Una vez se me ocurrió preguntar, por curiosidad, a un buen amigo norteamericano, ¿cuál era lo diferente que él consideraba entre la idiosincrasia venezolana y la de su país de origen? y, la respuesta fue: bueno, creo que el sentido de pertenencia y de comunidad.
Después de eso, le refería a los amigos venezolanos esa opinión y, cuando estaban a punto de rebatir esa apreciación, finalmente, doblegaban su criterio a favor del estadunidense; decían, sí, tiene razón.
Luego, en el decurso del tiempo, yo trataba de apreciar esa sentencia en las experiencias de vida que me tocaba atravesar. En mi aula de clases, en la universidad, cuando tratábamos de resolver algún problema, resultaba difícil ponerse de acuerdo aunque fuésemos no más de veinte sujetos. En el lugar de trabajo, otro tanto surgía de la misma forma, tanto en conducta como en omisiones.
En la sociedad venezolana, pareciera que el recelo y el esperar desde nuestra inacción y comodidad que, los demás o alguien más resuelva la situación conflictiva o la resolución de un problema común cualquiera, es la constante y forma normal de asunción de la cotidianidad con respecto a nuestra autorresponsabilidad.
Es algo normal, ver que todos y cada uno de los comuneros compiten por ver quién hace menos, quién se abstiene de participar más. La viveza criolla, que no es un elemento exclusivo de la sociedad venezolana, hace gala en cada una de las facetas que nos toca vivir, como miembro de un grupo humano determinado.
La costumbre de esperar que todo le sea regalado. La creencia de que se deben obtener las cosas sin pagar un precio justo que garantice al proveedor seguir operando su negocio, son patrones que vienen del seno del hogar. Se cree, según los expertos que estos son formados dentro de los primeros siete años de vida del individuo y lo marcaran y guiarán conductualmente a lo largo de su existencia, a menos que se sobreponga y altere o modifique para bien estos modelos adquiridos.
En una oportunidad en la cual exponía a un compañero de trabajo estas reflexiones, éste me preguntó: Miguel, y, ¿si alguien deja de aplicar la viveza criolla en su vida, entonces, cuál sería su antonimo, es decir lo contrario, quizá, será entonces un pendejo o tonto criollo?, a lo que le respondí: no, ese sujeto se habrá convertido en un ser que respirará y vivirá, la decencia criolla. Y tú, ¿qué opinas?
Autor: Miguel Ángel Moreno Villarroel