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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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Cambio de uno mismo: el vehículo a la prosperidad

 El cambio que uno haga de sí mismo es llave poderosa de transformación general. Con él se inicia el camino que conduce a todos los objetivos que se mantienen elusivos: reparación de relaciones afectadas, superación de frustraciones, amarguras, y la consecución de la propia felicidad.

Si en este mundo de estrecheces y dificultades puede existir una fórmula mágica que cambie el sino del destino, ésa es, sin duda, el cambio que uno pueda hacer de sí mismo.

¿Por qué la necesidad del cambio?

Todos necesitan cambiar algo en su vida. Esto es inobjetable. No existe un solo ser humano que pueda sentirse exento de la necesidad de modificar algún aspecto de su realidad. El cambio obedece a una lógica poderosa, una que bien dejó planteada Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Si se considera que el producto de las acciones emprendidas no es satisfactorio, nada será distinto si no se produce un cambio.

La lógica y el concepto del cambio debiera ser un imperativo de conducta arraigado en la psique desde la infancia. Tendría que entenderse, desde siempre, que sin la capacidad de cambiar, uno se encuentra inhabilitado para interactuar provechosamente con la vida. Las personas deberían ser conscientes desde tierna edad, que la posibilidad de modificar su entorno y el mundo en el que viven, es una función del cambio personal. Esta capacidad es incluso más importante que saber leer o escribir. Porque determina la calidad de vida que puede alcanzarse.

Sin embargo, la existencia de millones de personas frustradas demuestra que la capacidad de cambiar es posiblemente la más grande de las debilidades humanas.

La mayoría de las personas espera que las cosas cambien primero. Poco valor otorgan al hecho que el cambio se inicie con ellas mismas.

Parece parte de su naturaleza. Se coloca la necesidad de transformación propia al final, después de todo lo que “debe cambiar primero”. Luego se eleva la queja al cielo porque las cosas siguen igual, o peor.

Se hace responsables a todos los demás porque “no cambian”. Se culpa a la comunidad y al país porque las cosas “solo empeoran”. El orden de los factores se invierte y la explicación del fracaso termina por ser responsabilidad de los demás.

Otros perciben el cambio como una agresión a su identidad, a su sentido de individualidad.

Lo entienden como una agresión que proviene del exterior y exige su “adaptación” a modelos o patrones. Un intento de “despersonalizarlos” para que puedan alcanzar aprobación colectiva, aceptación social.

Tras estos conceptos construyen su renuencia al cambio, y piden que el mundo los respete y acepte “como son”.

No esperan cambios, ni propios ni ajenos. Tienen argumentos inflexibles respecto a la realidad, pero son tolerantes con los demás. La tolerancia de quien se siente superior pero condescendiente.

Estas personas se inhabilitan a sí mismos para cualquier proceso de evolución personal. Son individuos que se entienden como “producto terminado”. No ven la necesidad de mejorar o superar nada. Son como hitos del tiempo que pasa a su alrededor y los envuelve, los supera e ignora.

Más sabio es quien reconoce que sabe menos. Y más virtuoso quien admite imperfecciones al mismo tiempo que disposición de superarlas.

De este proceso emerge el hombre grande. No de la convicción de ser un producto terminado y ajeno a la necesidad de cambiar.

La verdad más simple y profunda que existe a efectos de la conducta del hombre es que el mundo solo cambia cuando uno mismo cambia. La energía transformadora emerge de “adentro hacia afuera”.

Quién ha tenido la capacidad de transformarse a sí mismo tiene poder para cambiar su entorno y alterar el mundo en el que vive. Porque sólo así se edifica y deja de ser producto de las circunstancias, o entidad frágil manipulada por el destino.

Una persona no es dueña de nada si primero no es capaz de gobernar su vida e intereses.

El hombre grande emprende un viaje sin final hacia la perfección y la excelencia. En ese proceso convive con la transformación personal permanente. Con sus exigencias, dolor y soledad. Porque SOLO se encuentra quién trata de cambiar su vida mientras todo sigue igual alrededor.

La grandeza del hombre se mide por su disposición de reconocerse incompleto.

El hombre grande es primero consciente de su incapacidad, no de su capacidad. Consciente de lo que ignora y no lo que conoce. De lo que le falta, no de lo que posee. Y es sobre todo humilde respecto al tamaño que tiene y su relación con los portentosos misterios de la vida.

La incapacidad de entender el sentido de la transformación personal se explica porque la mayoría se encuentra en el punto opuesto. Es decir, son hombres que se consideran grandes sin serlo. Viven en función de capacidades y no reparan en limitaciones. Actúan de acuerdo a lo que saben e “ignoran su ignorancia”. Viven en términos de lo que son y no de lo que debieran.

Es un problema de “egos pequeños”. Este es el enemigo fundamental del individuo y su potencial para trascender. Por eso la lucha es esencialmente interna.

Ahora bien, las personas pueden considerarse víctimas del proceso pernicioso de “construcción de egos” que existe en el medio social. Porque éste las afecta incluso antes de tener consciencia y racionalidad.

La educación familiar y social no concientiza al individuo en el sentido que si no cambia reduce sus probabilidades de triunfar.

Esta educación asume una solvencia natural del individuo para ser y hacer bien en tanto se le instruya en esto. Se orienta a un entendimientol maniqueísta del bien y el mal. Olvida esa extensa zona de relativismos, condicionamientos y dependencias en la que se desenvuelve la mayor parte de la actividad humana.

Esta construcción de EGOS desde la educación temprana se fundamenta en el afán de formar hombres seguros, firmes y de convicción.

Se ignora el imperativo de formar personas dispuestas y preparadas para cambiar lo que fuese necesario de sí mismos.

En tanto mayor el ego, menor el entendimiento de la necesidad de cambiar.

El ego inflexible es soberbio. Está dispuesto a pagar altos precios por prevalecer. Y sólo cambia, eventualmente, por la magnitud de la adversidad que le cae encima.

Quien ayuda a construir un gran ego en realidad colabora en el desarrollo de un arma que finalmente se autodestruye.

Las personas con egos de este tipo tienen poca inclinación al cambio. Einstein decía: “recortas y moldeas tu pelo, pero casi siempre olvidas cortar y moldear tu ego”.

En otros casos, la existencia del ego poco inclinado al cambio, no es solo producto de educación, también de experiencias de vida. Si éstas son duras, crean personalidades propensas a la introspección y el aislamiento. Así se forman traumas y complejos. Muros difíciles de franquear, situaciones en las que no es fácil esperar que se entiendan las virtudes del cambio.

Aparte del fenómeno de éste tipo de Ego, existen otros dos grandes motivos por los cuales el cambio no ocurre en algunas personas:

1.- Existe un grupo que reconoce la necesidad de cambiar cosas en su vida, se entiende carente y perfectible, no interpone un ego que se auto justifica, pero tampoco encara el proceso de transformación.

Estas personas se “acomodan” a la situación y a las circunstancias. No les va bien en muchos aspectos pero terminan por aceptarlo y “sobrellevarlo”. Solo se esfuerzan para evitar que las cosas empeoren o salgan de “límites aceptables”.

Son los que le dan nombre y sentido a la mediocridad.

Pocas cosas explican mejor lo que representa ser mediocre que éstos individuos que simplemente se “acomodan” a lo que venga.

Reconocen que deben hacer algo y no lo hacen. No es que le tengan temor a la tarea, simplemente encuentran más sencillo “adaptarse” que cambiar. Y así viven: sin hacer bien ni mal. No piden, no dan, no son.

Poseen enorme flexibilidad. Ésa que justifica la afirmación que el hombre es un “animal de costumbres”. Sobreviven entre rutinas básicas, viven las limitaciones del momento. Carecen de sueños y visiones.

Causa menos daño interactuar con un hombre que no reconoce la necesidad de cambiar, que interactuar con estos abanderados de la mediocridad, que aceptan la necesidad del cambio pero no lo hacen por comodidad.

Si la sensatez no prevalece, en algún momento la vida produce circunstancias que doblegan al más irreductible. Pero los mediocres nunca son doblegados. Los rigores de la vida no los afectan, sólo ponen a prueba su inmensa capacidad de adaptación. Estas personas mueren en su ley: incólumes en su defecto. No sienten o sufren la precariedad de su situación (aunque íntimamente la reconozcan), pero provocan sufrimiento y frustración a su alrededor.

2.- Otro grupo de personas, uno que compite en número con el anterior, no encara el cambio o la transformación por temor.

Reconocen la necesidad de cambiar, entienden el provecho que les puede representar, ponen un ¡alto! a la vida que llevan pero no encaran el proceso transformador. Quieren, pero no pueden, y esto los llena de inseguridad y miedo.

Y es que el cambio no es sencillo. El proceso es lento y doloroso, la pelea se produce en los lugares  más íntimos. El enemigo principal es uno mismo.

Mientras más importante el cambio que se desea, más lentamente se produce, remeciendo a cada paso las estructuras del ser. Este transcurrir cansino del tiempo contrasta violentamente con el torbellino interno que el cambio produce. Y pone a prueba toda paciencia y fuerza de voluntad. Y si el tiempo termina por paralizar el proceso, da paso a una profunda frustración. Una sensación inconsolable de derrota.

El cambio se produce en soledad, y este es otro factor que amilana a cualquiera.

Nadie está (ni tiene por qué estarlo), pendiente del cambio que alguien lleve a cabo en su vida. El proceso es íntimo, personal. El mundo no detiene ninguno de sus giros. Nada cambia “allá afuera”, todo sigue su curso, sin pausa y sin misericordia. La realidad permanece inalterable e impasible.

Este proceso solitario puede durar mucho tiempo, y ello intimida.

El cambio se produce contra la tendencia natural que tiene la personalidad formada en el tiempo. La transformación personal “pare” un nuevo individuo. Pero en los hechos éste convive con el anterior hasta que se produce la simbiosis.

La tensión intestina durante el proceso es difícil de administrar.

El cambio produce dolor en tanto se está gestando. Es una lucha dura contra conceptos y pensamientos de raíz profunda. Hábitos, estilos de pensar y de hacer, actitudes, juicios. El dolor puede ser hasta físico, porque se rompen moldes de conducta, rutinas, costumbres.

En tanto se da el cambio, otro dolor se produce. Aquel que infringen las personas cercanas, los seres queridos.

Ellos tienen importancia vital. En muchos casos explican el deseo de cambio. Pero dado que no participan en el proceso, terminan siendo insensibles a la fragilidad del que lucha por transformar su vida.

Quien se encuentra en el proceso de cambiar enfrenta estímulos negativos a su alrededor y se violenta. Inconscientemente espera reconocimiento y tolerancia, pero halla respuestas neutras (en el mejor de los casos). Esto tiene explicación: el cambio se produce de adentro hacia afuera. Por lo tanto NADA cambia alrededor, el proceso es interno, y en tanto no dé frutos, no tiene capacidad de alterar el entorno.

Por último, la vida presenta continuas pruebas a quien está cambiando.

Lo hace a cada instante, especialmente en las etapas de mayor fragilidad. Nunca existe ése “ambiente propicio” para encarar una transformación personal. No hay ése “remanso de paz” que ayude. Por el contrario, las energías insondables del universo se activan ante la sola percepción de que hay un proceso en marcha. Y lo someten a las pruebas más duras.

Las personas que quieren cambiar el curso de sus vidas precisan de un elemento vital para vencer: carácter.

La dificultad de entender, efectuar y sostener el cambio requiere carácter. Éste es el aspecto vital de diferenciación entre los que triunfan y los que salen derrotados.

El hombre de carácter, aquél que tiene firmeza, energía y genio, entiende la necesidad de cambiar y cambia. Se concentra en sí mismo para alterar las cosas a su alrededor. No echa culpas ni demandas sobre los demás. Da el primer paso.

Este paso: “yo cambio”, inicia el circuito virtuoso de la transformación.

Pocos lo dan, solamente hombres y mujeres de carácter. Ésa madera que distingue a las personas destinadas a ganarle la partida a la adversidad y alcanzar los favores de la vida.

Y como pocos invierten el esfuerzo y sacrificio, muchos terminan siendo los frutos que recogen. De hecho todos aquellos que la gente cómoda e insensata no obtiene nunca.

¿Qué se debe cambiar?

Las personas deben cambiar todo aquello que no les genera provecho. Lo que provoca problemas frecuentes e impide alcanzar un mínimo equilibrio emocional. Igualmente aquello que se interpone con la realización personal, presente y futura.

El cambio es una respuesta a todo lo que no se encuentra bien.

En tanto que es un proceso que transcurre de “adentro hacia afuera”, comienza tratando los hechos de lo grande a lo pequeño.

Lo que debe cambiarse involucra, de una u otra forma, lo siguiente:

El concepto sobre la vida.

Es probable que el concepto de la vida, aquel que “siempre” orientó el camino, esté equivocado.

Si los resultados que se esperan no son los que se obtienen, y esto no se ha modificado con todos los esfuerzos invertidos, entonces debe revisarse el propio concepto de vida y, eventualmente, cambiarlo.

Este es el cambio más difícil por su carácter integrador, dado que cualquier concepto sobre la vida involucra una forma de ver y entender todo.

La evaluación de estos conceptos lamentablemente emerge como producto de dificultades. De hecho, la forma de ver y entender la vida es algo en lo que no se repara sin sufrir contrariedades. Este cambio es, muchas veces, fruto de pena y sufrimiento.

Los conceptos que se tienen sobre lo que es la vida y lo que debe hacerse en ella, emergen de dos vertientes. El conocimiento del mundo y las experiencias vividas.

Si los resultados que se obtienen no son los que se esperan y no conducen a un mínimo de bienestar, entonces el conocimiento del mundo es insuficiente. O lo que se hace en él está mal, y probablemente ambas cosas se necesiten cambiar.

El cambio de conocimientos es un proceso racional, de ilustración y aprendizaje. Se precisa una mente amplia y dispuesta. Con ello es muchas veces suficiente. Porque el problema sobre un escaso o errado conocimiento de la vida no radica en la incapacidad de aprender, más bien en la pereza mental.

¡Solo hace falta un sincero deseo por conocer más del mundo y de sus cosas para consolidar un concepto de vida acertado!

Las experiencias, que son el otro ingrediente que define el concepto de las cosas, deben constituir un activo influyente. Bien porque corresponda evitar errores pasados o se trate de replicar buenos resultados. Las experiencias constituyen guía primordial para los grandes cambios. Sus resultados demuestran si se transita, o no, el camino correcto.

A medida que el hombre tiene mayor conocimiento del mundo y más extensas son sus experiencias, más fácil y eficiente debiera resultar un cambio sobre conceptos que guían su existencia.

Esto contrasta con la opinión que mientras mayores son las personas menos proclives son al cambio. Existe diferencia entre la capacidad de encarar eficientemente cambios y el temor a lo diferente o desconocido. Muchas veces es esto último lo que determina la aversión al cambio entre personas de mayor edad. De allí en más, el conocimiento sobre la vida y las experiencias que se tienen en ella, debieran ser guía suficiente para cambiar lo que fuese necesario.

Las relaciones con otras personas.

El hombre es un animal social y las personas alrededor condicionan la manera en que transcurre su viaje por la vida.

Estas relaciones producen energía para el camino o la quitan. Si el segundo caso es el que prima, bien vale la pena evaluar un cambio en la naturaleza de esas relaciones.

Esta necesidad es un imperativo de beneficio propio, y no tiene nada que ver con los intereses de los demás. Acá no importa determinar buenas razones, ¡el cambio propio es el que transforma las cosas alrededor!

Un sano egoísmo es necesario para enfrentar estas situaciones, porque pueden ser difíciles y dolorosas.

Las relaciones que no funcionan bien con otras personas alteran la vida. Y muchas veces lo hacen por faltas claramente atribuibles a los demás.

En situaciones como estas, llegar a entender que uno es quien tiene que cambiar aun cuando los otros estén en evidente la falta, resulta difícil. Sin embargo, si prevalece el interés propio, el mejor camino comienza por un cambio personal, sin esperar que el correctivo sea aplicado primero por los demás. Esto es lo que define un sano y necesario egoísmo.

Ahora bien, el cambio propio no implica validar ninguna conducta o posición ajena. Es un intento de enmendar y corregir lo que uno no esté haciendo bien en la relación con otras personas.

Más allá de las cuentas finales, todas las partes tienen cuota de responsabilidad en relaciones que no funcionan. Y el cambio está destinado a honrar esa cuota que le corresponde a uno. De allí en adelante, si la relación no prospera, el punto terminal encuentra a la persona sin deuda.

Por otra parte, existe alta probabilidad que el cambio propio desencadene cambios generales que beneficien la relación. ¡Hay mucho poder en esto! Uno similar al que tiene una corriente de agua cuando ya no es contenida por un dique. Energía que produce más energía y transformación. Para ello solo es preciso abrir una pequeña compuerta: el cambio propio. La transformación personal que no espera por nadie y se rinde tributo a sí misma.

Una frase budista expresa que en toda persona con la que se interactúa se debe ver a un maestro.

Toda relación, buena o mala, enseña algo. Ahora bien, como todo proceso educativo es en esencia transformador, toda relación debiera servir para cambiar algo que sea preciso. Éste es el premio, y no lo que en última instancia suceda con la relación.

Una experiencia sirve para ser mejor persona en la siguiente etapa. Hasta el momento en que se está preparado para sostener relaciones de mayor calidad.

Los hábitos y las costumbres. Su importancia en el cambio.

¡Malos hábitos y malas costumbres! Estos forman parte de la problemática que se produce en la relación con otras personas. Son a la vez insumo y producto de los conceptos que se tienen de la vida.

Solo con fuerza de voluntad y método se pueden cambiar hábitos y costumbres. Fuerza de voluntad para iniciar el proceso sin ceder un palmo del terreno que se conquiste, y método para hacer factible el cambio.

El método más fiable es el de los pasos pequeños y progresivos. En estos casos lo pequeño conquista el premio mayor en un proceso de acumulación de victorias.

Y es que éxito sobre hábitos y costumbres se escribe con “e” minúscula. Y si existe la gran victoria, el triunfo final o el éxito grandioso, éste no es nada más que una suma delicada de éxitos con “e” minúscula. Logros pequeños, concretas victorias.

Recomendaciones para propiciar y sostener el esfuerzo de cambio.

1.- Mantener claro y firme, el concepto siguiente: “si quiero cambiar el rumbo de mi vida, debo cambiar yo”.

Nada cambiará alrededor en tanto no se produzca primero el cambio propio. Si se necesita que el cambio se produzca, éste es el aliciente que debe acompañar todo el proceso, por difícil y largo que fuese.

2.- Cada victoria sobre la dificultad construye una nueva y mejor persona.

En el esfuerzo de sostener el proceso de transformación, cada día se es mejor que el anterior.

3.- No retroceder nunca hacia un punto previamente alcanzado.

Este es terreno CONQUISTADO con mucho esfuerzo, y no se puede ceder.

4.- Recordar que pocos pueden hacer lo que se está haciendo.

Al sostener un proceso de transformación personal, el hombre se incorpora a un grupo selecto de personas que han salido de una situación mediocre y cómoda.

5.- Éxito se escribe con “e” minúscula.

El cambio grande tiene que ser producto de pequeñas transformaciones, objetivos alcanzables día por día, jornada por jornada.

El cambio completo se alcanza subiendo una escalera formada por peldaños pequeños, uno a uno. Aquí no existen atajos, y el ascensor no lleva a ninguna parte. Mientras más grande, difícil y desafiante el objetivo del cambio, más debe fragmentarse en pequeñas etapas y desafíos.

Si la transformación personal se asociara a la fábula de la tortuga y la liebre, esta última nunca podría salir victoriosa. Porque las fuerzas no le alcanzarían para toda la jornada. El cambio no es una cuestión de velocidad, es un asunto de método. Las fuerzas deben dosificarse.

6.- Ser disciplinado y tener respeto por uno mismo y por el esfuerzo.

No dar margen a la debilidad. Cuando exista alguna circunstancia que pueda ocasionar la pérdida de terreno conquistado, acordarse de todo el sacrificio y esfuerzo invertido en llegar hasta allí.

El mundo ha demostrado que nadie tiene pena por uno si básicamente uno no se tiene pena a sí mismo. No hay que olvidar que uno es quien está cambiando, no el mundo alrededor.

7.- Ha llegado el momento de aprender a tener paciencia.

Si esta maravillosa virtud ha sido esquiva, ahora es cuando se la debe rescatar, no hay mejor momento. ¡Paciencia! Capacidad para asimilar los disgustos y sinsabores que el proceso presenta.

El hombre que ha decidido cambiar comienza a tomar consciencia de la “fealdad” que siempre lo ha rodeado, y la naturaleza que tiene la mediocridad. Porque ahora la reconoce “desde la otra orilla”. La mediocridad sólo se ve y siente cuando se ha salido de ella.

El camino de la transformación personal es en realidad un puente que  conduce de la mediocridad a la virtud. En medio del puente se ve y siente un turbión oscuro, rugiente, amenazador. Paciencia y paso firme. El viaje es muchas veces largo y difícil, pero concluye con un incomparable premio de grandeza.

8.- ¡Cuidado con las personas más cercanas, ellas son las que tienen mayor poder para interrumpir el proceso!

No es extraño que la dificultad más seria se presente de esta forma. Las personas más cercanas muchas veces forman parte del “statu quo” que no cambia fácilmente.

Ellas serán, seguramente, las primeras beneficiarias del esfuerzo y la victoria propia. Pero en el proceso pueden representar el obstáculo principal. En este caso es bueno recurrir a las reservas más preciosas de cariño y amor que se tenga por ellas.

9.- Y por último lo más lógico: el proceso de transformación personal es un juego de “ganar-ganar”. Porque de hecho algo diferente se alcanzará al hacer las cosas de manera distinta.

¿Qué se pierde? En realidad poco se arriesga, pero es muchísimo lo que se puede ganar.

Fuente: https://elstrategos.com/el-cambio-de-uno-mismo-y-la-prosperidad/

Los codos fuera de la mesa ¿Por qué no debemos poner los codos en la mesa mientras estamos comiendo?

 Poner los codos sobre la mesa cuando se está comiendo está considerado un gesto de mala educación. ¿Por qué?

Redacción Protocolo y Etiqueta

Quita los codos de la mesa, nos han dicho siempre desde pequeños

El saber estar en la mesa significa algo más que saber utilizar los cubiertos. Saber cómo comportarse de forma apropiada puede ir desde cómo sentarse correctamente a qué temas se pueden hablar en la mesa.

En esta ocasión hablamos de la famosa frase que hemos escuchado desde pequeños: "no pongas los codos en la mesa". A la que le falta una coletilla: "al menos mientras comes". Si no estás comiendo, se puede permitir, aunque tampoco es recomendable por las razones que veremos a continuación.

Los codos fuera la mesa, ¿solo mientras estás comiendo?

El origen de esta regla de etiqueta no está documentado de forma precisa. Es posible que sea una cuestión más pragmática que cualquier otra cosa. Veamos algunas de las razones por las que no se deben poner los codos en la mesa.

Poner los codos en la mesa mientras comemos es una cuestión meramente práctica. Haga la prueba. Trate de utilizar los cubiertos con los codos apoyados en la mesa. Tarea imposible.

Espacio ocupado. Para evitar ocupar más espacio del debido, se estableció, desde la época de los grandes banquetes medievales, que apoyar los codos en la mesa era de mala educación. Podía ser una molestia para los comensales que se sentaban juntos porque podían chocar los brazos. Y en esos tiempos un simple choque podía acabar con una buena disputa o pelea.

Otra de las razones prácticas esgrimidas era evitar 'accidentes' en la mesa. Al poner los codos podemos tropezar los platos, los cubiertos, etc. Incluso, podemos entorpecer el trabajo de la persona que está sirviendo tanto la comida, como la bebida.

¿Cómo debemos colocar los brazos en la mesa?

Podemos imaginar que la mesa es una máquina de escribir o un teclado de ordenador. ¿Cómo? Se estarán preguntando. Vamos a verlo.

Podemos apoyar nuestras muñecas o antebrazos en el borde de la mesa. Pero, mejor, no ir más allá. Es decir, sin llegar a los codos. 

Para terminar, como hemos visto, la 'mala educación' de una persona que apoya los codos en la mesa, es más una cuestión práctica que otra cosa. No obstante, como en la mesa debe primar la amabilidad y la consideración, la práctica pone de manifiesto que colocar los codos en la mesa puede ser molesto y desconsiderado con nuestros compañeros de mesa.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/los-codos-fuera-de-la-mesa-por-que-no-debemos-poner-los-codos-en-la-mesa-mientras-estamos-comiendo.html

Cómo dominar el dinero y no ser dominado por el

Cómo dominar el dinero es una pregunta estrechamente vinculada a las personas a lo largo de sus vidas. Omnipresente en sus actos desde que toman uso de conciencia. Controla en buena parte su tiempo, porque define momentos en que ciertas cosas pueden hacerse o no. Situaciones para iniciar o concluir algo, detenerse o avanzar.

(Extracto del Programa de Asesoramiento sobre la Psicología del Dinero de Carlos Nava Condarco)

El dinero propende a controlar el ritmo de vida, y desde allí se acerca a tomar control del destino.

Su carácter regulador interviene en la dinámica del alma. Porque influye sobre los sentimientos, condicionando alegrías y penas, gozo y zozobra. Modela las emociones, y desde allí también toma control del porvenir.

Por último, también afecta valores: fe, virtud, paciencia, amor. Así altera las manifestaciones del espíritu y da el paso final para gobernar el destino.

Restar importancia al dinero o privarle del lugar específico que tiene en la vida es una NECEDAD. Con ello solo se enriquece una larga historia de ignorancia respecto al tema.

Esa historia se inicia muchos años antes del nacimiento de cada persona. Puesto que la naturaleza de la relación está determinada por padres, abuelos, y generaciones previas a éstos.

La lógica al respecto proviene de la orientación que se recibe en el seno familiar. Y en ése sentido todos son inermes receptores del contenido de los mensajes.

Desde cualquier punto de vista, la responsabilidad familiar en la educación sobre cómo dominar el dinero es determinante. De la manera que se maneje depende la vulnerabilidad que las personas tengan al respecto, y la forma que esta compleja relación tome en el curso de sus vidas. Sin la apropiada participación familiar la fragilidad de los individuos en su relación con el dinero adquiere características difíciles de modificar a lo largo del tiempo.

En este sentido, el error de las familias en el proceso de educar sobre el dinero, se fundamenta en dos aspectos:

1.- Los padres sostienen, muchas veces, que el dinero no es importante.

2.- Afirman, también muchas veces, que no lo es todo en la vida.

La primera afirmación es absurda. El dinero es un aspecto muy importante en la dinámica de vida.

La segunda es una verdad de Perogrullo. Obviamente el dinero no lo es todo en la vida, y por ello mismo no se debe aumentar o disminuir su específico valor.

Las familias que alcanzan mejores resultados educan apropiadamente a sus hijos en estos asuntos. Y construyen otro hecho incuestionable: la transmisión generacional de la prosperidad financiera.

La fórmula definitiva de cómo dominar el dinero es simple: el hombre es quien debe DOMINAR el dinero y no dar margen a lo contrario.

El dominio emerge del conocimiento. Mientras mayor es él, más amplio el poder y la capacidad de control. Cuando el conocimiento proviene del seno familiar, la carga es más ligera y la probabilidad de victoria se incrementa. Dominar involucra someter. El dinero es “sirviente” o amo. Poderoso sirviente o poderoso amo.

El dominio representa soberanía. Es el hombre quien determina el “como” y el “cuando” con respecto a los alcances y beneficios del dinero, o es éste quien establece las pautas. El soberano no se sujeta, determina.

Finalmente el dominio significa establecer las dependencias correctas. O bien el dinero depende de la capacidad de producirlo o la capacidad depende de él.

¿Cómo dominar el dinero? A través de tres vías, todas de similar importancia:

1.- Teniendo la capacidad necesaria y suficiente para producirlo.

Aquí el conocimiento es vital. Primero para conocer la dinámica específica del dinero y luego para entender las formas de generarlo. La falta de conocimiento es una sentencia que somete al individuo a los arbitrios del dinero.

2.- Perdiendo el temor al fracaso en los intentos de producirlo

A mayor temor, menor capacidad de producir dinero y más exiguos los resultados. Superar el temor es un asunto de carácter, de resolución y determinación para alcanzar el indispensable dominio.

3.- Teniendo la habilidad de VENDER la capacidad de producir dinero.

En tanto el conocimiento de un oficio, o el potencial de un emprendimiento, permanezcan inactivos o no sean expuestos a la demanda, no pueden materializarse. La capacidad de producir dinero debe ser activada en el mercado, en la colectividad, en el medio social que determina el intercambio de bienes y servicios.

La combinación de estos tres factores es fundamental para alcanzar el dominio.

Un cuarto factor (muy importante), no tiene una relación directa sobre el dominio: la administración del dinero que se ha producido.

La incapacidad de administrar bien el dinero genera fragilidad, pero en éste caso ya se está hablando de eficiencia, no de efectividad.

Es necesario ser eficiente en la administración del dinero porque ello contribuye a la estabilidad, pero lo único que garantiza dominio es la efectividad. Es decir la capacidad específica de producirlo.

Hay diferencia entre ambas cosas.

Con el dinero se necesita ser eficaz antes que eficiente; primero se obtiene el dominio y luego se optimiza el proceso.

Quienes obtienen dominio pero no alcanzan eficiencia en su administración, probablemente no sean buenos prospectos para la abundancia financiera, pero tienen gran probabilidad de no estar entre las víctimas.

El dominio sobre el dinero se sustenta entonces en conocimiento, carácter y habilidad para vender. Ninguno de estos elementos puede fallar.

Una puntualización importante: el conocimiento para producir dinero no está asociado al entendimiento convencional de la formación profesional (tampoco lo excluye, por supuesto). Está vinculado al ejercicio altamente caificado de esos conocimientos.

El único conocimiento, que en sí mismo está habilitado para producir dinero de manera sostenida, es aquel que se practica con calidad.

No se trata de ser un abogado erudito, sino el mejor abogado. Tampoco un médico con muchos estudios o experiencia, más bien el mejor médico. La profesión o el oficio específico no importa, porque igual o mejor equipado puede estar un heladero o el herrero, si es el mejor en lo que hace.

La vida no garantiza nada a quienes calculan que por ingresar a la Academia avanzan en su objetivo de producir dinero. Igual o mayor probabilidad le está reservada al peluquero o al plomero. Todo radica en la CALIDAD con la que se practique el conocimiento.

Hay que estar consciente que la mejor formación académica es sólo un documento colgado en la pared si no existe determinación para ser el mejor en lo que se haga. Aquí radica la capacidad de producir dinero.

Lo mismo aplica a quien opta por el emprendimiento. A él también se le demanda calidad distintiva en el producto o servicio que ofrezca.

Respecto al carácter necesario para alcanzar dominio sobre el dinero, queda corta cualquier exigencia. El Sistema es implacable, y poco le perdona al indeciso, al pusilánime o al que no quiere asumir riesgos.

El mundo demanda carácter para acompañar cualquier conocimiento, y éste se forja en la desventura, en la adversidad, en la caída.

Quien a priori evita todo esto por temor, nunca llega a desarrollar el carácter que se necesita para hacer viaje y superar las pruebas. Woody Allen decía: “Me ha llevado diez años tener éxito de la noche a la mañana”. El carácter se fortalece con cada caída, y el éxito se manifiesta al levantarse.

Son muchos más los que pueden alcanzar conocimientos de calidad que aquellos que pueden acompañarlo con el carácter que se precisa.

Por último, la capacidad de vender lo que se es y puede hacerse, es indispensable.

En este juego no se trata de “ser para uno mismo”. El dinero es un producto que se transa y por ello tiene tanto que ver con uno como con los otros.

Las personas que solo admiran su nariz y no están dispuestos a exponerla ante los demás, no pueden alcanzar dominio sobre el dinero. En la lógica transaccional poco importa lo que uno piense o crea de sí mismo, importa lo que los demás crean o piensen de uno.

El conocimiento y el carácter pueden terminar impolutos en un closet si no se venden a los demás. Gertrude Stein, la escritora estadounidense afirmaba: “El dinero siempre está ahí; sólo cambian los bolsillos”. Este “cambio de bolsillos” se produce solamente cuando alguien compra lo que otro QUISO y pudo vender.

La pobreza en esencia está explicada por la falta de conocimiento sobre cómo dominar el dinero.

Es triste no poder ser más positivo en el tratamiento de ésta temática. Es un asunto que difícilmente lo permite. Sin embargo obliga la importancia definitiva que tiene. William Shakespeare el gran poeta y dramaturgo inglés decía: “si el dinero va delante, todas las puertas se abren”. Y ésta es una sobria verdad. Las puertas cerradas en la vida afectan el alma y dañan el espíritu. El dinero, al fin y al cabo, está allí para ayudar a abrirlas.

Por otra parte, el dominio que se alcance sustenta la afirmación de ése otro hombre grande, José Ingenieros, quien con el mayor pragmatismo dejó esta frase:

“La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse por él”.

(Extracto del Programa de Asesoramiento sobre la Psicología del Dinero de Carlos Nava Condarco. Si desea más información al respecto tome contacto con el autor: carlosnava@elstrategos.com; carlosnava365@gmail.com)

Fuente: https://elstrategos.com/como-dominar-el-dinero/

Reglas de etiqueta para no olvidar cuando jugamos al golf. Cómo evitar ser un jugador con malos modales

 El golf es uno de los deportes que cuentan con unas reglas muy claras sobre lo que se puede o no se puede hacer. Pero el comportamiento de algunos jugadores deja mucho que desear

Consejos de comportamiento para evitar ser un jugador maleducado

El golf, como cualquier otro deporte, tiene sus propias reglas. Pero los buenos modales y las reglas de etiqueta son propias de cada jugador. El comportamiento de los jugadores en el campo refleja la buena o mala educación de las personas.

Los jugadores deben disfrutar de su juego teniendo un comportamiento correcto en todo momento. Como el golf se juega, la mayor parte de las veces, sin la supervisión de un árbitro, son los propios jugadores los que deben 'juzgar' las jugadas y los comportamientos de sus compañeros de juego.

Malos comportamientos y falta de cortesía en el golf. Conductas que debemos evitar

1. Desconcentrar al contrario. 

Es muy poco deportivo hacer ruidos o gestos que puedan hacer perder la concentración a nuestro rival. Tampoco se debe hacer este tipo de gestos o ruidos con cualquier otro jugador, aunque no sea de nuestro grupo.

2. Jugar fuera de turno.

Cada equipo y jugador tiene su turno. Como en una cola, hay que esperar el turno que nos toque.

3. Ponerse en el camino de la bola. 

Debemos estar atentos para salirnos del posible trayecto de la bola. Si nos despistamos es posible que alguien nos advierta de ello.

4. Vestir de forma incorrecta.

Los pantalones cortos, las gorras hacia atrás, las camisetas sin mangas, etc. no son formas de vestir apropiadas para jugar al golf. Nadie pide vestir de etiqueta. Pero todo tiene un límite.

5. Golpear accidentalmente con la bola o el palo.

Si accidentalmente se produce un incidente de este tipo, pedir perdón. Hacerse los despistados es de personas mal educadas y poco empáticas. Podemos hacer mucho daño con un golpe de este tipo. Incluso, podemos causar una herida o lesión importante.

6. Guardarse los consejos.

Los consejos no solicitados pueden generar una reacción de rechazo. Cada persona tiene su estilo de jugar. Salvo que seamos el profesor de golf, mejor nos callamos.

7. Reparar las marcas y agujeros del green.

Siempre que el reglamento lo permita, hay que reparar agujeros, marcas, etc. del green. Dejar el green como un queso de gruyere es de pésima educación y deportividad.

8. No rastrillar los búnkers.

Cuando tenemos que sacar una bola de un búnker -situación relativamente habitual- pisamos la arena. Al terminar nuestro golpe o golpes, debemos rastrillar la arena. Dejarla en el mejor estado posible.

9. Lanzar objetos.

Un mal golpe lo tiene cualquiera. También, un mal día. No sirve de excusa para lanzar al campo nuestro palo de golf, los guantes, otra bola, etc. Debemos controlar nuestros arrebatos de ira.

10. Agredir a otros jugadores.

Por último, lo más imperdonable de todo. Llegar a las manos con otros jugadores. O con algún espectador, si los hay. Las agresiones físicas son inaceptables en cualquier ámbito. Pero en el ámbito deportivo son más censurables.

Para terminar indicaremos que en cualquier deporte debe primar la corrección y las buenas formas. El deporte debe dar ejemplo de "fair play". Un término que hace referencia a la nobleza, el respeto y el buen comportamiento.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/reglas-de-etiqueta-para-no-olvidar-cuando-jugamos-al-golf-como-evitar-ser-un-jugador-con-malos-modales.html

¿Conocer o dominar el idioma Inglés? ¿Por qué?

¿Conocer o dominar el idioma inglés? La respuesta es simple: se debe tener un DOMINIO FUNCIONAL del idioma inglés. Los fundamentos de esta afirmación son los que se tratarán en la presente publicación.

El entendimiento profundo de todo esto, parte de reconocer que en el Mercado no existen elementos de mayor valor que las ventajas competitivas, puesto que sin ellas no es posible destacarse y hacer prevalecer los intereses profesionales o del negocio. Las personas y organizaciones deben extremar esfuerzos para alcanzar diferencias que les permitan sobresalir. La competencia en mercados globales demanda fortalezas integrales.

El profesional que desconoce esta realidad no tiene grandes oportunidades. Bien sea en la construcción de su carrera, su negocio o su marca personal.

Los estudios convencionales no son garantía de nada en tanto no sintonicen con la realidad que se vive. El conocimiento no es suficiente si no se acompaña con destrezas personales y se reviste de la actitud apropiada.

Esta no es la era del conocimiento, es la era de la inteligencia. No es la persona instruida la que prevalece, es la persona inteligente. Aquella que suma al conocimiento destrezas, e inserta el conjunto con ventaja en una realidad condicionante como lo es el mercado.

El desarrollo de habilidades o destrezas difiere de las aptitudes. Éstas últimas tienen origen personal definido, en cambio las primeras deben construirse más allá de la vocación o la capacidad natural que se tenga.

Existen pocas destrezas o habilidades que puedan ser comunes a todos los profesionales. La mayoría responden al desempeño específico que tenga cada quién. Pero ésas pocas que competen a todos, tienen importancia trascendental.

Entre las destrezas esenciales se encuentra el dominio funcional del idioma Inglés.

Un profesional que busque consolidar una ventaja competitiva DEBE tener dominio funcional de ésa lengua. Este no es un requisito optativo en la dinámica competitiva actual. Podía serlo, posiblemente, hace 30 años, pero eso ya es historia.

Tampoco es un requisito que pueda evaluarse bajo el lente de criterios culturales, sociales o políticos, de la misma forma que no lo es conocer el alfabeto y vocabulario de la lengua materna. No es algo que pueda sujetarse al análisis paciente o el juicio relativo.

El dominio funcional del idioma Ingles es un imperativo vinculado a la educación y comunicación elemental de este tiempo. Igual que existe consenso social respecto al analfabetismo, lo debe haber con referencia a éste tema.

Se da por sentado que existe una realidad global que involucra a todos. Todos entienden, igualmente, que hay que desenvolverse ventajosamente en ésa realidad. Se comparten anhelos de progreso y desarrollo personal. Luego, debe coincidirse también en la necesidad de dominar funcionalmente la lengua inglesa.

El Inglés será la lengua global determinante todavía por mucho tiempo. Al menos a lo largo del curso de vida de las presentes generaciones.

De hecho no lo será el español, el alemán o el madarín. Más allá de cualquier especulación o preferencia. La dinámica global apunta al uso de un idioma global.

Mientras algunas personas calculan que el idioma del futuro será el mandarín, los chinos están en campaña para aprender inglés. En tanto algunas tendencias políticas pretenden conducir a Europa al ostracismo del siglo XIX, sus organizaciones de negocios demandan personal bilingüe y venden sus productos y servicios en inglés.

La necesidad del conocimiento de ésta lengua no es nueva. La preocupación sobre el “analfabeto funcional” ya lleva varias generaciones

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¿Conocer o dominar el idioma inglés? Seguramente el número de personas que hoy conocen el idioma es superior al que había hace 30 años, pero esto ya no es suficiente. No solo se necesita “conocerlo”, hay que dominarlo “funcionalmente”, de manera que sea útil para propósitos ineludibles de la actualidad.

El dominio funcional del Inglés exige más que conocimiento, demanda una actitud natural hacia su uso. Igual a la que se tiene para usar un brazo o una pierna.

Así como una persona no necesita ser un atleta para darle uso a sus extremidades, tampoco se precisa ser una persona bilingüe. Simplemente concebir el uso del idioma de forma natural.

Un profesional debe tener capacidad de leer un texto en inglés al menos al 80% de comprensión que tendría con su lengua materna. Y escribirlo y hablarlo en una proporción no inferior a la mitad.

El tema de la lectura es algo fundamental. No existe comparación en la calidad y cantidad de contenidos de cualquier conocimiento en inglés comparado con otra lengua.

El proceso de “conocer” lo que existe se limita dramáticamente cuando la búsqueda no incorpora los textos en inglés. Quién pretende desarrollar sus conocimientos o su nivel de información restringiéndose a la lengua materna, tiene importante desventaja competitiva.

El dominio funcional del inglés no es una convocatoria a esfuerzos de “traducción”. Es una llamada a su uso natural, de manera que sea indistinta la comprensión cuando se produce la lectura en ésa lengua o en la nativa.

Quién vea conveniente alcanzar un dominio integral del idioma se orienta a un requisito que no se plantea en estas líneas. Y que, por otra parte, no garantiza necesariamente un beneficio mayor, al menos en términos de las exigencias universales.

El dominio funcional es indispensable, el dominio integral es una decisión de otra índole.

El inglés es la lengua en la que se mueve el mundo de los negocios en mayor grado que otras ocupaciones. Incluso existen términos concretos que nunca se traducen. Y como toda palabra (de cualquier lengua), cada uno de ésos términos tiene un significado que solo puede ser entendido en su contexto idiomático.

¿Por qué tendría que considerarse la contratación de un profesional con limitaciones idiomáticas en comparación con alguien que no las tiene?

¿Cómo podría entenderse esto en el caso del emprendedor o el empresario? ¿Cómo aceptar una desventaja tan importante en una dinámica donde cada detalle juega su parte?

Parece absurdo hacer referencia a un tema tan prosaico. Pero es precisamente por éste tipo de pensamiento que se hace necesario enfatizarlo.

No son pocos los que cotidianamente se esfuerzan en alcanzar “ése pequeño detalle” que fortalezca sus ventajas competitivas. Y sin embargo pasan por alto la incuestionable necesidad de dominar funcionalmente el Inglés.

Si lo que aquí se ha expuesto no le atinge, pues marcha por buen camino. Y si algo de lo tratado le concierne, ha llegado el momento de poner manos a la obra y remediarlo. Sin subjetivismo o autoengaños.

¿Conocer o dominar el idioma inglés? No es necesario demostrar que se puede traducir éste artículo para pasar la prueba. Pero si éste le llegara en inglés debería tener la capacidad de entenderlo al menos en un 80%. Si no lo hace, habrá que deducir que tampoco entendió mucho de todo lo que se dijo aquí y en su lengua materna.

Fuente: https://elstrategos.com/conocer-o-dominar-el-idioma-ingles/