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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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El genio otorga victorias, pero la humildad te hace invencible

Imagen de pasja1000 en Pixabay

Napoleón fue posiblemente el STRATEGOS más grande de la historia. Un maestro en las artes de la guerra y uno de los mayores líderes que el mundo ha conocido. Su larga y exitosa trayectoria culminó en Bélgica, cerca de un pueblo llamado Waterloo. Allí, este eximio general fue derrotado por un militar británico menos conocido: el duque de Wellington. En ésa tarde del domingo 18 de junio de 1815, la humildad venció al genio.

Bien lo atestigua esta historia: el genio puede conducir a muchas victorias, pero solo la humildad trasciende la derrota.

Wellington se enfrentó en batalla a Napoleón solo una vez, precisamente en los campos de Waterloo. Antes de eso comandó tropas en otros escenarios de la conflagración europea, pero no tuvo la oportunidad de encontrarse con el genio. Cuando le preguntaban su opinión de Napoleón respondía: “detesto al hombre, pero respeto al guerrero”.

Cuando el “pequeño corso” escapó de su exilio en la isla de Elba y regresó al continente europeo, las naciones que se le oponían (Gran Bretaña, Prusia, Rusia, Austria), formaron rápidamente ejércitos para enfrentarlo. Y decidieron, por unanimidad, ponerlos bajo el mando de Wellington, el hombre que nunca había sido derrotado en batalla por los franceses.

El zar de Rusia se refería a Wellington como “el conquistador del conquistador de naciones”. El duque inglés no se daba por honrado con estos halagos. El oficio militar era para él un deber y una responsabilidad, no un vehículo para alcanzar la gloria.

Para enfrentar a Napoleón, Wellington adoptó una actitud de incomparable valor: humildad.

La persona humilde expone, entre otros, los siguientes valores:

  • Comprende la igualdad y dignidad de todas las personas.
  • Valora el trabajo y el esfuerzo.
  • Reconoce, aunque relativiza, las virtudes propias.
  • Reconoce sus propias limitaciones.
  • Actúa con modestia, sencillez y mesura.
  • Escucha a los demás y tiene en cuenta sus opiniones.
  • Respeta genuinamente a las personas.

La persona humilde se reconoce igual que los demás, y desde este punto no se subestima a sí mismo ni a nadie más. No tiene sentimientos de superioridad o inferioridad.

¡Hay mucho poder en esto!

Es posible que en el inventario de conocimientos, cualidades o destrezas, existan diferencias entre el ser humilde y los demás. A favor en algún caso y en contra en otros. Pero al aplicar la lógica de la “igualdad”, estas diferencias desaparecen. Si la persona humilde tiene cualidades superiores, su actitud le evita confiar demasiado en ellas. Y si tiene desventajas, las anula en los entramados mentales y emocionales.

En la batalla de Waterloo, Napoleón era para Wellington, un igual.

Para honrar la lógica de la igualdad y evitar las desventajas, la humildad valora el trabajo y el esfuerzo.

La persona humilde confía en el trabajo y el esfuerzo mucho más que en su eventual genialidad. Hace la tarea con mayor ahínco que todos los demás. Aprende de las derrotas y fracasos en mayor medida que los aciertos.

Con trabajo y esfuerzo se maximizan fortalezas y se minimizan debilidades. Los dos factores juegan siempre a favor.

Hay quienes se concentran en sus virtudes y las utilizan para prevalecer, y otros que lo hacen en sus debilidades para exponerse menos. Pero la persona humilde se esfuerza y trabaja para hacer ambas cosas a la vez. ¡Hay enorme diferencia en esto!

Bien dicen que el éxito es la suma de una gota de genialidad y muchos litros de transpiración.

Wellington se preparó mucho más que Napoleón para el desenlace en Waterloo. De hecho escogió el terreno, lo estudió y preparó para todas las eventualidades que pudieran acaecer. Napoleón confió en sus destrezas, la experiencia de sus mariscales y generales, el número y la calidad de sus tropas. Wellington no confió en nada y se esforzó en trabajar cada detalle.

La humildad reconoce las virtudes propias, pero las relativiza.

Etimológicamente la palabra humildad proviene del término latín “humiltas”, que a su vez proviene de la raíz “humus”, que quiere decir tierra.

La persona humilde “baja a tierra”. De alguna manera “se reduce” y se “empequeñece” por criterios de funcionalidad. De esto se trata la “relativización”.

Las personas engreídas y soberbias (muchas veces por efecto de sus propios méritos), no saben nada de esto. Reconocen y valoran mucho sus virtudes y nunca las relativizan. Esto los acerca eventualmente a las victorias, pero los aleja de la invencibilidad.

Cuando se relativizan las virtudes propias, emergen con mayor claridad los defectos y debilidades. Y cuando se trabaja intensamente en estas últimas (porque no se encuentran empañadas por las otras), el conjunto crece.

Wellington nunca había sido derrotado por las tropas francesas en batalla. Pero en Waterloo relativizó ése hecho y se concentró en trabajar debilidades y posibles eventualidades.

La persona humilde reconoce sus limitaciones.

No es lo mismo una debilidad que una limitación. Las primeras tienen carácter estructural, en tanto que las segundas dependen de las situaciones y circunstancias.

En determinado momento y lugar puede haber limitaciones inexistentes en otro contexto. Reconocer esto evita la sobreexposición y el error. Cuando no existe la necesaria humildad, se subestiman los límites de coyuntura y se yerra. Ése es el error de la soberbia: pocas veces reconoce las fronteras de su propia capacidad, aun cuando estén claramente presentes.

Una cosa es reconocer límites y otra limitarse. La persona humilde nunca hace esto último, pero siempre tiene presente lo primero.

El ejército de Napoleón era limitado para enfrentarse simultáneamente a las fuerzas inglesas y prusianas. Por ello el emperador intentó dividir ambos ejércitos y enfrentarlos por separado. Pero no hizo bien la tarea. No se esforzó lo suficiente. Como consecuencia del error, en los momentos definitorios de la batalla el ejército prusiano arribó al lugar y sumó fuerzas para derrotar definitivamente al genio galo.

Wellington, por otra parte, siempre estuvo consciente que sin la ayuda de los prusianos no podría vencer. Y cada una de sus tácticas en la campaña estuvo orientada a evitar esa limitación, empezando por la relación que construyó con Von Blucher, el general de Prusia que comandaba ésas fuerzas.

La humildad se fundamenta en la modestia, sencillez y mesura.

Nada de vanidad ni ostentaciones. Porque en esto se puede perder, en tanto que la modestia, la sencillez y la mesura no pueden ser derrotadas.

El triunfo y el fracaso son eventos, no son estados. Quién gana hoy puede perder mañana, y viceversa. La vanidad es un estado que al caer produce estrépito, la modestia trabaja cerca de la tierra, y desde ella nunca se cae.

La imprudencia termina con cualquier genio, en tanto la mesura arriesga poco y puede ganar mucho.

Por último, la persona sencilla evita los laberintos de la complejidad y accede más fácilmente a la salida. Invierte menos energía y tiempo en el cometido. Por esto mismo es más eficiente.

Ciertamente los registros reservan un lugar de privilegio para el genio y figura de Napoleón. Wellington parece un actor de reparto en la obra que protagoniza el gran corso. Pero si se hace un análisis minucioso de la historia, el destino de la civilización humana, luego de aquella tarde de domingo en Waterloo, quedó definido por la victoria de la humildad sobre el genio.

Hay un espacio pequeño para Wellington detrás del estrado que ocupa Napoleón en el imaginario histórico, pero de esto mismo no reniega la humildad, porque así lo prefiere.

Reconocimiento y respeto sea otorgado al genio. Esta es muestra de necesaria consideración, porque las bendiciones le están reservadas al humilde.

 Fuente: https://elstrategos.com/humildad/

Twitter: @lecheriateve 




Procesar fracasos es cobrar el éxito por adelantado

Imagen de Sasin Tipchai en Pixabay

No hay mucho misterio en esto. Las personas que desean alcanzar aquello que más quieren en la vida deben ser eximias en la tarea de procesar fracasos. No importa el área de referencia. Es igual si se trata de objetivos personales, profesionales, de negocios o de amor. Si no se sabe superar diez caídas, no se alcanza un acierto.

Es curioso. En la vida no existe camino que pueda conducir al éxito si se quieren eludir las sendas que llevan al fracaso. Solo conociendo (y viviendo) las derrotas, puede alcanzarse la victoria.

Las bendiciones de la vida exigen ciertamente trabajo, paciencia, esfuerzo y habilidad, pero solo con esto no se perfeccionan. Es indispensable “morder el polvo” del infortunio y el dolor de la pérdida.

Por otra parte, saber procesar fracasos no solo permite alcanzar el éxito, también define el grado de satisfacción y la manera en que se disfruta la victoria. Porque los que no procesan bien el infortunio, llegan muy afectados a la meta y son incapaces de disfrutar sus galardones.

No se trata por lo tanto, únicamente de “superar” fracasos, hay que saber procesarlos.

Esto último se facilita si se toma conciencia de dos aspectos básicos:

1.- No existe NINGÚN tipo de éxito sin experimentar el fracaso.

2.- Son muchos los fracasos que deben experimentarse antes de alcanzar un acierto.

Si estos dos hechos se asumen con naturalidad, la vida entrega dócilmente los premios que se le piden.

Ahora bien, asumir esto “con naturalidad” significa hacerlo con el mismo talante que se adopta para el éxito. Es necesario procesar los fracasos con dosis importantes de aceptación y contento. Aceptar es el antónimo de rechazar. Y tener contento es lo opuesto de dolerse por la pérdida.

¿Queda claro?

Si se rechaza el fracaso, automáticamente se rechaza la victoria. Si no se tiene sano contento con la pérdida, la ganancia tampoco traerá satisfacción. Así son las cosas, y vaya a saberse a qué tipo de designio obedecen estas leyes.

Carl Jung decía: “lo que resistes, persiste”. Así pues, cuando se rechaza la pérdida, el hecho se repite, las condiciones empeoran y el infortunio no cesa. Y cuando los malos momentos no se procesan con tranquilidad y contento, amargan el alma, inhabilitándola para disfrutar la victoria.

Aceptación y contento. Esos son los ingredientes para procesar fracasos. A ello se puede sumar una buena dosis de fe y paciencia, pero luego de haber dominado lo primero. La fe está sólidamente anclada en el futuro, pero nunca exime de los tropiezos del camino. La paciencia es indispensable para tener el tiempo como aliado y no como enemigo, pero tiene poco poder si no es precedida por la sana aceptación y el contento con lo que pasa.

Cuesta muchísimo aceptar los reveses en la vida, y es aún más difícil hacerlo con cierto gozo. Por esto muy pocos pueden considerarse genuinamente bendecidos. Bien lo establece la afirmación bíblica, estrecha es la senda de los elegidos.

El minero acepta con buen talante la existencia de las toneladas de tierra y roca que esconden la preciosa pepita del oro que busca. Nunca rechaza la existencia del muladar, ni asume una relación proporcional entre aquél y el precioso metal. Sabe bien que la tierra es guardián gentil de la recompensa que busca.

¿Es acaso difícil colectar, transportar o almacenar pepitas de oro? ¡En absoluto! Lo difícil es procesar las toneladas de tierra, fango y piedra que las cobijan. En esto se demanda la experticia del minero.

Se distinguen los seres humanos en la forma de procesar fracasos, nunca en el éxito que han conseguido. Porque cuando eventualmente acontece la victoria sin el costo que representa la derrota, llega atada a una cadena de condenación. Sufre mucho el afortunado con solo pensar que puede perder lo obtenido.

Quién alcanza lo que quiere luego de haber aceptado sereno el costo del fracaso, no teme perder lo que ha obtenido. Por esto mismo no tiene apego y es libre.

Porque triste es vivir apegado a lo que se tiene. Es una manifestación de mentalidad de escasez y miseria. Nada más.

Algunos dirán: evidentemente la vida da y la vida quita, por esto mismo… bendita sea la vida. Pero no es así. La vida siempre da. Lo que sucede es que da pérdidas y ganancias. Si las primeras no se procesan igual que las segundas, surge la sensación de una dicotomía.

Procesar fracasos es un arte, pero es uno indispensable para la vida. No hay ciencia para ello. Es cuestión de actitud. Nada llega gratuitamente en la existencia, mucho menos el éxito. Y su costo no es trabajo, sacrificio, conocimiento o habilidad. Su costo es el fracaso.

¿Quiere decir esto que se le debe hallar gusto a la derrota? No necesariamente. Pero sí se la debe asumir con la misma naturalidad que se dispone para la victoria. Con ésa paz de espíritu que nunca reniega de la realidad, sea ésta la que se desea o no.

El “ethos del guerrero” afirma que la sabiduría consiste en aceptar la realidad como es, no como se quisiera que sea, y el coraje en actuar coherentemente con ello.

Wayne Dyer, cuando se refería a ése ideal de persona sin “zonas erróneas” decía:

“Cuando se está cerca de una persona libre de Zonas Erróneas se nota la ausencia de lamentos e inclusive de suspiros pasivos. Si llueve, les gusta. Cuando hace calor lo disfrutan en vez de quejarse. Si se encuentran en medio de una congestión de tráfico, o en una fiesta, o completamente solos, sencillamente actúan de la mejor manera posible. No se trata de disfrutar de todo lo que sucede, sino de una sabia aceptación de lo que es, de una rara habilidad para deleitarse con la realidad.”

Posiblemente esta afirmación contiene la sustancia para procesar fracasos: adquirir ésa rara habilidad para deleitarse con la realidad.

Porque los fracasos en la vida son finalmente eso: una realidad.

Levante el ánimo. Recoja los hombros. Mire más el cielo que la punta de sus pies. Que las derrotas no le marquen una arruga en la frente ni le quiten un minuto de sueño. Si las vive quiere decir que está caminando. Si no las viviera, usted mismo sería el fracaso.

No desmaye en el afán de trabajar la tierra y el barro. Con paciencia y buen ánimo. De esta manera solo algo es seguro: encontrará la pepita de oro que está buscando.

Procesar fracasos es una forma de cobrar el éxito por adelantado.

Fuente: https://elstrategos.com/procesar-fracasos/

 Twitter: @lecheriateve 

 

Ahorra y pon el capitalismo a tus pies, no sobre tus hombros

Imagen de Andreas Breitling en Pixabay

Permítase esta analogía: el sistema capitalista que gestiona las economías de libre mercado es como un cuchillo de cocina. Si se lo maneja bien es una herramienta muy útil, pero en caso contrario es peligrosa. Pues bien, si quieres que el capitalismo sea un sistema que te beneficie, AHORRA. Éste es el mecanismo que conduce a la prosperidad en las economías libres.

Es un hecho estadístico: la mayoría no consigue beneficiarse del sistema capitalista, más bien sucumbe ante él. Empuña el cuchillo por la hoja y se lastima.

Estas líneas no tienen el objetivo de cuestionar el sistema, más bien la forma en que los individuos se comportan en él. Todos los sistemas tienen sus particularidades. Y entre ellos el capitalismo es posiblemente uno de los mejores para la gestión de la riqueza y el desarrollo de los pueblos. Pero concluye siendo implacable para quienes no saben conducir por sus caminos.

Ahorra y conviértete en un consumidor inteligente.-

En buena parte, el capitalismo es una enorme fábrica de consumismo y consumidores. Su objetivo es tratar que todos los individuos consuman la mayor cantidad de bienes y servicios. Ése es el lubricante del sistema. Ése y no otro es el factor que dinamiza los mercados y permite el rendimiento del capital.

Dicha lógica no amerita un juicio ligero, positivo o negativo. Es simplemente así. Tiene el mismo carácter de un cuchillo de cocina. No es bueno ni malo en sí mismo, su funcionalidad solo puede evaluarse de acuerdo a su uso.

El capitalismo se vale de un sinfín de medios para convertirte en un destacado consumidor. Invierte copiosamente para que gastes tu dinero. Seduce y convence. Luego te atrapa y transforma en un peón del tablero.

Pero hay una buena noticia. Éste es un juego de seducción y conquista, no hay nada obligatorio.

En el capitalismo todos somos jugadores con poder y capacidad de eludir las trampas que se presentan. Esto diferencia al sistema de otros: tenemos la posibilidad de ser la ficha del tablero que deseemos ser.

Muchos elevarán el grito al cielo y rasgarán sus vestiduras en éste momento. Preguntarán ¿cómo es posible afirmar que alguien puede ser lo que quiera en el opresivo mundo capitalista?

Pues bien, sí se puede. Esencialmente porque existe libertad, pero también porque pueden aprenderse los trucos que lo permiten. Y uno de esos “trucos”, uno de los consejos más simples y trascendentales es éste: AHORRA.

El ahorro permite empuñar el cuchillo por el mango. Te sitúa en el asiento del conductor. Te saca del compartimiento de equipaje y te devuelve el control sobre tu vida y tu destino.

Escapa del circuito opresivo de las deudas.-

La deuda es un gran invento de la humanidad, pero lo es fundamentalmente cuando se destina a la construcción de ACTIVOS. Cuando está asociada a formación de patrimonio o al consumo corriente, es una concreta calamidad.

Cuando te endeudas para construir Activos, son éstos los que eventualmente pagan las obligaciones y generan un circuito virtuoso. Pero cuando lo haces para comprarte un carro, una vivienda, costear un viaje o financiar el ocio, la deuda ataca directamente tu bolsillo y genera dependencia.

El sistema se nutre de personas endeudadas, porque de ésa forma se multiplica el dinero circulante. Así puede producirse más y obtenerse mejores rendimientos para el capital.

¿Cómo te atrapa el sistema en el círculo vicioso de las deudas? Acudiendo a tu sentido inmediatista de satisfacción.

¿Para qué esperar 3 o 4 años por un automóvil si lo puedes tener hoy mismo y pagarlo “cómodamente” en ése mismo tiempo? ¿Por qué privarse de ésa “casa de los sueños” si puedes comprarla hoy y pagarla “con tranquilidad” los próximos 25 años?

La mayoría toman ésas promesas e ilusiones. Lo hacen así hace muchísimos años. Y por ello mismo, suman tradición a la lógica y la convierten en una idiosincrasia.

Una vez endeudados, el sistema hace lo suyo. Genera dependencia de empleos insatisfactorios y ansiedad por generar ingresos que sostengan la “calidad de vida obtenida”. Si no hay aquello, la deuda muestra su peor cara y simplemente despoja.

No es popular quién hoy te dice: AHORRA para comprarte el automóvil que quieres o la casa con la que sueñas. ¡Nada popular! Incluso puede verse como un pusilánime o víctima de la (siempre mal entendida), mentalidad de pobreza.

Los “cantos de sirena” del sistema son la música de moda. Tienes, entonces eres. Tienes más, entonces eres más. Punto final. Si en ello la deuda ayuda, pues ¡bienvenida!

Pero algo básico ignoran ésas pobres almas que se dejan llevar por la corriente: el ahorro es justamente capital. Y éste es, por esencia, el combustible del sistema.

El genuino capitalista es quien ahorra.-

Es una de las fórmulas básicas de Economía: ahorro es igual a inversión. Igualmente la esencia de una frase de moda: “cash is the King”.

El ahorro ordena la vida, genera disciplina, permite madurar y desarrollar habilidades incomparablemente valiosas para navegar en las economías de mercado. Quién ahorra obtiene siempre los mejores precios, elude intereses financieros y “surfea” cómodamente los periodos difíciles de la economía.

Ingenuo (por no decir otra cosa) es quién compra una casa pagando 25 años una deuda y sus respectivos intereses. Igualmente el que paga 3 veces el valor de un automóvil por financiarlo en 5 o 7 años. Esto no tiene nada de sagacidad financiera, ni siquiera de sensatez aritmética. Y justificarlo con la lógica banal de la “retribución inmediata” es aún más absurdo.

Son muchos los que critican a la ligera a la persona que privilegia un alquiler sobre la compra de una casa a crédito, o los que compadecen al que toma un servicio de transporte público en lugar de beneficiarse de la comodidad de un automóvil financiado.

Eso no solo es ignorancia financiera, también incapacidad de sumar y restar. Quién ahorra para efectuar esas compras es el genuino capitalista, y el que finalmente emplea y hace trabajar a los demás.

¿Es tan difícil apreciar esto?

Bueno. Es algo muy sencillo de ver. Pero si la mayoría no lo consigue, es simplemente porque el sistema ha hecho bien su tarea. Por otra parte, es también una enorme oportunidad para el que desea distinguirse del rebaño y comandar su destino.

Ahora bien, el ahorro no es tampoco tarea fácil. Es algo notablemente sofisticado. Posiblemente por ello mismo se elude. No es cómodo ahorrar, todo lo contrario. Y en esta cultura de inmediatismos y facilismos, no es el camino que escogen los que privilegian las rutas del mínimo esfuerzo.

El “ahorro pasivo”, que muchos asociarán con lo que aquí se dice, NO es la referencia. No se trata de acumular billetes en una cuenta de banco o debajo del colchón. Así no se ahorra inteligentemente. Se trata de dominar el AHORRO ACTIVO, de gestionar bien los gastos, los ingresos, los objetivos de vida y el conjunto de las dinámicas sociales e interpersonales.

Ahorrar es una técnica compleja. Por eso beneficia a pocos. Pero esos pocos son precisamente quienes dominan el sistema capitalista y definen la evolución del mundo. Estudia y aprende de esto. Tómate el tiempo necesario. Invierte esfuerzo en dominar todas las técnicas posibles. Hazlo con la misma dedicación que te demandan las compras y el consumo.

Ahorra y pon el capitalismo a tus pies. Disfruta de la verdadera calidad de vida. Experimenta la libertad de quién es dueño de su destino, y no de aquel que duerme cada noche con el desafío de activarse en la mañana para pagar las deudas que le permiten tener un techo sobre su cabeza, cuatro llantas bajo sus pies y la ilusión de hacer un viaje para conocer, en lugares lejanos, gente que vive igual que él.

Fuente: https://elstrategos.com/


Visión Estratégica: mira más de lo que ven los demás

Imagen de Free-Photos en Pixabay

La mayoría de las personas solo ven lo que sus sentidos básicos les permiten o lo que otros quieren mostrarles. Es así de elemental e intimidante. Pocos desarrollan una visión estratégica que les sirva para ver el conjunto de los hechos (los americanos le llaman el “bigger picture”), las motivaciones ocultas y las situaciones por venir.

Los grandes jugadores de ajedrez son conocidos por visualizar por anticipado los movimientos de piezas que harán sus contrincantes como respuesta a sus propias acciones. Ellos nunca se guían por lo elemental o aquello que sucede en un determinado momento. Ven más allá. Evalúan el panorama completo, tanto en términos de espacio como de tiempo.

Este es un hábito que todos debieran tener, especialmente en el desenvolvimiento profesional, pero también en todo ámbito de la vida que involucre relaciones con otros individuos.

Poseer Visión Estratégica no solo optimiza la consecución de los resultados que se buscan, también evita malentendidos y problemas con los demás.

En la vida todos los actos de las personas están condicionados por intereses, ¡todos!, más allá que sean o no reprochables desde un punto de vista moral. Incluso los actos impulsivos o espontáneos responden a intereses específicos, posiblemente poco meditados o irreflexivos, pero intereses al fin y al cabo.

Carecer de la habilidad de “ver” las cosas más allá de lo elemental es siempre un problema, pero cuando la interacción involucra a un pensador estratégico ésta incapacidad puede convertir a cualquier persona en una “víctima” de los planes ajenos.

El pensador estratégico no es impulsivo. Todos sus actos responden a intencionalidades específicas. Sus objetivos se sitúan más allá de lo que puede percibirse por sus acciones inmediatas. Él nunca es evidente, y la única forma de comprender lo que busca consiste en aplicar una Visión Estratégica igual a la que él ejerce.

Dado que la mayoría de los individuos son elementales en su juicio respecto a lo que ven y experimentan, el pensador estratégico tiene grandes probabilidades de ser exitoso y prevalecer sobre los demás.

La Visión Estratégica se fundamenta en tres consideraciones:

  • Poseer siempre un criterio holístico en la interpretación de lo que sucede.
  • Ver los hechos en perspectiva.
  • Evaluar los actos ajenos considerando pasado y futuro. El pasado permite entender las motivaciones y el futuro los objetivos que ésas otras personas persiguen.

El criterio Holístico en la Visión Estratégica.-

Los hechos que se observan en cualquier ámbito de la vida siempre se inscriben en un “cuadro mayor”. La visión natural nunca alcanza para ver el conjunto completo. Los individuos que no cultivan un criterio holístico para evaluar las acciones de los demás, caen en la trampa de aquel que ve la pata de un elefante en la punta de su nariz y no puede asociarla con el animal.

Piense un momento en esto. Si ve la pata de un elefante a dos centímetros de distancia, puede creer que se trata de cualquier cosa y perder un montón de tiempo en las deducciones.

Pero si toma unos segundos para ampliar el foco de visión, entenderá pronto que se trata del majestuoso animal. Y si ajusta un poco más ése mismo foco, tendrá una idea cabal de todo lo que rodea al elefante.

De esto se trata el criterio holístico, la visión sistémica o la evaluación estratégica: apreciar el conjunto mayor de todo aquello que se está observando.




Las cosas que suceden en la vida no son aisladas o inconexas. Siempre forman parte de un todo mayor, y en tanto se posee la habilidad de ver el conjunto, se yerra menos en cualquier evaluación.

¡Nunca evalúe los actos de los demás únicamente en función de lo que observa en un momento concreto! Remítase a la apreciación del cuadro completo. ¿Qué móviles existen detrás de los actos?, ¿cuáles son los objetivos que se están persiguiendo?, ¿qué mensaje se está transmitiendo y para qué?

La Visión Estratégica no se detiene en la apreciación de la foto, trata de entender la película completa.

El criterio holístico no es una pérdida de tiempo ni anula la intuición, más bien evita la comisión de errores y desarrolla la empatía. Cuando se evalúan los actos de los demás considerando todos los elementos posibles se alcanza claridad, se despejan sombras y se evitan prejuicios.

¿Por qué y para qué? Esas son las preguntas que el pensador estratégico se hace al evaluar los actos ajenos. Puede parecer una forma demasiado estructurada y mecánica de abordar las relaciones humanas, pero es una que ahorra problemas, malentendidos y tiempo.

Ver los hechos en perspectiva.-

Los hechos se deben ver siempre desde distintos puntos de vista. Especialmente considerando la óptica que pueden estar sosteniendo los demás.

Los individuos tienden a evaluar las cosas estrictamente de acuerdo a su propio criterio, ése que es producto de creencias, convicciones y conocimientos muy personales. Cuesta mucho colocarse en los zapatos ajenos y ponderar de esa manera los actos.

La Visión Estratégica evalúa las cosas desde distintas perspectivas. Y a partir de cada una de ellas enriquece sus conclusiones. Todo lo que se observa tiene una forma diferente dependiendo desde dónde y cómo se lo ve. De eso se trata apreciar las cosas en perspectiva.

El acto más elemental y obvio de otra persona puede ocultar motivaciones profundas, y éstas se ignoran si se las ve desde su simple apariencia. Sin embargo, si se activan diferentes puntos de vista se identifican las intenciones.

En tanto la visión holística permite apreciar el cuadro grande de los hechos, la perspectiva construye el juicio evaluando todo desde diferentes puntos de vista. Así se evitan errores y se procesan respuestas efectivas.

Consideración del pasado y futuro en la evaluación de los actos de los demás.-

Las acciones de las personas están condicionadas por sus experiencias pasadas y objetivos futuros. Siempre es así. Existen individuos hábiles en “ocultar” ambas cosas, pero ello no elimina su existencia.

Los intereses emergen de la naturaleza de los estados existentes y aquellos a los que se quiere llegar. Hay motivos “históricos” que justifican las conductas de los individuos y expectativas que emergen de ello. Pocas veces se dan actos aislados o “inexplicables”.

El pensador estratégico evalúa los planteamientos de los demás analizando factores de origen y destino. De dónde vienen y hacia dónde van. Nunca asume la inocencia o la estupidez de nadie. Ése es un error capital.

Nadie es tan inocente como parece ni tan estúpido. Pensar lo primero constituye una ingenuidad, y asumir lo segundo peca de soberbia. La Visión Estratégica no es ni lo uno ni lo otro.

Evalúe siempre las relaciones causales. Todas las cosas tienen una razón de ser. Esto se entiende analizando el pasado e intentando proyectar el porvenir. Las personas, en su comportamiento individual o colectivo, siempre dejan pistas que permiten identificar motivaciones e intenciones.

“Mirando se ven muchas cosas”. De esto se trata la Visión Estratégica.

Cultive y desarrolle éste hábito. Le permitirá liderar su vida y eludir el control que traten de imponerle los demás.

No es algo sencillo y tampoco conducta de muchos. Pero de ése tipo se complejidad y singularidad se nutre la Estrategia. De ellas finalmente disfruta todo Pingüino Amarillo que se respete.

Fuente: https://elstrategos.com/


¡Que te vaya bien es algo inevitable!

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Bien lo dicen: en la vida las hay de “cal y arena”. Muchas veces se recibirá cal, pero es un hecho que algún momento también habrá arena. Es algo estadístico. Suceden cosas malas, pero eventualmente también ocurren las buenas. Por esto, que te vaya bien es algo inevitable.

Si tu amor por las metas no fuese suficiente, si el deseo de victoria no alcanzase en momentos difíciles o la persistencia menguara, ¡refúgiate en la estadística! Es improbable que te acontezcan solo infortunios, es matemáticamente absurdo. Algo bueno sucederá, ¡seguro!, aunque sea precedido por mucha adversidad.

Y esto por ser algo exagerado. Porque los buenos resultados no tienen estadísticamente causal para considerarse  menos probables que los malos. Pero sirva la hipérbole para dar necesario consuelo a los agobiados por la lucha.

Ten muy presente lo siguiente: no hay una persona en este mundo que esté condenada a que todo le salga mal siempre.

No hay uno solo, ni aún el que teóricamente lo merezca. A todos les alcanzan los vientos favorables algún momento, de una u otra forma. Por esto, que te vaya bien es inevitable. Todo radica en saber aprovechar las bienaventuranzas con la misma intensidad que se viven los infortunios.

¿Por qué se vuelve pesada la caminata en tantas ocasiones?, ¿Cuál es el motivo por el que el túnel parezca irremediablemente oscuro y sin fin?

Posiblemente la causa principal emerge de la función cerebral que activa los instintos de supervivencia y protección en los seres humanos. Ésa función que ha logrado que la especie evolucione miles de años entre amenazas y contrariedades.

Poseemos funciones cerebrales biológicamente diseñadas para protegernos del peligro.

Estas propiedades no han evolucionado igual que otras prestaciones del cerebro. Siguen considerando la presencia de “tigres” que amenazan nuestras vidas fuera de la caverna. El “tigre” no existe más, por supuesto, pero ha sido reemplazado por muchos hechos triviales y cotidianos que el cerebro considera peligrosos.

La mente magnifica los problemas (reales o ficticios) con el propósito de salvaguardarnos.

Por otra parte y que se sepa, no hay funciones cerebrales que exacerben la percepción de hechos positivos o bienaventuranzas. Ellos no son considerados con la misma intensidad y en la magnitud que tienen. Para decirlo sutilmente: no son sensaciones que embarguen el espíritu por mucho tiempo.

Ahora bien, en todo esto entra en juego una facultad privativa del ser humano: la conciencia. Ésta es la que permite experimentar la vida más allá de limitaciones estrictamente biológicas. Y es ella a la que se debe acudir para entender el hecho de que “te vaya bien es algo inevitable”. No hay túnel oscuro que no tenga una salida. Estar consciente de esto posiblemente no adelante la luz o la ruta de escape, pero permite transitar la oscuridad con algo más que esperanza.

Por otra parte, tomar consciencia que la fortuna tiene la misma ocurrencia estadística que el infortunio, debe activar un par de cosas:

En primer lugar, serenidad y templanza para transitar los momentos difíciles.

Y en segundo, el hecho de celebrar las victorias con la misma intensidad que se viven las tribulaciones.

Hay que aprender a CELEBRAR con todo sentimiento las cosas buenas que pasan. Porque para lamentar las malas somos expertos desde la cuna.

Si se tiene la convicción que los parabienes ocurren con la misma frecuencia que los infortunios, la vida toma otro color. El optimismo sosegado recupera terreno, la luz disipa sombras y permite un caminar más seguro.

Que te vaya bien es algo inevitable, no lo olvides y actúa en consecuencia. Renueva tu fe en la victoria, redobla tus esfuerzos.

Mantén los pasos firmes y ten los sentidos alerta. Aún cuando eventualmente estés recibiendo toneladas de cal, es inminente la pronta presencia de algo de arena. Que ése momento no te encuentre doblegado por la frustración o amargura, porque perderás la buena nueva.

De esto se trata la ecuanimidad y el equilibrio: de saber que la vida tiene sombras y luces, no solo unas u otras. Ambas. Y en proporciones iguales. Cuando se toma consciencia de ello el espíritu conoce la paz. Entonces se produce algo curioso: una luz permanente se impone sobre las eventualidades. ¿Comprendes la trascendencia de esto?

Alguien dirá, con razón, que si la estadística acompaña por igual fortuna e infortunio, entonces los buenos momentos tienen también un inevitable fin. ¡Por supuesto! Es completamente correcto. Pero nada de esto perturba el espíritu del ser equilibrado y ecuánime. Porque él sabe bien que poco valor tienen las victorias si no emergen de las pérdidas.

Es más. El triunfo más dulce es siempre producto de la derrota más amarga. Por ello ésta debe también ser apreciada, porque la noche es más oscura poco antes que salga el sol. Así de simple, sin dramas ni salvas.

No hay nada de “psicología canina” en esto. No son aspirinas para el alma. Es pura estadística. Lo bueno y lo malo tiene igual probabilidad de ocurrencia.

Solo estamos llamados a invertir nuestros mejores esfuerzos y actuar de buena fe. Respetando irrestrictamente los lineamientos de nuestra conciencia. Persistir es bueno, ser tenaz aún mejor, pero el fondo es más simple que esto: reconocer que no hay mal o bien que dure “cien años”, ni cuerpo o alma que lo resista 🙂

No bajes la cabeza en los momentos dolorosos, levanta la mirada. Endereza los hombros y acelera el caminar. Necesitas la mente ágil y lúcida, no abotargada. Proporciona espacio a los pensamientos negativos, es parte de lo natural, pero nunca les otorgues monopolio. Se fatalista si quieres, eso suele ayudar en consideraciones y acciones, pero nunca presumas que solo te espera el mal.

Y por sobre todo, no tengas miedo. Ni al proceso ni al resultado. Si erradicas de ti el temor a perder, entonces todo es siempre ganancia. Nunca pierde quién ha invertido lo mejor de sí en algo. Si el resultado no es el que se espera, solo quiere decir que será mejor luego.

¡Que te vaya bien es algo inevitable! Felicidades sean dadas y repartidas.

Fuente: https://elstrategos.com/