido trascender dudas y cuestionamientos. Lo contrario es fanatismo, y no sirve para la administración de energía.

En este punto es importante la relación que los sistemas de creencias tienen con el valor moral de las ideas y los conceptos sobre los que están construidos. Si estos valores están alineados con el entendimiento universal de lo correcto, lo permisible y el derecho general, tienen una carga positiva que se refuerza y potencia en la acción y ante la propia duda.

El carácter del hombre como una entidad eminentemente social lo “obliga” con los demás. Por ello los sistemas de creencias no pueden fundamentarse en sí mismos y volverse impermeables a las influencias de su entorno.

En esto juega, y mucho, la administración de energía.

Todas las personas tienen sus propios sistemas de creencias y se desenvuelven en sus circuitos de energía. Cuando hay interacción, se producen intercambios que pueden terminar por enriquecer las energías propias o empobrecerlas.

Un sistema de creencias que colisiona con otros pierde rápidamente energía y se debilita. Por otra parte, cuando la interacción es favorable, la energía propia se potencia con la de los demás. De aquí la evaluación de energías positivas y negativas, y su vinculación al virtuosismo de los sistemas de creencias.

La energía positiva se impone sobre la negativa solo en función del virtuosismo de su sistema de creencias. Es decir, el entendimiento “universal” de lo correcto, lo permisible y el derecho de los demás. Esto quiere decir que acciones que se fundamenten en creencias perversas no tienen probabilidades importantes de prevalecer.

Diferente es el caso de los sistemas positivos de creencias que tienen que desenvolverse “contra corriente”.

La historia humana es rica en experiencias de personas que creyeron en algo que nadie más compartía e hicieron prevalecer su visión a pesar de toda la energía contraria. Esto es prueba del virtuosismo de los sistemas de creencias. Por otra parte, bien hace quien protege y conserva las energías propias evitando el contacto o la interacción con fuentes de energía negativa.

De la forma en la que debe aplicarse la energía para su buena administración.-

La aplicación de energía tiene un contenido más práctico que la relacionada a la nutrición, pero no por ello de menos importancia.

El más sólido de los sistemas de creencias puede colapsar ante el desgaste incontrolado de energía.

El ser humano es un mecanismo biológico delicado. Carece de la capacidad de llevar adelante acciones por tiempo indeterminado. Precisa manejar el tiempo a su favor y necesita reposo. Ambas cosas están sujetas a su raciocinio, elemento rector de la aplicación de energía.

Si las fuentes de nutrición de energía, o los sistemas de creencias, se inscriben en las profundidades del alma, la aplicación es un desafío para el intelecto.

La energía debe dosificarse siempre en su aplicación. Más allá que esté siendo usada de manera eficiente. El uso de energía focalizada o dispersa precisa racionamiento. Y la forma más sencilla de conseguir esto es por medio de la pausa.

La pausa es un corte temporal en los circuitos de aplicación de energía. Un corte que despeja el sistema y evita su saturación.

La pausa permite recargar energía y  ayuda en la evaluación y corrección de la acción donde está aplicada. La pausa es una suspensión transitoria de la acción. Permite que la aplicación de energía sea uniforme, sostenida y más eficaz.

Las personas que no dosifican bien sus energías no son eficaces para alcanzar sus objetivos. Tienen “destellos” y luego reducen impulso y ritmo. Esto conduce a pausas forzadas, ésas que se producen porque “salta un fusible” para conservar la salud del sistema.

Cuando se activa la pausa se consigue que todo el sistema ingrese en mantenimiento.

Esto es algo que la mayor parte de la gente toma a menos, a pesar que es una lógica que se aplica hasta en la más elemental de las máquinas. La dosificación de energía sirve  para que todos los elementos relacionados con el desenvolvimiento corporal, mental y emocional mantengan salud y rendimiento equilibrado en el tiempo.

La forma de la pausa depende de cada persona.

Algunas simplemente detienen todas las funciones de alerta. Otras evitan niveles importantes de concentración o cambian sus focos de atención.

Lo recomendable es ahorrar cualquier gasto innecesario de energía, sea ésta física, mental o emocional. Poner en práctica una pausa total en la aplicación de energía es mejor que redireccionarla. No debe confundirse el relajamiento o la distensión con la pausa. Y tampoco debe entenderse que el consumo o aplicación de energía esté relacionada solamente al trabajo. De todo esto se trata la administración de energía.

Las actividades físicas, mentales y emocionales que no corresponden con las labores profesionales también consumen energía y requieren importantes niveles de concentración y esfuerzo.

La aplicación de energía está distribuida en labores profesionales y otras: atención a la familia, al círculo social, actividad deportiva, pasatiempos, etc.  Si bien este “mix” contribuye al equilibrio, igualmente consume energía. Por ello la pausa podría aplicarse mejor tomando una siesta que utilizando el tiempo para hacer deporte o atender a la familia.

No es que exista uso “sano” de energía o uso “insano”. Existe simplemente uso y desgaste: físico, mental y emocional.

La pausa rinde mejor con actividades que no demandan gran fuerza motriz. Caminar en la naturaleza, escuchar música, cantar, respirar, reír. Abrazar a alguien, meditar, orar, estar cerca de animales, tomar un baño caliente, rodearse de cosas hermosas, leer, etc.

Muchas de estas “actividades” también se enlazan con la estructura de creencias y contribuyen al circuito desde la base. Aunque poco valoradas, son actividades esenciales para el mantenimiento de la salud del sistema.

La cultura popular dicta que de cierto número de días de trabajo “alguno debe dedicarse al descanso”, o a la seductora idea de no hacer nada. Pero esta no es la versión virtuosa de la pausa. Es sólo un eslabón “de menor carga” en el circuito de aplicación de energía. Y no contribuye igual al mantenimiento del sistema.

La pausa debe ser ejercitada continuamente a lo largo de todo el proceso de aplicación de energía. En todo el ciclo, y no solo después de cierto tiempo “formal” de desgaste.

La pausa no es un referente de día Domingo. Es algo a incluirse en los siete días de la semana, en las entrañas del ciclo rutinario.

Probablemente la forma más apropiada para entender no sólo la necesidad de la pausa sino también el momento en que debe aplicarse pueda hacerse con algunas preguntas sencillas:

¿Cuál es el mejor momento para abrazar a alguien o cuantas veces hay que hacerlo? ¿Cuándo corresponde escuchar música o reír? ¿Cuál es el mejor momento para internarse en la naturaleza o rodearse de cosas bellas? ¿Y cuál es el momento oportuno para respirar profundamente y “flotar”? Si para estas cosas no existen límites de tiempo o espacio, tampoco para la pausa.

Este breve discernimiento sobre la administración de energía termina en los márgenes que contienen las cosas más básicas y sencillas:

  • Por una parte, no hay fuente de energía más poderosa que una densa estructura de creencias. Y éstas no le están privadas a nadie, cualquiera que sea su condición económica o social.
  • Por otra parte, el uso eficiente de energía está calificado por la pausa. La misma que puede explicarse en el imperativo de no olvidar la importancia de un abrazo, una sonrisa, un paseo en el campo o una canción. Todo esto también se encuentra al alcance de cualquiera.

Fuente: https://elstrategos.com/administracion-de-energia/