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Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel

Novela «El Terror de Alicia» Autor: Miguel Angel Moreno Villarroel
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Éxito y fracaso se escriben con letras minúsculas


El éxito y fracaso de actos, procesos o estados de vida, son producto de pequeños hechos acontecidos y acumulados a lo largo del tiempo. No son eventos que se presentan de forma casual o repentina, son efectos y resultados agregados a lo largo del tiempo.

Esto es algo conmovedor: cuando se trata de evaluar éxito y fracaso no existe nada grandioso o épico, y tampoco hay drama. Son eventos que se forman en la minucia casi imperceptible de los hechos cotidianos, en el anonimato de las rutinas. Pueden alcanzar el tamaño de la “muralla china”, pero no dejan de ser el agregado de miles de pequeños ladrillos.

Es que en realidad, todo el Universo se explica en lo pequeño, no en lo grande. Lo diminuto da forma a lo grandioso, no existe el fenómeno inverso.

De lo anterior no escapa ningún fenómeno humano.

Por otra parte, toda situación que concluye siendo afortunada o desafortunada tiene una raíz común. Éxito y fracaso son dos ramas que emergen del mismo tronco, no son eventos de génesis independiente.

En esto sí hay algo de drama, especialmente si se aborda el tema con ingenuidad. Porque el hecho que éxito y fracaso sean pequeños eventos con raíz común, involucra que están presentes en todo momento y en cada acto de las personas.

¡Así es! Los seres humanos se juegan su destino minuto a minuto, cada instante de sus vidas.

La decisión de silenciar u obedecer la señal del reloj despertador para salir de la cama, es un acto que puede definir el destino, aunque parezca absurdo. Y lo puede hacer para bien o para mal, dependiendo de la orientación que tome cada persona. Igualmente la decisión de hacer más o menos ejercicio cada día, o la elección del bocadillo que se come.

Estos eventos “insignificantes” alcanzan trascendencia por su agregación a lo largo del tiempo. Así se genera el gran efecto, el resultado mayor. Cuando “pequeños ladrillos” se acumulan, uno a uno durante mucho tiempo, forman una muralla que puede observarse desde la luna.

Ahora bien, la forma final de los acontecimientos depende de la orientación que se dé a los pequeños eventos. Si para mal se acumulan, llevarán al fracaso, y si son para edificación, conducirán al éxito.

En este proceso hay que tomar en cuenta algo adicional: estos pequeños eventos no tienen efectos perceptibles en el momento que suceden, ni positivos ni negativos. Aquí radica el drama.

Que una persona tome la decisión de sustituir “ésa” caminata que tenía que hacer, por otra porción de helado frente al televisor, NO tiene ningún efecto inmediato, mucho menos “conmovedor”. Es algo totalmente imperceptible, igual que el caso inverso.

Pero si ése pequeño acto se repite y repite, surge el carácter agregado del evento, el efecto compuesto a lo largo del tiempo. El éxito y el fracaso tuvieron génesis en el mismo momento y lugar, pero si la persona decide por la porción de helado tendrá un derrotero, y si opta por la caminata tendrá otro.

Éste es el carácter de la vida. Ella se juega en un mundo pequeño donde no existen ni premios ni castigos inmediatos. No hay nada pomposo.

Los pequeños actos que conducen al éxito en la vida son muy fáciles de hacer… y también muy fáciles de no hacer. ¿Se da cuenta?

Ése es el pequeño detalle, la “ligera ventaja”, el “Slight Edge” que magistralmente expone Jeff Olson en su libro. Todos los seres humanos caminan cada momento sobre una línea delgada que divide positivo de negativo, lo bueno de lo malo. Y cada uno de esos actos es muy fácil de hacer… y también muy fácil de no hacer.

El éxito y el fracaso se escriben con letras minúsculas porque son producto de ésas decisiones y actos pequeños. No hay eventos majestuosos, grandes esfuerzos o definiciones épicas. Todo es pequeño, casi imperceptible, pensar en grande no conduce a la grandeza, es cuestión de dar un paso a la vez.

Ahora bien, en este punto corresponde hacer un llamado a la sabiduría para evitar una vida de fracasos gestada en pequeños actos cotidianos.

Y ésa sabia recomendación se fundamenta, obviamente, en el mismo “slight edge” de Olson, en ése “pequeño detalle”:

Si el éxito se escribe con “e” minúscula, entonces es fácil alcanzarlo tomando las decisiones apropiadas cada instante de la vida.

Definiciones y actos positivos casi imperceptibles. Luego todo lo demás es efecto compuesto. Si se acumulan “pequeños ladrillos”, la “gran muralla” toma forma sin esfuerzo.

Para la persona inteligente el mensaje es muy claro: las cosas positivas y edificantes son muy fáciles de hacer en cuanto se abordan como pequeños elementos. Efectivamente se viajan mil kilómetros paso a paso. Se construye un enorme conocimiento leyendo 10 páginas de un libro cada día, y caminando unas decenas de pasos en la jornada, se garantiza un estado saludable para muchos años.

Solo se necesita entender la magia que existe en las pequeñas acciones sometidas al efecto multiplicador del tiempo.

Para ellas no hay casi nada imposible. Todas las personas pueden alcanzar lo que se proponen si suman “pequeños ladrillos” a su obra todos los días. Esos actos que son fáciles de hacer, y también fáciles de no hacer.

Por supuesto, para esto se necesitan cualidades escasas en los individuos de este mundo: sana ambición, mentalidad positiva, paciencia y tenacidad.

Sin ellas todo es ambivalencia. Lo mismo da un pequeño éxito hoy que un fracaso mañana. Así vive la inmensa mayoría, en una zona gris que nunca es “ni chicha ni limonada”. La verdad es que mientras éxito y fracaso se escriben con letras minúsculas, MEDIOCRIDAD se escribe siempre con caracteres capitales.

Por esto, comience ahora mismo a planificar pequeños actos que construyan progresivamente sus victorias. Tan pequeños que no se puedan incumplir. No piense que por ello poco avanza, es todo lo contrario. Cuando estos diminutos actos se agregan en el tiempo, son como el centavo que al duplicarse cada día se convierte en muchos millones en solo un mes.

Tenga como filosofía de vida que TODO ES POSIBLE, porque la grandeza es solo la suma de actos pequeños.

Sea sanamente ambicioso, entienda que ha llegado a este mundo con una promesa personal e ineludible. Esté seguro que es importante para este mundo, porque él no sería lo mismo sin usted. Aspire, ambicione, coloque sus ladrillos todos los días y aguarde. Todo lo demás es sólo una mentalidad de escasez que colisiona con la abundancia que caracteriza al Universo.

Adopte la paciencia que recomienda Santiago, sin ella no puede cabalgar sobre el tiempo. Y active la tenacidad de Charles Goodyear, porque con ella su victoria es inevitable.

Éxito y fracaso se escriben con letras minúsculas. Es indispensable que lo reconozca. Porque esta verdad trae envueltas dos promesas, la posibilidad de triunfar en la vida y alcanzar todo lo que desea, o la de ser completamente derrotado casi sin darse cuenta.

Éste es el pequeño detalle…

Fuente: https://elstrategos.com/exito-y-fracaso/

10 comportamientos sociales que más nos molestan

 

La convivencia no siempre es fácil, pero en las grandes ciudades puede que sea un poco más complicad.

Qué comportamiento más vulgar. Los gestos y comportamientos que más molestan a la gente

Vivir en sociedad supone respetar ciertas reglas de cortesía y buenos modales.

Una reciente encuesta realizada a pie de calle el pasado año -entre la población mayor de edad- de las 10 mayores ciudades españolas ha revelado unos datos bastantes curiosos sobre lo que piensan los ciudadanos sobre el tema de los malos modales.

El encuestador preguntaba a los ciudadanos, elegidos al azar en la calle, sobre cuáles eran los comportamientos o las acciones que consideraban más inapropiados, que eran propios de una persona maleducada.

Ranking de comportamientos más detestados

Las diez respuestas más repetidas sobre las acciones que más molestaban o que consideraban más groseras fueron:

1. No saludar -hola, buenos días, buenas tardes, buenas noches...-. Por abrumadora mayoría, la gente echa de menos un saludo al entrar en un comercio, en una oficina, etcétera. Pero no queda ahí la cosa, si tenemos en cuenta la cantidad de personas que no responden cuando alguien entra y saluda.

2. No ofrecer un asiento. Esta respuesta está casi siempre en boca de todos. Ni metro, ni autobús, no tranvía... no hay medio de transporte donde un asiento esté tan solicitado y sea un logro que alguien lo ofrezca.

3. Burlarse o reírse de los demás. Una cosa es ser susceptible y otra es que haya personas tan descaradas a las que no les cuesta nada mofarse de otras personas. Y además no entres al trapo, porque puedes salir mal.

4. No pedir perdón o disculparse. No es nada extraño tropezar a una persona con una bolsa, con un carrito, con un paraguas... lo raro es que algunas personas pidan disculpas. Miran para otro lado como diciendo "yo no he sido".

5. No ceder el paso. A la gente de la ciudad le molesta que ante una puerta de entrada poca gente se ofrezca a ceder el paso. Las prisas, las aglomeraciones... siempre hay una 'buena' disculpa para no hacerlo.

6. Invadir el espacio del otro. Qué incómodo resulta cuando alguien a base de pequeños empujones y otras tretas te va "comiendo" tu espacio. En el bar, en la iglesia, en la playa... da igual donde estemos siempre hay algún espabilado que se quiere "hacer un hueco" a nuestra costa.

7. Hablar muy alto por el teléfono celular-móvil. Las nuevas tecnologías han acabado, en muchos casos, con la posibilidad de poder leer tranquilos en el autobús, en el parque, en el campo... el teléfono móvil nos ha invadido todas las facetas de nuestras vidas. Solo nos salva la falta de cobertura.

8. Dañar o estropear el mobiliario urbano. La falta de una buena educación es patente en algunas facetas de la vida diaria. Pero en casi ninguna es tan notable como en los daños que podemos ver a diario en el mobiliario y enseres públicos: papeleras, bancos, farolas, etcétera. Un alto coste visual y económico que pagamos todos.

9. Pelearse. El diálogo parece un arte en peligro de extinción. Algunas personas parece que piensan que "llegar a las manos" es mucho más rápido y efectivo. La televisión nos ofrece, en ocasiones, ejemplos lamentables en el mundo del deporte, la política, etcétera.

10. Meterse el dedo en la nariz o eructar. Los gestos groseros ocupan un lugar destacado en el ranking de los malos modales. Tendríamos una larga lista, pero hemos puesto dos de los más nombrados. Pero tampoco los encuestados se han olvidado de rascarse partes íntimas, las ventosidades, hurgarse los oídos, etcétera, etcétera.

Para terminar nos queremos hacer una pregunta ¿cuántos de nosotros nos vemos reflejados en alguno o en varios de estos comportamientos? Pocas personas son o somos capaces de reconocer que todo lo malo o incorrecto, que curioso, solo lo hacen los demás.

Nos gustaría que nos dejaras un comentario sobre qué comportamientos te parecen más vulgares o insoportables. Muchas gracias por adelantado.

Fuente: https://www.protocolo.org/social/etiqueta-social/10-comportamientos-sociales-que-mas-nos-molestan.html

El líder necesita tener claridad, no certeza

 

Nunca se puede tener la suficiente certeza respecto al futuro, y en tanto se tomen decisiones basadas en ello, las probabilidades de fracasar son altas. Por eso el líder precisa tener claridad para dirigir, no necesariamente certidumbre.

En general, hay dos maneras de entender lo que significa claridad, la primera en su sentido semántico, esto es: la cualidad de claro (limpio, bañado de luz, que se distingue bien, evidente y manifiesto). Y la segunda de acuerdo a un criterio de funcionalidad que deriva de la primera: la ausencia de sombras u oscuridad.

En lo que respecta al liderazgo, es la segunda interpretación la que interesa, porque en tanto más dudas se disipen y menos interrogantes existan, mayor claridad habrá para tomar decisiones. Eliminar “sombras” es la mejor manera de apreciar el futuro.

El líder precisa “tener las cosas claras”. Punto. Aquí termina la responsabilidad.

La verdad es que las ciencias de dirección no tienen parentesco alguno con prácticas de magia o adivinación. ¡Nadie puede tener certeza de lo que sucederá más adelante! En tanto mejor se disipen las sombras que ocultan el camino, mejores resultados se pueden esperar. Eso es todo.

Ahora bien, la claridad en el liderazgo puede alcanzarse de tres formas:

1.  Conociendo ampliamente el negocio y la industria en la que se opera (en presente y pasado).

2.  Estableciendo objetivos claros para el trabajo.

3.  Teniendo conciencia del costo involucrado en los esfuerzos.

Estos elementos permiten desenvolverse con bastante seguridad en escenarios de alta incertidumbre.

“Conocer el negocio” es fundamental, y nunca debe darse por descontado.

En primer lugar porque la interpretación de “negocio” no es siempre la que se piensa, y segundo, porque los intereses de la empresa pueden prevalecer sobre el propio negocio y complicar los escenarios competitivos.

Con respecto a lo anterior, es importante entender que negocio no es lo mismo que empresa. Esto debe quedar claro. El negocio es una función, la empresa una estructura. Esta última no existe sin el primero, y es en todo caso, una consecuencia del sano crecimiento de aquel.

El negocio de cualquier organización se explica esencialmente por las funciones de producción y ventas. Estas son las que generan la “utilidad, interés o provecho que se busca”. Todo lo demás es un agregado que se justifica como apoyo a lo primero. Las organizaciones no compiten en el mercado a partir de sus tareas contables, administrativas o financieras. Lo hacen a partir de sus ventas.

El liderazgo debe enfocarse siempre en la gestión del negocio, no necesariamente en la empresa. En muchas ocasiones los intereses son opuestos, justamente porque no existe claridad.

Hay organizaciones que alcanzan tal prosperidad que concluyen operando en función de los intereses de la burocracia. A esto responde la “razón de empresa”, y es el punto de inflexión para la caída. Se forman estructuras “obesas” alrededor del éxito obtenido y se asfixia el negocio.

Por eso, para tener claridad en el liderazgo, se debe tener profundo conocimiento del negocio que se maneja… y de su historia. Porque es cierto que mejor entiende el futuro quién conoce el pasado.

De igual forma corresponde aclarar que TODAS las organizaciones están conformadas por un negocio. En esto no hay excepciones que puedan involucrar a instituciones sin fines de lucro, empresas públicas, fundaciones u otros. ¡Toda organización produce y vende algo! Sólo así alcanza algún tipo de utilidad, provecho o beneficio. Y desde aquí… hace negocio.

Por otra parte, la exigencia de tener conocimiento respecto a la “industria”, se relaciona con la competencia. El líder debe conocer esto con meridiana claridad. Los competidores no sólo disputan el mismo mercado, buscan además “destruir” el propio.

¡Hay que tener las cosas claras!

Mucho de esto es cuestión de información. No cabe duda que todo líder debe estar bien informado y ser capaz de interpretar adecuadamente los insumos que recibe. Pero también es fundamental tener claridad en el conocimiento de los CONCEPTOS. En esto siempre deben disiparse malos entendidos y dudas.

A título de ejemplo y conceptualmente hablando, negocio no es lo mismo que empresa, ni Estrategia igual que Administración. No es el Marketing el que dirige las ventas, ni la Marca un objetivo del trabajo comercial. Estos conceptos (y otros parecidos), deben estar completamente claros para el líder.

Claridad en los objetivos.

Las condiciones apropiadas para tomar decisiones se fundamentan, además, en el hecho de establecer objetivos claros para el trabajo. Este es el segundo elemento para vencer la incertidumbre.

El planteamiento de objetivos es la tarea más importante y delicada del liderazgo. En tanto más calidad se tenga en esto, menos compleja resulta la dirección. Una buena parte de las veces, el problema no se encuentra en la acción, sino en propósitos y metas mal definidas.

¡La claridad de los objetivos es fundamental! Estos siempre deben ser “limpios, evidentes y manifiestos”.

HL Hunt, un hombre que se levantó de la bancarrota de su negocio algodonero en 1930 y llegó a ser uno de los 8 millonarios más grandes de los Estados Unidos en los años ´70, fue consultado en una entrevista de televisión sobre el consejo que podía proporcionar a las personas que deseaban éxito financiero. Dijo:

“Primero debes decidir qué es lo que exactamente deseas conseguir. Muchas personas no hacen eso durante toda su vida. Segundo, debes tener claro el precio que tendrás que pagar para alcanzarlo y la resolución para hacerlo”.

Pues bien, esto es tener claridad sobre los objetivos, pero también sobre el costo que representará alcanzarlos.

Lastimosamente, en esta última parte de la tarea, pocos se aplican. Aquí es donde más dudas y sombras existen.

Sobre el costo que se debe pagar para alcanzar los propósitos.

El éxito tiene un costo. Y éste es completamente proporcional a la magnitud que tenga el primero. Por lo tanto hay que tener la misma resolución para gestionar el sacrificio que la que se tiene para visualizar la victoria.

Por esto es bueno tener presente que los líderes que solo muestran “la tierra prometida” pueden desgastarse con rapidez, en cambio los que comparten las vicisitudes y tragos amargos del camino, sostienen la energía colectiva que hace falta para alcanzar lo que se desea.

En este sentido bien decía Napoleón que el líder no es nada más que un “mercader de esperanzas”, lo que significa tener la habilidad de sostener el equilibrio entre medios y fines, o lo que es lo mismo, claridad sobre objetivos y también sobre costos.

Pocas cosas hay más útiles y efectivas que tener las cosas claras. Con mayor razón en el arte de comandar a los hombres. Las habilidades y destrezas son importantes, igualmente la actitud y el carácter, pero la claridad es la que permite que el camino se haga bajo luz y no entre sombras.

Fuente: https://elstrategos.com/claridad/

 

La soledad del emprendedor. Una pequeña apología


Permítase esta pequeña pero necesaria apología en respeto al trabajo, la vida y la soledad del emprendedor. Es de justicia invertir un poco de tiempo en reconocer la labor de los emprendedores (llámeselos con propiedad empresarios).

(Extracto del libro del autor “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora“)

El pragmatismo que exige el análisis permanente de la dinámica empresarial y del mundo de los negocios, impide muchas veces el indispensable entendimiento de ciertas relaciones causales.

Una de ellas es, por supuesto, la que determina la invaluable contribución del emprendedor en el ciclo económico y la vida de los mercados. Conocer y reconocer esto constituye estudio vital para el académico y el profesional entendido en las artes de gobierno.

El emprendedor es el hombre que identifica, concibe y desarrolla un negocio. A partir de este hecho de importancia incomparable en la dinámica económica, se forman las organizaciones empresariales.

Sin la participación en soledad del emprendedor, no es posible explicar la fenomenología empresarial. Pues el mismo término alude al “emprendimiento” efectuado por alguien, en algún momento.

El emprendedor es, por supuesto, un actor diferente al elenco que tiene a su cargo la gestión organizacional. El Empresario no necesariamente es un Gerente o Director. Pero es en todos los casos, aquel que ha hecho posible que estos otros existan y tengan sentido en la organización.

El negocio entendido en su acepción etimológica proviene del vocablo latín “negotium” que explica “cualquier actividad que genere utilidad, interés o provecho para quien la pone en práctica”. El negocio es una función, no es una estructura. Y por ello no puede entenderse como sinónimo de Empresa. El negocio, a partir de un proceso sano de evolución, provoca la existencia posterior de la Organización Empresarial.

Una Empresa no existe sin negocio. En tanto que éste último no necesariamente termina en aquella.

Pueden darse casos en los que un emprendedor sea, a la vez, un buen gerente en la organización empresarial. Pero en última instancia éste no es su papel trascendental. El Gerente es un profesional formado en las artes y la técnica del gobierno organizacional, el empresario en cambio, adolece muchas veces de formación específica. No es necesariamente un técnico y curiosamente tampoco un artista.

Las más bondadosas estimaciones estadísticas indican que allí donde se reúnen 100 personas comprometidas con el quehacer organizacional, probablemente existen 3 emprendedores. Y esta es, por supuesto, una proporción inferior a la que puede vincularse con técnicos, o incluso artistas.

El emprendedor es un individuo que vive en soledad la magia inescrutable de las intuiciones y finas percepciones. Navega en las aguas mansas pero celosas de ideas y sueños. Un mundo que invita a todos pero abre secretos a muy pocos.

Y aun cuando el arrojado desarrolle estas cualidades, deberá aumentar a ellas una: el coraje.

El vehículo que permite transitar este mundo misterioso se llama precisamente así: coraje. No existe un solo Emprendedor (de aquellos con E mayúscula), que no muestre coraje como distintivo de su tarea.

No es fácil ser empresario, aunque la afirmación incomode. Es mucho más sencillo ser un Gerente, Director, Gobernante, Empleado. Al fin y al cabo todos estos pueden refugiarse en la colectividad, en el equipo, en el esfuerzo compartido. El emprendedor trabaja muchas veces solo, responde a sí mismo, rinde cuentas a su motivación, salda deudas con sus sueños.

Cuando el empresario pierde, pierde de verdad. Nadie comparte el resultado. Este es determinante e inmisericorde. Huelgan explicaciones y justificativos.

Y cuando gana termina por alejarse del promedio que puebla el género humano. Por ello se hace sujeto a juicio especulativo. El que más y el que menos toma derecho para diagnosticar su éxito, y calificarlo.

Toda esto concluye por situar al emprendedor en agobiante soledad. En un circuito que discurre entre la responsabilidad por entender a todos y entereza para asumir que pocas veces será entendido. Responsabilidad por ser quien tiene la última palabra, la respuesta final. Valor para entender que sus preguntas no siempre serán respondidas.

Mientras ése promedio impersonal del género humano invierte la mayor cantidad del tiempo de su vida para obtener seguridad, el empresario apuesta, en soledad, por la libertad.

La seguridad es un fenómeno de grupo, producto de la “psicología de manada”. En cambio la libertad la conocen las águilas, y éstas pocas veces viajan acompañadas.

Para el emprendedor la soledad es desafiante compañera de la libertad. En realidad ése es muchas veces el costo que ésta tiene. Y ése costo no lo entiende cualquiera.

El hecho que los emprendedores no sólo entiendan la dimensión de éste costo sino que estén dispuestos a convivir con él,  permite que muchos otros se den el lujo de hablar y escribir sobre el mundo de los negocios y el devenir empresarial. Este es un atrevimiento que también necesita mucho coraje. Porque casi linda con la falta de respeto a quien, en todo caso, merece el reconocimiento principal.

No hay que olvidar que sin el emprendedor nunca nace el negocio, y sin éste tampoco se forma la organización.

Una sociedad que carece de organizaciones empresariales es una sociedad inserta en la pobreza y el atraso. Un mercado en el que no existan las suficientes organizaciones empresariales padece de falta de competitividad. Y sin la necesaria competitividad, una sociedad naufraga en el inmenso océano de la economía global.

Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora

Fuente: https://elstrategos.com/la-soledad-del-emprendedor/

El STRATEGOS: Profesional de la Estrategia


La búsqueda del STRATEGOS o el hombre que debe definirse como el Profesional de la Estrategia en la dinámica de los negocios contemporáneos, responde a una necesidad que pocas veces se reconoce: el entendimiento y la posibilidad de actuar con ventaja sobre la competencia.

(Extracto del Libro: “El STRATEGOS y 23 Principios Estratégicos para la lucha en el Mercado: Aclaraciones indispensables de los conceptos de Estrategia, Negocio y Competencia“).

La mayor parte de las organizaciones de negocios no han cambiado mucho el enfoque que imprimen a su propio gobierno. Sostienen un sistema que privilegia el tratamiento de variables y factores que se encuentran al interior de sus estructuras. Todavía no comprenden la necesidad vital de administrarse en función de los condicionamientos externos.

Las organizaciones de negocios están obligadas a trabajar en función del entorno por una razón sencilla: el fenómeno más importante relacionado a su pervivencia se encuentra allí: la competencia.

La competencia condiciona la existencia de las organizaciones de negocios y de aquí emerge la necesidad de un profesional de la Estrategia.

La competencia es un fenómeno de proporción no comparable a otros en el mundo de los negocios. De èl emerge la necesidad de considerar el concurso del Strategos, el profesional de la estrategia.

Ningún factor afecta los intereses del negocio de la forma que lo hace la competencia. Sólo ella tiene el propósito específico de generar perjuicio. Ninguna otra variable se sustenta en intenciones para afectar los intereses del negocio cómo lo hace un competidor.

El competidor tiene éxito en tanto sus intereses prevalecen sobre los opuestos. En ello invertirá todos los recursos disponibles, esfuerzo y  tiempo. Lo hará sistemáticamente, hasta conseguir sus objetivos.

El fenómeno competitivo no presenta opciones. Es camino de una sola vía. Aquella que conduce de los intereses de un competidor a los de otro. No otorga pausa, no se detiene. Su dinámica se nutre del movimiento y el caos que produce en los intereses opuestos.

El competidor es un adversario, si cabe el significado preciso de éste término: “persona contraria o enemiga”.

Las organizaciones de negocios no pueden tener una idea diferente de la competencia. Y tampoco actuar de manera inconsecuente con esta realidad. En ello no sólo se mimetizan riesgos, también se juega la existencia organizacional.

Los juicios inapelables del mercado están enfáticamente condicionados por los actos de la competencia, éste es un fenómeno que pone a prueba toda capacidad de resistencia, soporte y temple en la organización.

El sistema de libre mercado sustenta la existencia del fenómeno competitivo, justificando así la acción permanente de un Strategos, el profesional de la Estrategia.

A efectos de la dinámica de los negocios nada resulta más apropiado que la existencia del libre mercado. Sin éste los negocios pierden su medio de sustento natural. Solamente el mercado puede calificar un negocio, puesto que fuera de éste contexto se convierte en una propiedad del poder establecido, y con ello carece de cualquier dinámica.

Si bien el mercado califica el desenvolvimiento de los negocios, quien establece las pruebas, exigencias, obstáculos y dificultades, es la competencia. El libre mercado permite y fomenta la existencia de competencia como sustento y  seguridad de su propio estado.

El sistema de libre mercado entiende los efectos que la competencia le genera; los puede medir y evaluar con precisión. Por ello evoluciona como factor ordenador de las dinámicas económicas y sociales de forma permanente. No se detiene, y va más allá de consideraciones filosóficas que circunstancialmente lo ponen a prueba.

El problema para los negocios no se encuentra en el estado final que alcance el sistema. Radica en tener la capacidad de interactuar con el fenómeno de la competencia.

Los negocios entienden la naturaleza del mercado mucho mejor que la competencia que le da forma y sentido. Y comprenden mejor la competencia que la forma de actuar beneficiosamente ante ella.

Como sistema, el libre mercado tiene ventaja sobre el desarrollo de procedimientos competitivos en los negocios. Porque entre otras cosas se nutre de cada paso que ellos dan y plantea nuevas y complejas exigencias, en un circuito que no tiene fin para los negocios.

Los negocios precisan entender profundamente el fenómeno que la competencia representa y actuar ante ella con ventaja. Pero deben hacer ambas cosas al ritmo que exige el mercado, para conseguir al menos un equilibrio entre sus actos y los efectos que ellos tendrán como respuesta del sistema. Si esto no se alcanza, los negocios se encontrarán siempre en desventaja frente a la evolución del sistema que los califica. Y con ello sujetos a una costosa lógica reactiva.

Los negocios deben tratar de “dominar” la competencia y el sistema de libre mercado, antes que en efecto ellos terminen por dominarlos. Y esto sólo se consigue siendo activos y no reactivos ante ellos.

La mayoría de los negocios no han conseguido situarse en éste estado. Y los pocos que prevalecen (o al menos no sucumben), lo consiguen como efecto de la inercia. Ésa capacidad de “manejar con habilidad las cosas” a medida que se presentan, de “reaccionar” bien, o al menos mejor que otros, ante los planteamientos del sistema.

El motivo por el que las cosas son así es bastante sutil:

  • El libre mercado es un sistema, y la competencia un fenómeno amparado por el primero. En cambio los negocios no son necesariamente ni lo uno ni lo otro.
  • El libre mercado y la competencia no responden al dominio de ningún hombre o grupo de personas en particular. En esto se explican cómo fenómenos. En cambio los negocios son organizaciones de hombres.
  • El libre mercado y la competencia son atemporales, los negocios no.
  • El libre mercado y la competencia no se desenvuelven en límites físicos, los negocios sí.

Los negocios son, en resumen, cuestión de personas, el libre mercado y la competencia no.

Un juego de individuos ante sistemas. 

Las personas no pueden condicionar el sistema, deben adaptarse a él. Y por otra parte no pueden responder al sistema pretendiendo a su vez “construir” uno. Es indispensable que “personalicen” las respuestas.

Este es un juego de individuos ante sistemas. De allí la necesidad de contar con un Strategos, el profesional de la Estrategia.

El hecho que muchos negocios no alcancen éxito sostenido, se debe a uno de estos dos hechos:

1.  No se adaptan bien al sistema.

2.  Pretenden “construir” sistemas como respuesta al propio sistema.

El primer caso es, en teoría, más sencillo de resolver, porque se trata de una cuestión de “conocimiento”. El segundo es más complejo y nocivo en sus efectos finales.

Poco queda por decir sobre la necesidad que las organizaciones de negocios conozcan bien el sistema para adaptarse a él. Sin embargo el afán de “construir sistemas para responder al sistema” merece más atención. Porque involucra muchos actores, entre ellos esencialmente los hombres y pensadores del mundo de los negocios.

El problema es que los Sistemas de Pensamiento, en tanto que deben entenderse como conclusiones de personas que precisamente “piensan” como enfrentar los fenómenos, nunca alcanzan el ritmo y dinámica que tienen la competencia y el mercado.

Mientras un Sistema de Pensamiento se estructura, los fenómenos ya han evolucionado más allá de los márgenes contemplados por aquél. Y los negocios terminan por adoptar sistemas de pensamiento y acción que rara vez pueden “coincidir en el tiempo” y ajustarse a las demandas que exigen los fenómenos.

Esta no es la forma razonable de entender y encarar un sistema. Mucho menos uno como la competencia o el libre mercado.

La idea es formar profesionales en el entendimiento de los fenómenos y la capacidad de interactuar ventajosamente con ellos. No únicamente Sistemas de Pensamiento que sustenten técnicas en la mayor orfandad.

Dado que las organizaciones están formadas por individuos, éstos son los que en última instancia deben adaptarse a los sistemas y actuar con ventaja en ellos. Y si de formar sistemas se trata, entonces deben formarse Sistemas de Profesionales que puedan entender y actuar positivamente sobre los fenómenos.

La Estrategia como elemento de estudio y entendimiento de la competencia sostiene la formación del profesional.

A manera de instrumentalizar el entendimiento de la competencia y el entorno, desde fines de los años 70 (no antes), el mundo de los negocios recurre al concepto de Estrategia. Entiende que a partir de él enfoca la atención de la Organización hacia su entorno.

Sin embargo, el propio concepto de Estrategia es incluido en los Sistemas de Pensamiento que se nutren de la Administración tradicional para enfocarse “hacia fuera”.

Por esto mismo, NO EXISTE consenso sobre la interpretación precisa de lo que Estrategia es.

Las formas de entenderla son variadas. Y sólo comparten ése imperioso afán de actuar con ventaja sobre los fenómenos externos.

Si existe fundamento para remitirse a “expertos” en Estrategia, éste conduce a individuos con conocimiento de complejos sistemas y procesos de planificación. Allí ha concluido el aporte de la Estrategia, dado el origen y el móvil que tiene su utilización actual.

No existen ni los conocimientos necesarios ni los profesionales para el entendimiento y acción en fenómenos como la competencia. No los hay, al menos, con el enfoque de que éste constituye el camino adecuado para encarar los fenómenos.

Negocio y  Estrategia.

El negocio es el justificativo final de la existencia de la organización. La palabra negocio proviene del vocablo latín “negotium” que significa: “actividad que genera utilidad, interés o provecho para quien la pone en práctica”.

Bajo ésta premisa, todas las organizaciones (familias, empresas comerciales, iglesias, Estado, etc.), están sustentadas por un negocio. Dado que ninguna de ellas es ajena al sentido de utilidad interés o provecho en el ejercicio de sus actividades.

En las organizaciones no todas las actividades generan utilidad, interés o provecho con la misma efectividad. Sólo lo hacen las funciones de Producción y Ventas. Alrededor de éstas, todas las demás deben ser entendidas como apoyo, y justificar su existencia (y tamaño) como efecto de la necesidad de aquellas.

Las funciones de producción y ventas explican el negocio de toda organización. El resto de las tareas son una consecuencia de ellas.

Y dado que debe asumirse que las organizaciones no producen nada que entiendan que no puede venderse, entonces la función de ventas tiene preeminencia sobre la de producción, convirtiéndose en la función organizacional que por excelencia perfecciona el negocio.

Las ventas por ello mismo, se encuentran ubicadas en un sitial que no puede alcanzar otra tarea en la organización, incluida por supuesto la Mercadotecnia como conjunto de técnicas destinadas a soportar las tareas de ventas.

El afán de perfeccionar el negocio por medio de las ventas, coloca a las organizaciones en un conflicto provocado por la existencia de otras que buscan lo mismo y sostienen por ello intereses antagónicos. ¡Esto es la competencia! El factor motriz del conflicto que enfrenta a las organizaciones en el afán de perfeccionar su negocio.

Estrategia, por otra parte, es un concepto milenario desarrollado para dirimir el conflicto entre intereses opuestos. De allí que constituya elemento fundamental para perfeccionar el negocio.

La Estrategia es el vehículo de gobierno del negocio. Y dado que éste último se perfecciona por medio de las ventas, la Estrategia es primero, después y siempre, Estrategia de Ventas.

El término Estrategia no puede estar reservado para nada más.

En rigor metodológico no existe nada que pueda llamarse Estrategia de Mercadeo, Estrategia de Finanzas, Estrategia de Recursos Humanos, etc. El término está reservado en estado virginal, limpio y puro para las ventas.

Alrededor de la Estrategia de Ventas la Organización desarrolla todos sus propósitos, inquietudes, programas de acción e intereses. Solamente así se perfecciona el negocio y alcanza eficaz rendimiento competitivo.

La Estrategia tampoco puede entenderse como un Plan (ésta es otra “construcción” mal concebida). La Estrategia interactúa con el conflicto y éste sólo entiende de acción.

Una cosa es un Plan y otra Estrategia.

Ni a uno ni a otro le conviene o interesa tamaña confusión. Puede aceptarse que la Estrategia es una “forma de pensar” o “de hacer las cosas”, pero en todo caso es una forma de pensar sobre el conflicto y las opciones existentes para dirimirlo. En ése sentido trabaja siempre a favor de los intereses del negocio.

La Estrategia no se da libertades mayores incluso cuando se entiende como una “forma de pensar”. Porque hasta en ello se fundamenta en la existencia de premisas propias, en éste caso los Principios Estratégicos.

Los Principios Estratégicos resumen sabiduría milenaria de innumerables ocasiones y formas en las que el hombre ha interactuado con el conflicto.

Se hace Estrategia cuando se aplican Principios Estratégicos y estos se encuentran siempre orientados a la resolución del conflicto.

Estrategia es un término que etimológicamente proviene del vocablo griego “strategos”, que significa General. En origen la Estrategia no tiene significado diferente, mucho menos alguno que conduzca a la confusión que se tiene hoy.

El significado ni siquiera alude a un verbo, alude a un individuo. El General, el Comandante de las fuerzas militares llamadas a resolver un conflicto. Es cierto que el término emerge del verbo “stratego”: “acto de planificar la destrucción de los enemigos en razón del uso eficaz de los recursos”, pero concluye en remisión directa al individuo.

Estrategia significa entonces aquello que en esencia hace el General, el STRATEGOS. Una concepción personalizada.

Estrategia es la función del STRATEGOS, por ello éste es el profesional de la Estrategia.

Así, la definición se traslada del objeto al sujeto, al individuo.

Si Estrategia es todo aquello que hace el STRATEGOS para dirimir el conflicto a su favor, entonces el enfoque y el estudio, debe concentrarse en el hombre.

Si se define QUE hace el STRATEGOS y CÓMO aborda el conflicto, se termina por definir lo que Estrategia ES.

El STRATEGOS se convierte en el profesional de la Estrategia. En el entendido principal de la resolución del conflicto. El agente que conoce e interactúa con el factor motriz del conflicto: la competencia.

El STRATEGOS, como profesional de la Estrategia, constituye la respuesta que la organización tiene para interactuar ventajosamente con el sistema de libre mercado y su sostén fundamental: el fenómeno competitivo.

Para desarrollar su tarea, el profesional de la Estrategia precisa conocer con profundidad la Organización. De ella emergen los esfuerzos colectivos. Por medio de sus recursos se ejecuta la Estrategia y para su beneficio se persiguen los resultados. En el Ejército, ésa Organización de la que tanto aprende la ciencia administrativa, el STRATEGOS como profesional de la Estrategia,  tarda veinte años en dominar ésos conocimientos.

Para mayores detalles remitirse al Libro: “El STRATEGOS y 23 Principios Estratégicos para la lucha en el Mercado: Aclaraciones indispensables de los conceptos de Estrategia, Negocio y Competencia“.

Fuente: https://elstrategos.com/strategos-profesional-de-la-estrategia/