¡Rebelde!, y de forma militante. Eso debe ser toda persona que busque su espacio en el mundo y pretenda alcanzar su destino. Rebelde desde cada célula, intransigente con sus derechos, obstinado en el afán de ser dueño de su vida y alcanzar la felicidad.
Son las personas rebeldes las que construyen el mundo, ellas determinan el progreso sustantivo de la humanidad. Sin seres así, nunca se hubiera salido de las cavernas, porque habría vencido en el hombre ése otro espíritu que posee: el de conformismo y comodidad.
Una de las grandes virtudes del ser humano es también un enemigo poderoso: su capacidad de adaptación. Ésta le ha permitido prevalecer en el proceso evolutivo, porque ha sido capaz de adaptarse a todo tipo de entornos sin perecer. Pero ésa capacidad también combate con el potencial que posee para la grandeza. Lo contiene, y puede privarle de su sentido de trascendencia.
Si el ser humano no ha concluido solo como la especie más “resiliente” de la naturaleza, y ocupa más bien el trono del que reina sobre ella, no es por su capacidad de adaptación, es porque siempre albergó en sus filas individuos rebeldes. Personas inconformes, ambiciosas, dispuestas a pelear por ideales y posibilidades, soñadores impenitentes.
El individuo rebelde no es una oveja negra, simplemente no es oveja. Y como tal, no acepta pastor y tampoco reconoce otras “ovejas”.
Se estigmatiza de muchas formas a la persona rebelde, y una de las más erradas es asociarla con egoísmo y soberbia. El rebelde no es ni lo uno ni lo otro, porque al rechazar la posibilidad de ser una “oveja” no quiere decir que desee ser pastor. Por lo tanto, en lugar de “egoísmo” cae mejor decir que tiene “personalidad”. Por otra parte, al no sentirse la “oveja más grande” o el mejor pastor, tampoco peca de soberbia, solo posee “carácter”.
Fíjese usted. En la lista de los bienes más escasos (y por lo tanto más valiosos) de la actualidad, deben figurar los individuos con personalidad y carácter. Porque de hecho no abundan, mucho menos en una época en la que se hacen tantos esfuerzos por entronizar el “colectivo”.
La personalidad es el conjunto de rasgos y cualidades que configuran la manera de ser de una persona y la diferencian de las demás. Sin embargo, en las sociedades actuales cada vez existen más iguales y menos distintos. Lo usual es ser “normal” y pensar de forma “correcta”. Y esto, obviamente, atenta contra la personalidad.
El carácter, por otra parte, es el conjunto de rasgos, cualidades o circunstancias que indican la naturaleza propia de una cosa o la manera de pensar y actuar de una persona o colectividad, y por las que se distingue de las demás. Igualmente, en la sociedad contemporánea, el “carácter colectivo” se impone sobre el individual.
Por lo visto, no es que la persona rebelde sea egoísta y soberbia, simplemente tiene personalidad y carácter. Pero como éstas virtudes no se cotizan muy bien entre los objetivos “políticos” de la Sociedad, entonces se estigmatizan.
Tampoco existe tal cosa como el rebelde “correcto” y el rebelde equivocado. O habría que decir con mayor pertinencia, también existe el rebelde correcto y el equivocado.
Porque fíjese usted, en el caso de las personas comunes no se asocia “lo bueno y lo malo” a un estado, más bien a una función. Es decir, una persona está equivocada cuando HACE algo equivocado, no lo es por denominación.
Pero con el ser rebelde los adjetivos tienen poca flexibilidad. Éste es habitualmente alguien que “incomoda o perturba”. Es “buen muchacho” dice el padre o el jefe, pero “un poco rebelde”. Ahora bien, si ésa rebeldía es pertinente en términos de algo en particular, ya no importa mucho: el adjetivo califica primero.
¡Todo esto es incorrecto! Estigmatizar a la persona rebelde y calificarla con ligereza, no solo es un acto injusto, también es temerario, porque atenta contra los intereses colectivos, precisamente aquellos donde se acuna el estigma.
Dos palabras son para la persona rebelde lo que eran los rayos de sol para el vampiro en la historia de Drácula: prohibido y obligatorio. Ante ellas se levanta su espíritu. Porque ésas palabras sojuzgan, limitan, exponen el ejercicio torpe del poder. Ante el eventual éxito de ésas palabras, la civilización nunca hubiera salido de la cuna. Pero el rebelde crispa los puños cuando se le presentan ésos términos, y por eso transforma la historia.
Rebelde fue Moisés y sacó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, Hipócrates, al serlo, estableció los primeros protocolos de la atención médica. Gandhi fue rebelde y resistió el dominio del imperio inglés, y Churchill al serlo, evitó que ése mismo imperio pereciera ante la arremetida nazi.
El mundo lo han construido las personas rebeldes. Arthur Schopenhauer afirmaba: “la rebeldía es la virtud original del hombre”. ¡Por supuesto!, porque sin ella no hubiera habido “un después”, solo “un principio”.
Bendita fortuna posee usted si es una persona rebelde. Y si no lo es, sacuda el espíritu y dé el paso. El rebelde no nace, se hace cuando le da la gana.
Ahora bien, en algo particular destaca lo virtuoso de la rebeldía: en la búsqueda impenitente de la felicidad.
No se conforme nunca con su destino, ¡de ninguna manera!
En esto tiene la obligación, con usted mismo y sus congéneres, de ser un rebelde a ultranza. Pelee con todo el mundo para alcanzar la felicidad, luche sin doblar cerviz en esta vida. El ser humano tiene un derecho ESENCIAL para ser feliz.
Hay posiblemente un solo valor que prevalece sobre la felicidad en este mundo: la libertad. Por debajo de estas dos, no hay nada que valga la pena nombrar con la misma importancia. Sin libertad el hombre pierde su condición y sin felicidad su esencia. Todo lo demás es transable, cítelo usted: justicia, equidad, solidaridad, igualdad, fraternidad, etc. Estas perecen por inanición si el ser humano no es libre, y carecen de todo sentido si no es feliz.
Afortunadamente el individuo rebelde es libre. Y asimismo se manifiesta: es rebelde porque se siente libre de serlo. De aquí en adelante, emprende marcha tenaz para encontrar su felicidad.
“Buscar la felicidad en esta vida, ahí radica el verdadero espíritu de rebeldía” (Katherine Pancol)
Y mucho cuidado con esto. Porque la búsqueda de la felicidad no puede ser un objetivo colectivo, es la tarea más personal e individual que existe. No hay tal cosa como un Estado o una Nación feliz (a lo sumo se ha llegado al despropósito de considerar que pueden existir “Estados de Bienestar”). La felicidad es un proyecto personal. Es un derecho y a la vez un deber individual. ¡Nadie tiene la obligación de hacer feliz a nadie!
Algo más. Tampoco tienen probabilidad de éxito ésos afanes para transformar las Organizaciones en fábricas de felicidad. Por mucho que se endilguen ésos objetivos a ciertos líderes y fácilmente se bautice un equipo de trabajo como la “Gerencia de la felicidad”. Solo las personas rebeldes alcanzan a ser felices un día. Y éstas no son la que mejor tolera el “entorno organizacional”.
¿Cree usted que existe algún sistema de gobierno que se siente cómodo con la existencia de seres rebeldes? ¡Ninguno! Bien está dicho: “la sociedad no tolera asuntos privados si éstos presentan signos de rebelión”. (Sándor Márai)
Bien sea a nivel de macro o micro administración, los sistemas se fortalecen de las dinámicas colectivas. Por eso les encanta dar “uniformes” a la gente, establecer reglas, horarios, normas, políticas, leyes. El ser rebelde no comulga con nada de eso.
Ahora bien, esto no quiere decir que ignora o desobedece al sistema. Simplemente lo cambia. No es una persona informal y tampoco ignora la ley. Pero vive para cambiar formas y leyes. Y cuando lo consigue, se repite el ciclo. Primero arriban los “iguales” para adaptarse al nuevo orden, y después aparecen otros cuantos rebeldes que vuelven a cuestionar todo y a cambiarlo de nuevo.
Muchos llaman a eso caos, pero la historia lo reconoce siempre como progreso.
¡Sea una persona rebelde!, y con carácter militante.
Busque su espacio en el mundo y el destino que quiere.
Sea rebelde en cada poro de su piel y desde cada célula de su cuerpo.
Un ser intransigente con sus derechos, obstinado en el afán de ser dueño de su vida y determinado a encontrar la felicidad.
No lo olvide:
“El rebelde salvará al barco, cuando todos han aceptado morir” (Analy Zarraga)
Fuente: El Strategos
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